jueves, 31 de julio de 2008

No te salves

En alguna ocasión me asaltó la impresión de multitudes abandonadas a la vera del camino, petrificadas en medio de un acantilado o de las dunas. Los cielos se resquebrajaban, la umbría envuelta en un ínfimo vendabal se diluía en dolientes estertores ante cada paso y los rayos se cenían como puñales en el horizonte, enlazado a la niebla y los valles lejanos. No fue fácil liberarme del espanto de ese espectáculo; noches de insomnio fueron la erogación de tamaño horror. Tiempo después cuando intenté recordar ese sueño, advertí que no eran los látigos de luz inífuga, electrificada o el follaje incansable que agobiaba los pasajes contiguos, lo que despertó la angustia sino aquella multitud enajenada; quiza uno o dos rostros entre ellos. Verlos completamente absortos, trémulos o fascinados, por la alucinación de un claro lejano, de las llamas de marzo y septiembre junto a los rostros que conjeturamos envejecidos y dichosos en lejanos cielos revolucionarios o frente a su propio reflejo perdido, paralizados por el miedo, ansiosos por la muerte, me sobresaltó. Aquellos estaban a salvo y tú entre ellos.

Sospeché que la salvación es el refugio de los cobardes. Nunca pude saber si en aquella figuración (más real acaso que la vigilia y los estrépitos y el noticiero) yo estaba junto a la multitud y te contemplaba entre ellos, sin poder tocarte porque te antecedían todos y cada uno; o, tal vez, desde afuera, con gesto cansado, aterido, de muerte. Como fuere, desde aquel tiempo no quiero salvarme, ni condescender al catálogo de vanalidades que conforman el diario protocolo de la lucidez. Me aterran, incluso, las conductas puntuales de los hombres de ciencia o de administración, tan resignados a sus métodos, obstinados en concibir el mundo como variables concatenadas e inertes y tan ignorantes de las variantes y las licencias de la inteligencia práctica; también los cultores de lo que debería ser o los lúcidos filántropos que con su mano tendida nos conciben como rebaño que debe ser guiado hacia las llamas perspicuas e inicuas de la hoguera de los mundos planos y celestes, insípidos, mediocres.

Todos los hombres y mujeres inmóviles frente a ese camino gris tenían en su rostros huellas de languidez, encubiertas por la sonrisa apócrifa de los días furtivos. Y aún, concientes de que los agoreros de la razón eran monstruosos cuerpos que se erguían putrefactos sobre tierra y sus propuestas la infamia, la quietud, las máscaras resplandecientes que los recubrían, con su brillo, los extasiaba y los cegaba y los mantenía a la vera del camino.
Los argumentos de la cordura y sus maravillas proseguían con severa calma. Ellos inmóviles. Mustio y solitario, nunca supe bien desde dónde (o cuándo) empecé a vitupeararlos, negando sus falacias, escupiendo sus rostros.

No quería, ciertamente, salvarme, ni que me salvaran (no deseaba para mí el silencio o la oscuridad). ¿Para qué? ¿para incluirme en ese dantesco baile de espectros, relatando los detalles míticos de victorias sin sentido o cantando odas a pasados conjeturales, distorsionados por la letra escrita?. Por el contrario, no deseaba aquello; no lo quería. Anhelaba otras cosas, mientras silente admiraba el cancel. Buscaba salir volando y perderme en la oscuridad de las hojas de otoño sacudidas por las gotas del rocío; o simplemente, no quería salvarme.

Mi esperanza era que más allá me aguardaras ansiosa por perderte; bordear las márgenes del camino, hasta encaramarnos definitivamente en el albur de su curva mas sinuosa



No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca .....
no te salves ...
no te llenes de calma
no reserves del mundo
solo un lugar tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueños
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si .......
pese a todo....
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un lugar tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueños
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas .............
entonces......
no te quedes conmigo
Mario Benedetti

Afortunádamente no estamos a salvo. El cielo desnudo, los promontorios, el parque y sus viejos árboles dormitando la claridad, las ánforas, los astros, el humo mustio de los bares mas allá de la hora de cierre, palpitando tenue como galaxias remotas, los espéctros de callejuelas donde el claro de luna no redime la esquina o el adoquín, nos aseguran que los peligros arrecian y que el mundo no se ha apagado en un murmullo...





Acerca de la edición Micesláneas de tres cuentos de Kafka





"El hombre le tiene miedo al tiempo, pero el tiempo les tiene miedo a las pirámides..."


Proverbio árabe


"Que yo tambien comparto los mismos miedos, tambien busco una cinta para atar el tiempo"


Ismael Serrano
¿Cómo pude no sentir que la eternidad anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio esplendido que nos libra , de manera siquiera fugaz de la intolerable opresión de lo sucesivo?
Jorge Luis Borges







Son las tres de la madrugada y me cuesta conciliar el sueño; algo común desde hace un tiempo.

Estoy en el living. El cafe está recien hecho y sobre el mantel se derraman las cenizas del segundo cigarrillo de la noche. Al costado, casi sobre el recodo de la misma mesa, consta un ejemplar de la metamorfosis de Kafka. Me mira azorado, mientras escribo sobre la pantalla plana con caracteres sin tinta y sin la proverbial mano derecha que en otras jornadas se empeñara en cifrar, sin mayores resultados, la página perfecta. Lo vigilo de soslayo, cada vez que vacilo; la portada verde, el grosor variable e indefinido, acaban por desviar repetidamente mi atención, por dilapidarla. ¡Se que no es excusa!; siempre, acaso, he sido distraído y por tal, mi inteligencia ha mermado bastante. A veces, pienso que esa desgracia me ha salvado de indecibles dificultades. Algun día contaré por qué. Lo cierto es que el libro no me deja en paz o , y esto es lo mas probable, mi ejercicio literario adolece de cierto pesar, de muerte y de hastío. La melodía de fondo, en breves compases unánimes, me remite otra vez a Kafka.


El buen Franz era un hombre sumamente angustiado. Borges lo refiere en innumerables disertaciones pero la mas ilustrativa nos remite al prólogo de El informe de Brodie acaso aqui como indicio literario "Los últimos relatos de Kipling fueron no menos laberíntícos y angustiosos que los de Kafka o los de James, a los que sin duda superan."
y lo alude una vez mas cuando refiere a Der procezz como una de la novelas mas prolíficas del siglo pasado. Aun así no pretendo argumentar la preeminencia de Kafka en el pedestal de los hombres imbuidos de una pesada carga que, cualquiera puede vindicar como interna, pero en muchos casos proviene de hechos exógenos.


La angustia, como el amor o el ejercicio demócratico, es patrimonio común. Poetas, hombres políticos y pesimistas son la esmerada máscara de individuos específicos.
No obstante, cabe una distinción: la principal y mas insoslayable angustia es, si no me engaño, la que genera el paso del tiempo. Mas allá de la opinión de los nihilistasm ( de la que me desligo sin muchas reticencias) del barrio o de los torpes polemistas que sancionan este temor como prejuicio burgues, prodiagando, cínicamente, el consabido alegato de la felicidad de los años plenamente vividos. Por desgracia se engañan a si mismos y suele suceder que quienes la ignoran, la sufren aun mas a veces de un modo secreto.

Hace algun tiempo, Quino la iustraba desde una de sus estupendas piezas: una serie secuencial que muestra las variaciones que la edad depara a cada ser; uno de los personajes de la caricatura señala que el verdadero enemigo es el tiempo (y la muerte). Y vale decir que acierta el pleno. Aunque a este respecto Don miguel de Unamuno lo explica, acaso, mejor que yo.


La otra curiosidad radica en la relación entre un autor con su obra. ¿Solo un espíritu turbado como el de Kafka puede recrear las acciones de El Proceso? ¿Qué valor tiene, entonces, la afirmación acertada de que El proceso es una anticipación de la irracionalidad política y social de los años ulteriores a su publicación? El sinuoso paraje laberíntico de los relatos de Kafka prefiguran la cierta derivación de un repertorio de desleltades sociales que advierte dos dimensiones: la personal y la social. Las variantes singulares del estado de cosas se constituye como artífice en el sentido de prodigar los elementos indispensables para la obra kafkiana; esas unidades colisionan, luego, con las impresiones del propio Kafka que dependen de su característica física y mental en la asimilación de las condiciones generales, a través de diversos factores intermedios que actuan a manera de filtro y reformulación. Las huellas de Kafka son, pues, las huellas de todos los hombres que le precedieron y las de él mismo. Su obra, un artificio singular que bien corresponde a la lógica burguesa científica que cimenta el sistema judicial, o bien, a los horrores de pesadillas, de la fiebre o el espanto, de las noches interminables en Praga.


Recuerdo que cuando acabé la lectura de La metamorfosis (aun no había llegado a La condena que figura en el mismo ejemplar) solo pude pensar en la premisa de Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich o la de Richard Sennet en Carne y piedra: el enajenamiento ante el dolor ajeno y la idea de que la agonía se erige como el paraje mas solitario que el hombre recorre, a conciencia de su soledad y de la incomprensión cabal del resto. No obstante, es el ineludible destino de los hombres y mujeres que también poseen el recuerdo de otras agonías y de su amargo sabor a despedida recurrente, interminable. Hombres y mujeres que no lograron acompañarla y que a su momento tampoco serán comprendidos . Esta sensación es la de Gregorio Samsa y la de Kafka. La certeza de una fatalidad percibida por todos, acatada por algunos y comprendida únicamente por el individuo situado en el sino de la tempestad, solo y ya abatido...


Un artista del trapecio (obra que cierra la edición) es, a su vez, la culminacion de lo que Camus en palabras de Savater nos ahorró con su muerte joven, las dimisiones de la vejez cita.


He cavilado mucho respecto del valor de las reminiscencias que mi ejercicio literario habilita; a veces esa prudencia ha sido mas reveladora que cualquier confesión, digna de ser escrutada por la paciencia y sus deudos. He inferido que cualquier deseo de ocultar las impresiones vivas del artista suscita indicios cabales y suscintos; murmullos que las líneas vociferan y que los puntos y las comas y las construcciones verbales acaban por gritar a los que recorren esos enigmas inscriptos a voluntades ocultas y timoratas.


El café me aguarda, ahora, con resignación. A la cansada fachada del libro ya no le interesa este inconcebible prodigio de abastracción e indolencia frente al monitor. Ya son casi las cinco. Repentinamente se me viene la frase de Aristóteles, basa cierto trabajo discográfico español. Colijo que en esta noche la esperanza es el desafortunado amante que aguarda solo en una mustia habitación de hotel de la calle Jean Jaurés. Yo sigo despierto y soñando.
N.A.: En días últimos he aprendido que lo mas terrible no es el paso del tiempo, pese a la línea miserable en las noches busacaba afirmarse en la sustancia fugitiva del tiempo (Jorge Luis Borges, El milagro secreto; 1943) y como esa sucesión y ese tiempo llevaban a Jaromir Hladikh a la muerte y la inmortalidad de Los enemigos y del exámen de las exquisitas fuentes judías de Jakob Boheme, lo tétrico es traicionar esa sustancia y, en ella, la dimisión de cada uno de nosotros.
A la luz de esto parece premonitoria la cita de Savater acerca de Camus, uno de los pocos que alzó su voz ante los nacientes regímenes fascistas europeos y luego nos ahorró las dimisiones de la vejez. Nunca nos traicionó, ni a nosotros ni a sí mismo.
Supongo que cuando lo encontremos (inconcebible hoy, sino es en sueños), sostendrá su mirada ante nosotros para buscar, en nuestros ojos, su espejo.

26 de julio

Umbría de los pueblos,
Acequias y miríadas de copos deshilachados
Allá a lo lejos,
En el horizonte,
Conjetural, transido,
Vistiendo el otoño aterido
En que la humedad agonizaba
Sobre la acera ocasional.

¿Qué es estar perdido? Preguntó:
Es la oscuridad detrás del cristal,
Su pesadilla,
La lejía disonante en las azoteas,
La tarde de angustia
Frente al mudo ordenador
Cubierto de dudosas y culpables sombras.
Los augurios, el semblante solitario
De una estrella anodina.
Y hacia la esquina
El claro mortal de la ausencia
De las casitas bajas,
Del portón que se derrumbaba
Contra el callejón.

¿Qué es estar perdido? Preguntó:
Es saberte en otra sucesión, en otras muertes
Es creerte cubierta
Por el aliento vernáculo
Que cunde en los bares
Entre perfumes, entre alegorías
Diagonales desgastadas
Por la huella nefasta de antiguos fantasmas
Cuyo castillo se derrumba
En la ciudad plomiza, burocrática, muerta

Husmeas el aire con asueto
Y los espejos desfallecen
Por íntimas vergüenzas
Que alguna vez juramos no ver.
Y las batallas perdidas
Causan estupor
Ahogando mi pecho,
Aprisionando entre garras de plata y azufre
Los gritos que hubiera debido dar.

¿Que es estar perdido? Preguntó:
Es conjeturarte intacta, feliz,
Orgullosa y atrevida
Militando inconsciente en plazas y claustros,
En ferias que en otros tiempos
Se hubieran vuelto invisibles,
Y tras acallar los murmullos
Que abrigaban,
Declinar invariable al amanecer.
Andarás a las prisas encaramada,
Conjugando rostros y miradas
Vilezas o inciensos de rutinas nuevas
Que amparan las almas de la monotonía o del oprobio.
¿Qué es estar perdido? Preguntó
Es tu voz que no llega ni me abandona
Diluyéndose a través del tamiz de los sueños
Y a ellos se aferra,
Sin fuga posible.

¿Qué estar perdido? Preguntó
Es conocer que no hay respuesta al enigma
De tu piel estrechamente infinita
Que en ánforas de fuego
Se desgarra,
Bajo los velos
De un cielo troquelado y a la vez diagonal.

lunes, 28 de julio de 2008

Anotaciones sobre la canción de autor

No hay nada mas parecido a la nostalgia que la canción de autor; miríadas de aromas dejan a su paso, suscitando ese placer por las lágrimas dulces y por los finos razonamientos que solo resiste la soledad y la comparecencia ante el tiempo que pasa. Curiosamente, incluso para ese declive, esto es misterioso en más de un sentido. Pero es imposible soslayar lo mucho que tienen en común, esa presentida unidad, que es el carácter homogéneo de un grito surgido desde la hondura del ser en resistencia a las herida de lo que sucede y sucede, sin remordimientos, atavios o dilaciones.

Allá por el año 1935 la pluma de Alfredo Le Pera ensayaba: Vivir...con el alma aferrada a un dulce recuerdo/que lloro otra vez... /Tengo miedo del encuentro/con el pasado que vuelve/a enfrentarse con mi vida.../Tengo miedo de las noches/que pobladas de recuerdos/encadenan mi soñar...

Un año antes escribía: Si arrastré por este mundo/la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, bajo el ala del sombrero cuántas veces embozada/ una lagrima asomada yo no pude contener./ Si crucé por los caminos como un paria /que el destino se empeñó en deshacer o que veinte años no es nada,/que febril la mirada,/ errante en las sombras,/te busca y te nombra./Vivir.../con el alma aferrada/a un dulce recuerdo/que lloro otra vez...

Borges señaló, parejamente y con acierto, que el tango nos daba la certeza de haber cumplido ya con las obligaciones del amor y la valentía. Y algo de eso hay.

Creo mas que nada que la canción de autor nos devuelve los ecos de los eventos que pasaron, tal como la imaginación nos dicta que han pasado y los versos de Le Pera parecen sostener, asimismo, que la batalla contra el tiempo es la fuente y el cause de la angustia pequeña del autor; angustia que en algunos casos adquiere la forma de pregunta: ¿qué hay de aquel amor que nos señaló?/ya no queda ni la sombra/ ¿qué será de tí? /¿dónde fuiste a dar?/ ¿aun te queda alguna peca? o de afirmación: y de aquellos años verdes solo queda un breve aroma de una carta y de un helado de vainilla.

Y aun más: Bergia inicia la composicion advirtiendo, no al que efectivamente quedará absorto o extasiado, por la letra, sino a los otros, a los poco habitués de la nostalgia, o a la posible destinataria: quieras o no quieras recordar y ya advierte de que viene la cosa.

Ismael serrano hace lo mismo en Donde estarás pero el compás de esta canción difiere a la anterior en cuanto a su posición en la escala del tiempo. Mientras Bergia refiere un pasado demasiado lejano y casi conjetural, Ismael remite a algo mas tangible o próximo, casi reciente. La consecuencia de ambas es la misma pero mas atenuada en cuanto a la inclinación del oyente del segundo al ejercicio de esa angustia del discurrir.

Idéntico movimiento notamos entre Qué andaras haciendo ahora con cualquier otra pieza de Bergia o la variación afortunada de Te conocí en fragmentos como: Y ahora te miro/ tras tantos años. /Creo que aún te debo/ muchas canciones, /regar las flores de tu regazo./ El tiempo y sus mareas fueron meciéndonos con sus latidos. /El fiero canto de un guerrero cisne/ anunciaba un nuevo siglo. /Cayeron hombres, levantaron muros y aún seguías conmigo. Mas allá de la perfección de su cadencia y sus entreveros de presente , pasado y porvenir, como si dictaran favorable sentencia a la afirmación de San Agustín de que cada punto presente del tiempo contiene a los otros dos, indican, en este caso, un triunfo conjunto o una celebracion de pasado. Vale decir en todo caso que el presente también acarrea al pasado y al porvenir en sí mismo y no como extensión o metáfora.


Serrat en Aquellas pequeñas cosas antecede prodigiosamente a ambos y, en algún punto, alude la precaución de Le Pera de un estado en el cual uno ya no es lo que ha sido y la íntima e irremediable vergüenza de esta flagrante negligencia : Son aquellas pequeñas cosas,/que nos dejó un tiempo de rosas/en un rincón,en un papel/o en un cajón.

Pero en realidad toda la canción es la nostalgia, desvainada en letra y musica; Una de sus mas perfectas representaciones, sin la oprobiosa necesidad de un referente externo.

La nostalgia de las canciones de autor constituyen un grito desesperado, una objeción. Es, probablemente, quedar solo y gritando en medio de la plaza, del parque, de la feria deshabitada; una interpelación al tiempo, notable noctámbulo que resiste la vigilia y el fulgor de las madrugadas solitarias o acompañadas. Y acecha, implacable, sórdido....

Las generaciones actuales (salvo deliciosas excepciones) han tenido la deferencia de desdeñar este tipo de canciones, por suerte. Así desprecian el tango (sólamente les atrae la grácil y furtiva exaltación del baile y el encanto de aquel sobre los turistas y los barrios del norte de la ciudad), y la canción de autor, desde otros géneros, gana terreno únicamente por el beneplácito del mercado que apela a caracteres ajenos a lo propio de la letra y la música.

No sé si esto es digno o execrable. Yo disfruto mucho de la canción de autor, sea un tango o no. En parte, por lo que alguna vez confesó Alejandro Dolina (El libro del fantasma, Tratado de música y afines), cuyas convicciones o artículos, muchas veces han tomado forma de melodía y declamación; en parte, porque me suscitan ese resquemor y esa angustia por el tiempo, por esa batalla inútil que es la madre de las batallas y que, como bien se dice ,está condenada a la consagración de lo que se diluye perpetuamente, sin posibilidad del majestuoso alegato o de la objeción práctica.

Ese placer indolente de la contemplación de una estela sucinta, de un pasado y un porvenir que se entremezclan furiosamente en el presente, en la creencia y en la vigilia, es mi dicha y mi tesoro. Como nos espeta Nunca te dije:


Quedan atrás días alegres,

viejos bares, tu buhardilla, mi seiscientos,

un paraguas y una rana,

un teléfono sin número,

una almohada abandonada

un «se vende» en la ventana.

o

Parece que fue ayer pero han pasado
ya unos veintitantos años.
Madrid era una caja de sorpresas,
yo tenía aquel dos caballos.


No había que dormir, no importaba el porvenir,
cada noche por delante.
Hasta el amanecer entregados al placer
como siempre dando el cante.


Vimos pasar algunos trenes con pañuelos
que decían adiós.
Los compañeros del colegio,
las caricias de aquel primer amor.


Aquello era vivir sin tener que decidir
cuál era nuestro destino.
A mí me daba igual, tenía vitacal,
mi guitarra y una amante.


Y resulta que aunque no esté mal a veces
es terrible estar sólo.
Amanece pero no es igual,
no queda nada después de todo.


Cantábamos en los setenta aquellas canciones
de Stephen Stills "love the one your with"
empaquetados en tu vespa por las calles
de aquel viejo Madrid.


Buscando algún lugar donde poder tocar
todas nuestras ilusiones,
tendremos que ensayar, mañana hay que tocar
quién me deja una guitarra.


Echo de menos las fantasías
de aquellos días que no volverán.
Tus deliciosos veinte años cuando
te decidiste a ser mamá.


Soñando un porvenir, mañana hay que seguir
como siempre hacia adelante.
Qué le vamos a hacer si me tocó perder
por dudar de la evidencia.


Y resulta que no me da igual,
ahora es terrible estar solo.
Amanece pero no es igual,
no queda nada después de todo.


Fueron días felices que ya no volverán.
Hay que echarle narices que otros días vendrán.
Parece que fue ayer pero han pasado
ya unos veintitantos años.

Y resulta que sí da igual, y algunas cosas retornan como reflejo o recompensa o simplemente placer estético....



N. A: Nótese que cuando refiero nostalgia hablo de melancolía. No es complejo advertir que la nostalgia es funesta; prefiero el foco apuntando hacia adelante en el escenario. La melancolía, o la certeza de la derrota que nos depara el curso de los años, es el sentido verdadero del azar de nuestros actos (o debería serlo). Depende de como afrontemos esa gresca fatal e injusta. Los bellos personajes del maestro Benigni en El tigre y la nieve nos dan una muestra de los dos extremos de esa confrontación con el destino: la del poeta italiano Di Giovanni o la del islamico Fuad. Yo prefiero una de ellas; no hace falta decir cuál.







viernes, 25 de julio de 2008

Otra condena

Muy pocas cosas en el ámbito de lo público son festejables o dignas de la exaltación que nos augura cierta felicidad. Ayer, el ex comandante del Tercer Cuerpo del Ejército, Benjamín Menéndez, fue sentenciado a prisión perpetua, en carcel común e inhabilitación absoluta perpetua, revocando la prisión domiciliaria de la que, hasta ese momento, gozaba.


Oportuno, tardío, dilatorio fallo; inconmensurable ya, y auspicioso para las generaciones que poblamos de aquí en adelante la sucesión y la cadencia argentina. Pero puntualmente me pregunto por los vastagos de la lógica que exhibió Menéndez, con inopinado rigor, durante su alegato final. Esa alucinación conspirativa marxista que, según él, ha tomado el poder político mediante la estrategia gramsciana para luego, en un futuro, tras abandonar su disfraz legalista y democrático, mutar en un régimen opresivo, totalitario, negador y vituperante de la fe cristiana y los sagrados valores occidentales.


Cabe decir que los oficiales y los altos mandos del ejército durante los años de la dictadura, han criado hijos, educándolos y adoctrinándolos de una manera muy parecida al resto de los individuos. Incluso, habiéndose comportado como excelentes padres, procuraron, en muchos casos , satisfacer con afecto las pretensiones y necesidades que poseen los niños durante sus años de mayor indefensión y dependencia. A la par, estos hombres, al igual que cualquier otro, le transmitieron a aquellos sus prejuicios, sus miedos, sus incertidumbres, su locura. Y como cualquiera de nuestros mayores, les impusieron una serie de premisas inclaudicables que se ciernen como artículos de fe en su conciencia. Son ellos los que me preocupan.


Hay algo, por lo demás, incomprensible en la estructura de pensamiento del represor y del militar. Algo irracional o estúpido. Y, la potencial reproducción de esa estructura, ensombrece cada dictamen que se pronuncia en los tribunales de juicio. La posibilidad está; uno nunca sabe, con indeclinable certeza, los resultados de determinadas acciones; existen probabilidades y, a la par, un emporio de dudas; cada consecuencia frente a cada causa, constituye, al fin, un misterio parcialmente irresoluble. Existe la ocasión de fuga.

La reacción ha penetrado en todos los foros de la sociedad argentina, cuya base misma es alimentada por conceptos ajenos a toda forma de solidaridad o fraternidad inmediata entre sus miembros. Aun así, esta pervivencia no puede ser eterna como nada, en definitiva, lo es ; un movimiento de afirmación debe reavivar cada tanto sus fuegos . Y estos zarpazos desesperados han despedazado con cada gobierno de facto nuestras esperanzas y nuestra fe en un destino diferente.
Es finalmente, la presencia del observador, simultáneo o futuro, la que rehabilita el anhelo y el empeño de modificar la soberbia marcha de los acontecimientos.

La algarabía, el llanto, los estruendosos murmullos que el juez Jaime Diaz Gavier intento en vano contener (como si se pudiera detener una marejada o una tormenta contenida por el gris o el vaho), el gesto de desconcierto de los familiares de desaparecidos que presenciaron la audiencia final, pueblan mi impresión del juicio.
Es, acaso, imposible escribir la felicidad. Yo no lo intentaré, siquiera, en estas líneas. Invito a quienes lean esto a componerla como les plazca. Por mi parte, absorto en la posibilidad de huida, de deconstrucción, intuyo que el horror todavía no nos es ajeno o indolente. Tampoco el puñal de la impunidad y el delirio.

Quise creer que Michelé Najlis implora este mismo desvelo, en estos versos:


Nos persiguieron en la noche
nos acorralaron
sin dejarnos más defensa que nuestras manos
unidas a millones de manos unidas.
Nos hicieron escupir sangre,
nos azotaron;
llenaron nuestros cuerpos con descargas eléctricas,
y nuestras bocas las llenaron de cal,
nos dejaron noches enteras junto a las fieras,
nos arrojaron en sótanos sin tiempo,
nos arrancaron las uñas;
con nuestra sangre cubrieron hasta sus tejados,
hasta sus propios rostros,
pero nuestras manos
siguen unidas a millones de manos unidas.


A todos ellos unimos nuestras palmas...


N.A. Los invito a ver el video de la sentencia en Protagonistas del Sur. La imagen final es exultante.

jueves, 24 de julio de 2008

Ni la muerte, ni el instante

Hoy, veo a la ventana consagrado en el encanto
de un reflejo inerte,
de esferas rústicas, del trazo de una estela.
Y los terraplenes me devuelven tu beso
y la oscuridad en que retorna

Lentas filas andariegas de humos lúcidos y mortales
acatan tu mirada enlazada
justa, militante, conjetural.
Hoy, en que los días son herrumbrosos
y la aurora duele a la luz de las heridas.
Y los discursos resuenan a lo lejos,
como un eco furtivo.
Empereciendo la calma,
el vaho te devuelve cubierta en llamas.

Veo a la ventana mecida en la ciudad
en sucias marejadas de polvo, de sudor
que entibian el hálito confuso,
dilatando las mudos lienzos de la rutina.
Y, anacrónica, entibias con tu aroma
ese andamiaje frío que me mira de frente.
¿De qué valen la oscuridad, el infierno, las tinieblas
la claridad, que penetra y redime,
los pasos y la huella,
si la esperanza se ha marchado
tras los ruidos y el candor
de Julio?

Hoy veo a la ventana con la visión
un poco maltrecha y envilecida
turbia, encaramada,
en la convicción
de que la nada nos espera
a la deriva,
prosternada
ante la desdicha de su propia imago.
Veo a la ventana y mi boca se seca
Y las lágrimas enjugadas no vierten
en derrotero alguno su final

Veo a la ventana con el ansia
del paraíso que abrigabas
en tu regazo, en tus palabras,
en el cálido coro de tu vientre
que ya ni presagio.

Veo a la ventana y el orbe
replica ese vacío de la noche abstracta
inmersa en el coro sucesivo
en el fragor, en el delirio,
y me acerco al momento en que
la noche no era una,
ni la muerte, ni el instante,
ni lo eterno, ni el abrazo,
o la conjunción de cuerpos informes;
la noche era el ocaso
de la vigilia infame y repetida

viernes, 11 de julio de 2008

Este poema consta en el Viaje de Roseta y se inmiscuye en la prolífica antología discográfica Poesia necesaria. Ya hablaré aquí de Claudio Rodriguez, de una anécdota y una definición. Hasta entonces:

Con los cinco pinares de tu muerte y la mía
Tú volverás. Escucha. La promesa besada
Sobre tu cicatriz sin huella con racimo en silencio
Nos da destino y fruto en la herida del aire.

Si yo pudiera darte la creencia y los años,
La visión renovada esta tarde de otoño
Deslumbrada y segura sin recuerdo cobarde,
Vileza macilenta, sin soledad ni ayuda…

Es el amor que vuelve. ¿Y qué hacemos ahora
Si está la alondra del alba cantando en la resina
De los cinco pinares de tu muerte y la mía?
Fue demasiado pronto pero ahora no es tarde.

¡Si es el amor sin dueño, si es nuestra creación:
El misterio que salva y la vida que vive!

CLAUDIO RODRÍGUEZ

INDICES

Vine a enterarme, por estos días, que un tal José Arsegot compró una calesita al circo de los hermanos Segura y que la misma fue emplazada en la Plaza Irlanda. La travesía, que involucra a los hermanos Pometti, calesiteros de alma , un nieto de apellido Cavallieri y el acto de vandalismo que entre llamas casi ahoga las huellas de ese hombre que ahora conjeturo, son circunstancias anecdóticas y fortuitas.
Como hallazgo uno puede reputarlo azaroso; como exhortación para la curiosidad, merece una delicada atención. Vale, los hechos del universo no acontecen por nada o el absoluto desparpajo debe, al fin, equivaler a un cierto orden. No estoy seguro y admito cualquier opinión en contrario.
No obstante, estos días han sido días muertos, no en cuanto a lo literario, pero sí en un sentido vital; únicamente la convalescencia logra tamaña suspensión, tamaña negligencia. Y en esa despedida magra, se presentó este hallazgo.
Indudablemente, me inquietó, otorgando a la trivialidad de estos días, un objeto de exaltación recurrente. Y todo se debe, graciosamente, a que mis conexiones con mi pasado paterno son muy débiles. Nunca conocí a mi abuelo don Cirilo y, hasta hace muy poco, ignoraba, completamente, que Ramón, su padre, constaba en las partidas del registro civil de Huesca, localidad próxima a los Pirineos. Ciertamente, mi apellido siempre fue fonéticamente delator de cierta herencia francesa. Aun hoy me es muy dificil, pese a las simpatías que guardo con España, disociar mi estirpe a cierta providencia rural, campesina, de la región lindante con los Pirineos. La sola pronunciación de mi apellido favorece esta idea. Empero no acaba por ser completamente un nombre francés.
En España, los parientes mas próximos (que son también los mas conocidos y habitués de nuestra Recolta, San Telmo y microcentro) son de línea materna, por lo que no comparten mi apellido, siendo enteramente de procedencia española. Me aventuré, por tanto, a buscar en los directorios de ese país para encontrar a un ciudadano que poseyera el mismo patronímico que yo. Fue infructuoso. Acabé, entonces , por aceptar esa sugerencia del sufijo got, probablemente alineado a su antecesor arse, que puede ser el original o la deformación del apellido arce, por mero tráfico de linajes. Procuré, luego, los listados de Francia. Hurgué en provincias, villas, ciudades, en París...
Cerca de Bordeaux, a unos escasos kilómetros de la frontera, en la región de Aquitania, hay un conglomerado de mansiones en alquiler para vacacionar. Se ofrecen en los sitios turísticos que absortan a visitar Francia, con la módica descripción de sus prerrogativas: la virtuosa y atrayente promesa de disfrutar de un descanso paradisíaco en una región de extensas llanuras y mansiones con piscina. Entre las localidades donde se puede uno hospedar figura Cenác, que no es mas que una villa francesa. Allí, en Avenue Pujant, vive Fernand Arsegot y, no muy lejos pero en Salles, Lionel Arsegot. Lejanos, ambos, de aquel que adquirió a los hermanos Segura, la calesita que hoy es reliquia porteña; unidos, tal vez, por una memoria solidaria que los trae a mis sueños.
Tanto Lionel como Fernand me han suscitado el deseo de llegar, no hasta ellos sino al origen o al desmembramiento de quienes trashumaron para llegar hasta mí, lo cual abre algunas inquisiciones: ¿Qué fabuloso y trágico designio hizo que Ramón naciera del otro lado de los Pirineos? ¿Qué parcial generación se marchó de Francia? ¿Quién orquestó la dimisión? ¿Quién desertó? ¿Por qué se separaron y, en todo caso, de donde provienen Lionel y Fernand y qué relación los une con Ramón? ¿ y con José?
He cavilado mucho al respecto en las últimas jornadas. La compulsa revisión de las interrogantes y diversas alternativas, advierten un sinfín de acciones. El inventario es, a lo sumo, mós sencillo y, ante todo, más prolijo. Corresponde, pues, que yo inicie la contraria y dilatoria claudicación de las huellas de mis ascendientes.
Desde esa perspectiva y proposito, esta nota, no prentende nada. Solo es un esbozo, una patética formulación de interrogantes. La senda al futuro ya está hecha o, al menos , es asunto de futuro. Alli están Tomás, Matías, Nicolás, y quizá alguno más.
El pasado, por su parte, implora algo mas que la apatía o el olvido.
Nota del autor: me dedicaré, de aquí en adelante, a descifrar las variables de lo que aquí, impunemente, planteo; esta nota es, tal vez , el comienzo formal.
El resto de los instantes que derivan de este escrito son infinitos puntos cuyo caracter y divergencia me parecen excesivos para referir aquí. Espero tener noticias pronto.
Algo me dice que este relato o soberbia ponderación de inquietudes particularistas, no estaría completo con la omisión de su punto de partida: http://www.lascalesitas.com.ar/acerca_valle.swf

jueves, 10 de julio de 2008

Algo no tan perdido

Casa de Padua

Ahora te figuro inmensa y peculiar,
Un inanimado misterio de corredores y parras
de ladrillo desteñido, un sendero,
Dilatado en extremos ladeados y alguna saliente.

Tu extensión es enigma enraizado en tierra furibunda
Mulata,
de tiempos en que la pampa era redonda
Y el sol emergía ayuno de miradas humanas.

Sucesivos tropiezos han quedado,
y en tí reposa,
Un daguerrotipo borroso de mis pies escuálidos,
De mi cuerpo liviano y sin cicatrices.

Sospecho que dos personas, o tres, se han perdido,
en la hondura de tus fondos,
absortos por el inacabado foso
que perfora la tierra en su magna cabalidad.
Dos han perdido la juventud y uno la niñez


Nota del autor: la casa, originariamente, perteneció a mis tíos. Siempre cobijé, para mis adentros, la conjetura o la certeza de que San Antonio de Padua, estación enclavada a manera de estorbo entre Ituzaingó y Merlo, era y es ilusoria; una mera entelequia que absorta al peregrino a detenerse en el trayecto hacia otros senderos mas prodigiosos. Con los años descubrí que todo ello es cierto y que sus arrabales constituyen la esencia inconcebible de ese obstáculo. Nadie se resiste a esa hondonada de casas bajas y techos a dos aguas; es el dichoso y particular hallazgo de todo joven y timorato poeta.

domingo, 6 de julio de 2008

DE LA ESTACION, DOS CUADRAS

Avellaneda me ha cobijado desde los ocho años, epoca en que veía los andamios con sorna y asombro y me dejaba arrastrar por la candileja y los escuetos pasajes que lindaban con la estación de Wilde. Por esas veredas de barro, al principio, cuando el trazado era la mera extensión del terraplén, aprendí los avatares de la incertidumbre del hombre de las calles de tierra. Conocí esa imagen que nuestros padres refieren y que en la época en que crecí, se hallaba en su agonía macilenta: la del barrio, la de los campitos y los clubes, la del tiempo indolente. Luego, en mi barrio, el hormigón lo arrasó todo, pero no para dar sitio a esos espacios de antaño mejorados y prolíficos, sino para su perpetua disolución. Se procedió a privatizar hasta el último vestigio del espacio público y hoy tenemos que pedir permiso para echarnos un picadito en mitad de la vereda mas insignificante. Oprobioso es que tamaña esquilmación fuese aplaudida; en fin...
Avellaneda ejerce la paciencia cada día que la habito; su cansino paso es la cadencia de Buenos Aires que comparte el ahogo melancólico de los países latinoaméricanos y lo enmascara en un júbilo menesteroso y a veces fatuo (índice del canalla y el vil pendenciero); las más con una nostalgia de muerte o una melancólica resignación que pendula entre la inacción y el altruismo, entre la envanecimiento y la utopía. De todo aquello siempre me gustó creer que los hombres y mujeres de Buenos Aires (y de Argentina) nos emborrachamos, nos reímos del chiste grotesco, volvemos del desparpajo de la noche insomne completamente absortos en cierta algarabía impúdica, aunque al mirar la cara del compañero próximo advertimos una sombra en la mirada, un gesto que nos asegura que no nos hemos olvidado de nada.
Avellaneda me ha cobijado en estos últimos años y agradecerle semejante benevolencia a un nombre, o a la porción cartógrafica que ese nombre sugiere o erige, solo requiere alguna palabra que ratifique la querencia y el hábito.
Aquí las transcribo:
Avellaneda al sur

Si tus calles apuran la sombra,
El adoquín las oprime
En mitad del remanso del callejón
Apacentado por la luna y sus escombros de plata.

Los serenos cautivos de prosapia
Presagiando la ruina circular
En noble lealtad de café
Entre anémonas de humo y sudor de sal

¿Que anodina voluntad, indiferente acaso,
inflinge al movimiento solemne, alertagado
su primigenia inercia, su halito?
¿Cómo llamaremos al sutil hacedor
de tus caprichosas veleidades de urbe,
de los recónditos murales arraigados
que se derraman sobre la callejuela,
de todos tus ditirambos de bronce?

Tu sur es un sur imprevisto, inmemorial,
Cuyo margen es de río y de mar a la vez.
Palida tiniebla entrevista
En los primeros movimientos del tiempo
Cuando la fundida tierra
indómita y virgen,
Te presentía en el candor de su trazo.

Al avizorar tu amanecer,
la imaginación prefigura esos avatares,
los cristales reflejan la inmensidad,
los imperios, caídos sol tras sol,
todos, son las lastimeras excusas de tu nacimiento.

viernes, 4 de julio de 2008

DESPUES DE LOS CIEN DIAS...

Son las diez y veinte de la mañana. Buenos Aires, despues del breve veranito de San Juan, no ha vuelto a ver el sol y la mañana se prolonga entre el vaho y el gris. La ventana desde mi cuarto trasluce la carretera que llega hasta la exquisita ciudad de La Plata, ornamentada por una columna de luces tenues y el rastro de los estertores cotidianos de los habitantes de esta ciudad. Estan de salida y migracion desde los suburbios hacia el centro.
Ignoro si en las proximas horas habra agitación y dudas y cacerolas exteriorizando la mezquina exaltación de Recoleta, Palermo o Nuñez. Espero que no.
Las oligarquías prosiguen firmes en America Latina; cuanto más se las niega más aumenta la impresión de que continuan allí, cincelando nuestras vidas y nuestro presente. El debate en las comisiones de Agricultura y Hacienda arroja, paradójicamente, luz y neblinosas contradicciones al respecto, como todo este marasmo.
He comprobado cabalmente que la mayor parte de esta contienda responde, a riesgo de paracer exagerado, a una pulsión profunda de la identidad argentina. Hay algunas cosas en juego; entre ellas la posibilidad de conocer inequívocamente los intereses y la ideología de los implicados, certeza que se nos ha negado de manera tan directa y explícita hasta ahora. La otra posibilidad es el planteo de un modelo de sociedad, de una dialéctica que nos habilite a conformar al final del camino una sociedad materialmente igualitaria y humana.
La segunda cuestión es dificil de concebir desde los partidarios del agro. Ayer Jorge Obeid gobernador de Santa Fé, disidente de la posición férrea del gobierno en relación a las retenciones móviles fue abucheado a la salida del recinto. La postura es clara: se hace lo que queremos o no estamos conformes. Aparecen, además, críticas hacia la burocracia y la corrupción estatal. Me hubiese gustado que estas mismas voces se hubieran alzado contra las expropiaciones de los años noventa, refulgor y apogeo del neoliberalismo, o en la lucha salarial de los sindicatos. Se habla de los medianos y pequeños productores y, a la par, de que las retenciones se cobran al momento del embarque de los productos pero nadie refiere la fijación de los precios, el traslado de las pérdidas (desde los mas grandes a los mas pequeños) y los sueldos de los trabajadores del campo y chacareros. Las disertaciones se dilatan y cada uno expresa alguna verdad ailada pero los opositores del gobierno asumen un papel peligroso, irresponsable en muchos casos y condescendiente con grupos de presión que nos han condenado, cruentamente, con dictaduras y demás manipulaciones, a ser únicamente un país productor de materias primas en favor de sus intereses, en detrimento del resto. Se critica el papel intervencionista del estado; segúramente para favorecer los excesos de los privados.
Una dialéctica implicaría que de un estado A pasemos a uno B, con las reminiscencias del estado anterior. Este proceso es el que se dirime en Argentina y en América Latina, con las simplificaciones del caso de esta entrada. Confiaría, luego, en la llegada a C pero resulta, entonces, imprescindible colaborar para que B sea posible, aunque este estado equivalga a una derrota aparente. Creo que los ruralistas, la oposicion y ciertos círculos de la sociedad Argentina pugnan por seguir en A. Lo que es indudable, es que una cierta irracionalidad se deduce de sus pareceres, enfáticos, y corregidos por los asesores de prensa del señor De Angeli y compáñía (que cambió del "vamos a enseñarles a legislar" por "hay que procurar defender las instituciones como el Congreso").
En fin... son jornadas de luchas. Indicios no nos faltan por toda America del Sur; no obstante el faro de las Madres nos enseña el camino.
Acá en el sur el alba aun aguarda en el horizonte invisible, entreverado con el mar y el firmamento o, tal vez, entre nosotros apenas silente, escurridizo...
Ignoro si en las próximas horas tras la provisoria ratificación de la medida de las retenciones móviles habrá cacerolazos. Espero que no.

miércoles, 2 de julio de 2008

Walking Around
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejosque debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.
Pablo Neruda


martes, 1 de julio de 2008

"Mis manos y estas calles..."

“Mis manos y estas calles son láminas de hielo”
No te busco, tampoco te encuentro.

Las luces contra la acera
parten el firmamento azul
y los resabios de un paraíso perdido
se sientan a mi lado en el colectivo.

Camino errabundo por las calles,
ligeramente insomnes en la vigilia,
melodía casual de vahos y promesas.
y los titulares de los periódicos me aterran
y las sombras aparecen troqueladas
Y los relojes se sacian por el rocío
Titilante de la bruma de mis noches.

Siento el rumor de un roce
Que me recuerda a tí,
Ojos que relampaguean
Preanunciando los males
De un carmín anodino,
En que la primavera asumía la forma
Del desierto impávido de Assuan
Y no había descubrimiento ni confesiones,
Solo una indolente sonrisa
Socavando las esquirlas del sueño y la muerte.

Tiemblo ahora al mirarla en el colectivo,
Con la certitud de cifrarte en ella
De no poder besarla,
Por estar loco a la vera de un naufragio invisible.

Baja en la próxima parada
y la mía aun está lejos...

y La sucesión presagia un paraje
y la aurora, desdén.
y los murmullos, voces de despedidas
enlutando la calle principal,
las lunas, los bares,
la corriente de la brisa helada
ante la sombra y los charcos
frente a casas desconocidas y antaño grises

No sé si existe o existió alguna vez
ese paramo,
si se perdió o se ganó...
Intento conjeturar qué poste lo anunciará,
Inequívocamente.

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