martes, 16 de diciembre de 2008

Queridos amigos de este rincón insondable, vacío, coterraneo, no quería desagotar viejas páginas, ni mermar los suspiros de primaveras muertas.
Argüí que no es vistoso remediar ausencias con promesas de ansias, embebiendo con sangre y luz las esquirlas del tiempo y la memoria.
Descubrí en estos versos la posibilidad de mitigar estas desidias. De brindar un anhelo mas exiguo y, a la vez, más escurridizo, como un hechizo al que hay que andarlo de puntillas para no romperlo, para no difuminarlo en lo insípido, para creer y celebrarlo a luz de una estrella, al amparo de la sombra.


UTOPÍAS


Cómo voy a creer / dijo el fulano
que el mundo se quedó sin utopías
cómo voy a creer
que la esperanza es un olvido
o que el placer una tristeza


cómo voy a creer / dijo el fulano
que el universo es una ruina
aunque lo sea
o que la muerte es el silencio
aunque lo sea


cómo voy a creer
que el horizonte es la frontera
que el mar es nadie
que la noche es nada


cómo voy a creer / dijo el fulano
que tu cuerpo / mengana
no es algo más de lo que palpo
o que tu amor
ese remoto amor que me destinas
no es el desnudo de tus ojos
la parsimonia de tus manos



cómo voy a creer / mengana austral
que sos tan sólo lo que miro
acaricio o penetro
cómo voy a creer / dijo el fulano
que la útopia ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sos mi utopía.




Mario Benedetti

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Estracto de una entrevista Jorge Luis Borges para la revista Gente del 15 de Diciembre de 1983


"La elección del 30 de Octubre es una decisión que ha tomado el pueblo argentino. La decisión de salir de la pesadilla, de volver a la cordura, de volver al buen sentido, de trabajar y al deseo de vivir en paz. Creo que Alfonsín tiene las mejores intenciones, pero le va a resultar muy difícil. Ciertamente no le envidio la presidencia, además no entiendo nada de política. Quizá sea un error suponer que los gobiernos pueden resolver todo, más ahora con una situación tan intrincada en este país. Ha sido destrozado, está en agonía. Resultará muy difícil reconstruirlo.Pero también hay que rescatar que ahora podemos tratar con un gobierno que va a condescender al diálogo. Tendremos un Congreso donde se va a discutir. En cambio venimos de siete años con personas autoritarias e inexplicables. Insensatos que no admitieron posibilidad de diálogo.


Creo que nuestro deber es este Gobierno y la democracia sean duraderos. Creo que antes no teníamos derecho a la esperanza. Ahora tenemos el deber de la esperanza. En cuanto a mí, hace un mes el derecho a la esperanza era imposible. Podía profesarla pero era una hipocresía. No creía en ella. Ahora podemos usar esa hermosa palabra: esperanza, con sinceridad o sea a lo que corresponde, a lo que sentimos. Antes significaba un acto de fe. Pero supongo que para que todo se arregle, tendremos que esperar unos años.Y las cosas no se pueden modificar de un día para el otro, la gente está pensando en términos de días o de meses. Eso es absurdo. Todo esto será muy lento.


El nuevo Gobierno no debe olvidarse del pasado
. Debe actuarse dentro de la ley. Que la justicia no sea impaciente. Recuerdo una frase de Almafuerte: "Sólo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada". Es una frase un poco triste. Pero en este caso si no se hiciera justicia es una forma de complicidad. O un modo de congraciarse con los culpables. Creo que esa justicia tiene que ser pública. Lo que ha ocurrido aquí es realmente terrible. Cuando Hitler resolvió perseguir a los judíos, eso se hizo públicamente. Aquí todo se hizo clandestinamente. Creo que uno de los mayores defectos argentinos es la hipocresía: no importa que las cosas sucedan. Lo importante es que no se sepa.No creo que la gente haya votado a Alfonsín, pensando en Alfonsín. Se ha pensado más bien, en el buen sentido, en la cordura, no en una persona. Aunque esa persona haya sido una providencia.



Yo le agradezco a Alfonsín que exista, pero no creo que ese voto haya sido para él. Nadie pensó, al votar, en Alem ni en Yrigoyen. Se ha votado pensando en la salvación de la patria. Además, no creo que Alfonsín quiera que piensen en él personalmente. Aquí tenemos esa mala costumbre de los líderes.El mensaje que les dearía a todos los argentinos es que esperen, pero sin impaciencia. Es el único modo de conservarnos, sin desesperarnos. Que sean pacientes y fríos. Creo que todos sabemos que nos esperan años muy difíciles, pero hay una meta. Nada es imposible. Yo personalmente me siento muy feliz. Desde el 30 de octubre, siempre digo que ocurrió un milagro. Pero al mismo tiempo, sé que esa felicidad mía tiene que ser paciente.



N.A.: No puedo añadir mas. Anhelo si existe el paraíso o si la precaución de Atilio de Giovanni se cumple, recordarme junto a estas palabras y el hombre que las pronunció, mirandole a los ojos, compartiendo un café o recitando aquel pasaje de Walt Whitman "no tengo ni catedra, ni iglesia ni filosofía, no llevo a ningún hombre a la mesa tendida, a la biblioteca o a la bolsa. Pero a cada uno de vosotros hombre o mujer lo llevo a una cumbre"
Se que nos acompañaran el Dante, mi abuelo, Don Astor y las tantas mujers anónimas que nos han enseñado de revoluciones y fatigas.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mas allá del amanecer...


-Pero ése era su destino. Crecer y hacerse hombre.

—¡Ya lo sé! Pero qué grande era antes y cuán pequeño es ahora. Cerami dice que la continuación natural de Pinocho es La metamorfosis de Kafka, aquel chiquillo volverá a transformarse pero esta vez en un insecto. Pinocho muere y con él muere la Belleza; y la Belleza, como dice Shakespeare, atrae a los ladrones y los asesinos más que el oro. De hecho, todos quieren matarlo.

Entrevista a Roberto Benigni. Clarín, 18 de febrero de 2001



Si el hada Turchina agitase una vez más su vara y el niño se convirtiese en un insecto gigante y extraño, no quisiera pagar el precio de ser salvado.
Si una mañana despierto entre la neblina y el ensueño de la lluvia, abarrotando los cristales dormidos de mi habitación, golpea la ventana de mi cuarto y mas allá la cerrazón del invierno, reclama mi presencia mermada por la sucesión y los desengaños, no quiero ser salvado
Hubiese sido esplendido morir como un muñeco ¿Cierto? Y afirmar que en aquel entonces era tan grande y ahora tan pequeño, tan asustadizo e insignificante.


Hasta arribar a la Pirámide de Mayo hace una semana recorrí varios puntos del centro. Iba ensimismado, fustigando la acera, recordando pasados superfluos, imaginando a Hinton en la variable de modificar las escenas del tiempo. Y ese fluir de asueto que tienen las esquinas, esperaba de mi mano una novedad, una voz, que no sabía, ni podía darles. Iba al encuentro de un colega, el tano, con el que habíamos pautado una cita. Mi bendita impuntualidad hizo que nos desencontráramos y las serpientes y los muros que a la zaga seguían mis pasos dilataron aun mas mi llegada. De la serpiente ya no hablaré pues ha seguido camino hacia otros parajes más delicados de América: a Jacotenango Antiguo o a una vieja pieza de Quetzacoalt. Los muros de azul troquelados me siguen secretamente. Aun sostengo que las calles de Buenos Aires en ese calor lánguido, aúnan ciertos callejones desiertos y, en ellos, la esperanza es compartida por ninfas, espectros y aquel viejo geniecillo de Puck.


Mi colega seguía esperando y yo perdido no rebatí mi vieja costumbre de llegar tarde a los sitios que frecuento. En el camino, de paso, prefiguraba mis excusas. Aunque sabía perfectamente que eran superfluas como las milagrosas platicas con el ahora desconocido Alberto Levingston en la puerta de la facultad. Eso es exquisito. Por alguna razón me desvié del camino a conciencia de lo anterior. Solía sucederme en el barrio, en las callejuelas que lindaban la estación, en la época en que esta era la llanura redonda y reconcentrada de Wilde, y los vecinos me saludaban de torre a torre sin rejas. En aquel entonces tampoco era puntual y también solía perderme. El caso es que eludí el encuentro; siempre hay razones inconcientes y cierta voluntad que acaba por resarcir esa intuición, cuando uno la trae a colación en charlas o explicaciones. Pero de mi impuntualidad ya se han quejado tanto que evitare referir más alegatos o disculpas.


El recorrido o el desencuentro me llevó a mi lugar preferido, allí en la Pirámide de Mayo donde de refilón vi (y presagié) los vidrios rotos, los caballos, el estruendo de una secreta torre y miles de almas trémulas sacudidas por las descargas de aviones y espectros que se exhibían desde los balcones. Pise los eternos arquetipos de los pañuelos ye hice de una vez la ronda como lo hizo mi hermana, mi abuela o mi madre. Allí no me canso de anclar la mirada hacia abajo. Cuento las piedras, intuyo los triángulos que la naturaleza nos niega, derrapo en múltiples asuetos y múltiples colores que se reflejan contra el sol del mediodía.

Ese sueño o esa fiebre fue interrumpida por los murmullos y la voz en parlante de unos animadores que algo conmemoraban o exigían o exhortaban…no lo se bien o no lo supe entonces. Me acerque hasta ellos, sin ánimos de nada, y el rumor de la música aumentaba y observé una fila de bailarinas de faldas de color marrón oscuro y ribetes rojos que acompañaban los estrépitos y una vieja melodía se colaba por los aires que habían surcado los recodos de la plaza. La gente de la organización pronto se presento otra vez como si atendiesen el llamado de mi presencia. Se trataba de un acto de concientización a favor de persona con capacidades diferentes, en reclamo de sus derechos, de su existencia, básicamente en una ciudad en que se privilegian otros derechos menos solidarios, más numerosos. Vi a una serie de muchachos que se reían y bailaban en aquel momento al compás de la cueca, de la zamba y me vi a mí parado como una estaca frente a ellos.

La primera impresión fue la de alguien que encuentra algo que ha perdido hace mucho tiempo (o que, en mi caso, se resiste a perderlo del todo), algo que no puede nombrar ni cifrar, la esquirla de un pasado que ya ni se tolera como pasado. Ellos reían, cantaban, se agitaban como trémulos, sin control, sin mirar a los costados y yo seguía inmóvil mirando demasiado de soslayo, sin poder reproducir palabra. En cierto momento empecé a aplaudir y a seguirlos con la mirada con el propósito de que me contagiaran algo de esa dicha secreta. El primer impulso, acto continuo, fue agitar las manos y aplaudir y encontrar en ese aire y en esa agitación un rostro, un llanto que enjugué hace ya mucho, por nada. Uno de los niños se me acercó y me miró con sorpresa y noté que aquel tendría apenas unos años menos que yo y yo era tan ínfimo….
Rehuí, entonces, la vista con cierta vergüenza como si hubiese cometido una falta indecible, como si hubiese mirado mi cuerpo de madera desde fuera con resignación y aplomo. Solo pude, y lo admito con intima desaprobación, sonreírme torpemente, hacer un ademán para acariciarle la frente, huir de esa escena y refugiarme frente al escenario para contemplar el resto de las presentaciones, mientras miraba de reojo, con un arrebato furibundo, con la melancolía que me invade durante los atardeceres de invierno al resto la gracia de aquellos seres que yo ya ni recuerdo en mi.

Seguía observando de soslayo y seguí absorto en cuestiones vanas. El muro azul troquelado continuaba suspendido en mi mochila y la serpiente se arrastraba (conjeturo) en medio de suelo andino hasta Guajira y luego a Santa Isabel.
La continuación natural bien se sabe: el niño deja de serlo para ser un insecto como Gregorio Samsa, el postrer Pinocho.

Me es difícil creer que esta nueva metamorfosis tiene como fin salvarnos, mas bien nos cobra el precio consabido por el favor de Turchina. Ejecuta la letra chica de la cláusula. Pero al cabo, Turchina que nos salva, nos condena. Al cabo, nos depara un destino y una exigencia feroz. Y al cabo, yo no quiero salvarme, pese a los consejos o las suplicas de Turchina. Por mas gritos que emprenda por mas instancias de objeciones y reparos.
Y la noche que ella venga a presagiar con su vara el fausto gesto de mi salvación, preferiré morir ahorcado mirando en un espejo la nariz en punta crecida, el sombrero y el traje floreado. No lo se…no lo se… probablemente, acaso, Turchina ya operó en mí de un modo silencioso y mágico como acostumbra. Tal vez para evitar que me muera de pena (algo de eso sospeche en Plaza de Mayo). Pero si de algún modo misterioso, si por alguna conjura de muerte o de redención eludo el destino de Samsa, tal vez el tiempo y los muros y las alas que se agitan en plena avenida, sean un presagio propio de eternidad o de fatiga.

Tal vez sea una esperanza colectiva siempre inminente, siempre joven...
Si el hada Turchina viene a salvarme díganle que al cabo no quiero ser salvado. Que la noche será larga y el destino, una isla al girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

Consideraciones de Ocurre...

Si bien, Ocurre.. fue escrito un tanto después que Acerca... cuestiones misteriosas han querido que conste anterior a ese intento de formulación de interrogantes,que abarca tanto y descifra tan poco, tal vez por que su cometido era incitar la curiosidad y el deseo de resolución de otros.
Como fuere Ocurre adolece del mismo procedimiento que Ya ves: dos o tres epítetos afortunados que se derivan de otras composiciones poéticas; estimadas como nuestras por el uso o el discurrir del tiempo.
No obstante el énfasis aquí no está en esas variantes de la sucesión sino en vislumbrar el caracter incompatible de dos rostros (a veces me pregunto, y los versos me incitan a la inquisición, si los dos rostros no son uno y la transposición de imágenes no sugiere unidad mas que disidencia).
Ocurre... sucede de manera imprevisble y es mas bien un pálpito de naturaleza recursiva. Y, aunque me he podido reconocer en las figuras que se contraponen, acaso no he acertado en desdoblar los dos ejemplares que dictan esta composición. Advertí entonces que la pieza prefigura un solo rostro y otro, acaso simbólico, que en realidad poco se parece a aquel pero que a los fines de excitar estos versos se intuyen unánimes.
Menudo procedimiento: tal vez la explicación mas cabal sea la de la máscara. El rostro siempre es el mismo pero es secreto, inconcebible, solo vemos lo que este quiere que veamos y el término último de aquel enigma acaso sea descubrir esa cara verdadera pues con cada exaltación, con cada prueba que pasamos, una nueva máscara cae y estamos mas cerca de descubrir el verdadero cariz de esa figura.
Tambien sabemos que la postrera máscara es el fin y el cese para el caminante...

lunes, 8 de diciembre de 2008

Acerca de la edición Misceláneas de La metamorfosis y otros cuentos





"El hombre le tiene miedo al tiempo, pero el tiempo les tiene miedo a las pirámides..."


Proverbio árabe


"Que yo tambien comparto los mismos miedos, tambien busco una cinta para atar el tiempo"

Ismael Serrano


¿Cómo pude no sentir que la eternidad anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio esplendido que nos libra , de manera siquiera fugaz de la intolerable opresión de lo sucesivo?


Jorge Luis Borges




Son las tres de la madrugada y me cuesta conciliar el sueño; algo común desde hace un tiempo.

Estoy en el living. El cafe está recien hecho y sobre el mantel se derraman las cenizas del segundo cigarrillo de la noche. Al costado, casi sobre el recodo de la misma mesa, consta un ejemplar de la metamorfosis de Kafka. Me mira azorado, mientras escribo sobre la pantalla plana con caracteres sin tinta y sin la proverbial mano derecha que en otras jornadas se empeñara en cifrar, sin mayores resultados, la página perfecta. Lo vigilo de soslayo, cada vez que vacilo; la portada verde, el grosor variable e indefinido, acaban por desviar repetidamente mi atención, por dilapidarla. ¡Se que no es excusa!; siempre, acaso, he sido distraído y por tal, mi inteligencia ha mermado bastante. A veces, pienso que esa desgracia me ha salvado de indecibles dificultades. Algun día contaré por qué. Lo cierto es que el libro no me deja en paz o , y esto es lo mas probable, mi ejercicio literario adolece de cierto pesar, de muerte y de hastío. La melodía de fondo, en breves compases unánimes, me remite otra vez a Kafka.


El buen Franz era un hombre sumamente angustiado. Borges lo refiere en innumerables disertaciones pero la mas ilustrativa nos remite al prólogo de El informe de Brodie acaso aqui como indicio literario "Los últimos relatos de Kipling fueron no menos laberíntícos y angustiosos que los de Kafka o los de James, a los que sin duda superan."
y lo alude una vez mas cuando refiere a Der process como una de la novelas mas prolíficas del siglo pasado. Aun así no pretendo argumentar la preeminencia de Kafka en el pedestal de los hombres imbuidos de una pesada carga que, cualquiera puede vindicar como interna, pero en muchos casos proviene de hechos exógenos.


La angustia, como el amor o el ejercicio demócratico, es patrimonio común. Poetas, hombres políticos y pesimistas son la esmerada máscara de individuos específicos.
No obstante, cabe una distinción: la principal y mas insoslayable angustia es, si no me engaño, la que genera el paso del tiempo. Mas allá de la opinión de los nihilistas ( de la que me desligo sin muchas reticencias) del barrio o de los torpes polemistas que sancionan este temor como prejuicio burgues, prodigando, cínicamente, el consabido alegato de la felicidad de los años plenamente vividos. Por desgracia se engañan a sí mismos y suele suceder que quienes la ignoran, la sufren aun mas a veces de un modo secreto.

Hace algun tiempo, Quino la iustraba desde una de sus estupendas piezas: una serie secuencial que muestra las variaciones que la edad depara a cada ser; uno de los personajes de la caricatura señala que el verdadero enemigo es el tiempo (y la muerte). Y vale decir que acierta el pleno. Aunque a este respecto Don miguel de Unamuno lo explica, acaso, mejor que yo.


La otra curiosidad radica en la relación entre un autor con su obra. ¿Solo un espíritu turbado como el de Kafka puede recrear las acciones de El Proceso? ¿Qué valor tiene, entonces, la afirmación acertada de que El proceso es una anticipación de la irracionalidad política y social de los años ulteriores a su publicación? El sinuoso paraje laberíntico de los relatos de Kafka prefiguran la cierta derivación de un repertorio de desleltades sociales que advierte dos dimensiones: la personal y la social. Las variantes singulares del estado de cosas se constituye como artífice en el sentido de prodigar los elementos indispensables para la obra kafkiana; esas unidades colisionan, luego, con las impresiones del propio Kafka que dependen de su característica física y mental en la asimilación de las condiciones generales, a través de diversos factores intermedios que actuan a manera de filtro y reformulación. Las huellas de Kafka son, pues, las huellas de todos los hombres que le precedieron y las de él mismo. Su obra, un artificio singular que bien corresponde a la lógica burguesa científica que cimenta el sistema judicial, o bien, a los horrores de pesadillas, de la fiebre o el espanto, de las noches interminables en Praga.


Recuerdo que cuando acabé la lectura de La metamorfosis (aun no había llegado a La condena que figura en el mismo ejemplar) solo pude pensar en la premisa de Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich o la de Richard Sennet en Carne y piedra: el enajenamiento ante el dolor ajeno y la idea de que la agonía se erige como el paraje mas solitario que el hombre recorre, a conciencia de su soledad y de la incomprensión cabal del resto. No obstante, es el ineludible destino de los hombres y mujeres que también poseen el recuerdo de otras agonías y de su amargo sabor a despedida recurrente, interminable. Hombres y mujeres que no lograron acompañarla y que a su momento tampoco serán comprendidos . Esta sensación es la de Gregorio Samsa y la de Kafka. La certeza de una fatalidad percibida por todos, acatada por algunos y comprendida únicamente por el individuo situado en el sino de la tempestad, solo y ya abatido...


Un artista del trapecio (obra que cierra la edición) es, a su vez, la culminacion de lo que Camus en palabras de Savater nos ahorró con su muerte joven, las dimisiones de la vejez .


He cavilado mucho respecto del valor de las reminiscencias que mi ejercicio literario habilita; a veces esa prudencia ha sido mas reveladora que cualquier confesión, digna de ser escrutada por la paciencia y sus deudos. He inferido que cualquier deseo de ocultar las impresiones vivas del artista suscita indicios cabales y suscintos; murmullos que las líneas vociferan y que los puntos y las comas y las construcciones verbales acaban por gritar a los que recorren esos enigmas inscriptos a voluntades ocultas y timoratas.


El café me aguarda, ahora, con resignación. A la cansada fachada del libro ya no le interesa este inconcebible prodigio de abastracción e indolencia frente al monitor. Ya son casi las cinco. Repentinamente se me viene la frase de Aristóteles, basa cierto trabajo discográfico español. Colijo que en esta noche la esperanza es el desafortunado amante que aguarda solo en una mustia habitación de hotel de la calle Jean Jaurés. Yo sigo despierto y soñando.


N.A.: En días últimos he aprendido que lo mas terrible no es el paso del tiempo, pese a la línea miserable en las noches buscaba afirmarse en la sustancia fugitiva del tiempo (Jorge Luis Borges, El milagro secreto; 1943) y como esa sucesión y ese tiempo llevaban a Jaromir Hladik a la muerte y la inmortalidad de Los enemigos y del exámen de las exquisitas fuentes judías de Jakob Boheme, lo tétrico es traicionar esa sustancia y, en ella, la dimisión de cada uno de nosotros.
A la luz de esto parece premonitoria la cita de Savater acerca de Camus, uno de los pocos que alzó su voz ante los nacientes regímenes fascistas europeos y luego nos ahorró las dimisiones de la vejez. Nunca nos traicionó, ni a nosotros ni a sí mismo.
Supongo que cuando lo encontremos (inconcebible hoy, sino es en sueños), sostendrá su mirada ante nosotros para buscar, en nuestros ojos, su espejo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Ocurre...

Ocurre a veces cuando absorto,
Contemplo al rostro que odio,
que lo cubre el infame murmullo
de horas vanas
De la razón,
Y en los umbrales yacen
retazos harapientos de triángulos diáfanos
Y rústicos zapatos de punta,
paraguas de dias grises
Probos,
Refulgiendo al albur de la espada desvainada.

Ocurre a veces, cuando absorto
Contemplo el rostro que amo,
Los trémulos charcos tambalean
Y de bruces cruje
la soledad indomita de la acera;
tus ojos castaños centellean
cubriendo de vergüenzas
los rostros cobardes,
cuya voz
desconocen los muros, la empalizada
o el monumento.


Un gélido crujido
Que Dilapida la esperanza y el hálito,
el pulmón ensombrecido por la nieve,
Y severos círculos
pueblan las casas antaño de canallas
Y de espectros con cuerpos
Mustios e imprecisos.

Ocurre a veces cuando absorto
Contemplo el rostro que odio,
Las luces palpitan
Y repaso mis huellas cansadas
Aferrándome a las paredes,
A las barras, a las nubes púrpuras
Del instante próximo al ocaso.

Ocurre a veces cuando absorto
Contemplo el rostro que odio,
Que mi alma despilfarra incienzos
Y la sonrisa se desangra en un estruendo siniestro ,
Entre inifugos postes verdes
Y tripas y cuchillos translucidos
Que discurren por terraplenes hechos de barro y cal.

Ocurre a veces cuando absorto
Contemplo el rostro que amo
Que la vida intuye de antemano
Las heridas,
Y la cicatriz que besada
Se funde a la sangre,
En labios penetra,
Y en labios,
un ligero instante de eternidad acata.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Final alternativo

“Se que un día todo cambiará, un día las cosas serán diferentes… no sé cuando; espero que mas pronto que tarde pero un día, el muchacho la encontrará en el asiento de enfrente, se acercará a ella y le hará la pregunta que siempre le hace al final de la canción y un día… todo será diferente. Un día, ella se levantará de su asiento, sosteniéndole la mirada, se acercará a él y un día le responderá de forma muy diferente a como lo hace en la canción…” de Recuerdo, Ismael serrano

No sé como empezó todo, si me lo contaron, lo escuché o lo viví. Ignoro que pasó antes, incluso nada me asegura si hubo un antes. Mucho no importa. Me cuentan que la vio, una tarde en la boca del subte en Madrid o en Buenos Aires. Que parecía una espiga huérfana en medio de la ciudad, luminosa y triste, con la mirada sombría. Se paseaba por la acera sin rumbo. Y acaso los transeúntes que fluían del sol como esquirlas moribundas, la atropellaban con furibunda impaciencia. El la vio, sí la vio, en todo su esplendor entre ese oleaje irracional, mustio, absorta o perdida y es que comprendió que todos estamos perdidos en la ciudad a la búsqueda de quien sabe que…. Asuetos de memoria, transidos, locos…entre ese fragor la vio y sé que comenzó a seguirla por la calle hasta la boca de otra estación del subte. Sin perder detalle contempló sus pasos que se derrumbaban en la acera y suscitaba la vergüenza de cientos y cientos de adoquines negligentes y opacos. Sus ojos como perlas de sol. Su pelo azabache que le traía el recuerdo del incienso y la verbena.
Tomaron juntos el subte al centro pero ella... ella no le vió. En verdad, no veía a nadie. Parecía cansada, lánguida, inmersa en un mar de aparente calma a punto de estallar. Y en el tiempo que duró ese viaje miles de pensamientos cruzaron por su mente ¿y si le hablaba? ¿ qué le diría? La excusa de un presentimiento o de un augurio era casi ridícula. Pero hay casos que son así, en el que uno ve a alguien o conversa dos palabras o se equivoca de numero y ella esta ahí y uno lo sabe y cierta nostalgia inconcebible por el pasado aparece; un pasado conjetural. ¿Nunca les ha sucedido?... Que creen que un detalle, una línea de su cara, les trae una sucesión, una idea, una fortuna y se preguntan si existen los amores a primera vista, pero… ¿es que acaso hay otros?

Ella se bajó en la ultima parada, en el centro de la ciudad y otra vez vio surgir extraños y miradas y cantos inmemoriales que emergen de lo bajo del asfalto seco. Él la siguió…la siguió por el parque, cuidando derramar su sombra fuera de los canteros prohibidos. Ella entró en una tienda de discos y él, desde el cristal del escaparate, la espió admirando tapas y aquellas viejas partituras del Cancionero. Continuó hasta una esquina y hasta un bar y hasta un enorme edificio marrón donde, luego, pudo adivinar que trabajaba. Y él a la zaga. Ella entró al edificio y durante seis horas se quedó junto a la puerta principal esperándola. No cejó de meditar acerca de si debía decirle algo, algo ingenioso o algo concreto. Bueno… mira, me has llamado la atención y puesto que soy muy distaído necesito tenerte a mi lado para no perder la memoria de tus detalles o aquello de si no me conoces, no vas a poder darte nunca el lujo de olvidarme. Pero era probable que aquella mujer no se interesara ni por su memoria, ni por el lujo. Se quedó entonces esperándola a la salida. Taciturno, vigilando cada egreso hasta que, al fin, salió. La persiguió otra vez. Anochecía. Ese remanso de la noche muerta no lo agotó sino que incitó su esfuerzo y su devoción. Se atrincheró en la puerta de su casa y al dia siguiente…y al siguiente…y al siguiente, la volvió a seguir hasta el trabajo. Ciertamente ella había notado su presencia. Advirtió que indagaba sus pasos y cada rato podía verlo ir por detrás en el subte, en la tienda, en el parque. Comenzó a sentir cierto temor, como es normal cuando un tipo desconocido te sigue. En el centro comercial, aterrada, llamó a la policía y le echaron y le rompieron la cara tres veces pero ¡que joder! él volvía a entrar y guardaba para sí el la melodía acompasada de sus huellas. Y así prosiguió tras ella. Pasaba horas frente a la ventana de su casa, con sol y con lluvia. A veces, ella se asomaba a la ventana y le encontraba ahí inmóvil, adormeciendo el cristal de su ventana, de pie ante el aguacero completamente empapado. Seguía ahí parado y ella le miraba cada vez con más frecuencia. No cejaba de seguirla. Cada dia aguardaba en la puerta del trabajo. Y volvía con ella hasta su casa. Los fines de semana la veía salir en distintos autos y volver a la madrugada. Los días festivos se marchaba días enteros pero al regresar el estaba ahí. Los días mansos corrieron y el perseveraba en esa empresa. Cada vez mas convencido, cada vez mas enamorado de esa presencia y ella se acostumbró, un poco, a verlo cada día. A que la aguardara y escudriñara su silueta y sus olores y su aliento, en la puerta del edificio marrón, de su casa, en la boca del subte, en el parque donde leía novelas de bolsillo, durante la hora del almuerzo, en la tienda de discos mas allá del escaparate, en el centro comercial donde la policía lo miraba raro y lo marcaban. Donde ella estaba, el estaba sin decir nada, sin pedir nada. Y esa rutina inundó la vida de ella y se tornó, un tanto habitual, no monótona.

Hasta que un dia el desapareció. Ya no lo vio ni en el parque, ni en la puerta del edificio marrón, ni en el centro comercial, ni arrojando pétalos de flores sobre el dintel de su puerta, ni detrás del escaparate de la tienda de discos, ni en el centro comercial. Los días de lluvia miraba por la ventana y no le hallaba. Los días de sol parecían opacos; algo faltaba frente a su casa. Y pasaron los días, y los árboles de la callecita continua morían y el humo devoraba la ciudad pero el no apareció. Ella comenzó a preocuparse y pensó ¿donde estará? ¿le habrá sucedido algo? ¿Donde, donde estará?...
Contrató, entonces, a un profesional para que lo buscara. Le dio las señas, le proporcionó datos de cómo se vestía, su apariencia, su cadencia…

Los meses pasaron hasta que el detective llegó a la casa de ella con un papel y una dirección. Ella tomó el papel. Era rugoso como rosa marchita de primavera. Se dirigió a la dirección anotada allí. Arribó a una pensión un tanto mugrienta. El vaho se confundía con las tinieblas en aquel lugar y probablemente fueran una y todas las tinieblas. Preguntó por aquel dando algún detalle. El encargado le señaló la habitación y ella caminó un tanto trémula, devorando cada centímetro de pasillo, dubitativa y voluntariosa, a la vez. Las travesías suelen tener eso... verdad… sobre todo aquellas que estimamos conocidas y misteriosas como paradoja irresuelta. La puerta estaba abierta y el dormía tendido en la cama. Ella lo miró, reconociéndole de inmediato. Tomo una silla que estaba junto a la mesita de luz y se sentó. Espero y espero…mentalmente intentaba determinar que le diría… ¿como justificaría su presencia allí? ¿Como explicar la pulsión que la había llevado hasta allí, la curiosidad? ¿O, si acaso, no fuera curiosidad y era otra cosa? ¿Acostumbramiento tal vez? ¿o deseo?, deseo de que estuviera donde ella estaba, que le extrañaba de un modo misterioso o la ingenua sensación de algo le faltaba y no sabia muy bien qué…
Pasaron las horas. Finalmente él abrió los ojos. Se vieron por primera vez, esta vez...
De los labios de ella no salió palabra alguna. El la contempló, inclinó levemente la cabeza hacia donde estaba ella y la silla y, suavemente ,murmuró, mientras oscuridad y la noche cubrían los cristales y los pormenores de la habitación, el muro y la mesa…el murmuró…murmuró…te estaba esperando… ¿por qué tardaste tanto?...

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