jueves, 31 de julio de 2008

No te salves

En alguna ocasión me asaltó la impresión de multitudes abandonadas a la vera del camino, petrificadas en medio de un acantilado o de las dunas. Los cielos se resquebrajaban, la umbría envuelta en un ínfimo vendabal se diluía en dolientes estertores ante cada paso y los rayos se cenían como puñales en el horizonte, enlazado a la niebla y los valles lejanos. No fue fácil liberarme del espanto de ese espectáculo; noches de insomnio fueron la erogación de tamaño horror. Tiempo después cuando intenté recordar ese sueño, advertí que no eran los látigos de luz inífuga, electrificada o el follaje incansable que agobiaba los pasajes contiguos, lo que despertó la angustia sino aquella multitud enajenada; quiza uno o dos rostros entre ellos. Verlos completamente absortos, trémulos o fascinados, por la alucinación de un claro lejano, de las llamas de marzo y septiembre junto a los rostros que conjeturamos envejecidos y dichosos en lejanos cielos revolucionarios o frente a su propio reflejo perdido, paralizados por el miedo, ansiosos por la muerte, me sobresaltó. Aquellos estaban a salvo y tú entre ellos.

Sospeché que la salvación es el refugio de los cobardes. Nunca pude saber si en aquella figuración (más real acaso que la vigilia y los estrépitos y el noticiero) yo estaba junto a la multitud y te contemplaba entre ellos, sin poder tocarte porque te antecedían todos y cada uno; o, tal vez, desde afuera, con gesto cansado, aterido, de muerte. Como fuere, desde aquel tiempo no quiero salvarme, ni condescender al catálogo de vanalidades que conforman el diario protocolo de la lucidez. Me aterran, incluso, las conductas puntuales de los hombres de ciencia o de administración, tan resignados a sus métodos, obstinados en concibir el mundo como variables concatenadas e inertes y tan ignorantes de las variantes y las licencias de la inteligencia práctica; también los cultores de lo que debería ser o los lúcidos filántropos que con su mano tendida nos conciben como rebaño que debe ser guiado hacia las llamas perspicuas e inicuas de la hoguera de los mundos planos y celestes, insípidos, mediocres.

Todos los hombres y mujeres inmóviles frente a ese camino gris tenían en su rostros huellas de languidez, encubiertas por la sonrisa apócrifa de los días furtivos. Y aún, concientes de que los agoreros de la razón eran monstruosos cuerpos que se erguían putrefactos sobre tierra y sus propuestas la infamia, la quietud, las máscaras resplandecientes que los recubrían, con su brillo, los extasiaba y los cegaba y los mantenía a la vera del camino.
Los argumentos de la cordura y sus maravillas proseguían con severa calma. Ellos inmóviles. Mustio y solitario, nunca supe bien desde dónde (o cuándo) empecé a vitupeararlos, negando sus falacias, escupiendo sus rostros.

No quería, ciertamente, salvarme, ni que me salvaran (no deseaba para mí el silencio o la oscuridad). ¿Para qué? ¿para incluirme en ese dantesco baile de espectros, relatando los detalles míticos de victorias sin sentido o cantando odas a pasados conjeturales, distorsionados por la letra escrita?. Por el contrario, no deseaba aquello; no lo quería. Anhelaba otras cosas, mientras silente admiraba el cancel. Buscaba salir volando y perderme en la oscuridad de las hojas de otoño sacudidas por las gotas del rocío; o simplemente, no quería salvarme.

Mi esperanza era que más allá me aguardaras ansiosa por perderte; bordear las márgenes del camino, hasta encaramarnos definitivamente en el albur de su curva mas sinuosa



No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca .....
no te salves ...
no te llenes de calma
no reserves del mundo
solo un lugar tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueños
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si .......
pese a todo....
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un lugar tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueños
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas .............
entonces......
no te quedes conmigo
Mario Benedetti

Afortunádamente no estamos a salvo. El cielo desnudo, los promontorios, el parque y sus viejos árboles dormitando la claridad, las ánforas, los astros, el humo mustio de los bares mas allá de la hora de cierre, palpitando tenue como galaxias remotas, los espéctros de callejuelas donde el claro de luna no redime la esquina o el adoquín, nos aseguran que los peligros arrecian y que el mundo no se ha apagado en un murmullo...





2 comentarios:

My dijo...

wow
me he quedado impresionada, maravillada.
que escrito tan 'completo'
no le falta nada, no le sobra nada.
quizás al final un silencio..
el mismo que me dejaste dormido en los labios.. al acabar con tus versos.

gracias por tu calurosa visita a mi rincón.
ha sido un placer encontrarte.

un beso.

Anónimo dijo...

Muy buenooo!!
El no te salves de Benedetti resuena como un grito en mis oidos!!
Gracias Pablo!
un beso

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