domingo, 6 de julio de 2008

DE LA ESTACION, DOS CUADRAS

Avellaneda me ha cobijado desde los ocho años, epoca en que veía los andamios con sorna y asombro y me dejaba arrastrar por la candileja y los escuetos pasajes que lindaban con la estación de Wilde. Por esas veredas de barro, al principio, cuando el trazado era la mera extensión del terraplén, aprendí los avatares de la incertidumbre del hombre de las calles de tierra. Conocí esa imagen que nuestros padres refieren y que en la época en que crecí, se hallaba en su agonía macilenta: la del barrio, la de los campitos y los clubes, la del tiempo indolente. Luego, en mi barrio, el hormigón lo arrasó todo, pero no para dar sitio a esos espacios de antaño mejorados y prolíficos, sino para su perpetua disolución. Se procedió a privatizar hasta el último vestigio del espacio público y hoy tenemos que pedir permiso para echarnos un picadito en mitad de la vereda mas insignificante. Oprobioso es que tamaña esquilmación fuese aplaudida; en fin...
Avellaneda ejerce la paciencia cada día que la habito; su cansino paso es la cadencia de Buenos Aires que comparte el ahogo melancólico de los países latinoaméricanos y lo enmascara en un júbilo menesteroso y a veces fatuo (índice del canalla y el vil pendenciero); las más con una nostalgia de muerte o una melancólica resignación que pendula entre la inacción y el altruismo, entre la envanecimiento y la utopía. De todo aquello siempre me gustó creer que los hombres y mujeres de Buenos Aires (y de Argentina) nos emborrachamos, nos reímos del chiste grotesco, volvemos del desparpajo de la noche insomne completamente absortos en cierta algarabía impúdica, aunque al mirar la cara del compañero próximo advertimos una sombra en la mirada, un gesto que nos asegura que no nos hemos olvidado de nada.
Avellaneda me ha cobijado en estos últimos años y agradecerle semejante benevolencia a un nombre, o a la porción cartógrafica que ese nombre sugiere o erige, solo requiere alguna palabra que ratifique la querencia y el hábito.
Aquí las transcribo:
Avellaneda al sur

Si tus calles apuran la sombra,
El adoquín las oprime
En mitad del remanso del callejón
Apacentado por la luna y sus escombros de plata.

Los serenos cautivos de prosapia
Presagiando la ruina circular
En noble lealtad de café
Entre anémonas de humo y sudor de sal

¿Que anodina voluntad, indiferente acaso,
inflinge al movimiento solemne, alertagado
su primigenia inercia, su halito?
¿Cómo llamaremos al sutil hacedor
de tus caprichosas veleidades de urbe,
de los recónditos murales arraigados
que se derraman sobre la callejuela,
de todos tus ditirambos de bronce?

Tu sur es un sur imprevisto, inmemorial,
Cuyo margen es de río y de mar a la vez.
Palida tiniebla entrevista
En los primeros movimientos del tiempo
Cuando la fundida tierra
indómita y virgen,
Te presentía en el candor de su trazo.

Al avizorar tu amanecer,
la imaginación prefigura esos avatares,
los cristales reflejan la inmensidad,
los imperios, caídos sol tras sol,
todos, son las lastimeras excusas de tu nacimiento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosos tus textos, Pablo.
Comparto muchísimo esa sensación de haber conocido un pasado urbano que después cambió tanto, por no decir que muchas cosas se recontra-arruinaron. Yo lo viví muy fuerte con Buenos Aires: mi primera infancia chapoloteando y tragando agua en el Río de la Plata limpio y andando en bicicleta por Caballito que era un barrio lleno de casas bajas, tipo quintas, donde en un descuido de sus dueños ¡se escapaban las gallinas a la vereda!
Después, mi primera juventud, durante los '80: la bohemia literaria, el Café La Poesía de San Telmo, el Bar Merlín de Belgrano, la SADE de la calle Arenales donde todas las escritoras (de avanzada edad, ahora tendrían 100 años) usaban sombrero.
Hasta hace un tiempo me ponía melancólica. Ahora, pienso: "todo esto ya no existe más, pero qué suerte, alcancé a verlo".
¡Yo creía que este tipo de cosas le pasaban a uno por la cabeza, a efectos de la edad, pero si te pasan a vos que sos pibe, me quedo mucho más tranquila!
Te mando un gran saludo.
Estela

Anónimo dijo...

Hay una sensacion mas profunda y ociosa de esta ciudad. el tiempo advertirá que uno acaba con la tierra que presiente su pulsion, su huella, sus anhelos. Quedan al fin enterrados y eternos en el cosmos.
Un gran cariño Eduardo

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