miércoles, 9 de febrero de 2011

lunes, 31 de enero de 2011

Omnipresente


¿Qué es lo que tanto irrita a propios y ajenos? Diversas cosas. Catálogo inútil el enumerar las motivaciones de la anomia entre mis pares, los opuestos y la contracara de aquellos. A mí en lo particular hay algo que me subleva. No desde ahora. Quizá desde siempre, pero hoy con incisos mucho mas prístinos a la hora de especificar tal desagrado. Todo se ancla en la certeza concomitante a la omnipresencia de los cánones culturales dominantes para juzgar el valor de los hechos sociales. De todos y de cada uno. De manera que cada circunstancia se halle atravesada por los patrones de sojuzgamiento habituales, procedentes de una concepción cultural que penetra cada uno de los puntos de la red en que circulan los poderes fácticos. Porque si ese poder-siguiendo a Foucault- se halla difuminado en un entramado infinito, bien puede cristalizarse en la convergencia de los componentes ideológicos del bloque hegemónico de las fuerzas sociales. Dicha congregación se registra hasta en el reflejo más pequeño de la conducta de todos nosotros.

El vigoroso embate de esa conciencia omnipresente es la hacedora de los prejuicios más estrafalarios que sostenemos con el rigor de un aficionado a los avatares lúdicos de lo social. Pero se encuentra allí con mayor o menor nivel de desafuero de acuerdo al mayor menor nivel de sospecha de su poseedor. Cabe decir que poder enunciar su estadía en determinados arrebatos equivaldría a mitigarla. No obstante este proceso no es ni total ni siquiera inequívoco. Por lo tanto convengamos que la reacción ante la evidencia de esos atisbos de ideas consensuadas y manufacturadas en otros lugares y por intereses inconfesables, no puede ser menos que la confirmación de ellas.

Noto en lo particular que así nos movemos. Con un espasmo respingoso ante las mas absurdas y aleladas diatribas cuya importancia debería ser menor de no ser porque la conformación del espacio cultural es terreno sembrado por la clase dominante abonado desde hace mucho por las corporaciones, en la proyección y molde de los ideales culturales y de consumo de la sociedad. Y contra ello no hay victorias, ni siquiera parciales, sino acciones de bloqueo. De otra manera no se podría entender la reacción de los bienpensantes y actuantes del oficio periodístico que consagran tertulias y noches eternas a debatir las supuestas contradicciones (o erratas) de una representante de los movimientos sociales como Milagro Sala. De allí, además, se desprende una forma de hacer periodismo hoy. Comportamiento del oficio que por otra parte no es caprichoso. Para nada. Claramente responde al albur de la convergencia de los prejuicios manufacturados por la conciencia dominante y dispersos en cada uno de los impulsos y sujetos sociales como señal irrefutable de la omnipresencia de esa lógica dominante en el campo cultural, político y social. Supone que existe un público ante la noticia redactada por Perfil y tributaria de su estilo ampuloso y bufonesco a más no poder, que interceptara la refutación o, mejor, despliega los arsenales de una batalla cultural en la que cada movimiento reclama del adversario el propio, develando desatinos en el discurso monolítico de las corporaciones mediáticas y de paso mellando la permanencia de ciertas paradojas que aun en el propio bando no se hallan resueltas o bien formuladas. Acciones de bloqueo entonces por debajo de las cuales se despliega el verdadero trabajo periodístico, de difusión, investigación, indagación y comparecencia de datos documentados.

La presencia de Milagro Sala en el Conrad sin este contexto sería un dato menor de la realidad. Una controversia que ni si quiera es tal, salvo en la mala leche de los comunicadores del grupo o Fontevecchia que con artificioso recurso plástico de cincel radicaliza las vertientes mas rastreras de la exclusión social y el prejuicio de clase, solicitando una respuesta conjunta del otro lado, en parte por la asociación de Milagro con el proyecto Nacional y Popular pero mas que nada por la rapacidad de la artimaña. Cabe preguntarse: ¿Cuál es el incontrastable punto a partir del cual es necesaria la réplica? Uno es conocido y ya la hemos formulado parcialmente: los medios hegemónicos (y la conciencia dominante omnipresente) organizan la agenda propia y ajena, aun la de sus contrincantes y aun con su resistencia ante la conciencia de este arbitrio (la substracción le es imposible). El segundo deviene de lo anterior y procede del temor ante la conjunción repentina de esos residuos, de los parámetros culturales que se hallan en todos nosotros y los en buena medida responsables de generar, aun en los partidarios del oficialismo, sus propias controversias o equívocos a al momento de defender su peculiar perspectiva. La presencia de Milagro en el Conrad puede ser abordada desde infinitas palancas para impulsar el alegato, sea justificatorio o no. Pero en última instancia carecen de sentido. Dilapidar el tiempo y sus preciosos intersticios de placer en discutir la pertinencia o no de su viaje a Punta del Este para ver un recital de Charly García, me hace recordar los debates de salón aristocrático junto a un canapé y los escones para acompañar el tecito de la tarde o un debate de gesellschaften entre caballeros cuya rutina pendula entre la abulia y sus épicas performances en los juegos de Internet. Se podría -y de hecho es necesario- poner en claro los conceptos de igualdad social y discriminar correctamente una satisfacción individual de un acción colectiva promovida por el estado, los sindicatos o ambos para promover la posibilidad de que la clase trabajadora visite o veranee en destinos impensados hasta hace unos años, que por su talante exclusivo son ponderados y abarrotados por la santísima legión de infradotados que se amontonan anualmente allí en época estival. De ello se evaluaría el valor de la comodidad personal en tal o cual ambiente de una dirigente social de la envergadura de Milagro, las razones espaciales y psicológicas de ese placer, su sentido de la oportunidad, sus verdaderas deslealtades o contrapuntos con el proyecto nacional. Todo lo demás es propio de la canalla.

miércoles, 26 de enero de 2011

La felicidad leída

Salgo momentáneamente del receso.
Borges en su Idioma de los argentinos escribió que todo es hermoso o mejor dicho todo suele ser hermoso despues. La belleza es mas fatalidad que la muerte". Y antes refiere: "ubicar la felicidad en las lejanías del tiempo y del espacio es un achaque universal y lo padecen nuestros mil y un versos a la tapera." Las dos trovas que aquí se sugieren no escpan a esto. Son dichas pasadas y por tanto ya no lo son. El recuerdo de dichas pasadas suele ser triste. Igual valen las felicidades pretéritas que los desengaños presentes.

Me atrevo a disentir en estos dos casos, no por fuerza de razón sino por argumentos dispares. Los versos consignados aquí valen para el momento en que cada cosa estuvo allí, en su lugar, en su cabalidad material. Si no fueron compuestos a tiempo es simplemente porque el disfrute y la literatura no son simultáneos como bien lo alegan mis pares. No obstante no ubican la felicidad en las lejanías sino en al acto de la composición (su materia expresiva es otra cosa) y sospecho que en la lectura, una dicha tristonga. Cabe preguntarse ¿por que si la felicidad no puede ser escrita salvo caso inusual, la lectura de una felicidad pasada o de una actual calamidad de acuerdo a la habilidad expresiva puede convertirse en felicidad? ¿Cabe decir que la conversión estética de los eventos desafortunados o las venturas perdidas solicitan nuestra propio goce? ¿Cuál sería la diferencia? ¿No será que al cabo esa menesterosa redención les devuelve las dichas perdidas?



En 1918 acontecieron dos sucesos afortunados: nevó por primera vez en Buenos Aires y allí por Febrero, nació en la provincia de Corrientes un tal Salvador Galarza. No obstante el natalicio, vivió la mayor parte de su juventud en Posadas. Antes de 1955, y siendo coetáneo de Eva, se emplazó a Buenos Aires despues de trabajar durante un tiempo en las cercanías de las Ruinas de San Ignacio. Fue aquí mismo donde conoció a mi abuela -otra misionera por gracia errante- nacida en Cerro Corá. Durante años se desempeñó como obrero metalúrgico en la malogarada Cantábrica, hoy cementerio legado por el neoliberalismo cíclico de nuestras pampas. Mi infancia está marcada por su voz que según me cuentan (yo no recuerdo con nitidez) conservaba una acento muy particular y marcado. Para mí, en cambio, hablaba como porteño, o mas bien, su acento era mi percepción de la voz familiar y querida. Por ello creo que, a veces, pese a mis giros eminentemente del puerto, alguno por ahí me pregunta por dónde nací. Los tonos de la infancia se llevan como el rastro de un hierro candente en la piel. Él falleció el 15 de Junio de 1999. Se lo llevó la guacha, dirían por ahí. Y desaparecieron la corridita, el chipá y los juegos. Ya no se arrastra el cansino aire de las siestas con ese aire irresuelto, asueto de toda malaria. El vertigo de los días se acelera con marcha de gigante y oculta en un rincón del patio una ausencia. Ahora parece que no están todas las respuestas. El aroma de las noches de verano, en el campito al aire libre de Ituzaingó repiten las sobras de otras noches y otros distritos. Nada es tan dulce como aquellas meriendas de la tarde, ni tan amargo como la pulpa del limón o la sandía del huerto. Su nombre no está en casi ninguna parte consignado. Sirva esto como un módico arrrebato al olvido; esta breve memoria que, al fin, es la inmortalidad reservada a la condición humana.



No te recuerdo pero recuerdo
la vertiginosa carrerita de tus palabras
el tono cerrado, entre guaraní y tumbero
con ese acento que para mí era la voz
que apuraba las mañanas
dándole un sentido a lo severamente cósmico
y al sinsentido de la repetición,
la cadencia que con cada giro
me devolvía la imagen conjetural
de las ruinas de San Ignacio,
la tierra en llamas,
el olor del choclo, la mandioca y el chipá
los lugares que nunca vi,
las tardes de Posadas en mis siestas.


No te recuerdo pero recuerdo
como hacías para que no derraparan las horas
en inútiles conjuras,
con el gesto cómplice y astuto
dándole ventaja a mi escaso ingenio,
a mi arrojo,
moldeando en letras ajenas los instantes,
porque entre blancas y negras
supe de paciencias y lealtades
a mirar tres pasos mas allá.

No recuerdo pero recuerdo
la fatal impericia de tu memoria
para el nombre propio,
el verte a trasluz mientras
correteaba por el barro y caía
porque en esos tiempos caer no era
gran cosa,
tu mano me auxiliaba para hacer pie
entonces los dulces fantasmas y espectros que acudían
en la penumbra arrinconada de los cuartos
se desvanecían,
mientras hoy, mas violentos,
mas crueles,
insisten en quedarse.

No te recuerdo pero recuerdo
Aquella tarde en que la noche se enraizó
definitivamente en los días
y el sol mudó su generosidad
a otros páramos.
Aun me queda la mueca perdida
los zapatos del misionerito en el lodo,
tu gesto de Discépolo, su máscara,
la idea que llevo para redimir tu pasado.
El nuestro.






A Nestor


La ciega brisa se cobija
en el lugar vacío de tus pasos
que apadrinaban los nuestros,
con un murmullo en el aliento,
con los ojos fijos al camino
y la memoria.

La infamia filtrará ese espacio
libre de tus manos,
de las caricias sugeridas
por tu presencia.

Ya no hay guardián, ni padre
que nos exonere del olvido
a fuerza de declamaciones
y de la justa proporción de las cosas,
nadie apuntalando la ficción de futuro
enmarcada en el paso cotidiano,
en el mero presente,
rasgando la orfandad,
devolviendo a cada lugar su sitio,
a cada buey su palenque.

La frialdad de tu rostro en la postal
no apaga el escozor que en la piel
causó la virilidad de tu fulgor,
no nos exonera de pestañear,
y como solo el arrojo
suele impresionar,
suele conmover,
tu figura cala hasta los huesos,
y algo queda de ti en mis lágrimas
y en el espejo,
y la rueca que hace que duermas,
mientras declinan las tardes
y los amaneceres nos sustraen
del vértigo de sabernos inmortales.

Porque por un momento
nos hiciste creer lo imposible,
no hiciste creer que no estamos solos
ni somos pobres,
ni que el destino nos depara
la indiferencia de los astros.
Contigo cerca
la justicia,
la huidiza utopía,
condescendían a nuestra presencia
nos hacían lugar en su anodino Partenón.

Como el puñal de la primera luz
con la ferocidad que golpea las retinas
a cada uno devolviste
el desvelo de aquel sol más allá de la Caverna
aun cuando tantos elijan pestañar
o directamente cerrar los ojos.
No importa.
¡Y lo juro!
no cometo herejía cuando al pasar
lamento la pérdida de un padre
y cuando las otras tres despedidas
las personales e inmediatas,
las de la patria chica,
vuelven a doler en ti.

Un cierto aire de irrealidad
algo que me dicta la imposibilidad
del carácter irreversible
sostiene el polvo del recuerdo
tu sonrisa y el latir de tu voz
dando cabida a orgullos y rencores
y hacia los costados
en las orillas
en las ondas de mi prendedor
en los miles de rostros que enjugaron su llanto
frente a la cruz recostada
que dispensaron sus gritos
para aquietar la rigurosidad nueva de tu ausencia,
en los pliegues,
en cada bandera,
no voy a poder prescindir de tu fantasma
la imagen del hombre y su lección implícita
del desafío impuesto a mi vida
de tu Voluntad
de tu amorosa imaginación.

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