martes, 31 de marzo de 2009

LILIANA

Hace ya mucho tiempo, el Hombre, durante las largas noches de invierno, afilaba y pulía una piedra dentro de su cueva. Y después, cuando se fundieron las nieves, pidió al viejo roble una de sus ramas. Entonces, el hombre malvado fabricó un hacha y, con ella, hizo astillas el árbol indefenso.

Al ver aquella maldad, los árboles, horrorizados, subieron a la cima de la montaña y allí se juntaron formando un pueblo fuerte y libre. Así nació el Bosque.
Los Gnomos juraron ser siempre los fieles guardianes del Bosque y se refugiaron en el interior de la Tierra. Pero, cuando descubrieron el primer diamante, desearon poseer más y acumular muchos tesoros, y de esta manera los habitantes del Bosque perdieron a los pequeños genios que los protegían. Sólo tres Gnomos, Flok, Mik y Puk, permanecieron fieles a su juramento porque amaban todas las cosas vivas: todo lo que crece y florece, lo que canta y ríe, lo que brota y renace.


Año tras año, el Bosque despertaba del sueño del invierno y reverdecían los árboles. Mientras tanto, los tres Gnomos escribían juntos el libro que recoge su historia.
Una tarde, al ponerse el sol, Flok oyó un llanto muy triste y quiso saber de quién procedía.
No muy lejos de allí, encontró a la avispa Zumba, que había quedado atrapada en una inmensa telaraña.
—¡Oh, buen Flok, sálvame! ¡La araña está lejos, pero volverá enseguida! — exclamó la prisionera.
Después de mucho pensarlo, Flok se compadeció y la liberó.
—Gracias, y de ahora en adelante cuenta siempre conmigo! — dijo la avispa al emprender el vuelo.
Mitad feliz, mitad triste, mientras Flok pensaba si había actuado bien o mal, vio que algo se movía en la superficie del estanque que formaba un remanso del río.
Flok fue a explicar a sus compañeros lo que le había sucedido con la avispa Zumba. Mik y Puk le reprendieron, ya que al ayudar a la avispa había perjudicado a la araña y había alterado así, el buen orden y el equilibrio del Bosque. Sin embargo, Flok les dijo que, gracias a ello, había visto algo extraordinario, aunque no sabía de qué se trataba.
Los tres juntos, descendieron aquella noche al estanque para ver qué era lo que se movía sobre el agua. De repente, oyeron una voz que decía:
—¡Flok, caiga sobre ti el peso de tu traición! Has roto mi telar, toda mi labor. ¡Que el mal caiga sobre ti, Flok! ¡Soy yo, la araña, quien te maldice!
Al nacer el día, los tres Gnomos vieron surgir del estanque la más bella criatura que, ni en sueños, habían podido imaginar.
El prudente Flok, haciendo un gran esfuerzo, dijo:
—¡Visión maravillosa! Quienquiera que seas, el viejo Flok te saluda y te da la bienvenida en nombre del Bosque. Pero dinos quién eres y de dónde vienes.
—Nací en el fondo del agua, donde no llega el Sol y el Viento nada puede mover, donde el silencio es música, donde todo sueña y se mueve lentamente. Soy hermana de los lirios y mi nombre es Liliana.


Desde aquel día, los tres Gnomos no pensaron más que en permanecer junto a aquel ser recién llegado. No se acordaron ya del Bosque ni de su juramento, pues su única tarea consistía en adorar a Liliana.
Una hermosa mañana de abril, Flok y Mik tuvieron el mismo pensamiento y, sin ningún tipo de compasión, Mik arrancó la flor más perfecta… y Flok atrapó una espléndida mariposa. Liliana aceptó, halagada, aquellos presentes. Con los pétalos de la flor muerta se hizo un vestido, y con las alas de la mariposa adornó su espalda.
Nadie escuchó los lamentos de agonía de las dos víctimas, sólo Puk, con las manos vacías se dio cuenta y sufrió. El sensible Puk sentía una gran tristeza por la flor rota y la mariposa sin alas. Pero, a su vez, él también quería ofrecer un regalo a Liliana.


Puk, pensativo, llegó al estanque donde croaban las ranas. Entonces, las reunió y les hizo aprender su canción de amor y, rodeando el palacio de Liliana, el viscoso orfeón inició su canto.
Flok y Mik se echaron a reír, burlándose del concierto y del compositor. Y Puk les respondió sin perder la calma:
No me duele hacer reír. Puede que la música y los versos que he escrito sean malos, pero, al menos, no cuestan vidas.
De esta manera, mientras Liliana miraba sonriente, se rompió la amistad de los tres Gnomos y comenzó la amarga rivalidad.


Después de aquel día, una mañana en que, como todas, los tres Gnomos, bajaban al estanque por caminos diferentes, oyeron, de pronto, voces y risas: era Liliana que escuchaba complacida las palabras de Flor de Lino, el rey de los elfos.
¿Qué haces sola en el Bosque, sola en el estanque? ¡Ven al valle, ven a la vida, ven con los elfos, a mi reino de amor! Allí se canta, se ríe y se baila, tanto a la luz de la luna, como a pleno sol.
Y de una brazada, Flor de Lino sentó a Liliana en su hombro y remontando el vuelo, se elevó hacia el cielo.
Flok, Mik y Puk pasaron muchos días esperando y esperando… Un mismo amor los había separado y, ahora, un mismo dolor volvía a unirlos.
Y llegó Fobia, la liebre, quien plantándose ante ellos, con voz que la rabia y el miedo hacía temblar, les dijo:
—Bosque, ¿dónde están tus valientes defensores? ¡El Hombre está dentro del Bosque! ¡Y lleva consigo el arma de rayo y de muerte!
De un salto se levantaron los tres Gnomos y, cogiéndose de las manos, gritaron:
—¡El Bosque está en peligro! ¡Unámonos por nuestra patria! ¡Todos para uno y uno para todos!
Se oyó entonces un fuerte zumbido.
Y Flok vio a Zumba, la avispa:
—¡Bienvenida, Zumba! — exclamó contento — ¡Si un día fuiste causa del mal, que ahora el mal se convierta en bien! Convoca al pueblo del aguijón. El Bosque está en peligro.
Poco después, se extendió una nube pavorosa que lanzaba rugidos de muerte. Era el ejército de los aguijones, los soldados de Flok, de Mik y de Puk: un desfile de avispas, abejas, abejorros y mosquitos, todos avanzando como una gran legión.
—¡Contra él! — gritaron todos a una.

Y todo el ejército se abalanzó sobre el Hombre que, vencido, se alejó para siempre.
Así renació la paz y, con ella, el gozo de vivir. Volvieron los otoños y las primaveras. Y los Gnomos volvieron a ser lo que habían sido antes: los fieles guardianes del Bosque.
Y si viajando por sus profundidades os dejan ver su Gran Libro, no busquéis en sus páginas la historia de Liliana. No está allí. Ni siquiera su nombre ha quedado escrito en él.






Narrador: Joan Manuel Serrat

Texto de Josep Dolcet y Llorenç Caballero - Música de Salvador Brotons

Basado en un poema de Apel.les Mestres

martes, 17 de marzo de 2009

Hace aproximadamente un año yo deambulaba por los pasillos de la Escuela de Mecánica de la Armada, devenida en el espacio de la memoria, buscando los restos de un pasado conjetural. Se sucedían en mi memoria rostros de fuego y mi pecho constreñido por un vacío que nada traía advertía en esos espacios formas, estelas, lágrimas e incienso, un aroma de vientre y el candor de los helechos que alguna vez atestiguaron mi infancia en ciertas regiones del oeste del conurbano.
Caminaba sonámbulo entre las sombras de un documental proyectado o las siluetas que sugerían la oscuridad; caminaba tratando de incitar el preludio de cierta imaginación que después sería imprecisa. Como siempre me sucede, me fue imposible referir algo de aquello hasta mucho después y no sin referencias ajenas.
Acabé en Plaza de Mayo observando otro crepúsculo que a mi memoria no será igual que los otros tantos que son uno y el mismo. Conjeturé, melancólicamente, que lo inminente es quizás el hecho estético más relevante, que no escribimos acerca de otra cosa. Posteriormente supe que ese ejercicio en que se descubre lo que alguna vez llegará, nos remite a esa idea. El trabajo, entonces, ya está hecho. Su correlato material es solo ardua cuestión del transcurso ambiguo e indeclinable de la sucesión



A la generación del setenta

“Hay una dignidad que el
vencedor nunca conocerá”



Viejos entredichos, entreveros interminables (circunstanciales o voluntarios), claudican a la sombra de la epopeya, magnificente y perspicua, de Buenos Aires al sur. Diré con timorata precaución que estas calles guarecen la sombra mítica y que, tras las lentas filas de lánguidos adoquines, filtrados en el barro indómito, la humedad ya no es humedad y el tiempo superfluo de la pampa, de los alambrados importados, de la huella, discurre incesante sin temor de olvido.


Hará treinta años la generación que no fue le generación de mis padres, ni la de los padres de mis padres, sino de prodigios insomnes, de espectros no vanos, imbuidos por una eternidad imparcial, celebraron el cíclico espectáculo de la rebeldía. En ese halito compartido, nuestro país alcanzo acaso la gloria de su historia, o germen de historia; gloria escamoteada por los avatares oligárquicos desde la trenza de mil ochocientos noventa, condensada luego por la restauración del treinta. ¿Qué decir a esa generación violentamente desalojada de los eventos sucesivos? ¿Qué prometerle? Todo ditirambo es de por si una afrenta, por su carácter accesorio y meramente simbólico. Sin embargo yo, con módico terror, por obra de escaso ingenio, la emprendo, ya solitario y perdido.


No caeré en el error, no poco frecuente, de asociar su gesta a la impronta de un momento ya conjetural para la intelección, pues la demarcación temporal de los hechos es abstracción clasificatoria, ni siquiera en el harto enlodado juicio de los apologistas de turno, que nada implican con sus actos a las convicciones registradas por su voz. Básteme emitir una breve sentencia (sentencia de hombre universal, muy ajeno de sí mismo y a su tiempo), evitando hurtar el contenido del movimiento popular fragmentario, impreciso y, a la vez, impostergable para la conciencia, flagrante para el testigo. Ignorar estas verdades equivaldría a omitir voluntariamente la vasta repetición de aquellos, bajo otros nombres, bajo otras constricciones.


Me atrevo primeramente a afirmar que ellos no arrumbaron el pasado como nosotros. Mi pestilente generación reniega de su pasado: con cierta sorna desdeña el necesario eslabón de los instantes y se asume en un mundo filtrado por instancias demasiado ajenas a lo inmediato de su consecución en el transcurso vital. Tampoco consideraron fetiche o anodina la idea de los primeros partidarios de la utopía y resistieron el embate incomprensible de la enajenación sistemática por parte del estado, la destrucción del sistema productivo, la adaptación a un modelo indeclinable de predominancia política. Cabe decir que los rasgos de la resistencia son siempre nobles. No existen movimientos de resistencia que no estén vinculados a la noción de cierta innegable dignidad del guerrero que aplaca la furibunda ofensiva de su enemigo.


Los antiguos egipcios, por obra conquistadores, pagaron con creces el precio de ser los continuos generadores de la resistencia, con la perdida de su propia dinámica cultural, la imagen desdibujada del conquistador y el dominio. La epopeya de Constantinopla vindica los esfuerzos de los amurallados cristianos frente a los turcos y nos lega la imagen del presagio en cierta luna menguante (señal de caída, de ocaso imperial). Ciertamente una de las objeciones más directas a este razonamiento sea la muñida creencia de que las resistencias no adolecen de otro destino que la derrota, pues de estar en condiciones de acechar un golpe mortal, seria ataque. A esto cabe responder que cuántas resistencias han tomado el incomodo disfraz del ataque y cuantas también han trocado este derecho legitimo a poner coto al avallasamiento de la vida por los despropósitos que iniciaron el impulso de toda resistencia.
La generación de hace tres décadas fue el presagio de la luna menguante, su signo opuesto. De las cenizas del imperio de Constantino, renació el cristianismo ortodoxo (y poco cristiano)
¿Quien nos niega que a la vuelta de las generaciones esa particular urdimbre de la caída y la perpetuación, sinónima ya del iluminismo no es también la forma de una Argentina que perdimos y recuperamos a un mismo tiempo?
Que las vindicaciones son hipócritas y vacías, se acepta como curso natural de una derrota profundísima tras un golpe artero.


No obstante, la conjetura de un refucilo no anónimo, intelegido por la conciencia no esquematizada por los tiempos pasados y venideros, hiere la conciencia de mi generación, absorta por ahora en si misma y, conciente de la conciencia reticente, inmersa en la oscuridad de las eras.
Somos medias luces compartidas buscándonos mutuamente. Los encuentros en espacios finitos registran el tiempo que insume la cobertura total del territorio.

lunes, 16 de marzo de 2009

Improvisé en medio del espanto
El resabio inevitable de tu huida
Entre el humo timorato y oscuro
De luciérnagas henchidas de naufragios.
Retrato de Tinogasta en plena plena vigilia
y en plena caída

Observé la anchura de tus ojos
Los presagios, el colirio,
Los dinteles sucumbir al imperio
De la noche alicaída.

Pero todo declino en murmullos
En el grito ahogado en mi pecho
Torpes marejadas, putrefactas
Por palabras amonedadas y dormidas
En el sínodo de la garganta.

Contemplé la estela de un espectro
Que silente pasó, atravesando
La garra fatal del rincón solitario
Y apenas sedicente, con gesto solidario,
Me arranco la herida.

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