miércoles, 27 de mayo de 2009

De enamorados y desenamorados

Sigo coleccionando pequeñas orlas de un manantial de maravillas ajenas. Esta vez le toca al ¿periodista? ¿escritor? don Orlando Barone. Ya quisiera yo hablar del amor, de alguna anecdota que languidece pero lo dejo a él ayunando el humo que en estrepitos recorre mis párpados.

Sudar no es tener fiebre. Un ramo de rosas en el día de los enamorados no significa estarlo. El amor reparte a la marchanta. Y es clasista. Por eso hay una clase superior: la de los “enamorados- enamorados”. Es excepcional. Rarísima. Y no sé si queda alguna de la especie. El “enamorado-enamorado” es como encontrar un tigre blanco de ojos a rayas verdes. El único lugar de residencia de esta clase de amor está en el arte y en el sueño, y no en la vida. Lo común y natural son los “enamorados estándar”. Y ya es bastante. Pero los estándar, para no sentirse menos, se agrandan y presumen de pertenecer al amor Premium. En cuanto a la de los “enamorados temerarios” tiende a ir desapareciendo. El amor también se ha aburguesado. Tiene más de derecha que de izquierda. Más de libido de sommier que de lecho de juncos. El amor ya no necesita andar escondiéndose de ningún carcelero. Hasta el adulterio que antes era una aventura aterradora tiene vía libre y encuentra cama en todas partes. Todo se hace al descubierto y al mayoreo. Y hasta aquel amor al voleo, trashumante, que era proverbial en el macho, hoy lo ejercen con igual o más intensidad las hembras. La calentura que bullía en la prohibición ya es nostalgia de novelas antiguas. Pero el amor es generoso.
Por eso que el martirio de San Valentín ha terminado en restó, souvenirs y bombonería. La noticia del enamoramiento sigue teniendo prensa. Como si se tratara siempre de un gran incendio. Incendio al que el futuro irá convirtiendo en fuego controlado. Y después en fueguito, y en llama baja; y paulatinamente en apagado o extinguido. El más frecuente es el amor de llama baja. Será porque es cómodo y permite mantener la cocción del producto sin arrebatarlo. Lo fantástico del amor es que solo los incendiados creen que estarán eternamente encendidos a fuego máximo sin quemarse y sin consumirse. O sin pasarse. Se sabe que el amor pasión permanece dos o tres años. No hay que desalentarse. Porque se refiere a una misma pareja. Y la vida permite variaciones.
Al amor pasión puede continuarle el amor hábito, que es el que más demanda tiene. Hace como veinticuatro siglos los griegos Aristóteles, Hesíodo y Parménides fueron los primeros en sugerir que “el Amor constituye la fuerza que mueve las cosas y las lleva y las mantiene juntas”. Pero en aquel tiempo la vida era cortísima. Y los enamorados se morían antes que el amor muriese. Hoy el amor se aburre de envejecer en los mismos cuartos y conversaciones. De besarse cada día en un mismo beso que languidece. Y por eso de tanto ir mudándose tiene un llavero lleno de llaves. El enamoramiento es un tránsito. Por suerte el “amor” es largo. No tiene fin. Y nosotros solo somos sus portadores efímeros.

lunes, 25 de mayo de 2009

Dime

Hace unos días exaltado por recuerdos no demasiado lejanos, por la desaparición de un uruguayo entrañable, por los homenajes orilleros, me encontré por casualidad con este poema breve. Recordé otro que también me gusta mucho del mismo autor: Ausencia y el recuerdo me deriva en Mara, una vez más.
Ausencia admitió unas breves consideraciones en algún momento que creí pertinentes; Dime, por el contrario, no las precisas.
Cada vocablo, cada verso ultima ese aire aquietado en el vértice del pulmón herido, temblando a la sombra de las esquinas, presagiando y fumando. Al anotarlo se me viene la imagen, a media luz, de un hombre hablando en correcto alemán a la vera de la mesa de un bar y mis ojos repletos de lágrimas en un lugar remoto del cuarto, atestiguando los restos de una escena en fotograma cuyo calor, cuya fuerza, jamás volveré a tocar.

Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.

Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descanzar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.

Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero.

Jorge Luis Borges

domingo, 24 de mayo de 2009

Tras el vaho de un cristal

Ví tu rostro en el vaho de un ventanal del colectivo
Distraído y recóndito,
Tu imago replegada en los birretes de la ventanilla,
Tus labios temblando a contraluz
Tus parpados en declive contra la acera.
No hubo instante para pensar
Ni sucesión que trasuntara la hondonada
De las esquinas que presagian mi muerte.
El perfil de tu vientre, trémulo,
conservado furibundo
Entre manantiales y verdes cruces que se hunden
Contra la acera blanca,
frente a antiguos portales mortuorios.
Allí susurraba escapando de aquellos días
De mi mano delineando otra mejilla.
En el ventanal, tus pómulos recortados por el cristal
Mueren acaso en la refractada luz
de un ocaso inmemorial.
El cordón sigue los parámetros del tiempo
Besa la profundidad de tu sien blonda
Escucha disimuladamente el murmullo
De tu mentón
Y alimenta el conjetural compás
de una melodía urbana.
La munida militancia de los escaparates
Choca hacia tu cara que exhala mi mirada
Y la devuelve a borbotones al oscuro reflejo
De la ventanilla.
Ese milagro admitirá un nombre
Tan infinitesimal y recurrente
Tan esquivo e impreciso,
Que procuro no cifrarlo
Para que el olvido lo exalte
Y dé paso a la casualidad.

sábado, 23 de mayo de 2009

Notas sobre la argentina de principio de siglo…XXI



Estas notas tienen un destinatario como las que tenían aquellas de juanito el bufon. En este caso no es omnisciente, por lo que no las leerá por cuestiones de tiempo y de distancia. Léanse, entonces, como una suerte de bitácora personal, extendida a aquel que nos dejó la razón de su ontológica travesía.

En Vaciamadrid hace unos años todo un pueblo rememoró con fervor la antología de los ilustres vencidos. Toda una congregación de brigadistas argentinos severamente estupefacta, trémula, a la expectante sordidez de los acontecimientos no debidos, vislumbraron el ultimo bastión de aquella esperanza tricolor que se derrumbo en los ayuntamientos de Madrid. El grito en aquel entonces fue el mismo que unos años después en el festival ¡Viva la republica! y el trueno cayó a su vez sobre ese murmullo de nieve y fuego. Unos años después, la selva atestiguó un grito similar. La noche era última. El aire corroía los pulmones y apacentaba el brío indecoroso de los años venideros. A ese murmullo se dirigen estas anotaciones, a su conciencia vedada.

Hace unos días alguien me planteó el supuesto carácter sesgado de mi nota anterior. Carácter que aun no logro dilucidar si verdaderamente existió o no. Claramente concebimos los procesos sociales como fragmentos aquietados en un conjunto sucedáneo de reacci0nes aisladas. Las exaltaciones emocionales siguen al servicio de unos colores o una idea de pertenencia difusa. Esta última premisa es realmente curiosa. Sucede en el fútbol también. La identificación con el proyecto material se ha difuminado sustancialmente y los sentimientos de pertenencia son paradójicamente fruto de una abstracción injustificadamente modificada a gusto del consumidor. No obstante el deporte admite valoraciones de identificación diversas que la incidencia en la transformación de lo real. En su forma más pura, un pasatiempo no influye decisivamente en el curso de los instantes sucesivos y funcionan como distracción. En el plano de la participación política esta identidad fantasmagórica admite variantes tan absurdas como nefastas.
Esta nota quiere advertirlo para que quien formulo la inquietud la lea con atención.
El otro destinatario (el ficticio o el abstracto) puede denostarlo o encomiarlo, juzgarlo acaso como las ingenuidades de un timorato discípulo de sus pasiones. Cualquier consideración será mejor que el silencio.

El radicalismo en el curso dialéctico

¿Qué hubiera sucedido de no haber permitido el régimen conservador oligárquico argentino que los sectores de clase media adquirieran representación política en la Unión Cívica? ¿Cuáles serían las inquietudes en la década del treinta si la ley Sáenz Peña no hubiera propiciado la modificación del régimen electoral fraudulento? ¿Hasta que punto los negociados y el lamebotismo imperial de Federico Pinedo, Luis Duhau, Joaquín de Anchorena y las disparatadas esperanzas de los terratenientes de volver al estado anterior al de una crisis como la de Wall Street hubiesen funcionado como el epicentro de una irracionalidad aun mayor a la que siguió en boga en la estructura del juego político en Argentina?


Esta cuestión es insoluble. En un ejercicio alucinatorio bastante forzado, uno puede imaginar un repertorio de absurdos un tanto patéticos pero contraproducentes para la clase dominante argentina que, pese a lo mucho que yo pueda decir o insinuar, no es inocente. La ingenuidad no es lo que la ha llevado a los desbarrancos sucesivos sino la repetición de formulas debidas a su escasa vocación por el esfuerzo (algo que muchos partidos de izquierda y progresistas en la actualidad han adoptado para sí cuando su intención no es mas atroz e intencionada en el afán de desdeñar la solidaridad y el contacto directo con la gente no como medio sino como fin en sí mismo).
En efecto el radicalismo era una necesidad imperiosa para la clase dominante y mas que nada una consecuencia de las políticas implementadas por la generación del ochenta con su colonización masiva, su fomento de la inmigración y la distribución desigual de los territorios ricos favoreciendo la concentración latifundista. Era la derivación de la emergencia urbana y de una sociedad con expresiones cada vez más compleja. La conformación del radicalismo que sucedió al fallido Partido Republicano constituyó un signo de avance, siempre dentro del marco predeterminado por las condiciones materiales en que se asentó el imperio colonizador español y su cultura. Si hay algo que ciertos vociferantes pro marxistas no entienden hoy (esto quedo muy claro tras los acontecimientos de la 125) es que para la revolución socialista, dentro de la condescendencia y mojigatesca severidad teórica, es necesario cubrir algunos pasos como la evolución plena de las fuerzas productivas (esta objeción es un tanto escabrosa a la luz de las objeciones de Ramon Falcón al socialismo argentino en sus memorias, en fin…). Resuelta claro que además de esto, aquel mal paso en falso en defensa de ¡los chacareros y trabajadores rurales en reclamo de tierra y libertad! Hecha por los partidos de izquierda en el célebre debate parlamentario del año pasado, es fruto de una alineación mas abstrusa que la que podemos analizar aquí.


La necesidad de que determinados procesos sigan adelante es clara por cuestiones de evolución historia, mas allá de que yo creo en el principio de incertidumbre y los agujeros de gusanos que erigen lo inusitado de lo ordinario. Y ahí estuvo el radicalismo como requerimiento ideológico de una realidad material plasmada en una doctrina y un programa. Luego vienen las dimisiones y el vaciamiento que no atendieron la división entre personalistas y antipersonalistas durante los años de esplendor sino el vaciamiento de la intransigencia y la Unión Cívica del pueblo donde Balbín dialogando con la junta firmará la sentencia del moribundo movimiento de clase media. Este hecho admite una dimensión material y su correlato simbólico: el material se busca en la involución provocada por los fascistas dirigentes del proceso de desorganización nacional para liquidar el futuro de la clases que le dieron contenido; el simbólico verifica el colaboracionismo de Balbín y del partido radical junto con el joven dirigente en ascenso Fernando de la Rua. En ese embudo se diluye la Unión Cívica, el fervor revolucionario de Alem ahogado en alcohol resiste la segunda muerte que ni siquiera su sobrino o una camarilla de leales podrán revivir.
En la actualidad el partido radical es ese vestigio conservado en la memoria melancólica de unos cuantos hombres que eluden la pena de alineación ideológica y es que ¡resulta doloroso aceptarla! ¡Muy doloroso!


La restauración falangista del 76 no solo tuvo el tino de destruir las raíces de la resistencia popular, el peronismo idealizado por el campo cultural, el sindicalismo combativo y la militancia honesta y solidaria, también vejó hasta disolver los retazos de ese partido que se afirmó alguna vez como el síntoma de un país que admitía una perspectiva progresiva de su historia. Un partido que fue la ígnea cicatriz de una realidad material, muy poderosa y esplendida, de aquellos primeros años del siglo pasado. Una victoria contra el conservadurismo oligárquico tan recalcitrante y espantoso de las fracciones mitristas y roquistas.


Los ecos que anteceden al grito son un presagio. Alguien murmura desde el vaho y las tinieblas que no debemos voltear la mirada. El rugido de un destello entre la luz agitada de los portales enemigos nos recuerda brevemente el vértigo del mundo. Alem vocifera "El desaliento, el quebranto, la inmoralidad, no surgen de los bajos fondos sociales. Vienen de las alturas". Todo parece aquietarse en una última oda.

viernes, 22 de mayo de 2009

Notas sobre la argentina de principios de siglo…XXI (I)



Acto solipsista, sí. Elucubrado en noche de insomnio recursivo, sí. Estas líneas admiten la cifra de perdidos quásares, el vértigo de una Andrómeda en fuga, el débil gemido de un fuelle orillero presagiando homenajes en sus dos márgenes contrapuestas, criollas y orientales, con una misma lengua y un mismo dialecto.
Ignoro qué ojos posarán su solitaria fiebre en estas notas, si es que los merecen o simplemente pierden su gracia al posarse en las retinas apagadas de quien las escribe y las olvida de inmediato. Valgan para repasar un tiempo que he vivido y que pretendo clausurar.

He deseado con fervor, como asignatura, como actitud ética, rescatar fragmentos del sutilísimo orbe del olvido. ¡Lo he imaginado tan difícil! Usted lector comprenderá que la memoria además de sus preferencias burguesas, de sus claudicaciones, de su escueta lealtad, ¡es tan fatigosa! que la concepción racional de los ingenuotes aspirantes a intachables académicos, lechuguinos y trastornadas profesionales del psicoanálisis propende a alivianarla de culpas y exonerarla de responsabilidades para ceder, luego, a la mas cruenta desidia ética en que los acontecimientos marchan a la manera de un tren descarrilado que surca frenéticamente una estación tras otra.


¡El olvido es tan vasto y tan generoso! Cuando mira y se sonríe, tiene la sonrisa de una bestia dientuda que incita, el rostro de muerte que nos espera en la mesa de un bar de la calle Corrientes. En verdad es arduo no sentirse atraído por el elixir que exhala como un ósculo que da al beato e implora un guiño del porteño alegre que lo ignora casi todo y deambula feliz por el entramado de estas deshilachadas baldosas macristas.
Notas sobre la Argentina de fin de siglo, extraño nombre. Ajeno. Digno de ser devorado por el olvido del capellán y el gigoló. Serán retazos de una memoria olvidada, redescubierta para ser fustigada con un nuevo olvido. Del valor del serendipity. Proceso dichoso del conocimiento. Extraño y pernicioso a la vez porque consiente llegar a donde no se tenia pensado, ni como punto marginal del itinerario primigenio.

Ningún monumento brilla más que la verdad. Si mi memoria, vapuleada y maltrecha ya por aciagas rutinas y onerosos hugonotes que asediaban la prédica del invierno de mi lejana utopía internacionalista, logra restañar apenas la vindicación de la curiosidad por lo aquí presentado, el cometido deja de serlo para rubricar una nueva página del olvido. Pero ¿olvido? ¿He escrito bien? ¿Estoy equivocado? Pues no. El olvido es escencial a la memoria; el verdadero dilema reside en las chucherías que arrojamos a la hoguera y desterramos hacia los sórdidos páramos de la distancia.

Clase media radical

El partido radical, cuyo primer vástago la Unión Cívica de la Juventud presidida por Leandro Alem encendió la virulenta revolución del noventa, no tuvo nada de autónomo. Por así decir fue la explosión de una generación de hijos de inmigrantes que accediendo a las prerrogativas de la educación publica y sus vasallos, pretendían ocupar los cargos administrativos, pugnaban por su derecho a las profesiones liberales y procuraban ganar posición y hacer carrera en la administración sobre la base del trafico de influencias. Los simpaticones muchachos de la clase media argentina buscaron en esta algarabía pueril la representación política por cuya intermediación preservar los privilegios dependientes de las erogaciones del estado que les habían permitido en mas de cincuenta años de ebullición nacional, desligarse de la condición del prole.
Las sesiones de Gessellschaftten de los ideólogos radicales se componían por integrantes de la burguesía agraria, una porción marginal de los propietarios terratenientes que no accedieron a la trenza conservadora entre Roca y Mitre de manera irrestricta. El grupo dominante argentino siempre se constituyo en un grupo con tendencias herméticas (platónica, racista, e irracional) y esta fracción de clase, acentuada y ensanchada tras la división entre criadores e invernadores que la técnica del enfriado de carnes inauguró, quedaba completamente excluida de las decisiones del estado. Cabe separar la base social de un partido del origen de clase cierto de sus dirigentes y líderes. El radicalismo era un partido policlasista con un programa de corte liberal. La base social del partido: individuos de clase media que no cuestionaban la estructura del régimen, ni el modelo económico agroexportador como factor decisivo del patrón de acumulación de capital, cuyo reclamo se limitaba al saneamiento electoral, esto equivale a decir, elecciones libres y el respeto efectivo de los preceptos constitucionales.


El tipo genérico del individuo de clase media habia sido el de mendigante de los personeros del régimen y en tal condición se contentaban con el ínfimo ascenso social que provenía de sus funciones como gerenciadores de los intereses de la oligarquía. El aumento de la población urbana acrecentó estas vastas capas hasta el punto de tornar inminente la explosión de una congregación de voluntades políticas que hiciera suya esa voz popular. La realidad material de una clase naciente y de furibundo brío fue mayor que la obstinada y recalcitrante presencia del régimen conservador. La ley Sáenz Peña sancionada en 1912 y puesta en vigencia con la elección de Yrigoyen en 1916 configuro la letra escrita de esa explosión. Interesa destacar que nunca hubo una oposición entre la clase media y la oligarquía. Sus disputas provinieron de manera tibia y sin demasiada incidencia en lo esencial del régimen conservador en los gastos del estado que garantizaran la reproducción de la clase media y la conservación de sus privilegios en relación a su acceso a las profesiones liberales y la administración publica. Esta conformación sociológica argentina dejo una huella profunda en la posterior conformación de clases y tras el fatídico retroceso propiciado por los infames personeros de la restauración del 76 se ha vuelto a una conformación similar y sin variaciones.


La clase media argentina se identifica con la clase dominante y aspira a imitar sus modos y su aire repulsivo de inmodesto repudio a todo lo que tenga tufillo a masa popular más o menos organizada. En este contexto no sorprende ver hoy a los representantes de esa clase exaltando el punto de vista estrecho de los círculos mas nefastos de la oligarquía nacional. Tras la nauseabunda trapisonda neoliberal de los noventa unos cuantos individuos de los medios que ni siquiera eran empresarios sino unos apenas mediocres trabajadores de los medios montaron a partir de las ventajas financieras y de inversión tras el golpe de fortuna que significó introducir un novedoso formato importado o lo mas novedoso y alelado e una incipiente televisión privada, una serie de empresas de los medios que como en la anterior etapa neoliberal de la junta incitó la formación de nuevos ricos, cómplices al régimen, sumado al traspaso de la deuda privada, de los por entonces instigadores civiles del golpe, al estado
Paradójicamente, mientras el país quemaba las naves, estos agraciados iniciaban su fortuna personal a costa de las hipotecas reiteradas del estado, los pagos a intereses onerosos y vergonzosos de los servicios de la deuda al FMI y el sostenimiento de una convertibilidad ficticia y traída de los pelos. La gracia consistió en que mientras ellos se constituían en los nuevos radicales argentinos, vilipendiando y mofándose de la tradición radical, sin saber cuanto de sus improntas provienen de ese partido, ahora no solo no cuestionaron al régimen, como sus antecesores sino que, abiertamente, apoyan los postulados de la clase dominante argentina, los grupos empresarios locales de mayor poder, la aun fraccionada y debilitada clase terrateniente y los capitales foráneos al punto de conformar un nuevo vértice neoconservador rancio.

Otra virtud del gobierno actual para apuntar: desterrar de los ámbitos académicos esta sospecha y desenmascarar la comunión entre los sectores de clase media y la tradicional oligarquía nacional cuyos círculos de poder suman ahora un nuevo eslabon o dos: los enanitos oligárquicos neolibrerales cooptados en los partidos populares cuy fuente mas visible radica en Eduardo Duhalde y el narcotráfico. Entonces uno se pregunta casi por instinto: ¿De qué vale discutir de parodias en la televisión o de jocosas imitaciones estudiantinas que, en realidad, no logran enmascarar su implícito faccionalismo y el sesgo impopular, discriminatorio, rancio y degenerado de todas las manifestaciones atroces de la ideología de los sectores dominantes, excluyentes y eugenésicos? ¿Es pertinente agregar algo a esta intención abierta y descarada de presión constante por parte de Tinelli y el grupo Clarín, sin referir la irresponsabilidad injuriante y criminal de la oposición conservadora?

Las cartas de estos gentiles hombres de la alta clase media con sus mauricios, sus franciscos y sus felipes están en juego. Sus intereses se agotan en la conservación y reproducción del régimen de castas imperante y preservado por los sucesivos golpes militares y los demócratas entreguistas. Ellos ya hicieron su movimiento.

lunes, 11 de mayo de 2009

Nueces

Quería reproducir alguna de estas estrofas cuyas dos voces a duo marcan la acompasada cadencia de un recuerdo. La estación es la clave mágica del relato. Todo tren de ida admite uno de regreso; entre el vaho y la niebla persistente que oculta los rieles, se nos invita a imaginar que habrá más allá. Aunque mas bien, ahora que lo pienso, nos invita a construirlo.


Él era solo un niño,
de trenes sin destino,
buscaba su camino
y de repente algo
cambió su vida en la estación.
Allí estaba ella,
única con pulseras,
con flores en el pelo
y la sonrisa comiéndole
la cara con algodón.

Cuántos días, cuántos meses,
cuántos años, esperando que la vida
lave todo el desengaño.
Cuántos días, cuántas nueces,
veinte años, separados no lograron
apagar ese amor, ese amor... ese amor

Pero llegaron tiempos,
oscuros y violentos,
en que toda la vida
era un callejón que no tenía salidas,
solo desolación.
Ella partió de prisa, voló como una brisa,
huyendo de esos días y él lo comprendió.
Porque estalló en pedazos su corazón.

Cuantos días, cuantos meses,
cuantos años, esperando que la vida,
lave todo el desengaño.
Cuantos días cuantas nueces
20 años separados no lograron
apagar ese amor ese amor.

Pero un día se encontraron
como trenes de ida
y vuelta en el andén
se besaron, se besaron
y todo empezó de nuevo otra vez.

Cuantos días, cuantos meses,
cuantos años, esperando que la vida
lave todo el desengaño.
Cuantos días, cuantas nueces 20 años,
separados no lograron apagar
ese amor ese amor... ese amor.

domingo, 10 de mayo de 2009

Fue maravilloso aquel año


Al fin el tiempo nos reunió /como a planetas que orbitan. /Coleccionabas soles, me dijiste, /te enseñé mis heridas. /Tú te soltaste el pelo /y amarraste las horas con tu cinta.

Fue terrible aquel año, morían niños en África. /Y aquí mismo en mi calle mataban a un mendigo sin patria, /a una infeliz prostituta, a una esposa maltratada. /Terrible fue aquel año, los Balcanes humeaban.



En el 2005 algo sucedió. Era mi primer año en la facultad de Sociales. Tras la quietud incontenible y opresiva de Paseo Colón, de mis intentos perdidos persiguiendo una inconcebible estrella polar en los pasillos de ingeniería, vislumbré mi destino para siempre. Recuerdo la noche exacta en que resolví desertar. La pena de quienes acertaron a oír mi resolución y alguna que otra insatisfecha hondonada en que se filtraban el rocío y la incertidumbre.

El mundo era una pesadilla. El 27 de noviembre un desenfrenado e incontenible malestar se desató en Francia tras la muerte de dos jóvenes musulmanes que huían de la policía en Clichi-Sous Bois al este de Paris. Conmoción que alcanzo el punto máximo después de las declaraciones del ministro de defensa de Sarkozy que apuntó descortésmente que los primeros manifestantes no merecían mas que la nomenclatura de escoria. Los automóviles particulares se consumían entre llamas en las pantallas del telediario y una nostalgia inverosímil por el mayo francés invadió a los antiguos partidarios de Daniel Cohn Bendit. Los muchachos huían en el fragor de esa paranoia colectiva que afectó a Europa tras los atentados en Madrid y Nueva York, agravando las tensiones preexistenntes entre los europeos y sus inmigrantes, reavivando el antiguo espectro de la Europa nacionalista.

La invasión a Irak cobraba mas víctimas entre civiles y milicianos norteamericanos y el huracán Katrina vapuleaba a New Orleáns donde centenares de hombres y mujeres abandonaban sus hogares y reclamaban socorro al gobierno de Washington. Una vez mas quedo claro que existen dos clases de ciudadanos incluso en el país autoproclamado como la mayor democracia del mundo.
El 19 de abril Joseph Ratzinger era ungido Papa de la Iglesia Católica con el nombre de Benedicto XVI. En lo sucesivo las posturas oficiales de la iglesia avaladas por el sumo pontífice han conocido los rigores de la edad media y el mas rancio de los conservadurismos. Su predica contra el Islam y los métodos anticonceptivos devolvieron a la doctrina cristiana a su expresión mas primitiva y paradójicamente mas verdadera.

El 23 de marzo los científicos nos anuncian el avistamiento de luz de planetas extrasolares, avanzando en la presunción de Michael Mayor y Didier Queloz quienes a través de un método indirecto de detección descubrieron el primer planeta de esta clase en 1995.
El primero de marzo era elegido Tavaré Vázquez presidente de la republica oriental del Uruguay consagrando el primer gobierno de izquierda del país. Luego con sus intervenciones en materia internacional y en el ya celebre conflicto del río Uruguay en torno a las pasteras, demostrarían cabalmente que esta solo era una nomenclatura vacua.

El 16 de febrero se firmó el acuerdo de Tokio con el objeto de acordar la reducción de la emisión de gases que provocan daños irreversibles en la capa de ozono. Estados Unidos lo firma pero rechaza su ratificación movido por el claro e indeclinable dato de que es el mayor emisor de estos gases. Los intereses de un sector productivo nuevamente se imponen bajo presión al bienestar del hombre.

Los hombres continuaban persiguiendo quimeras insaciables. Las hendijas de mi ventana suspiraban el ánimo de los días soleados de un caluroso abril que delataba que los veranos son cada vez más largos y continuos. También más fatigosos. En ese mes la conocí. Por casualidad, como sucede casi todo en esta vida. Fue una mañana algo fría, los estrépitos, las bocinas de la avenida, las miradas y los rostros apacibles se detuvieron; yo sabía que ella estaría allí, solo que aun no la había visto tampoco la conocía. Quien la había llevado hasta ese lugar nos presentó. Ella no tenía mayor motivo para estar allí era, ciertamente, un sinsentido. Sin embargo ahí estaba, con su sonrisa agigantada y su mirada tímida y curiosa a un tiempo. Nadie puede saber cómo uno mira al otro por primera vez cuando lo conoce. La habré observado con asombro, con ansías, con el corazón bullendo exaltado, con los ojos desaforados y dichosos. Hubo algo en ese primer encuentro que me dictó un presagio. Presagio que hoy cuatro años después conservo. Hablando con ella en la estación, el sutil espejismo amarillo de su pelo y su talle ínfimo y preciso hicieron que el aire de ese abril tomara la forma de una utopía básica.

De alguna manera el arremolinado camino de las hojas muertas, de los árboles desfalleciendo en mitad de la acera, esa calle que, como puñal, hería la vías del ferrocarril, fueron una buena noticia. Te conocí y esta vez los trenes paraban en la estación. Cuatro años han pasado de ese prodigio. Ciertas canciones tomaron tus nombres. Ciertas intermitencias vedaron nuestras voces. Habremos batallado contra la soledad y habremos perdido. Firmamos papeles despenachados. Dilapidamos soles. Cubrimos de gritos las plazas y de llantos inmensos los cuartos. Habré sentido la cadencia de tu voz cuando tu nombre me volvía en aquel pasaje de Ana volverás a escuchar/ las piedras que contra tu ventana /lanzó la felicidad. O en
te veo y me declaro culpable/ de desear tu presencia /más que desear la paz. El tiempo dicta que aun sigues por ahí, jodida y radiante.

Los hombres continuaban persiguiendo quimeras insaciables. Yo solamente podía verte a tí en los espejos. Todo ocurrió conjuntamente en el año 2005, desde aquella mañana de abril en la que nunca tendrías que haber estado allí pero estuviste.


viernes, 1 de mayo de 2009

Clivajes en el otoño (I)



Afirman que la autoreferencia es signo de declive. En una de las tertulias sobre el destino del tango se reprobaba que éste constantemente se refiriera a sí mismo casi compulsivamente y se señalaba con razón que esto marcaba a las claras que el tango había perdido su materialidad social.

Yo referiré hoy a Clivajes de Otoño con la certeza de que tal vez esta premisa se cumpla de algún modo. Clivajes surgió allá por junio del año pasado con el propósito de saciar ciertas inquietudes generales pero también íntimas en lo que refiere a la exaltación personal, no solo en relación a lo que sucede en el mundo sino a explorar las múltiples posibilidades de los ínfimos detalles que lo pueblan. Más de una vez en este ejercicio me he descubierto a mí mismo en torno a esas circunstancias. Ortega y Gasset pregonaba que el salto de la filosofía desde el subjetivismo ilustrado requería la incorporación de una relación recíproca entre el yo y el cosmos. La noción de subjetividad solo puede construirse en relación de un escenario en el que los objetos y la intimidad del sujeto se encuentran para definirse el uno al otro. Yo he definido objetos pero esos objetos me han definido a mi al punto de reconstruir lo que yo soy y la visión que ese soy le ha concedido a los hechos que referí en este tiempo.

La crónica de Clivajes se inicia con una referencia a la nieve en Buenos aires un hecho tan anecdótico como casual; significativamente el año en que este fenómeno se dio por primera vez en Buenos Aires coincidía con el nacimiento de una de las personas que ha marcado mi destino, a quien aun añoro y espero. Durante los meses siguientes trate de escribir con una prosa cotidiana, haciendo referencias circunstanciales de posturas o situaciones en las que se componían estos artículos. Cedí no obstante a mis retóricas idealistas y descubrí también a personas que me marcaron ese sueño con su inteligencia y hasta con su cariño. Conocí que esa querencia puede asumir múltiples formas y múltiples desengaños.
Dos notas me han suscitado un orgullo un tanto injustificado. Aquella que versaba sobre las peripecias de aquel hombre que conoce el amor y lo pierde, recurriendo constantemente a esa escisión casi compulsivamente y la última, la mas personal, en que se evalúa el ejercicio periodístico, también desde una visión un tanto ingenua y melancólica, partiendo con certeza desde lo negativo para encontrar los fundamentos del oficio. Fundamentos que son, si no me engaño, demasiado personales.

Las notas han sido tan heterogéneas que, incluso, he llegado a dudar de su valor. Disquicisiones incita a la relación ad infinitum que yo acostumbro como epidemia mal curada. Si el arte de la magia se ve como un prodigio que deshace la opresión del tiempo que pasa, mitigando voluntades, destruyendo lo propio, las felicidades y los aciertos, quedaba una credulidad en sus líneas acerca de la efectividad de ese propósito. La consideración de una sombra del razonamiento que encuentra similitudes entre las porciones más pequeñas y el cosmos se entiende como curiosidad especulativa.
Del amor se ha hablado también en ese tono. A veces con la precaución de Minerva que de la sangre herida hace fluir la inspiración, otras como atisbos de una felicidad pasada. En verdad esta elección es estética; no creo en los poemas escritos desde la dicha son atroces y cuando no deshonestos. Alejandro Dolina vituperaba estas incursiones y yo creo que lo sigo con denodada convicción.

He denostado la nostalgia en virtud de la melancolía casi como postura ética sugiriendo colocar el candil por encima para iluminar el camino presente para sospechar el futuro pero nunca por delante iluminando el pasado las huellas que se derriten sobre la acera ni tampoco por detrás para concentrar la atención en el porvenir. Algo de eso pervive en Anotaciones de la edición misceláneas de la Metamorfosis de Kafka y quizá en algún otro que ahora se me escapa.
Los tratados políticos también se han insinuado. Como Vazeilles pienso que los argentinos tenemos pendiente la tarea de revolución social que adquirió gran fuerza en la década del setenta. Tanto dolor no ha mermado esa sensación de cuenta por resolver en el devenir histórico. Y allí se despuntan A la generación del setenta u Otra condena en aquellos días en que canal siete televisaba el espléndido juicio a los genocidas Bussi y Menéndez. La realidad colmó cada línea pero jamás la condenó al ímpetu soberbio y descarado de sostener lo establecido con un crónico cinismo pendular a que nos incitan los discursos diarios.

Por lo demás Clivajes intento anteponer su honestidad a la perspectiva herrumbrosa de los días venideros y grises…

El oficio del articulista: La esperanza del fracaso


Hace unos meses le apuntaba a un compañero en esta travesía del periodismo que nuestro anhelo es el fracaso. No voy a describir su gesto de desaprobación y recelo; bastará con decir que desde aquel instante puedo permitirme decir que es uno de los jóvenes con mas bríos y porvenir en este oficio y, quizás, justamente por lo contrario a lo que sugiere la palabra con la que he catalogado al hombre que se atribuye el rótulo de periodista.

No obstante, ser periodista es ser un fracasado, oficio de fracasados lo llama Rodolfo Serrano y no está muy equivocado. A decir verdad, cualquier periodista siempre tuvo el deseo ser otra cosa; el periodista deportivo quiso ser jugador de fútbol, tenis o simplemente practicar algún deporte de manera constante e incluso profesional, el periodista político ha querido militar y ser funcionario, prodigar discursos desde el púlpito, luchar y dirimir desde algun escaño del parlamento, el periodista de espectáculos o el crítico tuvo la intención de ser actor, director, extra, guionista; el periodista de chismes, el protagonista de las escenas de alcoba o los encuentros clandestinos que revela a diario. Supone conformarse con ser el ojo del lente de la cámara que retrata a los agraciados del evento.


En las postrimerías del siglo XIX y principios del anterior, los periodistas argentinos quisieron ser escritores. Los novelistas de la generación del 37 practicaban un romanticismo tardío, mientras la aparición del folletín lograba de alguna manera mitigar el deseo del escritor profesional por ser algo más que un simple mercader de artículos que vendía su fuerza de trabajo a los diarios.El folletín por entregas tampoco era un escape demasiado prolífico. Se cuenta que los cortes de la novela por folletín de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira, no se ajustaban a la lógica del recurso de suspenso o a la pregunta retórica que diera lugar a la expectativa de una continuación sino a las necesidades de espacio publicitario del diario. La edición del libro de Gutiérrez develaba estas peripecias mostrando claramente la correcta división que el autor quería darle dividiendo cada capitulo en el folletín por dos en la novela.Gálvez por su parte vendía artículos por bagatelas al igual que Quiroga. Contrariamente en Europa un escritor ejercía de articulista en los diarios simplemente por gusto y no por necesidad. Alguien se preguntó cuántos libros hubiese sido capaz de pergeñar alguien como Quiroga de no haber estado condenado al cruel y hostigador oficio de periodista.


En El mundo de los seres imaginarios, Gálvez anotó: en los países hispanoamericanos al escritor que no tiene fortuna o no se casa con una mujer rica no le queda otro recurso que un empleo. Pero como al escritor, salvo rarísima excepción no se le da un gran empleo sino un empleito, y sus libros no le producen bastante sobre todo si ha de mantener una familia, necesita ayudarse publicando artículos.
Y antes escribe: en ciertas grandes naciones Francia, Inglaterra, Estados Unidos los escritores en general pueden vivir de sus libros. Si pierden la mitad de sus vidas componiendo artículos como Chesterton es porque quieren, porque en el fondo son periodistas o porque desean influir directa o rápidamente en la opinión publica.


Comenta muy a propósito Jorge Rivera que Gálvez se quejaba a la manera de Quiroga de las lealtades de sus editores pero sus ataques se dirigían mas que nada al publico los editores argentinos no pueden editar libros argentinos porque no les interesa al público argentino ni al publico hispanoamericano ¿Quién es el culpable de esta situación? El publico nuestro el más snob que existe. La clase media y el pueblo se interesarían por los libros argentinos pero se les aleja de ellos… y cita algunos ejemplos inconcebibles hoy el de Adán Buenosayres de Marechal cuya comercialización se extendió por quince años como el bestiario de Cortazar. La única excepción que conoció la industria cultural argentina a este trágico destino fue durante gran parte de la década del cuarenta ante el retroceso de la editorial española tras la guerra civil y el mercado editorial mexicano.Básicamente, y mas allá de mi ponderación de Galvez, la clave de uno de los aspectos de esta desviación del escritor hacia el periodista y de su muy escasa incidencia en el mercado, está anclada en la precarización de la industria editorial argentina que sigue los carriles de un proceso económico empantanado en las ínfimas claves del snobismo porteño y su deslumbramiento foráneo para no mencionar los privilegios de clase que aun hoy ejercen presión por ¡una Argentina agroindustrial!


Basta comprobar como estas limitaciones se han reproducido en torno a los demás medios de comunicación, procurando monopolizar la voz y subsumirla a las ventajas del libre mercado. Señalar y debatir las falencias en torno a la regulación de los medios, cuyas consecuencias competen al ejercicio del periodista profesional y a la democratización de las expresiones de la sociedad en su conjunto en virtud al cercenamiento de los canales de difusión de los sectores mas vulnerables, es un propósito que excede a este artículo. Ya se viene discutiendo, por lo demás, la nueva ley de radiodifusión en los foros de la Universidad de Buenos Aires con sus respectivos apologistas y detractores. Volveremos mas adelante a ello…


¿Por qué el periodista siempre desea ser cualquier otra cosa y no periodista? La respuesta fácil pude venir del psicoanálisis. ¡Histérico! le gritaran por allí. Puede, ciertamente, que el profesional desee algo y no lo encuentra o simplemente cuando lo encuentra, no lo satisface porque en realidad lo que busca es la insatisfacción, lo que nutre su quehacer. No conozco periodista que no perciba esa sombra de insatisfacción: los cronistas viajeros huyen constantemente; cada nuevo destino es el presagio del siguiente, las coberturas políticas comprueban la afirmación de Galeano respecto de la utopía y se desengañan ante la imposibilidad de consagrarla en la sucesión de la crónica, aun concientes de que ese mismo acto terminaría con su trabajo. El periodista deportivo vive de la insatisfacción crónica al igual que el crítico de las estrellitas o los tomates del matutino Clarín.

Ante esta realidad generalizada del ejercicio del periodismo, resulta parejo y criterioso que el profesional no quiera ser lo que es y cuando lo sea su impulso este guiado por la plena desdicha. Otra respuesta es que el periodista, en verdad, como el madrileño con Madrid o el porteño con Buenos Aires, o cualquier sujeto con su querencia, con aquello que es parte de él y que quiere, tenga una relación contradictoria con su oficio, de rechazo y de profunda querencia. Esta hipótesis me parece más ingeniosa y mucho menos melancólica que la primera. En parte porque los argumentos que dictan la inclinación del periodista por la identidad de escritor vedada, son razones no de elección sino de imposición de un orden y de unas circunstancias que exceden la insatisfacción personal (con esto no negamos que la insatisfacción esté fuera de nuestro estricto control pero lo está en un grado mucho menor que otras variantes de la coacción o, al menos, lo intuimos sin demasiada certeza). Lo cierto es que quien habla de libres elecciones de alguna manera fábula, pero deberíamos exculparlo porque tampoco elige mentirnos.

Por lo pronto, y a conciencia de mi consabida y militante torpeza, puedo decir que el periodista vislumbra esa disyuntiva en su oficio. La flagrante contradicción lo acecha y pugna por lograr aquello que sabe que nunca logrará y que tampoco desea en demasía alcanzar. Un eco de aquella brillante declaración paradójica deseo que no se cumpla mi próximo deseo, ergo yo no quiero tener todo lo que deseo. Y ese anhelo, a través de la prosa del articulista, (re)construye la realidad, la transforma en la declaración del deseo, corporiza la espontaneidad del lente humano y sus perspectivas, examina a su criterio la realidad y demarca las variantes implícitas de cada hecho denostado o exaltado con mezquindad.

La mejor recompensa estaría ya en el camino previo y en la reproducción constante de ese camino en virtud de la sonrisa propia y del otro.

Leanse a esta luz estos versos de Tavera:

Lanzando titulares del viejo matutino
predijo lo que vino, comenta lo que fue.
la historia del vencido, el brillo del primero,
el precio del dinero, el costo de la fe.

Así va desgranando la historia de la vida
después será leída al borde de un café
Esperan la largada veloces rotativas
ellas ponen la tinta él le puso la piel.

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