miércoles, 29 de diciembre de 2010

Comunicación popular y universidad

Tomando como base una experiencia realizada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Sol Benavente y Santiago Castellano aportan testimonios y reflexionan sobre la responsabilidad de la universidad pública ante la nueva ley de SCA y los espacios que se abren a las organizaciones sociales.

Por Sol Benavente y Santiago Castellano *

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual 26.522 ha instalado un debate en la agenda pública sobre la concentración de medios, que permite a las organizaciones sociales visualizar nuevos desafíos y demandas comunicacionales que la Universidad Pública tiene la voluntad de responder.

“Estamos evaluando la posibilidad de montar una radio, necesitamos saber cuál es el presupuesto que se necesita, la programación mínima, el lugar físico necesario”, afirman los referentes de la Asociación Civil Aguafuertes de la Comuna 7 de Flores; por su parte, desde el Centro Juvenil y Cultural El Telar, de Moreno, enfatizan: “Queremos encarar un proyecto radial con jóvenes y queremos hacernos de insumos para apoyarlos”.

Así como a raíz de la crisis de 2001 las organizaciones asumieron la responsabilidad de dar respuesta a las necesidades extremas de los sectores más vulnerables, hoy, con un país fortalecido y en constante crecimiento, las urgencias ceden lugar a nuevas acciones y emprendimientos que constituyen a su vez una oportunidad para las organizaciones para reflexionar, fortalecerse y crecer.

De este modo, la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA convocó en diciembre a los Cursos y Talleres de Comunicación Popular, organizados por la Secretaría de Extensión Universitaria (SEU) y la Carrera de Ciencias de la Comunicación, que la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca) dictó como cierre de las jornadas realizadas en Universidades Nacionales durante la segunda parte del año. Participaron más de cien miembros de medios comunitarios y organizaciones de la sociedad civil (OSC), entre los que se encontraban escuelas, centros de salud, gobiernos municipales, sindicatos y agrupaciones políticas de la Capital y Gran Buenos Aires, así como organizaciones del interior de la provincia y de La Pampa, dando cuenta del interés de numerosos miembros de la sociedad civil ante el nuevo escenario mediático.

Oscar Magarola, titular del Taller Anual de la Orientación (TAO) en Comunicación Comunitaria de la UBA, asegura que aún no está instalada en las organizaciones de la sociedad civil la cuestión de la comunicación como un factor clave para la sustentabilidad y el desarrollo de sus proyectos. “Es preciso que la planificación de diversas estrategias de comunicación interna y externa sean regulares y frecuentes, para lo que es necesario que exista un acompañamiento, capacitación y monitoreo en las organizaciones, a fin de que las mismas instituyan prácticas comunicacionales. A su vez, resulta fundamental clarificar de qué hablamos cuando nos referimos a la ‘participación’, tanto en la discusión interna de las organizaciones, como en su relación con la comunidad, el Estado y otros actores, ya que esto llevará a repensar los horizontes, acuerdos y formas de sustentabilidad de las mismas.”

Gustavo Bulla, director nacional de Supervisión y Evaluación del Afsca, destaca los puntos que la nueva ley plantea como oportunidades para las organizaciones y los medios comunitarios: el Estado reserva un 33 por ciento del espectro radioeléctrico para las mismas, plantea cuotas de producción nacional de contenidos, federaliza la comunicación impidiendo formas de concentración mediática y habilita la participación ciudadana a través de audiencias públicas para la renovación de licencias. “Esto le da sentido a la frase ‘las frecuencias son de todos nosotros’”, afirma.

Por su parte, Alejandro Verano, director de Radio y Televisión Argentina, destaca la importancia de fomentar encuentros en los que la Universidad puede aportar a las organizaciones toda la experiencia y conocimientos construidos a lo largo de años en las carreras de Comunicación del país, y manifiesta “la necesidad de reestructurar la matriz de producción comunicacional, a través de nuevos contenidos, con nuevos formatos y estéticas, que surjan desde el trabajo de las organizaciones y medios populares, junto con el cambio cultural necesario que es el desafío mayor a asumir en el campo mediático”.

Julio Ojeda, del Centro Comunitario Km.45 y Comedor Vida, de La Matanza, comenta: “Me interesa a futuro profundizar el conocimiento sobre la reglamentación de la Ley, ya que es una oportunidad única para conseguir una pluralidad de voces”.

“Estas jornadas fueron el primer paso de un proyecto a largo plazo, que nuestra Secretaría desarrollará a partir de 2011, a través del Programa de Comunicación Popular de la Facultad de Ciencias Sociales, mediante líneas de acción en cuatro áreas: Formación continua, Asistencia técnica, Fortalecimiento institucional y Asistencia financiera, para darles sustentabilidad a los proyectos en las organizaciones”, asegura Alejandro Enrique, secretario de la SEU de Sociales.

* SEU Facultad de Ciencias Sociales UBA.


Fuente: Página 12. 29/12/2010

domingo, 26 de diciembre de 2010

El ofico del articulista: la esperanza del fracaso


La referencia al libro de Serrano una entrada anterior me retrotrajo al recuerdo de una publicacion de José Luis Martínez Albertos, El zumbido del moscardón. Producto de la fiebre o la pesadilla es quiza junto con algunos mas el exponente canónico del oficio periodístico.
Publicado el 1 de mayo del 2009 en en este mismo blog, el artículo que consta a continuación pretendía emularlo.


Hace unos meses le apuntaba a un compañero en esta travesía del periodismo que nuestro anhelo es el fracaso. No voy a describir su gesto de desaprobación y recelo; bastará con decir que desde aquel instante puedo permitirme decir que es uno de los jóvenes con mas bríos y porvenir en este oficio y, quizás, justamente por lo contrario a lo que sugiere la palabra con la que he catalogado al hombre que se atribuye el rótulo de periodista.

No obstante, ser periodista es ser un fracasado, oficio de fracasados lo llama Rodolfo Serrano y no está muy equivocado. A decir verdad, cualquier periodista siempre tuvo el deseo ser otra cosa; el periodista deportivo quiso ser jugador de fútbol, tenis o simplemente practicar algún deporte de manera constante e incluso profesional, el periodista político ha querido militar y ser funcionario, prodigar discursos desde el púlpito, luchar y dirimir desde algun escaño del parlamento, el periodista de espectáculos o el crítico tuvo la intención de ser actor, director, extra, guionista; el periodista de chismes, el protagonista de las escenas de alcoba o los encuentros clandestinos que revela a diario. Supone conformarse con ser el ojo del lente de la cámara que retrata a los agraciados del evento.


En las postrimerías del siglo XIX y principios del anterior, los periodistas argentinos quisieron ser escritores. Los novelistas de la generación del 37 practicaban un romanticismo tardío, mientras la aparición del folletín lograba de alguna manera mitigar el deseo del escritor profesional por ser algo más que un simple mercader de artículos que vendía su fuerza de trabajo a los diarios.El folletín por entregas tampoco era un escape demasiado prolífico. Se cuenta que los cortes de la novela por folletín de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira, no se ajustaban a la lógica del recurso de suspenso o a la pregunta retórica que diera lugar a la expectativa de una continuación sino a las necesidades de espacio publicitario del diario. La edición del libro de Gutiérrez develaba estas peripecias mostrando claramente la correcta división que el autor quería darle dividiendo cada capitulo en el folletín por dos en la novela.Gálvez por su parte vendía artículos por bagatelas al igual que Quiroga. Contrariamente en Europa un escritor ejercía de articulista en los diarios simplemente por gusto y no por necesidad. Alguien se preguntó cuántos libros hubiese sido capaz de pergeñar alguien como Quiroga de no haber estado condenado al cruel y hostigador oficio de periodista.


En El mundo de los seres imaginarios, Gálvez anotó: en los países hispanoamericanos al escritor que no tiene fortuna o no se casa con una mujer rica no le queda otro recurso que un empleo. Pero como al escritor, salvo rarísima excepción no se le da un gran empleo sino un empleito, y sus libros no le producen bastante sobre todo si ha de mantener una familia, necesita ayudarse publicando artículos.
Y antes escribe: en ciertas grandes naciones Francia, Inglaterra, Estados Unidos los escritores en general pueden vivir de sus libros. Si pierden la mitad de sus vidas componiendo artículos como Chesterton es porque quieren, porque en el fondo son periodistas o porque desean influir directa o rápidamente en la opinión publica.


Comenta muy a propósito Jorge Rivera que Gálvez se quejaba a la manera de Quiroga de las lealtades de sus editores pero sus ataques se dirigían mas que nada al publico los editores argentinos no pueden editar libros argentinos porque no les interesa al público argentino ni al publico hispanoamericano ¿Quién es el culpable de esta situación? El publico nuestro el más snob que existe. La clase media y el pueblo se interesarían por los libros argentinos pero se les aleja de ellos… y cita algunos ejemplos inconcebibles hoy el de Adán Buenosayres de Marechal cuya comercialización se extendió por quince años como el bestiario de Cortazar. La única excepción que conoció la industria cultural argentina a este trágico destino fue durante gran parte de la década del cuarenta ante el retroceso de la editorial española tras la guerra civil y el mercado editorial mexicano.Básicamente, y mas allá de mi ponderación de Galvez, la clave de uno de los aspectos de esta desviación del escritor hacia el periodista y de su muy escasa incidencia en el mercado, está anclada en la precarización de la industria editorial argentina que sigue los carriles de un proceso económico empantanado en las ínfimas claves del snobismo porteño y su deslumbramiento foráneo para no mencionar los privilegios de clase que aun hoy ejercen presión por ¡una Argentina agroindustrial!


Basta comprobar como estas limitaciones se han reproducido en torno a los demás medios de comunicación, procurando monopolizar la voz y subsumirla a las ventajas del libre mercado. Señalar y debatir las falencias en torno a la regulación de los medios, cuyas consecuencias competen al ejercicio del periodista profesional y a la democratización de las expresiones de la sociedad en su conjunto en virtud al cercenamiento de los canales de difusión de los sectores mas vulnerables, es un propósito que excede a este artículo. Ya se viene discutiendo, por lo demás, la nueva ley de radiodifusión en los foros de la Universidad de Buenos Aires con sus respectivos apologistas y detractores. Volveremos mas adelante a ello…


¿Por qué el periodista siempre desea ser cualquier otra cosa y no periodista? La respuesta fácil pude venir del psicoanálisis. ¡Histérico! le gritaran por allí. Puede, ciertamente, que el profesional desee algo y no lo encuentra o simplemente cuando lo encuentra, no lo satisface porque en realidad lo que busca es la insatisfacción, lo que nutre su quehacer. No conozco periodista que no perciba esa sombra de insatisfacción: los cronistas viajeros huyen constantemente; cada nuevo destino es el presagio del siguiente, las coberturas políticas comprueban la afirmación de Galeano respecto de la utopía y se desengañan ante la imposibilidad de consagrarla en la sucesión de la crónica, aun concientes de que ese mismo acto terminaría con su trabajo. El periodista deportivo vive de la insatisfacción crónica al igual que el crítico de las estrellitas o los tomates del matutino Clarín.

Ante esta realidad generalizada del ejercicio del periodismo, resulta parejo y criterioso que el profesional no quiera ser lo que es y cuando lo sea su impulso este guiado por la plena desdicha. Otra respuesta es que el periodista, en verdad, como el madrileño con Madrid o el porteño con Buenos Aires, o cualquier sujeto con su querencia, con aquello que es parte de él y que quiere, tenga una relación contradictoria con su oficio, de rechazo y de profunda querencia. Esta hipótesis me parece más ingeniosa y mucho menos melancólica que la primera. En parte porque los argumentos que dictan la inclinación del periodista por la identidad de escritor vedada, son razones no de elección sino de imposición de un orden y de unas circunstancias que exceden la insatisfacción personal (con esto no negamos que la insatisfacción esté fuera de nuestro estricto control pero lo está en un grado mucho menor que otras variantes de la coacción o, al menos, lo intuimos sin demasiada certeza). Lo cierto es que quien habla de libres elecciones de alguna manera fábula, pero deberíamos exculparlo porque tampoco elige mentirnos.

Por lo pronto, y a conciencia de mi consabida y militante torpeza, puedo decir que el periodista vislumbra esa disyuntiva en su oficio. La flagrante contradicción lo acecha y pugna por lograr aquello que sabe que nunca logrará y que tampoco desea en demasía alcanzar. Un eco de aquella brillante declaración paradójica deseo que no se cumpla mi próximo deseo, ergo yo no quiero tener todo lo que deseo. Y ese anhelo, a través de la prosa del articulista, (re)construye la realidad, la transforma en la declaración del deseo, corporiza la espontaneidad del lente humano y sus perspectivas, examina a su criterio la realidad y demarca las variantes implícitas de cada hecho denostado o exaltado con mezquindad.

La mejor recompensa estaría ya en el camino previo y en la reproducción constante de ese camino en virtud de la sonrisa propia y del otro.

Leanse a esta luz estos versos de Tavera:

Lanzando titulares del viejo matutino
predijo lo que vino, comenta lo que fue.
la historia del vencido, el brillo del primero,
el precio del dinero, el costo de la fe.

Así va desgranando la historia de la vida
después será leída al borde de un café
Esperan la largada veloces rotativas
ellas ponen la tinta él le puso la piel.

Temblor de luna en los charcos

Te vi caminado a su lado,
parejo, con desgana,
como si arrastraras
el naufragio de antiguas derrota.
Vi tu sombra dilatando el paso
sin que él quisiera atestiguar
el renovado milagro de tu talle en el asfalto.
Pensé en lo que hubiese dado
porque la gota
deslizada por tu mejilla
hubiese rozado mi cara.

Pensé que si marchase yo a tu lado
no te dejaría morir en cada esquina
ni alimentaría ese gesto cansado, con la rutina
antes moriría, aciago.

Temblaría
la luna en los charcos, ante el júbilo
y mareas pequeñas de azul pintado,
colmarían el cielo amurallado,
no dejaría que tu cuerpo aguardara impaciente
el roce de mis manos
ni tus ojos el temblor de mis labios,
tus caderas se mecerían en mi regazo
hasta que la tarde y la noche claudicaran
en el banco de un parque,
vencidas de tanto recurrir.

Pensé que si marchase yo a tu lado
no dejaría que tu mueca derrapara
en la hondonada, cuidaría las orlas
de tu silencio, las guardaría
en mi propio silencio, serian mi tesoro,
y tu sonrisa se quedaría plantada
en mi solapa y en la piel
redondeando aun mas
esos ojos redondos como los de Girondo,
salientes.

Pensé que si marchase yo a tu lado, sobre tu hombro
discurriría la hoja despendida
que se posó en mi hombro hace un año o dos,
no estarías vencida por el letargo
de viejas quimeras, mirarías al mundo sin pesadilla
con la flor del paraíso entre tus manos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

Los ecos del látigo


Hay dos lógicas en pugna. En Villa Soldati, en nuestras almas, en el mundo. No importan las máscaras o las formas perentorias asumidas por los parroquianos, en concordancia con el foro o el recuento de posibles suscriptos. Una reparte unas nociones bien conocidas por todos nosotros y que si no fuera porque los años nos han hecho saber de las injusticias y la crueldad, serían incuestionables.

El otro existe. Está ahí afuera. Y en su hermetismo (infernal, acaso) es un desconocido, en su mirada desconfiada de siervo que teme al forastero pero que también se teme a sí mismo, a su espejo y ritualiza la muerte y esconde en su mirada huidiza un cierto recelo hacia el espacio circundante, es posible reconocer una diferencia. Yo diría, sin querer innovar demasiado, que en efecto hay una diferencia. Hay signos de una injusticia inmemorial insoslayable ,aplicada sobre la carne envuelta por las cicatrices heredadas y acalladas. Un pasado que se repite espiralado, severo. La mirada ajena, ese nosotros artificial, si se quiere, sumamente arbitrario, no es menos misteriosa para los ojos esquivos del otro. Y en tanto esas corneas no acaban de alinearse, se procede a ignorar, se vuelve a procurar la diferencia de rango. Se repiten los ecos de los antiguos atardeceres.

Es claro que esa mirada hacia el otro es impostada. No proviene de nosotros puesto que no la hemos conformado, ni incitado. La retracción del rostro, el trato reverencial no constituyen gestos esperados de la acción propia del individuo. Se presentan sin que se soliciten. Se ejecutan irreflexivamente. Pero curiosamente son previsibles, a pesar de no mediar un incentivo concreto.

De allí la costumbre tan hospitalaria con los discursos del rango, de la calidad. De allí el gesto obsceno de la periodista Sandra Borghi. La inequívoca conmemoración simbólica de una violencia, de un daño, que por estas horas es impopular pero no se halla extinto. Se nos aparecen los ecos del látigo y la sangre derramada cuya legitimación nunca tardó demasiado en encontrar la mirada corta de la memoria reaccionaria. Porque nuestros señores sabían con certeza que si las generaciones posteriores no atestiguaban la crueldad fundante del servilismo y la disparidad, bien se la podría presentar como confutada y base propicia de una distinguida igualación. Base que paradójicamente profundiza aun más la desigualdad.

La clave, como se sabe, radicaba en ocultar el origen de la mirada furtiva. Y, por otro lado, profundizar con la retórica de la igualdad, limitada por la imperiosa necesidad del orden y las buenas prácticas ciudadanas, el olvido. Se rezaba con atinada indiferencia que nunca había que igualar a los desiguales. La ambigüedad de la sentencia ciertamente la desfavoreció. Aplicada a nuestra lógica equivaldría a decir que resultaría inútil cuando no execrable igualar en obligaciones a quienes son desiguales en derechos por la existencia de una injusticia pretérita, cuya manifestación aparece hoy sublimada de la aplicación de los castigos corporales a la violencia puramente simbólica.

En virtud de ello se disputan las dos lógicas. El olvido y la igualación en obligaciones a los desiguales en derechos. La épica de la revisión para revertir la desigualdad. Por tanto puede arriesgarse que coexsiten dos perspectivas: una inclusiva, la de la patria grande, sostenida en el tembladeral del revisionismo, tembladeral de naturaleza reparadora de aquel despojo primigenio, despojo no visto por nuestros ojos, ni prohijado por nuestra conciencia con el propósito explícito de arrumbarlo en los sarcófagos inescrutables del tiempo. Otra, malhabida de aquella violencia no contemplada pero criminalmente intuida, participe indirecta de la confirmación y reproducción de la miseria de una derecha corporativa y enmascarada en todo el arco político.

Lo curioso es que esta segunda lógica -o cosmovisión- no comporta un nosotros y un ellos. Su perspectiva final expulsa el punto de vista original. En cierto momento, el nosotros desaparece. Todo el mundo es el otro. Toda diferencia queda abolida en virtud de la injusticia y ya no hay mucho más. Solo el vacío de lo uniforme, de la indefinición. La inexorable muerte del nosotros en virtud de la consumación incesante del espectro de aquel otro que
ya no somos nosotros y en última instancia serán todos.



Dejo estas dos últimas líneas de Filio alusivas:

"No sé bien... no entiendo bien, si estoy construyéndome un futuro o curándote un pasado... pero sé que este cuento no acabó... "

viernes, 17 de diciembre de 2010

Recapitulación



Hace un tiempo se publicó en España un delicioso manual de periodismo. La sentencia que lo inspira consta ya en este blog: un periodista lo es en virtud de no haber podido ser otra cosa. De hecho, conviene creer que el periodista siempre buscó un destino diverso (tal vez la entelequía de ser todos y cada hombre) obteniendo como ingrato castigo el de ser solamente, en el mejor de los casos, el hipótetico escriba intentando intermediar los fenómenos mediante el verbo con el propósito de comunicarlo a los demás hombres.
Como no somos ingenuos, admitiremos que la intermediación en poco refiere al fenómeno y -a veces- llega a prescindir del mismo. Un oficio de fracasados roza el íntimo nucleo de la significación del ejercicio periodístico sin abandonar la fina ironía hacia la estimación que el practicante tiene de sí mismo. En última instancia todo su rodeo no es mas que una mera excusa para concordar con la conclusión de Martín Leguineche: “el periodismo es el trabajo de las tres ‘d’: divorciado, desequilibrado y dipsómano”.



¿Un oficio de fracasados?
Fuente: http://www.reporterodelahistoria.com

Recientemente en un taller de periodismo narrativo realizado en Lima, el escritor mexicano Juan Villoro contaba que un profesor en la universidad los conminaba a estudiar augurándoles un futuro sombrío y mediocre de no hacerlo: “Estudien, muchachos, o van a acabar de periodistas”, les decía.

A mí, en cambio, me sucedió todo lo contrario. Cuando era niño, casi adolescente, escuché de labios de mi profesora de literatura la mejor historia de aventuras que a esa edad uno puede escuchar y que ya adulto descubrí, para mi asombro, que era tan real como la vida misma: “En una isla remota pérdida en un mar todavía más remoto, un volcán amenaza hacer explosión en cualquier instante y destruirlo todo en cuestión de minutos. En medio del caos y desaliento que semejante cataclismo ocasiona, sólo existen dos clases de personas: Las que quieren abandonar la isla a cualquier precio y unos locos que luchan desesperadamente por ingresar a ella. Estos últimos se hacen llamar periodistas”. Inmediatamente después de esta maravillosa introducción, se puso a hablar del periodismo como género literario.

Fue la primera vez que escuché, seria y elogiosamente, de la labor del periodismo, el ‘mejor oficio del mundo’ como lo llama Gabriel García Márquez. Sin embargo, siendo sincero, debo confesar que son pocas las ocasiones en que he podido repetir la experiencia escolar ya que, al igual que a Villoro, me ha tocado tener que escuchar y leer los peores dicterios, incomprensiones, inexactitudes y prejuicios sobre los periodistas y su trabajo, que no serían tan sorprendentes sino fuera por quienes los pronunciaron. ¿Por qué? ¿Qué hay de incomprensible en el periodismo que despierta pasiones tan encontradas entre las mentes más preclaras?

Hoy que tanto auge tiene el periodismo literario en el mundo entero, resulta irónico recordar que quienes lanzaron las puyas más ácidas fueron escritores. ¿Qué llevó al gran Balzac a afirmar que “el periodismo es una inmensa catapulta puesta en movimiento por pequeños odios”? ¿O a una inteligencia como la de Voltaire a decir que “los periódicos son los archivos de las bagatelas”, algo que cualquier historiador podría fácilmente desmentir? Chesterton, con su habitual humor inglés, se refería a la inutilidad de nuestro oficio cuando expresaba que “el periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Al igual que Miguel de Unamuno, que sentenciaba que “el periodismo mata la literatura”. Pero si hay una frase que resulte verdaderamente peregrina, esa es la de su compatriota, el dramaturgo Alejandro Casona, para quien “los periodistas sólo acuden donde hay desgracias”, lo que no es sino una interpretación asaz equivocada de nuestro trabajo.

Algo muy semejante es lo que dijo Leopoldo I, el primer rey belga: “Los periodistas, como las moscas, son más inoportunos que perniciosos”. Por supuesto, de eso se trata, de importunar cuando se debe, como lo comprobaría medio siglo después su hijo, Leopoldo II, el soberano recordado en la historia por el espantoso genocidio que sus afanes colonialistas desataron en el Congo y que los diarios de todo el mundo no se cansaban de denunciar. Sin embargo, más duras fueron las palabras de lord Macaulay, un político inglés del siglo XIX: “el periodismo es un oficio fácil: cuestión de escribir lo que dicen los demás”. Palabras bastante inauditas viniendo de quien también fue un respetable historiador y… periodista.

Tal vez por esto último, las que resultan ciertamente extrañas son las voces de los propios periodistas, como la del uruguayo Marcelo Jelen que, desengañado del oficio, en su libro “Traficantes de realidad” escribe: “suele decirse que las noticias son hechos, pero no lo son. Así como el pan es harina manipulada para que el público la coma, la noticia es información manipulada para que el público la consuma”. O las ambiguas y mordaces de Mark Twain, el autor de ‘Tom Swayer’: “Habiendo fracasado en todos los oficios, decidí hacerme periodista”. Tan insólitas como las del español Manuel Leguineche, quien se toma el pelo a sí mismo y a todos cuando declara que “el periodismo es el trabajo de las tres ‘d’: divorciado, desequilibrado y dipsómano”.

Sobre esto último, lo de dipsómano, ya alguien ha señalado que la época de la bohemia terminó y que si “antes los periódicos se hacían a base de tabaco, café y alcohol”, hoy los jóvenes saben que los tiempos son otros y que el perfil mínimo que se les pide obligaría a muchos a volver a las aulas. Pero estos juicios, por más que provengan de notabilísimos personajes, son los menos y ya sabemos que inexactos. Son muchos los medios que hemos tomado como emblema aquello de ‘afligir a los confortados y confortar a los afligidos’, que es la mejor manera de definir nuestra misión de sacudir conciencias y ofrecer respuestas.

El periodismo es en la actualidad muchas cosas, pero en esencia debería ser la mejor herramienta que tiene el ciudadano común para defenderse de los abusos del poder, velar por sus derechos y expresar su opinión en los asuntos que nos conciernen a todos. Por eso, cuando Rodolfo Serrano habla de un ‘oficio de fracasados’ no se equivoca. Para nosotros es un fracaso diario, una frustración constante cuando fallamos en estos tres objetivos. Un fracaso cuando falta un dato. Otro cuando faltan ideas. Ni hablar cuando alguna pregunta quedó sin respuesta. Ya no digamos cuando nuestros textos salieron pobremente escritos. Además, trabajamos conscientes de que en este trabajo sólo hay dos verdades absolutas: que, como dice el maestro Kapuscinski, los cínicos no sirven para este oficio (los Jason Blair son un desagradable accidente en la profesión) y que nada es más viejo que el periódico de ayer (así que a trabajar después de ponerle punto final a esta nota).

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jueves, 16 de diciembre de 2010

La provisoria perennidad

Escribir una columna supone -a prima facie- transcribir una impresión momentánea e imperecedera en virtud, pura y exclusivamente, de la misma doble implicación. Solo por ser momentánea es imperecedera, a condición de no perdurar más de lo necesario. Este alegato, sin embargo, parece fácilmente aplicable a toda producción escrita. La diferencia, no demasiado sutil, reside en distinguir la lógica instantánea de la columna con el mecanismo inherente a la escritura como ejercicio. Esta ultima comporta, intrínsecamente, un modo de producción siempre cambiante, cuya metamorfosis es propia de la naturaleza sucesiva. En ello no es aconsejable confundir la magna labor de la maquinaria retórica antigua, la planificación textual, con el acto mismo de imprimir los signos en algún soporte material. Dicho sea con otras palabras, el tema o conjunto de temas puede sostenerse independientemente de la disposición, elección y concreción de los elementos lingüísticos puestos en juego al momento de escribir. La momentaneidad de la escritura ostenta, como se sabe, un carácter puramente exógeno a los ejemplos en que se aplica y así da lo mismo en la ejecución de una carta, una novela, la nota para el mercado o un simple telegrama. Ese rasgo fulminante suele castigar con la inmanencia a todo acto de escritura. Es un lastre siempre a cuestas.

Desechada esta posibilidad de equívoco, diferenciamos lo instantáneo junto con la construcción histórico- social del impulso que conlleva a la emoción del registro, que generó la conmoción: el estremecimiento de la sensibilidad, de la acción espasmódica instantánea y meditada que procede a la elección de los diferentes signos con que se configura un texto. En lo primero, el fenómeno social revela el arista significante que lo constituye, el sentido; el columnista pone en juego esa dimensión significante del fenómeno con su propia subjetividad, otros textos y otros fenómenos a disposición mediante un a perspectiva comparativa. Todas las lecturas posibles le son pertinentes para guiar su percepción en esos primeros instantes en los cuales elige con qué referencias confrontará y determinará el valor de lo captado.
La especificación antedicha tiene un valor agregado, porque si bien es meramente aclaratoria en lo que refiere a ambos mecanismos para evitar tomar uno por otro y asimilarlos (en realidad la columna y su manufactura contienen la especificidad de lo escrito), la concepción de instantaneidad buscará desfragmentar una hipótesis correcta pero mas aplicable al ámbito de la columna y su singular línea de acción.
Julio Cortazar infirió que un cuento se asemejaba mucho a una fotografía. Se toma una fotografía y el gesto humano que conduce la máquina permite captar el instante que hiere la sensibilidad del portador de la cámara. Instante o escena frente al lente. Si comprendemos lo expuesto, esa capacidad de la fotografía de extender el imperio de lo instantáneo a lo imperecedero, de mantenerlo en el papel, alienta la doble implicación. Lo temporal (tanto mas dilatado sea) y lo eterno generalmente no condicen. El cuento sugiere un recorte y esa sugerencia le da la razón a Cortazar aun cuando la fotografía no genera en sí misma, en su materialidad, un relato, sino que su potencialidad es, más bien, de índole descriptiva. Pero creemos que Julio hablaba de ese detalle específico de la impresión y el recorte, puramente fundado en la acción, que tiene un cuento. La novela, por otra parte, con su desvelo descriptivo, su reconcentración por las variantes subjetivas de los personajes, se aproxima mucho más a la fuerza de la fotografía.

Se puede advertir, sin embargo, que referimos dos instancias diferentes: la novela alude a las consecuencias de la fotografía y la identificación de la foto con el cuento, explora la símil esencia de sus concepciones. Una refiere a espacio y diversidad posterior; la otra a temporalidad y al carácter de unidad, con cierta autonomía del valor de duración, al equiparar lo mas ínfimo con lo interminable. La acción del cuento ya no encontraría su parangón en la fotografía donde la transformación brilla por su ausencia. Se trata de un elemento por fuera, aunque el carácter metonímico entre la concepción del cuento y lo específico fotográfico no desaparece. Vale decir que todo lo demás que se añade al cuento ya no entra en esa igualación. Algo similar sucede con la novela al incluir, como el cuento, la transformación y donde, si bien hay un recorte del objeto, la extensión y las peripecias propias del género, la alejan de la fotografía, de la instantaneidad. El cuento, en cambio, se ajusta un poco mas a semejante exigencia.
La columna, por su parte, insinúa una mayor pureza en la aproximación comparativa con la fotografía. No hay transformaciones en ambas y el valor específico de la columna (no así en su variante ensayística) se acerca a la persuasión, quiere generar una convicción, en torno a algo, una postura similar a la sostenida por el autor; busca atraer, generar un consenso y, para ello, recurre al efecto de enganche, a fin de conseguir la interpelación del sujeto. Pero también se observa que el valor descriptivo de la argumentación en la columna, tiene mucho de esa posterioridad en el efecto de la fotografía a la hora de evaluar su recepción. Por lo que hablaríamos de dos elementos singulares, parejos en uno y otro: la instantaneidad del impulso que los genera y la interpelación del sujeto en la recepción al que tanto la columna como la fotografía quieren entregar una prueba o un alegato y conseguir el acuerdo del espectador. La fuerza generativa en ambas es lo interesante, lo que me propongo remarcar, no tanto la capacidad de de inducir un parecer.

Veamos que tiene de singular este impulso emergente. Primeramente lo instantáneo, tal como señalábamos al principio, salvo que la caracterización de este atributo, si bien guarda relación con los mismos vértices en ambos casos, el orden de trascendencia y de manifestación suele variar. Tanto la fotografía como la columna involucran la observación, la impresión y el análisis vertiginoso de esa impresión que deviene en el estremecimiento de la sensibilidad. En el caso de la fotografía, la observación se sitúa en primera instancia para dar paso a la impresión que tiene como resultado, luego de un análisis fugaz, la conmoción de la subjetivad. Este orden se subvierte en la columna, pues si bien la observación continúa encabezando el conjunto, aquí el análisis fugaz y la conmoción subjetiva vienen antes de la impresión. Un ejemplo de esto puede ilustrarse con el caso de la fotografía que se toma repetidamente para lograr el efecto subjetivo deseado: aunque la impresión sea la misma, la herida en la sensibilidad del columnista se encuentra mucho antes que la mano ejecutora del movimiento al materializarla; en la fotografía el reflejo de gatillar es anterior (no mucho y a veces ambas se tocan) a la conmoción, mientras en la columna la inquietud generadora a veces no es tan nítida en la impresión que luego la materialidad construye pero que, al principio, es mas bien confusa. Propongo el ejemplo de la foto no espontánea: la impresión aquí se arma y luego, de acuerdo a ella, la sensibilidad es restañada para registrarla mediante la técnica fotográfica. No hay espontaneidad siquiera en el detalle que hiere la imaginación de quien la produce. En la columna, si bien la emoción original se va puliendo en la medida en que la impresión brinda más puntos a considerar, así como la interposición de otros textos, no hay intención de modificar el punto de partida sino de purificar la raíz sensible que dio lugar a ese proceso. Sin lograrlo nunca, claro esta. Se entrevé que la fuerza original tiene una relevancia innata en la columna y es su línea fundadora, su propósito, la trascendencia argumental añorada en el sujeto interpelado. En cambio la fotografía jamás se propone (por sí misma) la convicción, para reforzarla o modificarla, sino conmover e informar, ejercitar, a modo de prueba, la constatación de lo que estuvo (o fue) en algún momento.

En este punto está la variable insalvable que separa a la columna de la fotografía aunque estén emparentadas en todo lo demás. La fuerza probatoria de la foto (circunstancia muy temida por todos porque nos expone a la mirada inquisidora y extrapola lo privado a lo público) no se halla en la columna que, a pesar de intentar capturar la atención en el lector y generar una postura similar a la sostenida por el autor, y para ello argumenta y ofrece pruebas, nada es tan contundente y preciso como la fotografía. Con ella no hay discusión posible; sí con el cuento, sí con la columna.
Distinta es la situación de los textos (y yo me inclino por ellos) que conmueven; no ignoro, por demás, que la función emotiva también requiere de unos principios, pero estos ya están en el espíritu y la conciencia del lector, de ahí la diferencia. Aun si lo conmovedor del texto es novedoso para quien acomete su lectura, la esencia de ese conocimiento contacta la raíz mas profunda respecto de unos pocos tópicos de los cuales se alimentan casi todos lo temas literarios, la poesía y en general la expresión del ser humano.

Sigo en la analogía del impulso inicial, el cabo de esa fuerza que se cristaliza y, a la vez, mitiga en la columna así como en la fotografía, pero que en alguna parte de su concepción, y por estar involucrada en ella, hace que lo instantáneo se convierta en eterno. En este sentido me impresiona en mucho un párrafo de las Crónicas del Ángel Gris donde se habla de igual tono de los amores fugaces, de su eternidad en el alma. Quien se apunte al texto hallará, otra vez, la misma igualdad ya sugerida por Borges en las historias del rey y el mendigo, de la nada y la plenitud, demostrando como lo ínfimo o inexistente, una vez mas, se corresponde con lo máximo, el cero con el infinito.

Una primera huida nos habilitaría a pensar los puntos en común como resultado de la naturaleza compartida por ambos de ser construcciones abstractas del intelecto humano sin referentes reales en el universo. Así como un triángulo equilátero o un rectángulo. Si esto admite cierta plausibilidad, probablemente sea (en parte) porque las comprobaciones para el intelecto pueden derivar de construcciones previas del mismo. Lamentablemente, o no, la matemática sugiere siempre un valor real no comparable con otras construcciones, de modo tal que las sospechas teóricas derivadas de ella siempre se hilvanan, con cierta pertinencia, con otra teoría sin referentes por fuera, a diferencia de otras disciplinas cuyos postulados dictaminan conceptos de otros conceptos en la evaluación o referencia de circunstancias reales y bastante trascendentes en cuanto a la integridad del sujeto. De ahí la derivación libre, sin pruebas materiales, sin existencias reales, mas allá de la conjetura aproximada y alocada de unos cuantos, distorsiona y daña gravemente la capacidad de incidir sobre lo real, sobre lo material. Recuerdo la aguja hipodérmica de Adorno donde las bases teóricas aunaban el psicoanálisis con el materialismo dialéctico y recuerdo también su estrepitoso fracaso al determinar, sobre la generalidad, los casos particulares, y al considerar algo por fuera de lo real cuya evidencia es la de un postulado como factor determinante, y transformador a partir del autoconocimiento, de la influencia de los medios sobre el público. No niego que en un principio es simpática y atractiva pero su generalidad inaudita, no desde el materialismo dialéctico que insinúa lo contrario sino desde la otra disciplina, a partir de la conexión de postulados no comprobados con la materia real a disposición, solamente conduce a disparates conceptuales y, por fuera de Adorno, su fuente psicoanalítica, transforma la teoría en un omnímodo capaz de convertir a sus devotos en los nuevos clérigos del siglo XXI en Argentina. Paradójicamente tanto el psicoanálisis como la abducción, aplicada en el contexto del paradigma indiciario, y unida a la fuerza de la observación y la constatación (no interpretación) de las pruebas reales, tienen una raíz común. No obstante mientras la segunda baja a la tierra (la diferencia está en el cotejo y la derivación, contrastables desde el vamos , de los elementos a consideración de una y la interpretación caprichosa de la otra) la primera se satisface a sí misma constantemente y cuando intenta recurrir a algo, o alguien, por fuera de ella, lo hace a partir de lo mas difuso de su manifestación vital, interponiendo otra vez su prescindencia en la evaluación de lo real.
La columna tiene algo de eso en su fuerza inicial, salvo que la referencia hacia la multiplicidad de textos no sacros, otras observaciones, argumentaciones derivadas de pruebas, la acercan a la solidez fotográfica y al materialismo más que a un sueño disparatado. Y es posible también que el registro de ese estremecimiento hable de sí mismo, por sí mismo, sin desprender exhortaciones hacia el sujeto interpelado o si lo hace veleidosamente sin mayores pretensiones. Actitud que ciertamente la redime del esfuerzo ingrato de persuadir constantemente.
Me concentro también en las estrategias y armas utilizadas para defender una postura. En esto tiene que ver mucho ese impulso primigenio. El talento es un arma poderosa pero solo sumada a la capacidad de rastrear y poner en evidencia el desatino, de atraer la convicción hacia lo cierto, de fomentar la inclusión e incitar la sensibilidad. Ahí hay otra línea que la acerca a la fotografía, unida a la posibilidad de registrar el instante, aun preparado, que es siempre la referencia de algo que tuvo existencia real.

El principio de esa fuerza, su momentaneidad, posee un atractivo singular. También resulta sumamente dificultoso referenciarlo con palabras porque se articula en base a una reducción inasequible para los sentidos, y muy particular, que se transmite a costo de mitigarla y de desprender variantes en los que la reciben. Su misterio es hondo para indagarlo en un solo artículo, originado también en el estremecimiento ante la sospecha o la certeza de que ese instante existe como premisa de la escritura de una columna. Resolverlo requiere indagar, además, en la expresión y en lo estético.

¡Sere racional!

¡Seré racional!
Cuando el presagio del incienso
No destruya las aceras
Y espectros con verdes cuchillos
en sus fauces,
Reaviven la sombra desvelada,
Tras la huella de una esquina

¡Seré racional!
Cuando los candados rechinen su vergüenza
y los notarios apabullados por el rigor de la espuma
Huyan despavoridos entre papeles y rúbricas,
Cuando se derrumben naufragios,
en un jardín de repleto de alabastro.

¡Seré racional!
cuando aúllen las mujeres sus verdades dormidas
y sus vientres se incendien,
cuando tus dedos repasen las imperfecciones
de una pared de cal ligeramente empapelada

¡Seré racional!
cuando mires el aire envanecido
y sepas que no quieras perder lo que ganas,
cuando los fatuos fantasmas de Joyce
no se desvanezcan en la memoria por tu ausencia.

¡Seré racional!
cuando un elfo me desvele
con silencios y sombras
en mitad del Tenampa,
cuando me alimente el humo de tu boca
Renaciendo mi pecho con la estela del neón.

¡Seré racional!
cuando mi hastío discurra en el bermellón,
y postes, cabriolés y luciérnagas desfallezcan
ante un espejo cubierto de orlas grises,
cuando tu ausencia remita ciertos versos
de una sola sílaba.

¡Seré racional!
Cuando se deshagan los tirantes de mi garganta
Y un húmedo estilete derrame aceite,
Sobre tu cuerpo desnudo en medio de la calle
Cuando vea en sueños una serpiente
Y el Quetzalcoatl o el Cujubí se cuelen en mi bolsa.

¡Seré racional!
Cuando del sínodo de tu boca
Salgan palabras entrelazadas al carmín,
Cuando el mundo se rompa en el crujido de una canilla
Cuando me ofrezcas una leve mirada
Y mi alma se ahogue con el último sorbo de café

domingo, 12 de diciembre de 2010

Labios pintados de infancia

Claudio Rodríguez es quizá uno de los más brillantes discípulos de Rimbaud. También cabe la sospecha de que al ser su producción escasa, los ejemplares de su poesía adquieren un valor no del todo justificado por sus virtudes. Les aseguro todo lo contrario. Cada verso de Claudio requiere indagar el enigma inscripto entre la gravedad del tono poético, el anhelo y su potencial melancólico. Líneas como si yo pudiera darte/ la creencia y los años/la visión renovada/esta tarde de otoño/ deslumbrada y segura sin recuerdo cobarde… son potencialidades al estilo de Machado al sugerir la culpa de no haber querido antes del encuentro inicial.
Con los cinco pinares es la materia prima de estos versos y, como la referencia es demasiado manifiesta, puedo agradecer a Rimbaud y subsanar la injusticia del ingenio escaso y la manipulación de ajenas maravillas.

A ti, a él y a Claudio Rodriguez

Si yo pudiera darte
el aroma de los sueños,
los labios pintados de infancia,
mientras tu pecho alberga
las promesas entretejidas
a través de los suspiros y los minutos

Si yo pudiera darte
el tinte macilento
de la tarde abigarrada,
los años y su esperanza,
el fervor solidario
de las almas nobles
sin dobleces,
sin apariencias.

Si yo pudiera darte las mercedes
escondidas en cada sonrisa,
aquellos pasos junto a los tuyos
la promesa del retorno
refutada,
el hálito inconcluso
de los besos diluidos,
la tenue luz de la farola
en el abrazo sempiterno.

Si yo pudiera incitar tu mueca escondida
tras el rigor del agua y la sal
regalarte en ramo el color de mis gestos
que aun creen en tí.
la sombra rendida,
la lejía para ls malos sueños
y estos días en que él no aparece,
las calles y mis pupilas derramadas
en busca de sus huellas.
Si yo pudiera darte la promesa
y decirte "él volverá, ya lo verás,
no falta demasiado"
y enarbolar su bandera
y perder la vida por él y por tí,
sufriendo solo por tí,
y por mi muerte y la tuya.

Si yo pudiera trarlo de vuelta
solo por verte sonreir otra vez,
lograr que la brisa de tus labios y tus dientes
abracen el rubor quieto de las mañanas,
que bailen los solares colgados
en la soga del patio
y los niños que pasan por tu puerta
se deleiten con tu perfume plomizo
y tu estrépito de adolescente inquieta.

Si yo pudiera darte ese último sacrificio
y redimir mi cuerpo
que temblaba junto al tuyo
cuando tus susurros
se agitaban contra el viento
como espiga en un huiracan
evocando solamnte en mi piel, la suya.

Si yo pudiera darte el severo sonido
de sus pasos en la vuelta,
la puerta semiabierta,
su silueta a través de ella.

Si yo pudiera evocar el sonido
de cada orla,
de su naufragio
y traer a tu regazo aquellos brazos
que rodearon tu cintura,
que sostuvieron los remos de Cártago.

Renovando obstáculos

Es un lugar común para el pensamiento voltear el rostro y emitir dictamen. Sobre todo. Lo público y lo privado. El valor de la política. La política y sus emergentes. Sobre todo si no se va nada en ello. El dictamen se concibe sobre la base de la tercera persona en el presente perpetuo de las verdades inconmovibles y libres de cualquier anáfora cuya filiación la convertiría en sospechosa de poesía o representacion caricaturesca del mundo. No obstante el dictamen perdura sea por omisión explicita en la lógica de transposición argumental, sea en la manifestación concreta de sus virtudes conclusivas y jerárquicas. Salvo lo referencial todo pareciera apuntar al dictamen. De manera inevitable.


Entre esas verdades dichas y asimiladas se encuentra el carácter regresivo y alcalino de la década del noventa. Por ello el arsenal se orienta hacia dos o tres parámetros sobreentendidos por la mayoría. La continuidad socioeconómica de la política genocida encabezada por las tres armas, la honda mutilación cultural, grotesca primero y alelada después, cuando solo hacia falta aplicar al terror la dosis de ansiolíticos en alto grado para apacentar la razón mas precaria, la despolitización de las masas a partir de la consumación de una política que cerraba filas con las corporaciones y relegaba el ya poder creciente de los estados nacionales a nivel mundial constituyen aun hoy los parámetros descriptivos apropiados en la referencia de mas de treinta años de degradación social. Pero esta línea peca de generalidad y de una ineludible economía analítica. La enumeración de los parámetros y ejes solo apuntan a un todo que en virtud de una cierta lenta agilidad, de un recorrido gradual, adquirió un carácter omnipresente y como bien dice Todorov lo omnipresente pasa desapercibido. Más que nada porque es lastimoso aceptar la parte intransferible e inalienable que nos corresponde, por accidente, por el infortunio de haber trashumado esos años.


Concuerdo con Mempo Giardinelli en que mucho de lo observado no radica en un problema de ideología porque ello implicaría poseer una visión del mundo, la precisión de unas conductas específicas orientadas a un fin también específico, la metodología para implementar esas acciones basadas en una observación aguda y exhaustiva de la sociedad y su momento histórico particular. La explicación correcta alude más bien a un problema moral. La degradación fue mucho más ardua y salvo honrosas excepciones también filtró en los sectores que hoy reivindican lo llamado nacional y popular. A sus militantes.


La militancia activa de los años noventa que recala en los acontecimientos trágicos en Plaza de Mayo en diciembre de 2001 y contempla con impotencia la represión en el Puente Pueyrredón de Avellaneda no carece de los signos impúdicos de ese retroceso. Sobre todo porque y la muerte de Néstor Kirchner lo dejó en evidencia- los militantes jóvenes de aquellos años no llegaron a la actividad política como los de hoy afincados en una retórica contra las corporaciones pero además en una realidad concreta en donde la contienda simbólica ha clareado el valor de la subjetividad incorporando una lógica olvidada, recuperando lo que era en si y por si propio del pueblo. Porque la estrategia conservadora abrió la herida allí donde mas duele, apropiándose de la querencia y ante la repugnancia visceral de compartir junto a los verdugos enmascarados las mismas referencias, el militante de base naufragó en construcciones anecdóticas, sin posibilidad real de operar los cambios necesarios en el ámbito publico con el fin de darle relevancia a sus dichos. Y esa imposibilidad a priori requirió, según se sabe, de voluntades épicas y de una cierta astucia cambiante cuyo valor diese lugar a la duda de los representantes del status quo. Lamentablemente los mas intransigentes, convencido o no, guiados por la vocación o la profesión política, no lograron entender esa dialéctica de la reivindicación popular usurpada y la necesidad imperiosa de rescatarla como símbolo, en lugar de apartarse para construir con improcedencia los propios y sin raigambre real en la memoria colectiva. En lugar de partir al rescate allí donde los gerontes partidarios habían claudicado o donde se afirmaron los falsos pregoneros de la doctrina, muchos marcharon a otras islas y en el agua embravecida resignaron gran parte de su fuerza para llegar a la contemplación de espejos deformes y cuyo reflejo era anacrónico. Unos pocos emprendieron la monumental tarea del revisionismo, de su tembladeral y su peligro.


Hay otra razón más elemental. En una época donde la militancia se construía sobre la base de la burocracia estatal a causa de la tremebunda rendición de los actores políticos a la política ignominiosa de las corporaciones económicas, eclesiástica y mediática con la convergencia tecnológica en ciernes, surge la pregunta obligada respecto de qué clase de militantes jóvenes se encaramaban en el juego político, cuando uno de los aspectos característicos de la juventud militante se sostiene en la confrontación con los poderes tradicionalmente establecidos. Más esclarecedor es preguntarnos cuanto resignaron de su potencial esplendor en ese contexto y cuanto se le debe a la conducción política actual el recuperar simbólica y materialmente esa esperanza como realidad ineluctable. Lo posible se convirtió en lo posible y lo imposible también. No es un dato menor. A veces se lo presenta como un mojón sin la correcta enumeración de sus premisas a priori y sus consecuencias ineludibles. Pero esta inercia no acaba allí. No sucederá como en el amor platónico en el que una vez alcanzado el objeto del anhelo se deja de amar porque ya nada le falta (o en realidad le falta todo) sino que el impulso recíproco y colectivo junto a las autoridades del estado renovarán una y otra vez los obstáculos para no extinguir esa pasión sino retroalimentarla rumbo a consumación y la victoria.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Un poema

"El rasgo poético suele ser intemporal. Por fuerza de unas líneas que se recitan y perecen apenas la voz se difumina, perdura escasamente en la conciencia. El poema viaja con la voz como vehículo y desaparece cuando las ondas sonoras se alejan y se mitigan en el espacio. Su inmortalidad es paradójicamente efímera. Y me arriesgo a decir que es la mejor de todas las formas de inmortalidad."

Recien llegado

Has llegado por asalto insuflando
el pecho, ahora en los abrevaderos
brota la mies,
el azabache nos sonrie por las mañanas
y en la mesada late el café
que apura la rutina de los días
Alada en la plaza, se posa la esperanza
escoltada por hadas, luego en tí se deposita,
en tus manos pequeñas como
leve graznido, en tus ojos
de cristal pulido,
relampagueantes.
Se evocan antiguos cúmulos de arena
pies henchidos de barro
y ayunos de callos.
Deambulas con impunidad de tiempo
en los zapatos del pequeño Michael, de Tootles
filtrando la brisa, y tras
la silueta lejana y voladora
hiere la imaginación de una perdida Wendy.

Toda la familia te ve y no
deja de verte sin pensarse,
a sí misma condensada, en la nostalgia
de los atardeceres paréjamente rojos
del arrabal, todo perdidos,
en el espejo de la noche recurrente.

Cuando te balanceas sobre mí
late en tu garganta
el estrepito de tu fascinación
amateur,
porque has traído la promesa de paz
en tu regazo, en tus manos
sin tiempo,
la visión de los justos,
el renacer del orbe, la vigilia
tras la tercera estrella de occidente,
la sonrisa eterna de Miguel Hernández.
la indiferencia hacia un mundo
que a menudo muere
pero la mayoría de las veces, mata

domingo, 28 de noviembre de 2010

Dos notas y un poema

Quien examina en estos tiempos la práctica periodística debiera inquirirse: ¿el periodismo conservador y liberal opera solo sobre el discurso de modo tal que las abigarradas retóricas progresistas ya bastan para desembarazarse del bloque conformado por modos de hacer y de significar esas practicas? ¿Basta con la ejecución de dos o tres frases afortunadas insertas en un contexto completamente ajeno a la concreción material de esas palabras?
El ejercicio liberal del periodismo toca el discurso como extremo y corolario de una serie de prácticas, mecanismos de significación, que interactúan en la vida cotidiana. Cabe aclarar que esos mecanismos de significación se hallan internalizados, de tal forma que no pueden confundirse con la mera mención de ellos cuya evidencia es solamente el último tramo de un inmenso páramo extendido en la conciencia de los sujetos sociales. Antes de arribar a esta cristalización, los dispositivos liberales del pensamiento habrán encarnado unas acciones sumamente verificables en la dinámica social incluso habrá intervenido en las posibilidades de formulación de la misma retórica progresista. Dicho en otras palabras, controla el alcance de esos discursos y, de alguna forma, prefigura el contenido, la substancia.
En ello hay que ser muy cuidadoso. El periodista (o el orador) no debiera ser ajeno a que lo que se dice y como se lo dice, aun divergente de un cierto estado de cosas, se encuentra controlado por él. Y consecuentemente cuando la alocución progresista se halla en este encuadre liberal, se establece como discurso por oposición. Mucho no le cuesta y en repetidos casos se encuentra cómodo porque, entendamos bien: es la historia liberal y sus condiciones objetivas las que han arrojado y permitido la circulación de El Capital por mencionar un ejemplo. El discurso difícilmente puede sustraerse del marco de los fenómenos sociales significantes que producen significado y dotan al marxismo de liberalismo en su propia difusión editorial, radial o televisiva. Hay modos de escapes pero fundamentalmente el error es creer (y sobre todo los periodistas lo creemos) que el discurso por sí solo modifica esa materialidad.

Lo que opera el discurso periodístico actual es el embrión, el cósmico agujero de gusano, que filtra las significaciones conservadoras liberales y crean una conciencia divergente, artífices a su vez de otras formas de hacer (otros estilos). El periodista o el orador no hace nada mas que eso, prefigurar el escape, dispensar la lima para empezar a esmerilar los barrotes de la imaginación aplicada al universo y sus componentes. Por ello la construcción identitaria del periodista prestigioso que otorga cátedra como Jorge Lanata o Mariano Grondona que editorializan sin debate, sin documentación, constituye el prototipo del periodismo liberal per excellence (en vías de defunción). Independientemente de lo que se diga.

Como premisa, un discurso periodístico progresista, o popular si se quiere, antiliberalote, no es nada en sí mismo en un contexto donde domina el neoliberalismo como práctica y conciencia dominante. Son islas, trincheras de resistencia que si no se vinculan a la practica, si no filtran el colectivo pero en especial un colectivo formado no solamente en la retórica de la oposición y la denuncia sin también en campos de transformación que reviertan las practicas y significaciones liberales, mueren en la elegancia prefabricada de un barbón bien perfumado, robusto, que mira a cámara y se atribuye el papel de la fiscalía universal.
Hay afortunadamente una nueva forma de estatuir un periodismo capaz de vencer los marcos liberales de la profesión, no solo desde el discurso sino además desde la práctica. Este actúa interponiendo pruebas, muy parecido a aquel que Lanata hiciera con Szocolowicz como empresario en los albores de Página 12. La televisión puede manejarse de igual modo. Esta es capaz y lo ha demostrado la televisión pública de evitar el fastidio del periodista sabelotodo, aleladamente omnisciente, para armar mesas de debate y prodigar documentos grabados que permitan rastrear el desatino y la mendacidad.

En radio las editoriales son mas o menos afortunadas como en televisión (y Lanata debería saberlo) en la medida en que se construye una forma de decir que no abusa de las frases hechas o recurrentes (el ¿te suena?) y de la malsana descontextualización. La buena argumentación, la hondura de las referencias político históricas ayudan en ese sentido. Y no es tan difícil reconocer la mentira - por lo menos en el periodismo- porque allí donde aparece, las referencias suelen ser coyunturales, presentes y del más primitivo sentido común. Tampoco generan una inquietud en sí mismas, ni remontan la necesidad de indagar. En esas performances periodísticas todo esta dado, la opinión ya ha sido decretada y ese parecer aunque discursivamente popular o de izquierdas sigue siendo liberal. Falta ver en la historia del periodismo argentino qué sucede cuando este discurso sí admite las extensiones del documento y la historia.
Pensemos en un contexto neoliberal. La experiencia demuestra que el mecanismo tal como se halla hoy es el adecuado y la identidad discursiva, honesta, pero hasta tanto no acontecen transformaciones políticas, sociales y económicas que subviertan la matriz en que se desarrolla ese periodismo, sigue siendo de oposición, neoliberal en sus formas y lejano (no masivo) como un débil quasar en los confines del universo.


Tratando la pasión


En el prólogo del libro Tratado de la pasión Eugenio Trias advierte que su objeto, y el carácter referencial de aquel, aluden a una experiencia ontológica, fácilmente asequible en el curso vital de cualquier individuo. También señala que esa generalidad inaudita que vincula a toda la especie deriva en realidad del caso particular de su propia experiencia. Bertrand Rusell ha referido que el amor es una de las formas de cooperación biológica en donde se necesitan las emociones del otro para cumplir con los objetivos instintivos propios. Y supone que quien ha sentido el amor por excelencia no puede consentir tan fácilmente la libertad respecto del ser amado. ¿Pero a qué libertad refiere? Todo comienza con la ética de Chretién de Troyés…

Trias bien afirma que lo que busca es un principio de libertad al igual que en la ética espinosista pero no busca reconvertir la pasión en acción sino que quiere libremente su cautiverio; nada quiere menos que sacudirse el yugo que le aprisiona y lo esclaviza. Y aquí paradójicamente alude al poder pues el sometimiento en este caso apunta a la conformación de un sujeto máximante poderoso. Solo en estado de enamoramiento el sujeto es capaz de descubrir el rasgo propio de cada cosa, aquello que es intransferible e intrínseco, junto a los indicios simbólicos (metonímicos, metafóricos) del ser amado. Esa locura del enamorado, como la obsesiva fijación en el objeto de su atención, le abre las puertas al conocimiento del mundo pese a la persistente idea del sofos de que este principio de pasión anula la libertad, la actividad y la razón, sin comprobar que las supedita a razonamientos mas refinados y precisos.

Vierte Trias en su Tratado toda una concepción ética de la pasión pero el punto mas saliente refiere a los obstáculos que insinúan el carácter subordinado del ser. Hablo del paradigma de esos obstáculos: la muerte. Presente desde el desencadenamiento de la pasión, la muerte juega un rol de trascendencia en el rebasamiento de la identidad en una dualidad fusiva y dialéctica. Dicho sea con otras palabras, Trias comenta que los amantes que viven y sufren la pasión con deseo de sufrirla y padecerla, exploran la posibilidad de un imposible estremecedor, vivir la muerte del otro, morir con el otro. Así Wagner ilustra la muerte de Isolda, muerte por contagio, muerte que comparte la de Tristan tras murmurar el nombre de Isolda por última vez.
Pero aquí viene la aclaración al pie, porque celebrar el dúo-sidio, admite Trias, es celebrar lo ampliamente rechazado por la razón o el sentido común (“sobre todo en una sociedad y culturas imbuidas por el hedonismo, el behauvorismo sexual, la sexualidad emancipada y las éticas del placer”). En realidad, la muerte, única consumación lógica de un amor de las características de Tristan e Isolda, es solo paradójicamente definida por Trias. Y sin decirlo, habla de reciprocidad mas allá de los vaivenes de la argumentación, sobre todo al contraponerla al otro destino, la de la muerte en vida, el tedio vital, spleen, ese dolor que adviene cuando uno deja de sufrir. Con lo que duelo para Trias es dejar de sufrir porque el ser querido se ha marchado. El sufrimiento es, por tanto en este esquema, alegría y positividad frente a la muerte en vida, la única que verdaderamente merece compasión.

En el vertiginoso planteo de Trias es sencillo vislumbrar unas cuantas ideas, aun contrarias en el sentido de que guardan cierta consistencia emanada de lo datos de la experiencia. Lo que vale añadir al dúo sidio es la conceptualización de Rusell de cooperación (cita)
De ahí la conjugación de amor pasión adquiere una luz un tanto mas adecuada. Los detalles de Rusell y Trias entretejen los términos duales de la ecuación. Mas allá del rango específico que infiere la existencia de un dominante y un dominado en la relación amorosa (ya la palabra esclavo dictaba la parte velada del opuesto), la dualidad resulta imprescindible. Sin uno de los términos, el amor pasión se transmuta en duelo y ahí reproduce los reproches de Isolda en Cornualles cuando Tristan amaga a morir en solitario. Requisito que Rusell no pasa por alto .

Esto que parece una verdad de perogrullo, por causa del spleen, la muerte vital donde el desengañado intenta fatigosamente sobrellevar el duelo que lo insume en una especie de laberinto cuya morfología circular lo satisface, no resulta tan evidente para el afectado. No puede serlo. A todas luces se siente perdido, sin salida aparente a ese dolor que configura el desgarro sin fusión. De ahí que la evidencia nunca sea suficiente. Porque no son los argumentos los que viran la convicción del sujeto atravesado por ese escozor gélido que padece al dejar de sufrir en razón de la ausencia del ser amado sino como argumenta Rusell la necesidad imperiosa de acción. La acción anulada o diferida en el estado de enamoramiento y reemplazada por ese conocimiento profundo de las cosas.

El tedio vital es siempre tedio y muerte, muerte en vida. Sucede por efecto de la pasión que lo sugería desde el comienzo. Nadie escapa a esa herida que agrieta el aliento, que hace invocar los versos iniciales que cita Trias Minerva que de la sangre herida haces brotar la inteligencia, que consume cada tarde, cada noche. Ni tampoco imagina el herido la cicatriz, solo lo ahoga ese aborbotamiento de la sangre y ese silencioso y nunca comprendido por quien no lo siente, tumulto, ese discurrir de la soga por la garganta. Tolstoi en La muerte de Iván Illich sugiere que toda solidaridad con un moribundo es sumamente forzada o hipócrita. El cuerpo sano se separa completamente del enfermo, no puede anudarse a el, no pude vivir lo que él. Y ese paso de agonía se practica en la mayor soledad, así como las vivencias de Gregorio Samsa al transmutarse en insecto constituyeron un misterio para la familia que ya no puede compartir esa travesía. De esas experiencias solipsistas sabe el duelo tras el desengaño, de esos naufragios interminables en que uno imagina infructuosamente que lo hundido hará resonar una sirena a lo lejos mientras se murmura a manera de práctica la plegaria de los marineros fenicios a punto de ahogarse en el mar, es conciente. La plegaria y el mar en este caso son solo espejismos.
Alejandro Dolina imaginó alguna vez el mismo problema. Manuel, el protagonista de su opereta criolla Lo que me costo el amor de Laura, había atravesado el infierno para encontrar a Laura. Ciertamente Laura no era Laura. Era una marioneta. La muerte había guiado los pasos de Manuel hasta el Bar Pampa. Todo era irreal. Una trampa. Pero al final Laura salvaba a Manuel, lo acompañaba en la muerte, lo escoltaba en el arduo destino de ser una sombra.

Hoy sin embargo la imaginación me dicta otra cosa. Es la imperiosa necesidad de actuar lo que verdaderamente redime al caído (atiendo esa bella línea de Serrano el amor se encuentra antes si se busca). El ángel que nos rescata no deja entrever una cara conocida (o su cara es la misma de otros rostros que ya hemos antevisto en sueños). Y si bien la virtud de aquel se duplica en ese mismo acto, por gracia del gesto noble, es el rescatado quien interpone la última y fundamental carta para salir del infierno: la mano estirada y la palma cortando la brisa de frente, esperando la otra palma.


Como corolario dejo estos versos:
No había espadas en el lecho
Pero sí múltiplos
De especies,
Enlazadas y en duelo,
Cuatro ojos que uno se volvían
Y el pálpito de las sombras
Replicaba el estertor de la habitación.
Uña con uña,
Uña y carne,
A la sazón esa humedad
Suavizando el azabache,
el vaivén,
el recorrido,
el planear lentamente
aterrizando en los extremos
después de saborear,
después de catar

No había espadas en el lecho
Solo el techo bajo
Que por primera vez
no oprimía
Y tu cara
en los espacios iracundos
Del cuarto,
Labios de arriba y abajo
Redescubriendo,
Cincelando
A su empacho,
La piel,
la boca,
Sin el murmullo del espacio
Entre sombra y sombra.

No había espadas en el lecho
Sino espinas
Algunas que perduran en la piel,
La verbena hecha aliento,
Hecha cuerpo,
Que abrasa la sed,
Los susurros,
El canto de una alondra pequeña
La alquimia,
Y calaba profundo hasta los huesos
El infinito vaivén,
cada cuerpo se desliza
En el otro,
Tiemblan,
Retozan,
Y se erosionan mutuamente
Sin desgastarse.
Se rozan,
Se Hieren,
Por primera vez
Exonerados de dolor.

No había espadas en el lecho
sino escaleras polvorientas
Que antecedían
Ese final,
La fiebre
que ni la brisa artificial
Puede mitigar,
Susurros,
Tiniebla filtrando los enseres,
el resquicio,
Y la ilusión del pecado
Ligeramente cubierto y exculpado
Por esa tiniebla,
Por el eco,
Por los gemidos,
El andarivel del lecho
Cuesta abajo y ligeramente arriba

No había espadas en el lecho
Ni Tristan,
ni Isolda
Solo Procusto
Esperando,
Aguardando,
Para ante el mínimo desajuste
Mutilar el error
Y así despojarlo

No había espadas en el lecho
Sino el brote de dos cuerpos
Embadurnados en sí.
Dos cuerpos
Que en la penumbra
Y el albur,
Retornan.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cantos aparecidos: Ana María Ponce




El 24 de Marzo de 2004 Nestor Kirchner acometió otro acto de justicia. Como si no bastara la recuperación del predio del Esma para franquear las puertas del infierno, auqel día leyó los poemas de Ana Maria Ponce, lolita.


Kirchner conoció a Ana María y su esposo Godoberto mientras militaban en la Federación universitaria de Revolución Nacional en La Plata. Juntos escaparon de la masacre de Ezeiza. Kirchner era, por entonces, el responsable del grupo militante y tras juntar a todos en un auto, los sacó fuera del alcance de la derecha peronista. Loli pergeñó infinidad de poemas durante su vida; no obstante y como preciosa inmortalidad, como reves del horror, solo se conservan los escritos durante su cautiverio en la Esma. Para resguradarlos se los entregó en un sótano a Graciela Daleo en un sobre naranja. En esa cerrazón que acuciaba el alma en el tembladeral sugerido por cada paso cercano o el rumor simple del silencio profundo Loli agitó su voz muda sobre las paredes. No se sabe si consiguio redimir los resquicios o las sombras. Nadie duda que de alguna manera, con el reparo de los días y el vértigo, confutó el olvido, derroto al silencio de los cuartos fríos y resurgio desde el fondo de una estrella derrotada. YTal como lo anticipaba junto a la foto de su hijo Piri " He resurgido muchas veces/ desde el fondo de las estrellas derrotadas.” o al anotar“Quiero saber cómo se ve el mundo/ me olvidé de su forma/ de su insaciable boca/ de sus destructoras manos/ me olvidé de la noche y el día/ me olvidé de las calles recorridas” (...) “y estoy, a pesar de todo esto/ a pesar de no creerlo/ estoy juntando unas palabras/ unas infieles palabras/ que me dejen recordar/ cómo podría verse el mundo”


¿Que saben ellos Loli de tu muerte? ¿Qué saben de la vida? Nosotros que no conocemos la cifra de tu muerte, en tus versos a traves del tiempo, conocemos el esplendor invencible de tu vida...


Espero
que no me preguntes que espero
Atrás el silencio no quiere
contestarme
las preguntas de la vida
que le hago cada día
Vivo,
vivo y espero
no me preguntes que espero
que tento el alma tan dolida,
que me duele el cuerpo
encerrado
que los ojos se cansan
mirando una [...]
que cayó en el suelo
con una taza de café
con un cigarrillo
mirando pasar las horas
vivo,
vivo pensando
y no quiero,
no quiero más el dolor,
ni [...] tiempo detenido,
ni [...] lágrimas
que [...] entrego
pero vivo,
vivo
y espero.

Aún espero
Que el silencio me devuelva
tu voz
que tu sombra me entregue
tu cuerpo.
Que el aire me haga
respirarte,
que esta muerte demorada
me de tu vida,
que la lluvie enfríe
mi cuerpo
para sentir tu calor
de nuevo
Que la noche te traiga,
para amarme
Que mis palabras te enciendan
los ojos
Que mis pensamientos te busquen
donde estuviste
y ya no estás
Que el tiempo se mude de planeta
para quedarnos los dos
como antes
Que haya una esperanza
eso es lo que quiero
en definitiva decir
que quedó algo para decirme
que estás vivo
pero no estás.


Ana María Ponce (1952 -¿1978?). Poeta nacida en la provincia de San Luis; desaparecida en Bueno Aires. Estudió en la Escuela Normal de su provincia natal, y en la Universidad Nacional de La Plata cursó Historia y Literatura en la Facultad de Humanidades. Militó en la JP y en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional. Detenida en 1977 por fuerzas de la Marina es trasladada a la ESMA. Sus poemas, escritos en cautiverio, se conocen porque la poeta los había entregado a una compañera de detención, sobreviviente de este centro de exterminio. Su verso es llano, de metáfora precisa, como si se pudiera palpar, donde en medio de la angustia que trasuntan, siempre permanece -y pone en valor- la esperanza de la libertad como máxima aspiración humana. Algunas de sus poesías fueron publicadas en "Palabra viva"; hay un poemario editado en 2004 que recoge toda su producción pero desconocemos su título.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Amor a primera vista

Es interesante pensar que todo ya ha pasado, de alguna manera u otra y que como individuos solo asistimos a las escenas diferidas de una trama de eventos ya resueltos. Asistimos a la expectación lo que ha sucedido sin ser capaces de interponer alegatos u objeciones. Miramos con horror o alegría, con resignación o con estupefacción lo inevitable. El poema de Wislawa Szymborska refiere de modo misterioso esa anticipación, conocida solamente por la voz de los versos. Algo cuyas señales se manifiestan de forma adecuadamente incomprensible para los mortales. Pero, sin embargo, allí están. La idea de que todo principio es una continuación permite la justicia de abolir las despedidas para refutar, aunque sea por un momento, que este universo está lleno de ausencias y solo una buena noticia. Esa noticia la relata en verso Wislawa.

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

Wislawa Symborska

Poeta y ensayista polaca nacida en Kórnik, Poznan, en 1923.
Vive en Cracovia desde que su familia se trasladó allí en 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian, dedicándose desde entonces al ejercicio literario.
Con su primera publicación "Busco la palabra" en 1945, seguida de "Por eso vivimos" en 1952 y "Preguntas planteadas a una misma" en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. "Apelación al Yeti" en 1957, "Sal" en 1962,"En el puente" en 1986, "Fin y principio" en 1993 y "De la muerte sin exagerar" en 1996, contienen parte de su restante obra.
Ha sido galardonada con importantes premios entre los que se destacan, Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963, Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995 y Premio Nobel de Literatura 1996. Recibió además el título de Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Desollando al León


El primer trabajo que Euristeo le impuso a Heracles consistió en matar al león de Nemea cuya piel convenientemente gruesa lo hacia inerme a la flecha, la espada y la lanza. Para lograr su cometido Hércules lo condujo hasta su cueva de dos entradas, clausuró una de ellas y le metió un brazo por la garganta para estrangularlo. El problema luego se presentó al momento de desollar al león. Siendo su piel invulnerable esta cuestión se tornaba insoluble. A Heracles se le apareció Atenea para dictarle la solución. Las garras del león debían ser lo suficientemente poderosas como para atravesar su propia piel. Nadie -le aseguró- es lo suficientemente fuerte para resistirse a sí mismo, a su potencialidad implícita.

En los últimos años todos repetían el mismo dictamen. Se había transformado en un clise y como tal operaba al igual que aquello que enunciaba sobre lo inconciente, preformando los alcances y las formas de los consumos culturales pero sobre todo la orientación de dichas preferencias. Imaginemos la forma ardua de una pesadilla, una noche febril, indeterminada, donde la voluntad se guía por pautas siempre iguales y solamente en apariencias diversas en cuanto a la forma particular asumida en cada sujeto. Esa trama conformaba los barrotes de una prisión. Uno se sabía en ella. Los sentidos, los límites, la oscuridad sugerían lo exiguo, y tal vez, sugirieran el rumor de otros distritos, de otras callecitas poco iluminadas donde hay un fragor ajeno, difuso. Imaginemos uno sol perpetuo tras el cual no puede verse mas allá. Y en ese más allá se presiente con desesperación la forma, el olor, la severidad de los barrotes finos y ajustados. Con los ojos dilatados uno recorre esos andurriales. Con cierto desvelo. Inútil desvelo. A lo lejos sigue escuchando eses coro. Parce acercarse y alejarse. Los habitantes de ese barrio sabíamos en que consistían los murmullos. Eran voces familiares. Voces de cuna. Pero estaban los barrotes. Éramos conscientes de ellos. Como anuncie, los presentíamos. No se sabía dónde estaban ni qué forma tenían. Algunos afirmaban que cercaban determinados límites más allá de ese sol de frente aunque no supiéramos que había mas allá de él, ni cuál era su especificidad.

Mucho se hablo de ello. De la derrota cultural. Muy pocos, sin embargo ,sabían que era. Ni tampoco podían vislumbrar la forma de abordarla y confutar su acción. Los más optimistas sosteníamos que se trataba de una cuestión de tiempo y paciente deconstrucción. Generación tras generación imbuida en la grandiosa y fascinante tarea de revertir el propósito del oscurantismo. Marchar pese al ardor que ese enorme astro le profería a los ojos y remontar los parajes ocultos tras su resplandor. A sabiendas o no la tarea implicaba quedar ciego ¿Cuánto tiempo podrían soportar los peregrinos la marcha con los ojos fijos a la furiosa estela lumínica de ese sol? No obstante, y como siempre, la solución era apresurada. Se requería más que el sacrificio, el martirologio. Había ahora otras alternativas. Como suele suceder la resolución se encontraba en el mismo objeto. Porque ¿Quién aseguraba mas allá del presentimiento la existencia inequívoca de esos barrotes? ¿Cómo cruzarlos si no conocíamos sus formas o sus alcance? ¿Cómo franquearlos si habríamos quedado ciegos, maltrechos antes de llegar? En el caso de la derrota cultural moldeada por la concentración mediática -su causa y consecuencia- la clave estaba en ella misma. Siempre estuvo allí. La ilusoria oscuridad que en los distritos contiguos escondía a aquellas voces no era oscuridad realmente sino el espejismo de ese sol cuya fuerza ocultaba a los ojos, la muchedumbre en las calles ajenas a los andurriales que transitábamos. Bastaba entonces con soslayar la potencia del astro. Tal vez no mirarlo de frente y avanzar hacia las callecitas alejadas. Tal vez protegerse con algún instrumento capaz de desvirtuar la potencia de sus efectos (un espejo). Y mientras tanto pensar en el sol, en su merma. Claro: el debilitamiento de ese sol como el de todos los soles requiere el paso del tiempo. También es imprescindible no aminorar la marcha hacia los barriales que invisibilizó. Hacia aquellos rumores de antaño.

Mientras el sol se extingue y marchamos eludiendo sus efectos, mientras tomamos de la mano a otros que vivían en esa misma fiebre o pesadilla, mientras sostenemos con firmeza los espejos y los temibles y feroces haces de luz regresan al sol, emulemos a Heracles, y por consejo de nuestra Atenea personal, para desollar al león usemos sus propias garras.

No permitas

No permitas que tu cuerpo
caiga en el vacío de la hondonada
en mitad de un sol de noche
que quema los labios
ni que una espada en el lecho
te cuartee la piel y la carne.

No permitas que te ciegue un espejismo
como lente perpetuo, amalgamado
ni cenizas mustias en mitad de la luna
envuelta por la noche y sus libéluas.

No permitas que el llanto
te erize los párpados
cuando sangra la noche
y las mujeres cantan sus verdades desnudas
enlutando tu cuerpo
dilatando el rigor de tus pasos.

No permitas que el destino
sirva de excusa,
ni la cobardía,
ni el olvido
porque cada una de sus omisiones
te nombre,
te exalte.

No permitas que te permitan
andar por vida
como si la memoria matara en vida
o la vida muriera en la memoria.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Peronómetro

Gentileza alcanzada por una compañera de La Cámpora de Entre Rios


domingo, 7 de noviembre de 2010

Brinhild (A Ulrica)



"Sé que ya estaba enamorado de Ulrica;
no hubiera deseado a mi lado
ninguna otra persona."

Ulrica, El libro de Arena. Jorge Luis Borges



Sobre los enseres
arreciaba la nieve,
la sombra discurría
Entre los resquicios del aposento,
Se iba la noche y la primera mañana,
Se diluía la sucesión y el sueño
En el estremeciento de tus muslos,
En el amor y su promesa.

De tu boca,
Del susurro,
Emergió la frágil esperanza
De lo eterno.
Provisoria como la fécula,
Fluyendo hacia los ingenuos espejos
Que duplicaban el lecho,
Los movimientos,
Las caricias,
Eran mortuorias,
Con cierto aire a despedida.
Pues proseguirás el viaje,
Porque tan solo mi regazo
Era un descanso del vértigo,
El imprescindible permiso
otorgado a toda buena discípula
de Ibsen.
Y no serías mi Anna perdida
Y encontrada
Sino viceversa,
retornarías a las muchedumbres de Londres
a las vigilas perdidas
a las noches de azar y muerte
a un largo peregrinar,
inmemorial,
donde yo paso por una esquina
y tu por la opuesta,
y sin voltear.

jueves, 4 de noviembre de 2010

GRACIAS

He escuchado decir gracias muchas veces en mi vida. A veces como un formalismo, cosa que suelo evitar en la medida de lo posible. La he escuchado por gestos pequeños, por mantener la puerta abierta, por ceder un privilegio o una bagatela. Y la democracia de la palabra no puede abarcar, imponiendo la justa medida de las cosas, la extensión que en cada momento adquiere. Porque es, en principio, una palabra estrecha. Escueta palabra. Minúscula. Insufieciente. No siempre lo que decimos se parece a nosotros comentaba Borges por allí y desafortunadamente la mayor parte de las veces el epiteto no reemplaza el gesto, ni abarca la hondura de lo que sentimos, ni ayuda a la comprensión cabal de los efectos. Cuando el 2 de septimebre se promulgó la norma de nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final una vez mas, pronunciar gracias volvió a ser insuficiente. Como en los gestos pequeños que te rescatan este, inconmensurable, épico ¡sí, épico! disipador del terror y la incomodidad de los días anteriores a la elección presidencial del 2003 con la candidatura del otrora dos veces presidente, ese gesto solo esa fé sola, me hizo saber hasta qué extremo gracias solo es un convencionalismo mas en una urdibre de actos que lo encumbran y le devuelven su imperio.




domingo, 31 de octubre de 2010

"Y yo te diría, no sé,
que las cosas van a marchar bien,
te mostraría el futuro, la borra del café,
con ángeles y estrellas,
noches, milongas
e historias, ¿recuerdas?, que hablan
de viejos amantes que crecen,
que dudan y esperan
su turno mientras anochece
y el mundo se enferma."








La ciega brisa se cobija
en el lugar vacío de tus pasos
que apadrinaban los nuestros,
con un murmullo en el aliento,
con los ojos fijos al camino
y la memoria.

La infamia filtrará ese espacio
libre de tus manos,
de las caricias sugeridas
por tu presencia.

Ya no hay guardián, ni padre
que nos exonere del olvido
a fuerza de declamaciones
y de la justa proporción de las cosas,
nadie apuntalando la ficción de futuro
enmarcada en el paso cotidiano,
en el mero presente,
rasgando la orfandad,
devolviendo a cada lugar su sitio,
a cada buey su palenque.

La frialdad de tu rostro en la postal
no apaga el escozor que en la piel
causó la virilidad de tu fulgor,
no nos exonera de pestañear,
y como solo el arrojo
suele impresionar,
suele conmover,
tu figura cala hasta los huesos,
y algo queda de ti en mis lágrimas
y en el espejo,
y la rueca que hace que duermas,
mientras declinan las tardes
y los amaneceres nos sustraen
del vértigo de sabernos inmortales.

Porque por un momento
nos hiciste creer lo imposible,
no hiciste creer que no estamos solos
ni somos pobres,
ni que el destino nos depara
la indiferencia de los astros.
Contigo cerca
la justicia,
la huidiza utopía,
condescendían a nuestra presencia
nos hacían lugar en su anodino Partenón.

Como el puñal de la primera luz
con la ferocidad que golpea las retinas
a cada uno devolviste
el desvelo de aquel sol más allá de la Caverna
aun cuando tantos elijan pestañar
o directamente cerrar los ojos.
No importa.
¡Y lo juro!
no cometo herejía cuando al pasar
lamento la pérdida de un padre
y cuando las otras tres despedidas
las personales e inmediatas,
las de la patria chica,
vuelven a doler en ti.

Un cierto aire de irrealidad
algo que me dicta la imposibilidad
del carácter irreversible
sostiene el polvo del recuerdo
tu sonrisa y el latir de tu voz
dando cabida a orgullos y rencores
y hacia los costados
en las orillas
en las ondas de mi prendedor
en los miles de rostros que enjugaron su llanto
frente a la cruz recostada
que dispensaron sus gritos
para aquietar la rigurosidad nueva de tu ausencia,
en los pliegues,
en cada bandera,
no voy a poder prescindir de tu fantasma
la imagen del hombre y su lección implícita
del desafío impuesto a mi vida
de tu Voluntad
de tu amorosa imaginación.

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