domingo, 31 de octubre de 2010

"Y yo te diría, no sé,
que las cosas van a marchar bien,
te mostraría el futuro, la borra del café,
con ángeles y estrellas,
noches, milongas
e historias, ¿recuerdas?, que hablan
de viejos amantes que crecen,
que dudan y esperan
su turno mientras anochece
y el mundo se enferma."








La ciega brisa se cobija
en el lugar vacío de tus pasos
que apadrinaban los nuestros,
con un murmullo en el aliento,
con los ojos fijos al camino
y la memoria.

La infamia filtrará ese espacio
libre de tus manos,
de las caricias sugeridas
por tu presencia.

Ya no hay guardián, ni padre
que nos exonere del olvido
a fuerza de declamaciones
y de la justa proporción de las cosas,
nadie apuntalando la ficción de futuro
enmarcada en el paso cotidiano,
en el mero presente,
rasgando la orfandad,
devolviendo a cada lugar su sitio,
a cada buey su palenque.

La frialdad de tu rostro en la postal
no apaga el escozor que en la piel
causó la virilidad de tu fulgor,
no nos exonera de pestañear,
y como solo el arrojo
suele impresionar,
suele conmover,
tu figura cala hasta los huesos,
y algo queda de ti en mis lágrimas
y en el espejo,
y la rueca que hace que duermas,
mientras declinan las tardes
y los amaneceres nos sustraen
del vértigo de sabernos inmortales.

Porque por un momento
nos hiciste creer lo imposible,
no hiciste creer que no estamos solos
ni somos pobres,
ni que el destino nos depara
la indiferencia de los astros.
Contigo cerca
la justicia,
la huidiza utopía,
condescendían a nuestra presencia
nos hacían lugar en su anodino Partenón.

Como el puñal de la primera luz
con la ferocidad que golpea las retinas
a cada uno devolviste
el desvelo de aquel sol más allá de la Caverna
aun cuando tantos elijan pestañar
o directamente cerrar los ojos.
No importa.
¡Y lo juro!
no cometo herejía cuando al pasar
lamento la pérdida de un padre
y cuando las otras tres despedidas
las personales e inmediatas,
las de la patria chica,
vuelven a doler en ti.

Un cierto aire de irrealidad
algo que me dicta la imposibilidad
del carácter irreversible
sostiene el polvo del recuerdo
tu sonrisa y el latir de tu voz
dando cabida a orgullos y rencores
y hacia los costados
en las orillas
en las ondas de mi prendedor
en los miles de rostros que enjugaron su llanto
frente a la cruz recostada
que dispensaron sus gritos
para aquietar la rigurosidad nueva de tu ausencia,
en los pliegues,
en cada bandera,
no voy a poder prescindir de tu fantasma
la imagen del hombre y su lección implícita
del desafío impuesto a mi vida
de tu Voluntad
de tu amorosa imaginación.

lunes, 25 de octubre de 2010

Musas glaciales




El amor, el sentimiento amoroso -en su reverberar- se parece mucho a una contradicción. Un revoloteo incesante que brota desde las fauces del sueño febril y la pesadilla. Una circunstancia sin tiempo. Con ese laconismo se constituye, toma forma. Se torna de un elemento perteneciente al vasto orbe de la eternidad en una manifestación temporal. Se filtra por los poros y se adueña del sujeto, volviéndose un fenómeno anclado en el tiempo de lo subjetivo y provisto de su respectiva dimensión histórica. Un fenómeno sempiterno que empieza y se acaba. Y mejor así, pues cuando se sospecha que por lo menos existió, el tremebundo ocaso es morigerado por la dicha indeleble de saber que el imperfecto reflejo de esa fiebre o de esa pesadilla adquirieron los condicionantes de la temporalidad.

El enamoramiento es casi un fenómeno empírico, un hallazgo. La clave epistemológica que origina un conocimiento particular imbuido de cierta universalidad. Pero resulta que esa doble condición, prefigura la raigambre del misterio. Si la virtud del conocimiento radica en su capacidad de prever idénticos efectos de idénticas causas, el enamoramiento se resiste a ello. Porque hay bocas semejantes. Porque ciertos rasgos se comparten. Porque las mismas inquietudes mudan de rostros y se encaraman en virtud de otros senos y otros labios, pero nunca se repiten. Y uno se enamora igual. La repetición de lo particular nunca es repetición. No hay ciencia en ello. Aunque algunos, más o menos previsibles, se inclinen hacia las márgenes de una misma costa. Y esta los atraiga como un imán. Aun así, repito, nunca el lugar se repite. Un detalle sinuoso, una depresión, un médano imprevisto, distinguen al uno del otro. Las peculiaridades.

Cuentan que Isolda se enamora de Tristan en el instante en que ve (o descubre) sus ojos. Previamente, desea matarlo por ser el infame asesino de su hermano. Al momento de blandir la espada sobre el torso de Tristan, observa esos ojos. Esos ojos que la cautivan y que, para fortuna de Tristan, anulan la ejecución. Descubrimiento furtivo. Serendipia.
Como el arduo debate por las musas que se orienta, alternativamente, hacia el pulcro ejercicio de la intelección o la destilada inspiración proveniente de las hijas de Zeus, moradoras del bosque cercano a Helicón, subyace esta discusión. ¿Qué vale mas: La inteligencia que procede por descartes, renuncias, reformulaciones o el inefable, ilusorio, espectral, inconcebible, capricho de la inspiración, de lo que se filtra desde lo eterno hacia lo temporal, y nos embruja, enloquece, nos hace creer que, al igual que los incendiados, arderemos eternamente en esa pasión que solo es capullo y principio de brote? ¿Vale alguna más que la otra?

El amor por catálogo es ineficiente. Me gustan las fulanas si son A, bastante B y exuberantemente C, es una inútil fabulación. O los delirios de un ser glacial, cínico y lo suficientemente macabro. Y eso habla de la escasa pertinacia de los estimulantes provenientes de la racionalidad mecánica en los lances amorosos. Cualquiera de ellos. No hay racionalidad. El positivista, en casos así (y en todos), es un ser perverso muy parecido a un refutador de leyendas. Y es mejor huir de ellos/as.
Insensato sería, a la par, negar el componente cultural de esa primera percepción. Y lo cultural es, como se sabe, producto de una elucubración intelectual acerca de lo que puede y no ser. Incluso de lo que algunos se permiten como desvíos o atajos del comportamiento vulgar y corriente.

Las variaciones no abogan por la unicidad del sujeto; a su vez hay muchos especimenes de similares variantes. He ahí el enigma irresoluble que no admite ni siquiera el estudio aislado del caso. Eugenio Trias propone algunas respuestas en su Tratado de la pasión (la virtud de aquel, diría Aristóteles, radica mas bien en las preguntas que se formula). Allí Trias considera al amor pasión desde lo fenomenológico y se remonta al principio epistemológico que describe la naturaleza implícita en la producción del conocimiento verdadero.

El choque entre ambas dimensiones o ejes sigue vigente. Como en la cuestión de las ideas que, en la optimista imaginación de algunos filósofos de entreguerras, pertenecen a lo eterno, el amor, sospecho, también. A veces se incorpora al sujeto y se vuelve parte del curso histórico. Como dice Orlando Barone solo somos sus portadores efímeros. Las llaves del llavero, varían. El pasaje por el cual el sentimiento se filtra de lo eterno a lo temporal es el misterio. La posible conjugación de lo intangible, lo cultural y lo fisiológico.

Queda una opción más. La hipotética afinidad entre el enamoramiento y los individuos que lo adquieren. Y a la par de esta, surgirán algunas otras.
El tirano tomará, quizá, una última precaución. Y exhortará a que nadie más pregunte por qué y ante quiénes, somos los portadores efímeros de la pasión. Del enamoramiento. Algunos de nosotros no acataremos. Seguiremos acompasadamente desvelados, descubriendo la silueta de ese enigma.

jueves, 21 de octubre de 2010


Con cierto aire modesto quisiera comentar dos cosas. La primera adolece del fragor tiránico de lo emergente por lo que, si me equivoco, se me confiera cierta exoneración. Refiero el asesinato de un paisano que vivía por mi querencia, por los pagos que suelo trashumar, Mariano Ferreyra. Por ello evitaré la profecía, género que, por otra parte, suelo cultivar con muy poca suerte e incluso la socialización de las responsabilidades, la difuminación de las causas sociales de la muerte de Mariano. La cuestión pude resumirse en dos ejes que, si bien complejos en sí mismos, son a mí entender inequívocos.

Los culpables materiales de la muerte de Mariano proceden como consta en las pruebas documentadas de la Unión Ferroviaria, mediando cierta intencionalidad clara en los hechos y ,a la vez ,difusa en cuanto a su extensión. De allí la conjetura no infundada de un crimen cuya inercia no es tal. Quiero decir: el último atributo imputable es la espontaneidad de este hecho luctuoso. La exposición de la CGT como actor ineludible del cuadro político brinda un cierto marco referencial a esta reacción de sectores ligados a instrumentos de desestabilización democrática que operan en dos sentidos o, para decirlo mejor ,provienen de una tradición ligada mayormente a la coerción y la violencia física sobre los cuerpos la cual aplican periódicamente.

Paralelamente se enmarcan en el juego democrático y se amparan en los dirigentes más anodinos al movimiento nacional y popular. Actúan a manera de cuñas dentro de una estructura sindical que gravitante en torno a una serie de puntos neurálgicos en cuanto a la reivindicación del sector obrero obtuvieron una madurez y conciencia de clase capaz de llevar al poder a la fórmula Perón- Quijano en el 46. Los asesinos de Mariano no tienen nada de esa inercia. Pero actúan solapados en los sindicatos en virtud de acuerdos y estratagemas de vinculación emparentados al conservadurismo oligárquico. Y allí se vislumbra como manifestación nefasta una preocupación, excesiva si se quiere, por las individualidades en detrimento de lo colectivo entre los militantes del campo popular donde en la ilusoria escalada por la autoridad moral, se pierden de vista los modelos y los procesos sociales. Muchos militantes del campo popular adolecen de ello aun cuando consienten con el modelo y el rumbo escogido. No obstante esa tensión subyace y alimenta un albur escalofriante. En este caso puedo nombrar a Hugo Moyano. Podría estirar la lista y satisfacerme en la enumeración. Pero detenerse en las consideraciones por individuos, es verdaderamente una mezquindad imperdonable.
Yo observo. Y observo el odio que le prodigan a Moyano los medios hegemónicos y los exultantes ejecutores políticos del neoliberalismo. Observo el temor de una clase media mojigata acostumbrada a creer que el paraíso es llegar lo antes posible a casa tras el trabajo. Observo el tremendo desprecio que le prodigan los llamados peronistas disidentes (que de hecho disiden del peronismo) y sus acólitos. Oigo a Pitrola hablar de la burocracia sindical, de Moyano y del recrudecimiento de la violencia como si él fuera Tosco y Moyano, Vandor. Veo la repulsa que Moyano y el sindicalismo obrero no alineado a cierta patronal le causa a la Coalición Cívica, los radicales, Proyecto Sur y los tremebundos miopes cuya deficiencia (estoy siendo bondadoso) no les permite apuntar contra los poderes económicos porque es la dimensión a no tocar. Esa izquierda ambivalente repartidora de objeciones e infamias hacia el estado y nunca a sus posibles empleadores en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y barrio norte, no tolera a los trabajadores, no tolera la organización gremial.

Dos anécdotas son precisas al respecto. Las dos me pertenecen y hago una excepción al contarlas. Durante la toma de la Facultad de Ciencias Sociales, los partidos de izquierda, uno de ellos ligado a Pitrola, demostraron en muchos casos tener puntos ascendentes de coincidencia con la metodología y la retorica de la derecha. Esta identidad quedaba clara en las asambleas. Como la derecha reaccionaria, esta izquierda se aplaude y se festeja sola. Usufructúa la violencia física y verbal. Traiciona todo principio de solidaridad y compañerismo con el campo popular, ejecutando saltos teóricos incomprensibles (entre ellos la asimilación de Macri con el gobierno nacional entre tantas cosas). El punto culmine de esta teratología habrá sido acaso la irrupción en el Ministerio de Educación para lo cual no dudaron en enfrentarse a sus hermanos de clase enrolados en las filas de la policía. No importaba que no estuviéramos en un régimen de facto y las autoridades universitarias -independientemente del resultado- abriesen los canales de diálogo. Para ellos eso era secundario. Para ellos la posición de fiscales del universo era y es bastante cómoda pues el compromiso exige enlodarse, equivocarse y no siempre estar dispuesto a la reacción primaria. Y ayer demostraron sus voceros faltándole el respeto a la memoria de Mariano, su rápido interés de socializar las responsabilidades políticas hacia el gobierno nacional y su enemigo acérrimo la burocracia sindical en su conjunto, lo que equivale a decir que todos son culpables menos ellos, los puros. Mancharon la memoria de Mariano.

Otro militante se apresuró a dar por muerta a Elsa Rodríguez. Volvieron a manchar la memoria de Mariano. En esa condensación de errores inéditos y viejos deriva hoy la izquierda nacional, si cabe denominarla así debido a sus concordancias con la derecha más infame. Mariano no merece que la agrupación para la cual militaba se satisfaga en su cíclica y aberrante incomprensión de los procesos sociales y, en particular, de los gobiernos que en el seno del estado maniobran la tensión favoreciendo como se puede los intereses de sectores hasta hoy postergados.

La otra anécdota es una asamblea gremial de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires a la que asistí. Allí en la cancha de Atlanta los mismos partidos que tomaron Sociales, el Instituto Universitario Nacional de Arte esperaban a los asistentes identificados con su oposición dentro de la UTBA con bengalas, insultos y al grito de muerte de la burocracia sindical. Noté como amateur en esos foros, la imagen opuesta pero simétrica a una derecha que opera con los mismos vituperios desde la clandestinidad y el daño psicológico, desde la aplicación de la violencia institucional.

Es claro por lo demás que el desarme de los sindicatos, su degradación, solo pueden convenir a los tradicionalmente ligados a la defensa de los intereses de los factores concentrados del poder económico. Las operaciones para concitar ese objetivo se nutren de elementos de izquierda y derecha. Conjunción que, tal vez, determinó la imposibilidad de neutralizar semejante acción desintegradora sumiéndonos hace 55 años en una tragedia inacabada.
La incomprensión de los tiempos y procesos sociales, la exacerbación individual de los hombres del campo nacional y popular cuya visión no abarcaba el proyecto, las dimisiones canallescas, concretaron entonces el anhelo de la oligarquía. Uno aun cree que la izquierda actúa por equivocación, por deficiencia de interpretación. Ya no estoy tan seguro. Sin embargo Mariano no es punible por ello. La deficiencia y la incomprensión raramente radican en las bases o el sujeto.
Con todo esto aparece la imagen de la verdadera didascálica. Sectores políticos dentro del peronismo y los sindicatos que, más allá de la diferenciación por apellido, rinden tributo a los intereses de los medios concentrados y la oligarquía. Fortalecen cada vez que pueden el caos y el terror y para ello no dudan en sacrificar a algún joven militante de esa izquierda, de manera tal que el corolario sea inculpar al gobierno nacional. Hay un nombre subrepticio y paradigmático en todo esto: Eduardo Duhalde.

La aversión al proyecto kirchnerista cuyo esplendor de última hora es la participación de los trabajadores en las ganancias empresarias (sumado a las conquistas de los últimos años y el rumbo escogido) es el bastión a derribar. Y allí aparece Moyano haciendo coincidir, no tan milagrosamente, a un vasto espectro de izquierda y de derecha, provocando el desatino de ciertos militantes del campo popular para quienes el proyecto y la evolución de los tiempos no son tan relevantes como cierto purismo ficticio y la pelea pequeña.

El gobierno nacional, todos nosotros debemos procurar el esclarecimiento de este crimen y su elevación a condena judicial. Algunos cabos ya están atados. Entonces tal vez, solo tal vez , logremos soslayar los cantos de sirena de uno y otro lado que a manera de estrategia militar, harto conocida, atropella y subyuga por ambos lados y cierra la tenaza.

2

La segunda prevención se aplica a mi breve reseña de la leyenda judía que narrase el rabino. Lo digo sin temor: descreo de las moralejas. La profesión moralizante de las fábulas, las parábolas y aun de cierta narrativa edificante, me tiene sin cuidado. Y más aun cuando delimitan la virtud en cielos e infiernos; ello me sugiere un exceso de cautela y, lo que es peor aun, la arrogancia.
Ignoro en general muchas cosas. Sin embargo la leyenda del rabino no me dio la impresión de aquello que el amor pueda ser. Más bien se me dio en pensar en la mezquindad, en su tradición nefasta.
Noticias de última hora me hablan del puente Chinvat. Aquel que era ancho para los justos e imposible para los traidores, del camino elegido, del poeta y el enamorado. Llegué a la conclusión de que me gustaban más esas figuras.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mordisquito

Libélulas entre llamas


Comenta Bioy Casares que la inteligencia no suele ser un obstaculo a la felicidad sino la imaginación. Convengamos que la creación artística requiere de cierta imaginación ¡cierto! aunque no menos cierto es el hecho de que la imaginación no requiere demasiado. Se puede imaginar con poco. La inteligencia solicita alguna cosa mas. Lo estético es expresión. El goce por lo estético requiere ciertas astucias expresivas; lo fenoménico, la experiencia, es mejorada por la creación artistica. Sin embargo los instantes en que esa creación se produce son tristes. Nadie escribe siendo feliz aun cuando suponga como Stendhal o como el autor de Amor y occidente, Denis de Rougemont, que cuando uno se enamora aguza su conocimiento del mundo. Siendo esta prepocisión verdadera, cabe decir que uno no escribe, no crea, cuando experimenta pues la creación literararia es la negación de la experiencia. No obstante convierte esa experiencia en algo infinitamente mejor. Algo que no fue ni será nunca y que solo sirve al goce estético. Esa creación permite aferrarnos al hecho pero ese recuerdo es melancólico.
Resulta, en todo caso, preferible la experiencia mas que el rigor de la perfección estética. Esta colección implica estos reparos. Consiente que retornan los paraísos en la creación artística, en la evocación de la musa, pero esa evocación, a lo sumo, es penosa y triste. Consiente que no hacemos todo lo hacemos solo para componer una milonga. Consiente en que algunas manifestaciones artísticas inspiran lágrimas y dulces y melancólicos razonamientos. Consiente que Poe se equivocó al decir que la escritura de un poema es un ejercicio de la inteligencia pero tampoco acuerda con la incorporeidad griega añadiendo cada musa a un repertorio de dioses demasiado remotos. Acuerda con cierto literato de Flores y con Graves: la musa, aunque cambiante, tiene forma humana y es mas real que nada en este universo.



1

De camino hacia la Biblioteca Nacional, por Agüero, está el templo judío Tzeire Agudath Jabad. A esa altura, la calle Agüero presagia el declive, más pronunciado ya hacia la Avda del Libertador. Un pequeño cantero hacia la izquierda de la fachada del templo convida a sentarse, a contemplar el paso de los transeúntes, a perderse en el confín de las esporas esparcidas, a fumar tal cual es mi costumbre. Allí un hombre ligeramente rubicundo, de pobladas cejas y los ojos bien abiertos y mansos (luego supe que era rabino), se me acercó y adivinando un cierto y persistente pesar, me narro esta historia:

“Un relato judío cuenta que un rabino solicitó a Dios ser testigo de la apariencia del infierno. Aquel se le presentó y le obsequió la visión del averno: abrió una ventana y del otro lado avizoró un enorme banquete con personas a ambos lados de la mesa. Por desgracia, estas personas tenían los brazos demasiado largos para comer los manjares que estaban sobre el mesón. El rabino se aterró ante el cuadro y rogó a Dios atestiguar sobre la apariencia del cielo. Aquél, en su infinita misericordia, abrió otra ventana y le dijo: “he allí el cielo”. El rabino contempló sorprendido: el cielo era exactamente igual al infierno. Una mesa se extendía con personas a ambos lados; todos tenían paroxísticos brazos, pero se daban de comer unos a otros con el alimento que tenían ubicado en el extremo opuesto.”
La diferencia es el amor, concluyó.

*

Las sombras cercan el espacio inconcluso. La voz aletargada se difumina en hondos bermellones entre los espacios iracundos de un cuarto conjetural. Recién allí la penumbra cobra su instante de máximo esplendor. Los rincones se iluminan en pequeños e inmemoriales crepúsculos. Algo olvidado parece renacer. Y hay quienes se refugian en una orilla sinuosa, furtiva.
Irresuelto es el aire de los cuartos. Porque irresuelta es la eternidad sugerida en ellos. Cuando se aparta y luego retorna. Todo ello sugiere la penumbra. Aunque no lo nombre, ni lo diga, pues no hace inventarios. Como tampoco se atreve a hilvanar los retazos de las siluetas que cada tanto se esconden en ella. Quizás por pudor. Pero ¿a qué le puede temer la sombra? ¿Alguien sabe? ¿A su propia inmensidad, acaso? ¿A la certeza de su enigma o conjetura? ¿A las pasiones desatadas o al carácter efímero del paraíso que cada tanto se erige en ellos? Esto último verdaderamente carece del menor sentido. Se los juro: la penumbra no recuerda ni el nombre, ni el rostro de los amantes. Jamás. Se marcha con el ligero toque de los cuerpos, con el aire entrecortado y el gemido a dos voces. Pero no recuerda. Su silente condición evita que las murmuraciones atiborren los salones y las tertulias, que susciten el enojo de los novios oficiales y a la espera. Se acurruca entre otras sombras y, en la convergencia oscura, conserva el aroma de los rincones y el tendal de suspiros. Claro, no los ampara por demasiado tiempo. Apenas una ligera resaca, el íntimo rechinar de los dientes apretados en las noches solitarias en un cuarto de hotel.
La penumbra es por ello (y por tantas cosas mas) absolutamente generosa. La memoria es el alma de los rencores y de los gritos de justicia y de la identidad. Pero la penumbra no los necesita. Ni a los gritos de justicia, ni a los rencores, ni la identidad. Pues en su seno hubo injusticias, rencores y olvidos. Y las contempló sin el consabido juicio, sin la condena de presagiar la forma de los pliegues del rostro del impío, ni los monstruosos ojos de los ancestrales culpables. Así como observó a los dos cuerpos. Así como a la fusión inconcebible. Así como al beso dilatado y los dientes y la lengua. Todo en ella guarda la misma forma, el mismo contacto, el roce, el perfume. La atmósfera conturbada enjugando el deseo. Todo se mantiene en la penumbra por escaso tiempo. Porque la ligera huella de esos encantamientos se confunden con otros, de otras penumbras con las que se funde. Y en esa conjunción se entremezclan, se confunden y en la unidad indeclinable, precisa, trágica, ya no son (si pudieran atestiguar) ni siquiera testigos válidos, en ocasión de cifrar cada estertor percibido. Fusión tras fusión. En busca de aquella oscuridad mayor, sugerida por los espacios insondables, cósmicos y a veces interrumpida por haces de luz tan extraños como infinitesimales. En busca de ese extraño equilibrio, de esa ausencia ya anticipada por la indiferencia de los astros.


*

Estabas dormida. Completamente dormida. Te miré en silencio suplicando que mi estertor no te despertara. Que no presintieras ese júbilo quijotesco del paraíso antevisto. Que no te sirvieras de él para infringir una herida de muerte. Recordaba al amante de Daniela y sus ataques de fiebre, los amores malavenidos y tristes, el renunciamiento y al tiempo que convirtió lo imposible requerido en un estorbo. En el solar de los cuartos contiguos urgía la vida, palpitaban los enseres; afuera el cielo se derrumbaba sobre la acera y las volutas de humo sacudían los pulmones. Los mismos transeúntes ejecutaban los mismos pasos. El olor del alcohol, el aliento maltrecho y los colegiales que retozaban los primeros tramos del dia de los enamorados. Sus inicios. Y eran entonces como debían ser: ajenos a la mentira, a las dimisiones ejecutadas en los bancos de viejos parques. Eran felices sin la premonción de los antiguos amores; aun rehuían al rigor de la certeza inmediata. Caminaban sin ver más que el uno al otro y cada tanto para provocar el deseo se animaban hacia los costados y soñaban. Al hacerlo reían y soñaban con otros universos y otras manos que los apartaban en una huida. Pero solo reían, cerraban levemente los ojos y se aferraban a la mano fraterna acurrucando la cabeza contra el pecho para alzar los ojos y aguardar la llegada de los labios. Las hojarascas atraídas en forma de remolino por el viento matinal insinuaban el largo invierno y la expresión de muerte de los viejos.

Estabas dormida. La escasa luz del cuarto se concentraba en la expresión de tu rostro. Expresión neutra que no disimulaba la generosidad cóncava de tus ojos que abiertos fueron los mas redondos que alguna vez vi. ¡Hipnotizaban tan solo al primer contacto! Así, de frente, me persuadieron el mismo instante en que los vi. O mejor dicho en que no los vi. Porque lo primero que recuerdo fue el revés de la espalda y un leve atisbo de la voz. Las piernas me temblaron. Vi al viejo Caronte y el Cocito. Al Dante despidiéndose de Beatriz y ensayando unas esplendidas cuartetas, a Orfeo volteando y muriendo. Y tus ojos redondos que en aquella tarde cuando el sol filtró el cristal vociferando sus odas de muerte cíclica brillaban con la claridad de una promesa a media voz, fueron el tronar de la existencia. La promesa de un deseo inconcluso, del aliento sugerido y milagrosamente conjunto. De la fusión inconcebible de Flavio, de la uña con uña, del diente con diente.
Imaginé el beso ancestral y ese fuego en la boca que remontaba hacia los primeros pobladores del mundo. Imaginé tus muslos trémulos, el vaivén y el volar de un pájaro inmortal. Imaginé mi cuerpo encarnado en el humo del cigarro que salía de tu boca y se dispersaba en cada minúsculo detalle del universo, conquistándolo, latiendo en cada rincón, en cada melodía. Imaginé como casi siempre en estos casos que el rigor de lo eterno no sería tocado como suponía Hardy solo por los matemáticos. Y el hálito se insufló al solazar cada una de tus palabras en la mesa compartida y al sentir (casi como una antevisión de lo que vendría) tus estremecimientos, el aroma de los romances viejos entremezclados a tu perfume cotidiano, el calor de los labios como puente solícito y la mirada cautiva de un eje invisible entre tu cornea y la mía. Ahora, en esta habitación, ese misterioso anclaje se había apagado por un momento. Tu rostro dilataba la paz del cuarto. Y por única vez te vi en realidad, vi la resolución de cada pliegue, de cada imperfección y de los contornos delicados y pálidos contrastando el furioso azabache. En ese instante de descuido te halle tal como alguna deberías haber sido. Y mientras los haces de ese albor renuente que te rodeaba exaltaban ese minúsculo instante involuntario de verdad pues yo debí haber dormido u olvidado ese vistazo, tu respiración aquietaba el entorno y las libélulas se mecían en sus ecos. Tus cejas no se arqueaban y tu pelo como alguna vez te dije lo prefería, se enlazaba libre a tus hombros y filtraba al descorrer por tus sienes y el flequillo pulcramente recortado enmarcaba ese fresco final, lo circunscribía, lo ordenaba ante la visión enamorada y estupefacta. Y si alguien inquiere por el pecho y los hombros alegaré que no puedo recordarlos, solo la cara, solo la disposición perfecta de la expresión. Pues no viene al caso rememorar lo otro, porque los paraísos recordados suelen ser tristes. Y en ellos aparece la voz perspicua de Daniela en la de Massey el día en que se tomó el primer vuelo y se fue para siempre. O la de Ulrica cuando de camino a Oxford Street anunció en el minucioso canto del pájaro, su muerte. En esos precisos instantes la dicha de haber hallado en Ulrica a la Anna de De Quincey perdida entre las muchedumbres de Londres, se torna melancólica y fatal. No apagó, sin embargo, el fragor de ese relámpago que penetró cada minúsculo retazo de los muebles y se incrustó en el parqué. Ni tampoco los gemidos o el estremecimiento morigerado por el abrazo y las ansias infinitas de detener el tiempo. De retenerte allí en la cama aunque lindara la desmesura de lo absoluto, desmesura propia de ese santiamén, extinta inmediatamente después. Extinta la agitación, la posibilidad de perderse en el otro con la impunidad de las tinieblas compañeras y el vértigo de lo incierto del devenir, de morder, de saborear, de catar y planear, de delimitar y degustar y cubrir los días postreros de cierta novedad. De calar hasta los huesos el rumor y la colonia de tu cuerpo, envolviendo la vida y a sus deudos, entre susurros y desafíos, promesas e incitaciones y barricadas; aun cuando afuera el mundo prosiguiera. Y seguiría -según imaginaba- con el estremecimiento de la piel sedosa de tu cuello y mi husmear hasta la declinación de los hombros. Seguiría en el hilvanado de tu sonrisa y tu voz curiosa, inquisitoria, tras una noche de cine. Seguiría en el wasabi y el chop suey. Seguiría en la tez de los amantes desconocidos y perdidos en medio de la ciudad. Seguiría en mi anticipación, en esa esperanza desterrada de los cobijos más profundos del alma.

Estabas dormida. Completamente dormida. Te reconocí de otras que he mirado sin prestar demasiada atención. Te observé apenas un segundo y me rendí a la sugerencia, a la inventiva del sueño propio que se alimenta de tu cara, desde esa noche, en ese cuarto, en el intersticio entre lo indeclinable y real con lo efímero.
*

En vida y obra


“Hay una dignidad que
el vencedor nunca conocerá”

Mil sonidos simultáneos acaban siempre pareciendo uno. Como el unísono. Percibido quizás en la distancia. Incongruentes por demás, las diferentes variaciones resultan, a la postre, insignificantes en su gradática exposición de matices. Tal vez sea una simplificación azarosa pero no menos cierta que la naturaleza uniforme de las cosas.

Empereciendo esa monotonía, se erige la fuente. Y la fuente redime esos acordes diferenciados que el oído entrenado percibe y suele disgregarlos, hasta convertirlos en meras etiquetas que sobriamente acusan los sentidos. Tal origen y sus preguntas constituyen, al fin, un vago recuerdo. Tan ambiguo, espeso, como la traición que vindica o busca mitigar.


Cuestión de una noche. Crucial noche. Era 24 de abril de 1977. Los contendores se situaron en dos mesas distintas. No demasiado recónditas una de otra. Un metro, acaso dos, las separaba. El otro, algo más tarde, se colocaría al pie de una barra semidifusa que se perdía de vista hacia los extremos. Nunca supieron de su batalla pues ni siquiera sabían el uno del otro y aunque el espectro colectivo que reseña, o reseñará, estos hechos los figure en un mismo tablón con la mirada cejijunta y aterida, entrelazándose en un hipotético punto del universo, ningún testigo puede precisarlo con certitud. Este privilegio o tragedia no le es inherente. Nadie puede certificar nada, lo repetido como verdad conveniente a la mayoría, pierde valor pecuniario al no ser silenciado por otra verdad mejor.


Aquella noche, tras las corolas, el patio, una pileta de aguas fétidas y oscuras, el manto púrpura del atardecer discurría sobre una ciénaga y se rehusaba a difuminarse del todo. Las sombras invitaban al peregrino a perderse en un lodazal inmemorial, en una inminencia o en un suspiro.
Ambos seguían indiferentes a ese espectáculo obstinadamente recursivo. No pensaban en él como yo lo pienso. No lo pensaban, refugiados, no sin impunidad, en la indolencia de la abstracción. El destino se cifraba en cada uno de ellos. Y como los amantes potenciales habían rubricado su tacto en las mismas copas, en los mismos picaportes, en un pequeño charco enfrente de la universidad. Y sus huellas, renuentes en apariencia, habían danzado incesantemente en el sueño profundo, en cierto aljibe, en la noche y los mares. Habían besado bocas obscenamente similares y cierto estertor otoñal los invadía durante la vigilia. Los ahogaba en las múltiples calles de Buenos Aires. Los obligaba a detener el paso y a respirar bocanadas de humo que ya habían sido aspiradas en otras esquinas superfluas y casuales. Tamañas coincidencias hubiesen merecido al menos un encuentro. En otro universo, más justo, menos precario, hubiesen compartido horas vacías paladeando la lúdica inocuidad del sofismo. No mucho más. No hubiese habido dagas ni espadas. Tampoco la cadencia de los diez pasos y el fusil. O el tablero con la partida ancestral. Pero aquello es y será una soberbia entelequia.
No transcurrió demasiado hasta que el hombre apostado en la barra fue abordado por un joven rechoncho, de aire siniestro, modestamente resuelto, que se sentó en una silla contigua con ligero aire anecdótico y se dispuso hacia la ventana. El muchacho no observó esa escena (bien dicho, la observó pero no le prodigó ninguna atención).


Más allá, el patio, las corolas y la pileta de aguas enmohecidas destellaban brevemente por el brillo de un quásar lejano. Aquellos dos conversaron, y la conversación fue imprecisa, con un aire de insomnio y de quieta mansedumbre. El muchacho levantó levemente la vista hacia el extremo de la barra, sacudió la taza de café, miró el reloj con cierta esperanza y volteó hacia el cariz indómito y gris de su reflejo en el amplio paredón de vidrio. Supo inmediatamente algo de aquel encuentro del cual era testigo. Si bien no alcanzaba a oír la plática circunstancial, se percató de que ya la había escuchado. Recordaba cada palabra, aunque no pudiese hilvanar la consecuente retahíla de oraciones encadenadas y provistas de algún sentido ligeramente contextual. La esfera perteneciente a la práctica concreta le era ajena; solo presagiaba ciertos vocablos dispuestos con la necesaria autarquía para ser apenas una enumeración aleatoria. Es digno de un cínico envanecer las ilusiones pero aquellos labios presagiaban cierta derrota. Derrota inevitable. Especiosa. El observador no ignoraba que en su caída estaba a su vez el sino de otras. De infaustas y monstruosas objeciones, dobleces, revanchas. No ignoraba que su condición de hombre prevalecía ante las palabras, sus caprichos o sus risibles quehaceres restrictivos.


Y sobre el bar sobrevolaba el atento buitre verdugo de Prometeo, con el pico ensangrentado por las entrañas. El fuego atemperado por la brisa impasible de aquel verano. La llama robada sugería un castigo. Una sanción. Exige, acaso, una cadena en lo alto de la colina, un ciclo. Eso nos han dicho como prevención (cierta sorna hay en esa advertencia) Parado ante los leones de piedra sin cabeza, ciego, aquel lo antevió con otro nombre y otro sexo. Y en cierto instante, el telón espejado de vidrio unió circunstancialmente sus ojos, encandilados por el tenue reflejo de un farol exterior que vacilaba sobre la acera. No se reconocieron. El muchacho apenas se sobrecogió por la sombra de la sombra de un presagio. El hombre contuvo la respiración, suspiró con dificultad y se volvió hacia el rechoncho. Esperaba de este la revelación que definiría el carácter y los pormenores de su diligencia tres días después.


Más allá las corolas, el patio, y la piscina de aguas enmohecidas y grises, la condición de un hombre era simplificada y efímera. El hombre de la barra pagó la cuenta y el rechoncho lo saludó con cierto dejo de antipatía o desdén. El muchacho no lo siguió con la mirada, ni se percató de su ausencia posterior. Garabateo apenas unos símbolos, una m sobre un fusil, practicó la firma de su nombre verdadero -su nombre ancestral- Esteban, y escribió un poema que constaba de algunos versos, reducibles, al cabo, a una sola palabra ya olvidada. Luego marcho tranquilo.


Esteban no distinguió ningún rostro la mañana del 27 de abril de 1977 en que un comando del Tercer Cuerpo del Ejército perpetró su domicilio de Vieytes al 300, secuestrándolo en plena madrugada. No reconoció a ninguno de sus captores. Excepto unos ojos que al sacarlo violentamente de la cama lo miraron fijamente. Parecían encandilados por el tenue brillo de un farol exterior.
Evocó, de pronto, unos vocablos inconexos, las corolas, el patio, una piscina de aguas enmohecidas y grises, un atardecer púrpura en la ciénaga que se negaba a discurrir, una eternidad que lo reclamaba en vida y obra.

martes, 19 de octubre de 2010

Carta de respuesta a oyente

Estela:

Como siempre agradecerte tu calidez, la presencia, el tezón de regresar sobre lo dicho, algo muy dificil en este tiempo -y en todos-de animada retórica aforística y nostálgicos de la sofía. No sé si hago bien en responderte esto pero sospecho que la veracidad es aplicable a este caso particular. Cobos no es una casualidad, como tampoco lo es Redrado, Martín Losteau, Alberto Fernandez, Felipe Sola -otrora diputado kirchnerista- y tantos otros cuyo catálogo volvería tedioso este correo y aun los insospechados o menos conspiscuos que se revelarán si el proyecto sigue y así anhelo. Los movimientos no surgen de una masa amorfa compuesta por gente sin pasado, sin el consabido antecedente que acaba por arruinarlo todo (yo mismo expuesto a la luz de mi historia personal en muchos aspectos no resultó exonerado). Durante mucho tiempo operó la Argentina neoliberal y los adultos de esas trágicas horas son, en grado diferente por cierto, responsables de su permanencia temporal.

Mi generación se encuentra en el límite entre el fin de ese ciclo hegemónico y el comienzo de una lógica que pone en la escena un paradigma diferente. No obstante así como Gramsci escribió en base a la estructura semántica y los recursos conceptuales de Benedetto Croce, Marx en los de Engels y Feuerbach, la modificación de carácter en las operaciones de la lógica social no se sustrae completamente de lo que ha sido. Quiero decir se conforma en gran medida por los hombres y mujeres que atestiguaron esa decadencia y hasta incluso colaboraron en su consumación. Las ambiciones personales, el camaleónico reflejo, la esperanza de sus semejantes permite, a veces, que ciertos individuos descreyentes activos de una detrerminada dirección se animen a recorrer la calle paralela al corso porque en definitiva advierten que varios contingentes de la caravana han marchado para allí y confían entonces en procurarse una inmejorable posición. Ahora bien la tensión entre el verdadero rostro -si es que existe uno- o la máscara mas afin al sujeto y la máscara superficial empieza a crecer. En un momento la máscara superficial cede. Inevitablemente cede. Mas tarde o mas temprano. Y si uno objetara la cercanía de los traidores la fábula de las fábulas de occidente (las sagradas escrituras) nos hablaría de un semidios ingenuo. Ahora si bien ese dios hombre era conciente del traidor tambien sabía que se trataba de una parte imprescindible del relato que se nutre de las dos vertientes: los leales y los traidores. Esa eterna abstracción que denominamos lógica es lo que guía el curso de los acontecimientos y se confía en que la fuerza de esa visión o proyecto se sobreponga a la dimisión individual. A medida en que estas aumentan, se prueba cada vez mas la potencia de lo colectivo y la lógica que la conforma. Cobos es en última instancia esa figuración. La cara visible, en una cierta coyuntura, de ese poder rastrero conformado a través de la historia de nuestra latinoamérica y fortalecida tras la última restauración en 1976 en Argentina. Pero Cobos no es Cobos. Cobos como Menem es nada en sí mismo y los dos, sin embargo, son actores trascendentes de la lógica neoliberal así como las corporaciones económicas y mediáticas ausentes -vaya a saber uno por qué- de la interminable bibliografía universitaria y del imaginario social sugerido en lo verosimil cinematográfico. Qué quiero decir con esto: ¿por qué nuestra facultad de ciencias sociales no se cuestiona nunca el rol de los agentes mediáticos en la cosntrucción del sentido común y el deber ser argentino? ¿por qué para los programas de la uba en los primeros años la cuestión de las dimisiones historicas y la entrega de la patria a la orgia de la desigualdad es simepre potestad del aparato estatal y sus ocasionales ocupantes? ¿por qué nunca los colacan en la relación necesaria con los Macri, los Bunge Born, los Fortabat, los Biolcati, los Martinez de Hoz (ahi lo intentan), los Murdock? la cuestión de Cobos entonces es solo un arista del problema. La implicancia de su rol en el estado pude acarrear el albur de hacernos olvidar por un momento de los verdaderos poderes. Esos no se traicionan, actúan en los momentos precisos en bloque, porque son leales a su propia supervivencia. Los traidores siempre son hombres pequeños, mediocres, carentes de una fuerza primigenia y escencial, pavotes que se alejan de la avenida del corso principal porque quieren la cosa fácil para su consabida y minúscula conformación, porque creen que su destino no es el destino del pueblo. Creen ser lo que no son. Creen ser los dueños y tan solo son esclavos voluntarios a la espera de una migaja.

En este sentido se sabía (así espero) que era Cobos, como se sabía que era Solá. En el momento colaboraron con algo de lo que descreían profundamente y ahora colaboran en favor de aquellos que son lo que a ellos les hicieron creer que son. En definita constituyen el limbo entre aquella inquebrantable voluntad de un pueblo y sus sojuzgadores. Van y vienen. Que debiera renunciar es cierto; al ser una cuestión de dignidad es probable que esté imposibilitado a semejante conducta por propia naturaleza. En ultima instancia no es él el que interesa. Enn este momento es Cristina Fernadez, Nestor Kirchner y la lógica sostenida por esa conciencia adormilada durante tanto tiempo hoy en expresión de mayoria volcada a la manifestación política. Eso importa. Y llegará el momento en que gracias a ellos dos, a Eva y Perón a todo el movimiento obrero organizado y sus poetas y juglares, solamente importe la máxima abstracción de esa conciencia traducida a curso, pensamiento y praxis revolucionaria permanente.

domingo, 10 de octubre de 2010

Valoraciones


Atanasius Kircher era un genio loco. El paradigma de su genio atrofiado pero no menos esplendoroso fue la resolución del enigma de los jeroglíficos. Lo interesante de Kircher consistió en su capacidad para no atinar con el verdadero valor expresivo de ninguno de aquellos caracteres. También, se supo, intentó determinar los pormenores del submundo, de lo existente bajo la corteza de la superficie terrestre, siendo su infierno no a la manera de John Milton un mero estado de ánimo sino un espacio físico ponderable. Tampoco logró demasiado. Tal vez la explicación de su inventiva fabulosa y su desatino crónico en cuestiones de ciencia se deban a que vivió en una época de transición entre la decadencia del paradigma aristotélico y la aparición del método experimental y las ciencias modernas. Desfasaje que como se sabe también asestó en menor medida su golpe en Newton, Emanuel Kant y en el querible William Thompson mejor conocido como Lord Kelvin.



La historia del fracaso de Lord Kelvin es bien conocida. Sus estudios sobre el origen de la tierra desde un estado primeramente fundido hasta su solidificación derivo en la estimación de una edad que apenas sobrepasaba los cientos de miles de años. El posterior descubrimiento de Becquerel en 1896 de la radiactividad dilato la solidificación de la corteza terrestre hasta unos cuantos millones de años lo que unido a la tesis de Darwin quien solicitaba periodos dilatados de tiempo para la adaptación de las características de las especies al entorno terminaron por derribar a Kelvin. Ya la disputa estaba planteada con Sir Charles Lyell pero William Thompson y los partidarios de Darwin aun se sometían a escaramuzas polemistas para dirimir las diferencias temporales. Huelga cifrar la desazón de Kelvin propia de la culminación de los postulados por los que uno ha trabajado toda la vida con los elementos a disposición.



En todos ellos se aparece la voz de Li Ssu funcionario y Gran Canciller en la época del Primer emperador de la China Shih Huang Ti, el de la muralla y la quema libros. Li Ssu decía con ese aire parsimonioso y lánguido que para coincidir con el momento oportuno no había que demorarse. Su propio derrotero de un humilde escribiente de la provincia oriental de Tshan Tsai a uno de los principales funcionarios del Emperador parece graficarlo. Sin embargo la incertidumbre aparece. ¿Basta la voluntad para coincidir con ese momento? ¿No existen acaso las recompensas tardías? ¿No viviremos al amparo de una tragedia, de una recompensa que nunca llega o lo hace demasiado tarde? Para Kelvin la estimación verdadera llegó para destruir sus convicciones y consagrar la victoria de los partidarios de Darwin. A Kircher lo refutaron la Piedra Roseta y el encargado de hundir la última daga fue Champollion. Ante nuestras actuales e inclaudicables convicciones ¿De quienes serán los rostros que vengan a ajusticiarlas? ¿Quién nos dirá, como Unamuno, que n el sueño no es otra cosa que la vida, que la fe misma es la sustancia de las cosas que se esperan y lo que se espera es sueño, que creer en definitiva es crear?



Periodismo desencajado



Época difícil la nuestra. Sin espejos. Sin brújula. En transición permanente. La década de los noventa logro desterrar al menos superficialmente, en el rigor de la charla, la complejidad de la trama. El movimiento se preciaba de uniforme atemperado por las evaluaciones clásicas del estado en cuanto a su condición de cerrojo o custodio de las clases dominantes. Y como suele suceder en estos casos la mirada no discernía los minúsculos detalles implícitos en los relatos estructurales arrumbados en el mejor de los casos en los foros académicos como piezas de colección de los expertos en cada materia. No olvido el terror y sus consecuencias pero ya no tenía nada que reprocharle al menos conscientemente al terror. Este había quedado implícito en las elecciones particulares de los individuos extasiados por las ventajas de un tiempo floreciente en la nueva capacidad de la tecnología de la información y los avances de la globalización mercantil. Ortega señalo en La rebelión de las masas que la última revolución había sido la de 1789, la burguesa y la proclamaba como ¡el fin de las revoluciones! Huelga decir que se equivocó. Aquel postulado equivalía al de Fukuyama, el del fin de la historia, a considerar que la capacidad del hombre de razonar, vivir y padecer se había extinto por decreto de un estado último. Esto no sucedió, no tanto por la extensión y fuerza de la Revolución de Julio, sino porque el hombre sigue de pie y mascullando.

La perdurabilidad del resquemor nos encuentra hoy en una encrucijada. En el albur de un gobierno que ha resignificado aquellas causas nobles por las que se pelearon durante muchos años, después del horror de los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955 y la restauración definitiva (perdón por el sacrilegio paradojal) la cuestión de clarificar donde se encuentra ese poder omnímodo advierte la revolución subrepticia de los años 70. Nueva revolución burguesa o restauración en definitiva de la deserción iluminista.

Más adelante (en otro suelto) sería bueno conceptualizar la particularidad latinoamericana de esta nueva embestida. Lo cierto es que el estado de bienestar característico en nuestra región constituyo el bastión sobre el cual los sectores hegemónicos detentores del poder económico se lanzaron. La representación burguesa habrá sido desde entonces per se sin tratar de captar la simpatía del estado, la milicia o los funcionarios públicos. Y fue una liberación. El problema es que ante esta liberación ciertos comunicadores que antaño sacrificaban o al estado o a los elementos castrenses cuyo única razón inercial consistía en esa mezcla de formación y prebendas con los sectores de poder en los países latinoamericanos o a los elementos finales y de poder de choque del vaciamiento económico y la dictadura hoy ante la materialización de la posibilidad de responsabilizar penalmente a los responsables civiles la disposición súbitamente cambia. ¿Por qué periodistas como Lanata que antes vislumbraban esta verdad ahora la niegan? ¿Hasta qué punto la denuncia ante la certeza de la inacción del poder estatal era encomiable? ¿Hasta qué punto se siente que aquel lugar en el mundo, ese que los noventa habían configurado, está llegando a su fin y solo consiente para conservarlo la caída, la degradación?

sábado, 9 de octubre de 2010

Una pequeña disgresión

Copio textualmente la segunda parte de un correo enviado por una oyente de Inkorregibles. Siendo la primera afectuosa y de carácter netamente elogioso, me la guardo para mí. La segunda emite consideraciones interesantes. La contestación no lo es tanto.


"En esto se notó claramente la juventud de los periodistas del programa.


Y ahora paso a detallar lo que no me cerró, lo cual no significa que algo esté mal. No. Todo está bien, uno tiene que trabajar.

El programa se dirige a un determinado público. Ya de entrada, al decir que “Incorregibles” es un programa de “La Cámpora” es como decir que un discurso radial cristiano está armado por un pastor evangélico o por el Papa. A mí, eso siempre me huele a que quieren “convertirme”. Yo puedo concordar con que Cristo es un gran maestro espiritual y no por eso dejar de pensar con mi propia cabeza, para pensar con una cabeza colectiva, como lo son las iglesias. Algo de eso me despierta el partidismo político.

Borges recomendaba a los escritores que si el cuento trata sobre “la mesa”, la palabra “mesa” no debe aparecer en el texto, sino que debe deducirse o descubrirse.

El hecho de que el programa sea kirchnerista de un modo tan apasionado y explícito, priva de su valioso contenido a muchas personas que piensan igual que ustedes, pero que oyen la palabra Kirchner y escupen. Ustedes dirán que son oligarcas, monopolistas, golpistas, lo cual puede ser que sí o que no. Hay gente de mi familia que si aparece Kirchner en televisión, cambian inmediatamente de canal y no son nada de eso.

Las apariencias engañan y todo se resume en una frase mencionada en el programa por Cristina, adonde afirma que ella nunca es neutral, sino que toma postura: “… para neutralizar están los suizos, decía mi abuela…”. La abuela de Cristina quizás no supo que en la segunda guerra mundial, los suizos aparentando ser neutrales, se quedaron con sus bancos llenos de dinero. No fueron neutrales, en realidad.

A mí me encantó la marcha peronista en rock, con guitarra eléctrica, pero si la escucha mi suegra, se desmaya.

Tomé nota de otros dichos que suenan a frases hechas, repetidas mil veces:

· Néstor y Cristina, lo mejor que nos pasó.

· Gorilas de Clarín.

· Cobos traidor.

· Impresentables de la oposición.

· Muchos odian a 678.

· Compañero Facundo.

· Néstor siempre dejó claro lo que buscan, que es desestabilizar.

· Herramientas militantes somos nosotros.

· La gran épica del kirchnerismo en el siglo XXI.

· Festejamos el cumpleaños del General.

· Los compañeros hacen esto en los Ministerios.



Te mando un beso y adelante con tu profesión.

Estela Luján.

Estela:

¡Gracias por escucharnos! Esa deferencia es primordial destacarla y celebrarla; constituye sin más una caricia al alma. Sobre lo que apuntas en la segunda parte voy a replicar como un intercambio de consideraciones puesto que el programa no soy enteramente yo, en gran medida porque hago producción en estudio y no tengo la potestad absoluta del contenido.

En ello debo puntualizar una cosa o dos. Viendo los videos de unas entrevistas que le hicieron a Alejandro Dolina Luis Majul y Juan Micheli el observador escrupuloso puede notar la contorsión de los gestos de Alejandro al volverse hermético al punto de llevar hasta la superficie misma, en cada pliego de su rostro, un profundo malestar, una indignación esencial y apenas disimulable. Contrastándolo con sus presentaciones en TVR puede advertirse gratamente la diferencia anímica de este hombre cuando se siente cómodo y cuando no. Puede notarse la veracidad absoluta e indeclinable de sus simpatías. Conmigo sucede algo similar. Tamaña circunstancia no impide algunos desacuerdos. Supongo que habrás escuchado ayer una ya clásica dicotomía "Borges o Cortazar", una especie de lugar común entre los militantes políticos con tendencia identitaria de izquierda. Yo aborrezco esa antinomia, en particular en este caso por la estrecha relación causal que guardan las primeras publicaciones de Julio Cortazar con Borges. No consiento ese lugar común del pensamiento de cierta izquierda elitista consustanciada con el imago de Galeano a manera de mercancía de supermercado. Ese obrar del pensamiento es perjudicial en todo sentido, es verdaderamente nefasto. En cuanto a la identificación del programa con La Cámpora puedo alegar una cierta satisfacción por la veracidad de la referencia. Borges sugería la conveniencia de lo subrepticio en virtud de su propia lógica en la composición literaria. Notá que, por ejemplo, la novela policial se mueve con la premisa de dos argumentos: el evidente, superficial, y aquel que se desliza por debajo de las primeras preposiciones del autor y gradualmente va adquiriendo notoriedad conforme la obra llega al final. Las mejores piezas son aquellas en las cuales se genera una inquietud mas que una certeza ya elaborada por su hacedor. No obstante ahí lo tenemos a Popper: No existe una verdad absoluta; toda verdad absoluta establece un dogma. Sin embargo a cada momento hay hipótesis fuertes que resisten la contratación y en la medida en que soporten cada vez mas contrastaciones se vuelven mas fuertes. Aun así deben ser falsables para ser pasibles de la acusación de verdad absoluta. Cristian Metz cuando habla de los verosímiles en el cine derivado del to eikos de Aristóteles (aquellas cosas que son verdad a los ojos de los que saben) o la concepción post aristotélica que establecía lo verosímil como el respeto de unas normas del género conocidas, sostiene una mecánica similar a la popperiana. Huelga aclarar que soy popperiano. Por tal supongo que existen verdades fuertes las cuales hasta ahora resisten las contrastaciones a las que fueron sometidas.

La equiparación del kirchnerismo a la religión la he escuchado en muchos foros incluso en TVR en boca de Sebastian Wainraich. Creo que es una subestimación imperdonable pues se sustenta en dos omisiones groseras. Primero: Estoy seguro -y lo he escrito- que no existe cultura kirchnerista por lo cual no hay gestualidad, ni símbolos inequívocos emparentados al patronímico. Tal vez el tiempo y la fuerza de ciertos logros los configuren. No lo se. La religión, en cambio, sí configuró los gestos cotidianos y el modelo de nuestra cultura occidental durante largos siglos con las atrocidades ya conocidas del Tribunal del Santo Oficio. Lo que sucede, sospecho, es que el cristianismo fue poder omnímodo y aun hoy lo vocifera aun en forma residual y resquebrajada. En ese sentido no hay colectivo político que repita semejante homogeneización del pensamiento. Por dos cuestiones: la primera porque si hay algo que noto en estas corrientes es la concurrencia del disenso pero un disenso sostenido por premisas racionales y no simplemente porque la visión de una persona suscite arcadas o por la crencia del Ungido o la pertinacia en la vida piadosa de unas cuantas frases escritas en verso hace alrededor de dos milenios e impresas tras la fabulosa invención en 1583 de Gütemberg. A mí en particular ciertos referentes de la oposición y de la centroizquierda, ciertos counicadores incluso llegaron a caerme bien (profesaba por ellos amistad a la manera de Savater con Camus). Es la cabalidad de sus infamias argumentales, la escasa hondura de su genio, el escarnio apenas atemperado por la lógica, la certeza de un interés inconfesable que tergiversa y manipula sobre las esperanzas de un pueblo, lo que me espanta de ellos. Quizá la prueba sea la nota que te escribo.

Entre los cristianos no se permiten la mínima duda. En las cuestiones políticas la incerteza es una recurrencia fatal y dichosa. No obstante no confundo el necesario espíritu crítico con la respuesta hartamente necia de quien no se sienta a entrecruzar argumentos. Vos conoces nuestra historia. Yo la he vislumbrado varias veces y he visto las consecuencias y los repetidos errores. Hasta hoy diversos sectores sociales en apariencia progresistas no han sabido situarse, mas allá de las diferencia que yo tengo con el peronismo lo cual no logra alejarme ni exonerarme de él, cuando se cierne un gobierno inclinado sea por el motivo que fuere (yo no soy Kirchner o Perón para afirmar nada por ellos) mas a las necesidades de los pobres y los sectores populares que a las corporaciones y el poder de los hacendados metamorfoseados por el paso del tiempo. Y al momento de asumir un papel en nuestra historia, de comprometerse con el contenido de sus discursos, las consecuencias han sido desgraciadas para nuestra gente.

Si se puede ser menos autoritario o personalista, no lo se. Siempre comento a mi familia que de vivir en la época de Perón quizá no hubiera soportado el aire respirado por los intelectuales de aquella época. Inmediatamente se me aparece la escena de la película Eva Perón protagonizada por Esther Goris, específicamente el diálogo ficcional brillantemente creado por José Pablo Feinmann entre Eva y Discépolo. Ese podría ser yo, aunque ¡no enteramente! Alli Eva le explica porque utilizan la voz de un personaje dudoso como Apold con dudosos propósitos para defender al peronismo y culmina con una frase memorable "la revolución no se hace solo con ángeles como vos". Segundo: he leído Clarín muchas veces y en este último tiempo mas aun. Mi fortuna es que al mismo tiempo en aquel pasado conjetural leía mas asiduamente a Gramcsi, Marx, Borges, Bioy, Poulantzas, Anderson, Kafka, Portantiero, Ortega, Rusell y escuchaba a mis primeros profesores de la facultad. Es decir oía más a los que estaban a mi lado y me mantenía mayormente, aunque no completamente, por fuera de lo riguroso de cada instante en los periódicos. Pero hubieron otras marcas o huellas en el sentido de Verón en mi conciencia. los rastros de esa cultura que hoy debo deconstruir son las huellas proyectadas en los usos, las preferencias, los modos, los gestos construidos por ese poder que es el poder de las corporaciones. ¡Olvidémonos de las corporaciones militares, policiales y religiosas! ¡no creamos como cierta izquierda retardada en la voracidad del horror que les suscitan a su almita atribulada! ¡no! Equivaldría a atrasar 211 años. Esas formas de poder han sido vencidas totalmente (ya antes sucumbieron al poder del metálico) por la burguesía en las corporaciones mediáticas y financieras en la década del setenta y se consolidaron en los noventa. La burguesía, o la oligarquía local aliada y servidora de aquella, ya no las necesita, ha asumido el poder por sí misma asegurándose la condescendencia de la milicia y el clero. Se apoderó también del estado. Este último ciertamente conservó una mínima autonomía pero no le basto. En años últimos se trenzó en juegos de poder ajedrecísticos cuya derrota estaba anticipada porque su potestad basada en la entrega y la traición de su calidad de representantes del pueblo no podía preveer otra cosa. Ese poder es la religión de hoy. La Cámpora, la Juventud Peronista, Kirchner no pueden emular esa instancia porque sabrás por Adorno que el pensamiento triunfante sale de la esfera crítica precisamente por su calidad de vencedor, porque se ha producido al mismo tiempo, la derrota de las premisas del mismo. Adorno en su caso aludía al iluminismo, la artera traición hacia las promesas de igualdad, libertad y fraternidad. Yo creo a la manera de Forster que no se lograron cruzar los caminos entre los tres abstractos. Mi esperanza radica en que una construcción política logré por fin entrecruzar los senderos de la igualdad y la libertad, causa rutilante de los fracasos de las revoluciones socialistas conocidas, cuyos polos opuestos son la hidalguía cubana y la monstruosidad soviética. Paradigmas de lo que el fracaso pude sembrar en un hombre o en los pueblos: la honorabilidad de la resistencia o la caída tras un largo recorrido por la degradación.
Con respecto a Kirchner, supongo Estela que habrá personas que no lo pueden ni ver y ello no los convierte en nada. Sobre todo porque no se hallan en la función pública con capacidades decisorias. Es de lamentar, sin embargo, que muchos en estas condiciones tengan el mismo comportamiento que los descriptos por vos en tus parientes. Me gustaría que próximas generaciones en lugar de horrorizarse pudiesen tipificar las causas de su desagrado. Recuerdo en ello, si se produce sin argumentación, sin pruebas, la réplica del horror sagrado que procede de la religión.

El partidismo político como todo colectivo se configura simbólicamente. Lo simbólico por lo general ordena lo imperioso, la violencia de lo externo. El símbolo en sí mismo no implica la nulidad del pensamiento. Leyendo a Unamuno vengo a enterarme que un símbolo pude convertirse en hombre ¡y hasta un concepto! La hipérbola que quiere tocar a su asíntota y no lo consigue, si el geómetra lo siente, puede convertirse en un hombre, y un hombre trágico, dice él. Prosigue: y la novela o la tragedia del binomio de Newton. No se si Newton lo sintió.
Nosotros pensamos a partir del símbolo; este ordena la capacidad humana de razonar. En ello La Cámpora y el partidismo político actúan así. Pero hay un salto enorme entre semejante instancia y la imposición de unas ciertas conductas semejantes al automatismo. Creo que es lo contario a lo propuesto por el partidismo.
Revisando los lugares comunes con las frases bien enumeradas por vos otorgo la humilde corrección de tus señalamientos. Pero aquí interpongo la premisa de que es un programa militante. Tato Contiza por ejemplo en la misma radio se aparta de estos lugares muertos del pensamiento. Los conductores de este programa lo harán con el tiempo o con otras propuestas. Es una inquietud que yo comparto Estela pero veo el concurso monolítico del discurso de las corporaciones y me pregunto si la repetición a veces no es deseable. También porque conjeturo que el receptor una vez liberado del terror y el letargo halla en esa repetición, incluso en los lugares comunes, el impulso para su propia capacidad de análisis y deconstrucción del discurso hegemónico. Si el pensamiento partidario, kirchnerista en este caso, adquiere los vicios de la cultura hasta hoy dominante, habrá que disuadirlo o combatirlo pero sin duda configurará un paso adelante y el saldo de una cuenta pendiente en nuestra historia.

He afirmado que soy popperiano y ahora señalo mis referentes en esa capacidad continua de la reflexión y el talento persuasivo. A uno lo he citado, Forster. Otros podrían ser Contiza, Aliverti, Alejandro Dolina, Norberto Galasso, Jose Pablo Feinmann y otros tantos. Y no puedo prescindir de Borges por mucho que se diga.

Todo lo que he cifrado aquí es una mezcla de esperanzas y pareceres últimos. Deseo que puedan distinguirse. Creo que así lo hacen. Gratamente entreveo que este programa y este período de nuestra historia permiten estas comparecencias y no con el aire de ingrata superficialidad de otros años sino en el profundo resquemor de las encrucijadas sucitadas a partir de un cambio de paradigma. Eso tan minúsculo -tan supremo- basta para envolver de esplendor y confianza mi espíritu.

Gracias, Estela. Disculpa la extensión. ¡Un beso enorme!

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