miércoles, 30 de junio de 2010

La verdad y sus perspectivas


La verdad. La verdad y sus perspectivas. Puede decirse, sin pudor, que es enojoso trabajar con absolutos, en especial con uno tan categórico y monolítico al punto de estar obligado a considerar con algún grado de conciencia (o responsabilidad) la indagación de su pertinencia como denominación capaz de otorgar a lo fáctico un rango especifico en la organización racional. Eso exige, por un lado, no atenernos tanto a lo común en cuanto al uso de la expresión, determinar si es adecuada o no en razón de un relativismo especioso que puede dar lugar a la pura confusión o el puro cinismo. Por el otro, a no negar desde el prolegómeno la certeza de atribuir a determinados enunciados la condición de verdad por lo menos con carácter provisorio.


Convengamos que los discursos apuntan a construir verosímiles, no verdades. No hay en los discursos, en los géneros discursivos, nada que sea ni remotamente cercano a la verdad. Simplemente porque no puede contenerla. Hay creo intenciones de verosimilitud, intenciones de veracidad, muy de acuerdo con aquella réplica escrita que rechazaba la sinceridad por considerarla un atributo inmediato de respuesta del sistema nervioso, un espasmo, en contraste con la veracidad, que implica un proceso de configuración menos azaroso.

El discurso publicitario, el político, el judicial, el pedagógico comprenden un reservorio de construcciones de cierta verosimilitud que se concatenan en mayor o menor medida con las pruebas fácticas, o argumentales a las que recurren porque contienen un vasto campo de herramientas que les permiten construir un relato plausible. Entre ellas la conjetura porque al fin y al cabo se desprenden de un cierto relato social. Relato articulado a partir de la suma de otros relatos que se corresponden unos a otros como un aporte permanente que procede por avances, retrocesos y superposiciones. Las condiciones en que uno ejerce como comunicador social implican tropezarse con esta cuestión. Massoni, en una nota de Página 12 publicada hace unas semanas, la vincula con la multiplicidad de enfoques distribuidos en el abordaje del espacio observado. Se plantea, ingeniosamente, que los niveles de observación condicionan la facultad para definir aquello que el ojo registra y supone, y esto es lo descollante, que cada distancia o posición en relación al objeto posee un experto, un sujeto mejor dotado para aglutinar conceptos explicativos y descriptivos del enfoque adoptado. A priori parece sensato imaginar que cada variación en la distancia de descentración del objeto (esto es lo que pretende denotar Massoni) implicará una variante en el tipo de analista que emprenda la tarea de discernir los elementos que esa puesta pone en juego.



Acontece, también a la hora de ejercer la comunicación social, que la distancia de observación fijada en relación al objeto, convoca diferentes modalidades de análisis y diversos portavoces según cada nivel. Pero el problema del ejemplo de Massoni es que en el caso del comunicador social, este no proviene de un exterior imponderable, no mira con un instrumento o con la ayuda de este para lograr la efectiva (o ilusoria) lejanía, cercanía o intromisión respecto del objeto; no se vale de un intermediario, mientras él se coloca en un limbo por fuera de lo ponderado. Cada avistaje se produce sin dejar de pertenecer a un espacio que se halla influido por el observado; en la disposición mental del observador interviene esa influencia así como las prevenciones locales sugieren los pormenores en el procedimiento de juicio del objeto analizado y cincelan sutilmente las conclusiones. Aparece borroso o inapreciable en el estudio de la comunicación ese atributo que Massoni señala con acierto en las diferentes posiciones de una cámara que, luego, servirán al análisis de ese otro objeto por fuera y ajeno, a la sensibilidad subjetiva (en sentido individual, pues la verdad planteada por Massoni proviene del acuerdo colectivo) del narrador o el analista. Esta imposibilidad ipso facto esmerila el hermético influjo de la verdad, robusteciendo la idea de verosimilitud en cuanto comunicamos haciendo potestad de nuestro oficio de comunicadores. Interesante base de partida que nos ubica mas correctamente frente a los dogmáticos de la objetividad como base del profesionalismo (verdadera en cuanto a la evolución histórica del periodismo; falsa si nos adelantamos a abogar por la hipótesis de la Universidad Nacional de La Plata de la institucionalidad editorial). Conviene citar a Ducrot en la espléndida nota para la revista 2010 (“A la Noble la Revolución de Mayo la hubiera fusilado”): “Cristalizada la burguesía como hegemónica se dejo de lado la militancia de la palabra para crear el periodismo profesional que no es otra cosa que el órgano de difusión de la cultura de la clase en el poder. Una metodología de disciplinamiento social en orden a los sentidos hegemónicos”. Esto derriba la idea de objetividad en el campo de la comunicación social pero persiste su relación con la profesionalidad.



Si la objetividad no existe ¿tampoco existiría el periodismo profesional? Probablemente. Sobre todo (y atendiendo la relevancia que el Secretario de Presidencia Gustavo López tuvo para con el término profesional en el rol del comunicador) porque creo que la profesionalidad puesta como valor en el periodismo es un perogrullo, un título vacuo que nada nos dice del hombre que tiene el oficio (me inclino mas a lo artesanal pero sin abandonar la rigurosidad, el trabajo y la búsqueda de la excelencia; no confundo estilo con limitación). Algunos, y de ahí mi cautela, suelen otorgarle a esa mención de profesionalidad un valor que no tiene, no tanto por su ineficacia intrínseca (indisimulable) sino por su utilización para designar engendros de la práctica periodística o su malversación por quienes querían arrogarse una especie de rasgo identitario superlativo. Esas dos circunstancias me bastan para renunciar a considerar siquiera la profesionalidad como una mención honorífica en el ejercicio de esta disciplina particular (la raíz tampoco me conforma porque nosotros no profesamos salvo cuando intentamos mentir con pleno conocimiento de hacerlo). Apuntamos desde ahora que profesión se torna profesar y no profesa sino el que miente descaradamente y la comunicación social es una guía mas que un punto de llegada a algo o una revelación. En esto Ducrot aclara bien los parámetros: la institucionalidad editorial descarta la idea despojada y un tanto sosa de la profesionalidad porque no asume absolutos, con la virtud agregada de que su sola formalidad revela el concepto de Weaver y Shaw de Agenda Seeting según el cual los medios no dicen que pensar sino sobre que temas enfocaremos la atención. Los exponen sin mas. De ahí uno sabe que ciertos programas de la televisión pública ordenan una agenda (en particular contrapuesta al Grupo Clarín) a la vista de todos sin necesidad de apelar a dislates o alelados intentos de subestimación y omisión tan particularmente evidentes que se han transformado en un genero de la sinvergüenza. Eso es claro. Aun cuando 6,7,8, por citar un ejemplo, elude tratar las contradicciones de la cobertura de TN en los asesinatos de la comisaría 24 de La Boca que no retrotrae su informe al homicidio de Martín Cisneros y la posterior toma de Luis D’ Elia de la comisaría para evitar algún tipo de corrección (por parte del medio o por vía indirecta, generando una pauta que al espectador le indique una conexión entre los hechos y una reformulación de las diferencias de valoración de TN de acuerdo a sus intereses) al tratamiento brindado a esa noticia, o toma ciertos testimonios radiales y rechaza otros o no considera las deficiencias que ciertos medios dejaron translucir en su cobertura del ataque israelí a la flotilla de la paz, sabemos que mecanismos operan: se elige una agenda para tratar. Un tanto por conveniencia editorial, otro tanto por la cuestión física, ineludible, del tiempo y el formato. Pero esto no se oculta, por el contrario, 6, 7, 8 debe ser uno de los únicos programas de TV en la historia que adoctrinó en esta taxonomía de los problemas de interes publico incluso en detrimento de su propia estructura y de su propia productora; están creando un monstruo, plenipotenciario que solo se puede celebrar. El efecto de esta instrucción es incluso cuestionar la propia metodología de elección de los temas de este programa y entender a qué lógica e intereses responde el capricho (se me ocurre otro programa, Siete Punto Cero en Radio Cooperativa que experimenta con el mismo y extraordinario recurso, contribuyendo a deconstruir la tradicional mirada estática sobre los medios). No solo, es evidente en este programa en particular, sino en todos. Aquí podemos decir que se entrevé el concepto de instucionalidad editorial que viene vinculado al rol del escritor público, cada vez mas alejado del entramado ficcional del profesionalismo burgués que enmascara la defensa panfletaria, por acción u omisión, de la cultura de los grupos hegemónicos. En este ámbito, la idea del verosímil es mas próxima y adecuada también.

Contrariamente la verdad, con su carga emocional, con su pomposidad beligerante, se aleja hacia las costas de las macanas, de las zonceras, una de tantas que arrastramos desde la consolidación del periodismo liberal, resquebrajado tras la sanción del articulo 19 de la declaración universal de los Derechos Humanos a finales de la década del 40 pero cuya escasa aplicación ha dejado las rémoras decadentes de esa noción original del periodismo tan apreciado por el liberalismo porteño y globalizado. Con esta llamada desisto de hundirme en el relativismo posmoderno, sin dejarme arrastrar por la marejada de los dogmáticos; propongo analizar caso por caso, despojado de apriorismos, desnudando la escena de intercambio, el mensaje, puliéndolos, pero sin desatender las instancias de producción y reconocimiento para recordar a Eliseo Verón.
Cabe la objeción: ¿No hay algo de absoluto, sin embargo, en cada verosímil, en cada hipótesis? Lo hay pero son efímeros puntos de apoyo que se desmoronan cuando abordamos el próximo. Y esa plausibilidad se funda en la prueba empírica y el contexto, de lo pasado y lo presente, no en el mero análisis de las partes otorgando entidad al mensaje. Un ejemplo clásico: Los lectores de clarín son opositores al gobierno. En la primera época cuando Clarín ejercía un apoyo critico al gobierno, sus lectores mantenían similar postura. Luego tras el cambio abrupto de la línea editorial (por amenaza clara de intereses particulares) los lectores se volvieron furiosos antikirchneristas. Este análisis constituye un disparate conceptual y se funda en el absolutismo que no mira hacia los costados. Ignora tanto los elementos supratextuales, de entorno social, como los fundados por la puesta de la escena comunicacional. De ahí la necesidad de abandonar la teoría de la verdad en la practica de la comunicación social; teoría que engloba sin empacho una serie de discursos cuyos correlatos corresponden al orden de los fenómenos de manera cerrada, excluyente y estática.

Pareciera determinante ahora decir que la verdad funciona a manera de arquetipo y que lo verosímil es a ella lo que el enamoramiento al amor. Ciertamente. Cabe suponer que en todo orden esto es más o menos así contra cualquier prevención contraria. Por lo menos hasta que encontremos otra verdad mas ajustada a los hechos y también transitoria.

La patria compartida

P.A.

Estos tiempos abroquelan instantes de dinámicas variables, inmersas en una corriente colectiva que solo la competencia mundialista puede aglutinar en esta forma envolvente. Atemperar estas manifestaciones, disminuirlas o reducirlas, a un determinismo que asocia lo masivo con lo nefasto, se revela como un prejuicio intelectual funesto. Sobre todo si uno mantiene una especie de insatisfacción con lo circundante, con lo situado por fuera de ese mero acontecimiento. Borges, por ejemplo, denostaba las audacias de lo masivo, de lo que concitaba la atención de las mayorías (los fenómenos de masas); experimentaba un cierto prejuicio frente a ese aluvión de heterogeneidades comprometidas (o absortas) frente a unas pocas y homogéneas consignas que no por ello implicaban el dogma (aunque el terror borgeano lo sugiera casi instintivamente). En tiempos de derrotas, de mayorías obsecuentes y estáticas, sumisas por el terror y la indiferencia alienante, era justificada esta antipatía por el desborde de la masividad autómata (esto es claro en Borges aunque de manera opuesta, lo que equivale a decir que su reacción es comprensible y objetable).


Los tiempos que corren no merecen esos reparos y la huella de prosapia que supone arrogarse el intelectual, concientemente desvinculado con las manifestaciones masivas de su pueblo, me tienen sin cuidado. Sueño con que vastas porciones de la sociedad civil sean capaces de intervenir como intervinimos nosotros en la vigilia frente al Congreso por la sanción de la Ley de Medios y en el ulterior festejo, sin que nadie quedase afuera independientemente de las circunstancias privativas a cada grupo o individuo entre sí. Esto no excluye al fútbol que interpela de manera diferente a cada individuo, logrando una síntesis fascinante a partir de un torneo de las características del mundial. Promueve el susodicho una identidad común y colectiva, y un irrefrenable imán que incita a la comunión, al arraigo mutuo (exponencialmente ampliado por el director técnico de la selección, Diego Maradona, cuya impronta enardece el aliento, el espíritu, en direccion a la hazaña; hay un deseo implícito de que Maradona gane) ante la cual no creo digno anteponer ninguna diatriba. Más bien me inclino por saborear estos momentos gloriosos, atractivos por demás, en que el aire insuflado por el hálito, los cánticos y el entusiasmo popular, parece contagiar al ánimo individual ensimismado.


El afianzamiento de tamaña sensación surgida de una construcción intelectual atenta, suspicaz pero no aristócrata adquiere morfología en los medios. Hay una serie de cuestiones que supieron imbricarse en esta visible movida de la sociedad, distinguiéndola de la de años anteriores. Hace unas semanas, Eduardo Aliverti se preguntaba si la noticia de los barras en Sudáfrica merecía ocupar los títulos centrales de los periódicos. Hablaba de los mecanismos de la manipulación informativa. A esto adosaba las victimizaciones de De Angeli y Bussi que los medios hegemónicos trataron de endilgarla a un supuesto conflicto entre gobierno y campo. El Grupo, por otro lado, continua con su crónica de las barras en el continente africano y todos lo días se las ve negras. Su retórica, entre un histrionicismo lúgubre y una pedagogía ambulatoria, edifica la sensación de una decadencia indeclinable. Lo que obliga, pareciera, a correr el límite de la ficción delirante hasta caminos mas alejados incluso del vertiginoso sentido común paradigmático que los ha caracterizado.



En este vaivén de mentiras, delirios y grave neurosis llama la atención que un concepto borgeano nos remita a Mario Benedetti sin necesidad de suponer demasiado.
Borges en el único relato de amor que compuso, Ulrica, recrea el primer encuentro entre el narrador, protagonista del relato, y la portadora del nombre del título. Allí vierte dos ideas notables: la primera que indica que uno no siempre dice lo que siente cuando habla; nuestros parlamentos suelen no parecernos en nada. La segunda es que ante la pregunta de la nacionalidad, el narrador contesta -soy colombiano- a lo que Ulrica inquiere -¿que es ser colombiano?- -una cuestión de fe- , contesta el protagonista (después ofrecerá la maravillosa frase no había espadas en el lecho y las dos ultimas líneas poseí por primera y única vez a Ulrica).
Uno de los tantos reportajes que dan en cada previa, me confirmó esta segunda idea. Vi a un hombre hablando portugués de evidente origen brasilero confesando que él era argentino de corazón, a la manera supersticiosa del personaje de Ulrica. Y en esta sospecha de que el país, o la patria mejor, es algo mas vinculado a la superstición, a la fuerza de lo emocional, Mario sostenía que su patria era ajustada; en ella –decía- entraba la familia, los amigos, los compañeros y no mucho mas, dejando entrever una cierta incompatibilidad entre ciertos sujetos y aquel espacio que Mario llamaba patria. El fútbol por estos días ensancha esa patria, la alimenta, añade nuevos integrantes a esa pequeña porción.


En materia de comunicaciones esa progresión actúa con similar recaudo. La Suprema Corte de Justicia de la Nación dejó sin efecto la medida cautelar que impedía la aplicación total de la ley 26.522 de servicios de comunicación audiovisual a través de un fallo en el que los siete jueces del máximo tribunal, decidieron el levantamiento de la medida por unanimidad. Los argumentos son conocidos pues el disparate original entretejió una serie de pasos desafortunados en virtud de las normas jurídicas imperantes que conforman el basamento de nuestro sistema legal. Solo la chicana judicial y la burocracia procesal (unida a la presión de los grupos de comunicación, en especial el de ascendencia mendocina) pudo alargar la significativa charada de aplazar la aplicación de la ley a lo largo del territorio nacional. La sinvergüenza, la basura periodística, el descaro con el que se ejerce hoy en día, con sentido y adoctrinamiento de mala praxis, el oficio periodístico tiende a desaparecer en su patética forma actual, está en retirada. Emergen nuevas modalidades periodísticas sin el amparo de esa sacra legitimidad otorgada para conformar los relatos dominantes de la que gozaba hasta hoy el periodismo a sueldo. La irrupción de la ley removerá esos cánones; la variación, sin embargo, no resiste el ejercicio profético y aun todo se halla en ciernes.


Los andariveles, sin duda, permitirán un movimiento mas laxo para el periodismo deportivo, tan asfixiado hoy por sus mezquindades anecdóticas. Y en general para todos los que practican saltos teóricos inconcebibles y los presentan moderadamente implícitos para su reconocimiento masivo. De ahí la saga titular de los barras. De ahí los Bussi y los de Angeli. De ahí la constante subestimación del trabajo de Maradona como técnico de la selección. De ahí la omisión desde el otro extremo (delirante también) de la presencia de Estela de Carlotto en la concentración argentina suponiendo así una nueva concatenación entre gobierno y aliados, la difusión de la noticia y la necesidad de omitir o enfatizar siempre focalizando (sin descanso) en la lucha de intereses con el gobierno nacional.




Hay en ese sentido una buena noticia para el Grupo. El artículo de desinversión de la ley de servicios audiovisuales aun continúa suspendido. Claro que este detalle no merma la furia, ni rescata la prédica del intento obsesivo de sesgar cualquier tráfico de información.
En la otra punta del ovillo, Reynaldo Sietecase sigue difundiendo (y remarcando) lo que salta a la vista tras el levantamiento de los programas Tres Poderes y Lado Salvaje en el canal América y su columna en LT8 de Rosario. Y Vila sigue apuntándose a las estratagemas clarinistas, suponiendo que la derivación discursiva en la mentira rayana de quien tira la piedra y se guarda la mano, desatina el empirismo.


El mundial y la ley de medios indujeron a comuniones diversas y procuran abrir espacios en la visión de un pueblo que de a poco, acompasadamente, recupera el fervor por su propia identidad colectiva, soslayando las tan frecuentes zonceras a que nos acostumbramos insípidamente.
Mario Benedetti y Jorge Luis Borges, no obstante, tenían razón: la patria se sostiene en módicos (grandilocuentes) y heroicos actos de fe, prodigados hacia los afectos. En ese abrazo creciente, cada vez mas se incorporan, nuevos cuerpos desafectados, prestos a rendir culto a ese dialecto patrio que se edifica a fuerza de encuentros.

domingo, 27 de junio de 2010

Retratos


P.A. y M.R.

Barthes habló exténsamente sobre el noema de la fotografía, ubicando la especificidad del dispositivo en el tiempo y no en el espacio. Ese atributo específico de la fotografía se resume a un "estuvo allí". El mismo André Bazin señalaba que la objetividad de la fotografía le confiere un poder de credibilidad ausente a toda obra pictórica. Metafísicamente la esencia del objeto delante del lente se desprende para generar una representación que va más allá de lo puramente icónico o indiciario. Hay algo que trasciende al objeto retratado, algo emanado de aquel (un intangible) capturado por la impresiones fotolumínicas del contorno de los objetos. Nuestra presencia (la disposición instantánea de nuestra presencia) ha quedado capturada en el papel fotográfico ahora cada vez más alineada a las peripecias de una cálculo matemático binario. Pero el ojo aun no ve la escrupulosa combinatorias de ceros y uno.
En la edición del viernes 25 de junio de 2010 de Página 12 vi a Franca Jarach, vi su sonrisa. Todos somos concientes que cuando posamos para una foto (salvo que sea espontánea e inesperada) la expresión del rostro es un mero formalismo conferido al dispositivo. Sin embargo el rostro de Franca transgrede esa premisa.
Singularmente hermosa aparece Franca allí, con la expresión de una sonrisa medida y familiar, sutil, propia de un escenario cómplice.

Franca tenía al desaparecer apenas 18 años. La detuvieron el 25 de junio de 1976 según se cree en la calle. Al día siguiente llamo por teléfono a su casa sin tenerse noticias de ella después de ese hecho. Una sobreviviente de la ESMA atestiguo que la vio en ese campo de detención y de allí se supone fue trasladada y posteriormente arrojada al Río de la Plata. Era una alumna prodigiosa, militante de la UES, peronista, perteneciente a una familia antiperonista y aunque ella poseía un espíritu critico opto por la línea peronista porque presentían que allí estaba el pueblo (La conjetura permite suponer que esa condescendencia detenta una base empírica cierta, una perspectiva honda y analítica respecto de los caracteres emergentes tras el golpe del 55. la misma postura sustentada en Perón- Godot de Feinmann). Solía asistir a un taller gráfico una vez por semana, regenteado por un grupo sindical de la juventud peronista ligada a montoneros.
Casi siempre (y me cuestiono a mí mismo por la recurrente exaltación que los años deberían haber mitigado) me conmociona, ante la impresión de la belleza o la juventud, el grado de perversión de sus captores, su insensibilidad, su sacrílego irrespeto hacia lo que nos constituye como seres humanos, su indignidad. Uno no acaba de comprender nunca que alguien sea capaz de extinguir esa mirada para condenarla a ser un mero noema, irrecuperable en su plena materialidad, pese al asedio de las arrugas y el paso indeclinable del tiempo. Sin embargo, Franca sigue allí, siempre joven, con su expresión dulce, remozada, hermosa. Los ojos cómplices, los pómulos rosados y el rostro arqueado, preciso, jalonado por la caoba resplandeciente que se desliza sobre y un poco más allá de sus hombros. Sigue allí. Diciéndonos algo. Algo inmemorial. Algo perdido.
Impresiona aun más su juventud en el entrecruzamiento racional con la tragedia. Ignoro si es una cuestión cultural o personal pero en estos casos (y en tantos otros) la conciencia en retrospectiva reprocha la imposibilidad de haber hecho algo. De sacrificar los sueños propios, enardecidos por el vértigo de la vida, por la vida de Franca. Un ligero trueque del destino. No lo se. El noema por suerte vislumbra a Franca. Hiere con la fuerza de lo imperecedero de nuestra memoria para que la advertencia de Primo Levi “Lo que ocurrió una vez, puede volver a suceder”, solamente sea eso, una advertencia.


II

Por supuesto no nací ateo. La creencia o no en Dios se funda, bien se sabe, en la fuerza de la cultura. Sin embargo cada vez que oigo o veo al padre Luis Farinello creo en Dios (o, lo que es mejor, se inflama mi profunda necesidad de lo prodigioso). Es el único que logra ese particular efecto en mí. Lo conocí brevemente por cuestiones de trabajo, me dedicó algunas palabras y en ese breve paso por la percepción adquirí esta peculiar fe. Hace poco Luis después de una visita a Medio Oriente donde siguió el camino de Pablo decía “hay que sembrar cantando en el mar, es una tarea heroica pero es lo único que nos queda”.

El comentario adquiría su singular fuerza después de los horrores que la travesía le mostró en Gaza. Pero contextualizado se refiere a cada uno de nosotros en esta particular coyuntura de la patria. Mas singularmente aun, al altruismo de lo cotidiano en un mar revuelto. Para mí, en cambio, a la creencia en un dios del que los años y las circunstancias cada vez me alejan mas, que quisiera que estuviese allí, que lo deseo infinitamente, pero con quien discrepo cada vez más. Farinello (y otros), cada tanto y consecuentemente, me recuerdan ese impreciso deseo.

LUGAR


A la mañana paso


cerca de un sitio


rodeado de muros


altos grises tristes sucios


de carteles, de vote lista azul


un día miro adentro


es una villa miseria.


Gente más gente.


Vestida de tela barata


desnuda de felicidad.


Una chica me ofrece limones


"cien la docena, cómpreme".


Tiene trece años,


más o menos mi edad.


Un almacén ruinoso,


con ratas, con suciedad


con microbios funestos.


Es un sitio rodeado de muros


sucios de crímenes humanos


que son sólo los nuestros.




Franca Jarach (1957-¿1976?) Poeta nacida en Italia nacionalizada argentina. Estudiante en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Militó en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) de orientación peronista. Secuestrada y desaparecida; se supone que fue "trasladada" (en la jerga de los represores de la dictadura: ser arrojada al Río de la Plata, desde la altura) en julio del 76. Su trabajo, duramente impregnado de la realidad social de su momento, no permite la menor concesión al llamado "lenguaje poético". Vislumbramos en la dimensión de su palabra de juventud, la voz propia que habría adquirido de haber alcanzado la madurez. No dejó libro de poesía publicado.

sábado, 26 de junio de 2010

La mezquindad como plataforma (I)


P.A. y M.R.


¿Hasta qué punto las mezquindades propias componen un argumento político adecuado para deslizar una diatriba? Ofrezco tres casos puntuales en que interviene este desatino básico. La Asignación Universal por Hijo reclamada por la Coalición Cívica (en especial de la boca del infortunado diputado Fernando Iglesias), el presupuesto participativo en Avellaneda y la ley de medios. Son tres ejemplos disímiles en los cuales se inscribe una conciencia errónea y eventualmente abyecta. Tanto la Coalición Cívica (en boca a veces del diputado Iglesias), ciertos militantes progresistas del tercer distrito electoral y conjeturalmente (no por acciones directas sino por las implicaciones psicológicas de la desaprobación) la izquierda nacional, a veces con cierta explícita canallada, han refutado estas tres medidas. En el caso de Iglesias acusando al ejecutivo de haberse apropiado del proyecto (¡qué notable coincidencia con cierta izquierda retrógrada con sus ademanes acusatorios de expropiación del acto del 24 de marzo por parte del gobierno nacional!) con su habitual estilo discursivo, fundamentalmente resentido. Dejemos el caso de la ley de medios (ocuparía páginas y páginas de refutaciones, de fatigosas refutaciones) y ubiquemos la reacción de ciertos sectores de centroizquierda frente a la medida de implementar la herramienta del presupuesto participativo en Avellaneda, en espacial de aquellos que la proponían en el ámbito municipal. ¿Ejecutarán la misma descalificación que los sectores de derecha frente al gobierno nacional? ¿Seguirán con ese hábito repulsivo de desaprobar todo porque es más fácil el denuesto que el trabajo y la consolidación de un proyecto propio en el distrito?


Algunas de estas vicisitudes se sugieren en Avellaneda. Se presentan como parte de una estrategia de las fuerzas supuestamente alternativas en la ciudad. Un doble discurso adecentado probablemente en un trabajo dispar que no une criterios y que, en otros ámbitos, reivindican los planes de ayuda social y los incentivos municipales a grupos que no terminan de ponerse de acuerdo acerca de sus proyectos a largo plazo pues a nivel nacional, provincial o municipal se los encuentra abogando por espacios políticos tendientes a la reducción o la eliminación de estas intervenciones (subvenciones) por parte del estado. Un ejemplo claro es el PRO de Avellaneda y algunos de sus trabajadores o agentes de prensa ¿Para qué lado juegan? Por un lado se los puede escuchar apadrinando pedidos de ayuda de índole presupuestaria o de incentivo hacia el ejecutivo municipal y, por el otro, practicando el servilismo mas impúdico frente a dirigentes que se han manifestado en contra de toda inversión pública y que, llegado el caso, no les darían un centavo a los reclamantes de hoy. El asunto es tan intrincado y meticuloso que pasa desapercibido al ser presenciado con indiferencia por quienes desde el vamos no se interesan por esas propuestas. Para el ciudadano de incipiente intervención en la política sí puede resultar confuso. Es esa conciencia la que habría que mitigar en todo caso. No discrepo con diferentes ideas en el ámbito político pero no consiento las mascaradas y en general la hipocresía. La cuestión del centroizquierda resulta más complejo con sus vaivenes y, en Avellaneda, con su vocación de tirar tiros al aire.



Mas allá de la interposicición de casos puntuales lo que me preocupa es esta vocación paradójica y su conciencia...

miércoles, 23 de junio de 2010

Breve Hermenéutica de la izquierda nacional


M.R.



Hace unos días en una charla exquisita que solo el escaso tiempo y el rigor de la lluvia del otro lado del ventanal interrumpió, una compañera de unas informales lecciones de tango me preguntaba ¿Qué te parece Lanata? ¿Qué te parece Beatriz Sarlo? Por lo general uno reacciona con cierto pudor ante la ejecución de estos improvisados juicios en parte porque supone que su alocución se emite desde un campo aun infecundo o limitado; probablemente el modesto lugar que uno ocupa como actor social .Por otra parte sospecha que esta precaución se origina en cierta tradición infundada cuyo asidero a veces no encuentra legitimación en elementos verdaderamente fácticos. También puede suponer que la astucia del sofista embarullará cualquier indignación o cualquier elogio.


Ahora bien, he recaído en estos últimos tiempos en reflexiones que parecieran sucederse como aquel arquetipo del progreso de la ciencia social que enuncio Alicia Entel en su Hermenéutica a modo de espiral. El objeto de mi cavilación también implica reformularme a mí mismo en un sentido hondo; un repertorio de reivindicaciones recae bajo la lupa, abarcando un período vasto de mi formación académica y mis primeros contactos con cierta perspectiva ideológica de la sociedad. Porque, sin duda, exige en cierta forma cuestionar mi temprana afiliación a ciertos ideales puristas e igualitaristas que hoy ya no tolero, no como formulación para derivar ciertas variantes populares sino como extremismo elitista disfrazado de cordero.


Nadie duda que las reivindicaciones nacionales y populares deben su materia a la filosofía que puede considerarse patrimonio de la izquierda nacional. De hecho cronológicamente esta es anterior. Incluso si se observa con cuidado, las primeras no encontrarían sustento sin los argumentos genéricos de ese discurso filosófico temprano de la Revolución de Octubre. Pero hay una brecha que suele abrirse entre los postulantes de una y otra y el psique du rol según se suceden los años.
La izquierda nacional se ha satisfecho de su papel puramente contestatario y reaccionario ante un poder oficial que, en cierto momento, se vinculó estrechamente con la oligarquía y en otros tantos la variación de fuerzas, tampoco contemplada por la izquierda, la enfrentó a otra clase de gobiernos coptados y en su etapa menos afortunada con un gobierno popular que no merecía la misma consideración desde el enfoque teórico que otras fracciones ocupando el poder del estado. Nótese que he aludido una condición determinante de nuestra izquierda que es la reacción. No es casual. La actitud reaccionaria de la izquierda es bien clara no solo a partir de datos precisos (adolecen en cierta medida de la concepción de la utopía reaccionaria que describió Cintio Vitier en Resistencia y libertad ) sino de un acercamiento a evidentes posiciones de vanidad y fragor elitista que dan cuenta en mayor grado esta calificación. Un partidario de izquierda es ante todo, y dolorosamente, un partidario de la lucha, independientemente de la posibilidad de la victoria. Extendida esa lucha mas allá del limite razonable, el individuo que refugia ese ideal desde lo puramente negativo, sin importar las variaciones del punto de partida, solo puede asumir una cierta anomia, sucedida por el reverso de las posiciones asumidas en el principio de la militancia. Algo así como la patología del científico viejo frente al joven, la quietud o el terror (reacción) de aquel ante la vanguardia. Consecuentemente puede notarse que las resultantes de la reacción, la anomia y el conservadurismo precoz se emparientan a ciertas conductas de esa izquierda hundida en la confortable posición del antipoder.


Esta primera hipótesis, sin dejar de ser veraz y plausible, se estrecha con otra mas afín a la certeza antepuesta: la ambición de elite en los partidarios de izquierda y sus militantes (además de padecer tempranamente el flagelo de una incomprensión lisa y llana a todo lo popular, masivo, inclusivo e igualitario, libre de la mas mínima mácula de prejuicio o rechazo) proviene desde mucho antes de la acción esmeriladora del tiempo y el punto de partida negativo de sus proposiciones. Me atrevo a decir que aparecen por el deseo pequeño burgués y cierta mediocridad intrínseca (no relacionada con su capacidad intelectual que de hecho la tienen y mucho, solamente superada por los argumentos, la capacidad y sobre todo la praxis de un pensador de la corriente nacional; los llamados malditos de la historia y nuestra mejor camada) que no quiere sucumbir a los rasgos propios de los viejos conservadores carcamanes a los que detestan, no en razón de su posición o tendencia sino por una profunda necesidad y deseo de suplantarlos en ese escalafón. A veces solíamos considerar que detrás de cada militante obtuso de izquierda estaba un pequeño burgués con unas irrefrenables ganas de arrellanarse en su sillón de terciopelo, frente a una gran pantalla y morir con la boca abierta como un lagarto a la vera del calor en una playa tropical. Solo hay envidia de ubicuidad en el escalafón social. Y así encontramos que cuando estos intelectuales o periodistas de izquierda, cómodos contestatarios del neoliberalismo mas atroz, ingresan al mundo mercantil, se procuran buen sustento a su vanidad y condescienden a los cánones de la alta cultura; suman, así, su petulancia a una incomprensión básica de los movimientos populares. Y aun cuando simulan entenderlos y acordar con ellos, en la práctica asumen otra postura. Mantienen, eso sí, su juego de apariencias genéricas: se conduelen del sufrimiento palestino (porque es remoto, no exige un compromiso inmediato y real, y se revela como políticamente correcto en ciertos foros que han virado a la izquierda pero que cuando les tocas dos monedas del bolsillo te revolean un zapato o que se desvelan por los destinos de hotel de próximos viajes turísticos) y reivindican a los desaparecidos pero destratan a los Organismos de Derechos Humanos integrados por familiares de las víctimas del terror de estado.


Con mas o menos de estas características, el arquetipo del ser nacional de izquierda es este. Un pequeño burgués con piel de cordero, maniobrando para ocupar su sitio en el escalafón mas alto de las desigualdades sociales, lo cual le parece una justa retribución a su intelecto superior, a su iluminación, fruto de una inteligencia privilegiada; detalle que sin dejar de ser cierto, se resbala en la mas absoluta nada porque solo impulsa una traslación de clase, un empujón de retirada a los carcamanes para afincarse ellos como los nuevos conservadores.
La nueva cofradía de periodistas, esa marca y ese prestigio acartonado, de camarillas y vernáculo que el propio sistema hegemónico les ha designado de pago los ubican en regiones del pensamiento incomprensibles que no solo no resisten la contrastación temporal sino tampoco el mas mínimo argumento (salvo que uno intente la refinada estrategia alegatoria de Sarlo y denueste el bicentenario, el país, la Unasur, el Sistema Solar, la Vía Láctea y el universo entero solo porque el gobierno nacional no inauguro ¡mas estaciones de subte!*) El punto de partida negativo tampoco se sostiene ante un pueblo que aguarda detrás de una diatriba una alternativa, sobre todo porque observa después que los intelectuales o periodistas de lo negativo no acusan tamaña desazón en su vida cotidiana (¡se la pasan fenómeno!).
Horacio González escribía, a propósito del día del periodista, que La Nación enarboló desde sus inicios el lenguaje de la mas alta cultura, mundo al que Sarlo hoy pertenece y en el cual se le confiere el prestigio consagratorio en virtud, no tanto de lo que pensaba antes sino del viraje actual. Misma objeción que uno le enrostra a Magdalena Ruiz Guiñazu en relación a su postura frente a ciertas manifestaciones públicas o conceptos (en verdad si uno mira con atención nota que las contradicciones de Magdalena son superficiales; en lo profundo hay coherencia interna innegable).


En cuanto a su peso específico profesional e intelectual, nadie los puede discutir como a tantos jóvenes (y no tanto) que aspiran a los lineamientos antedichos pero que ¡quede claro! solo son consumaciones o intentos pequeño burgueses de despojar al burgués, de ocupar su lugar de clase o parecerse en sus ponderaciones y apetitos. Simpático gesto en otro tiempo de la propia burguesía que en su ascenso social buscaba imitar la conducta de aquellos que los legitimaban en el círculo de las clases sociales mas acomodadas, los nobles. Ese movimiento es el que pretende el ser nacional de izquierda (exonerado o no, alejado de su militancia o en contacto con ella). Así uno encuentra a antiguos compañeros en posturas dantescas o ejecutando torpes parodias de lo que alguna vez manifestaban con cierta dignidad. Sumidos en las mas crueles de las hipocresías y enarbolando banderas que solo el utilitarismo de cierta vanidad mediocre y de interes inmediato logran explicar.


Algunas figuras suelen aflorar en esas horas en que uno piensa e ignora los artículos desafortunados de la supuesta prensa proletaria que vincula a Jauretche y a Scalabrini al olvido de cierto pensamiento que ellos no logran (ni desean) descifrar. Aquellas figuras son los poetas, los injustamente ignorados por cierta prensa, los pensadores malditos, que aun hoy pululan por ahí con una enorme popularidad pero merecedores de un silencio glacial por parte de los medios masivos. Los malditos, ciertamente. Se me vienen a la cabeza varios nombres. Por suerte este es un tiempo de regresos.

miércoles, 16 de junio de 2010

Cartas a Timoteo: Tiempos de Kambio


“Eres un recien llegado
y yo ya soy tu aprendiz…”



¿Qué te puedo decir Timoteo…

Con insistencia, a veces fatigosa, con pesadumbre, los mas cercanos a mí me han interrogado sobre los motivos de mis simpatías hacia el partido oficial ¿como puede ser – inquieren - que quien reivindicase ciertos valores inconmovibles, puros, deviniera en la mas turbia de las contradicciones argentinas como lo es el partido gobernante o esta derivación mas acorde a lo que alguna vez supo ser aquel movimiento de masas nacido el 17 de octubre de 1945? En vano diré que soy peronista sin opción (cierta filiación en mis venas). Sin rigor de serlo, sin ganas. Pero respecto de mi irreprimible empatía frente a los gestos del partido oficial, puedo esgrimir: ¿Cómo no estar deslumbrado? Al fin y al cabo podrán, y con razón, inculparme de no rendirme al infantilismo de la izquierda que registró en las vísperas de 1946 uno de los giros mas incomprensibles con su participación en la Unión Democrática cuya continuación parece encontrarse hoy en los sainetes solanescos y de otros tantos emergentes como Libres del Sur o Barrios de Pie que unidos a la tradición miope (¿y de rancio conservadurismo de derecha?) del Partido Obrero y la Nueva Izquierda parecen la prolongación imperecedera de aquellos que La Prensa de los Paz (hoy Clarin De la Noble) insufló con sus páginas adocenadas y tributarias.


Ahora mismo los veo, compañeros, cuando aparecen sin empacho, haciéndose emular las siniestras simpatías de los Paz hacia el comunismo, por los estudios del Sr. Grondona quien sin tapujos expresa su cercanía hacia sectores que, en otras circunstancias, le suscitarían el espanto o el desprecio. ¿Como se entiende esto? Y, es muy complejo, Timoteo, Compañeros. La variante mas sencilla la escribe el pasado de Mariano Grondona en sus columnas de La Nacion cuando llamaba a Onganía el marido de la patria o exaltaba las astucias mercantilistas somníferas prodigadas por Carlos Saúl Menem, aquel bufón mesiánico cuya tarea ocasional de colaborar con la oligarquía era una cuestión meramente coyuntural porque siempre constituyó un factor de poder por separado de lo mas rancio del linaje local. Ese es el intelectual de Oxford, de Cambridge que Solanas se ufana en visitar. Solanas bien lo sabe. Trágico, en cambio, es que confundan las estratagemas muchas veces al limite de Néstor Kirchner con el rigor de las propias. Ni Solanas, ni Libres del Sur, ni Barrios de Pie, ni el socialismo tienen la potestad de un proyecto colectivo que rinda a los aliados. Porque si los traidores mas encumbrados de la doctrina peronista pueden comulgar hoy con la insignia del partido oficial por decisión de los escalafones mas altos, es porque el proyecto a nivel nacional les baja el copete y los rinde a una dinámica que proviene de la pareja gobernante y de los emergentes sociales mas allá, y contrariamente a veces, a lo que ellos desearían. Son avasallados por una necesidad colectiva que adquirió voluntad política en él y en ella, por las razones que fuesen, aunque sería de una mezquindad imperdonable cuestionar siempre las acciones ajenas aun cuando colegimos que son las que gritaba todo un pueblo, la multiplicidad de conciencias avasalladas por treinta años de miseria, dolor e indiferencia. Todos tenemos motivos particularísimos y un cierto compromiso hacia los demás. Los mejores inclinan su ánimo hacia la segunda premisa pero la condición humana requiere la pervivencia de la primera. Entonces, ante la evidencia inequívoca de que otros no procederían igual, ni por la letra engalanada de la historia, ni por la especulación cortoplacista de la contienda electoral, ya no me quedan dudas.


No es fácil decirte Timoteo el por qué de mis simpatías hacia el partido oficial. Quizás porque he acusado que la fantasía de las prédicas puristas y los proyectos de máxima son atajos deslindados de toda intención real de ejecutar los primeros pasos. Quizás porque percibo un absoluto desprecio discursivo por el destino de los sectores pobres en virtud de un aventajado posicionamiento político, con menos brumas. Porque tristemente esas fórmulas retóricas provienen de la centroizquierda o de una elite nostálgica de la revolución rusa. Quizás porque los militantes de izquierda me han demostrado que su pasión pequeño burguesa alienta los pormenores de esa militancia y que en algunos casos solo representa un rasgo de identidad que otorga un cierto prestigio entre pares para facilitarles relaciones sociales, puestos laborales o afianzar la idea de que ellos son iluminados, de prosapia, que su inteligencia solipsista, mediocre, excluyente y canalla es el fin mismo en su círculo retrógrado y mezquino. Que se conforman con el café de la oficina o el vértigo de los viajes de excursión por el hecho mismo de la travesía y la ponderación de la imbecilidad pequeño burguesa que se satisface en dos o tres jornadas de hotel y unas cuantas actividades de turista rentado.


Tal vez por eso Timoteo. Y me preguntarás, luego, como lo sé. Tal vez no lo sé, Timoteo. Sí he visto. He trashumado las filas de esos que se arrogan una preocupación infinita por los avances de la derecha argentina pero en quienes era absolutamente palpable la desconexión con las expectativas, las dificultades, las pasiones de aquellos hombres y mujeres que conforman la patria. De los habitantes de la periferia, de los suburbios, allí donde el sol alumbra otros desvelos mas que las vacaciones de semana santa o las excursiones por la Falda. Mucho de ello he encontrado, Timoteo, en los partidos emergentes. También, una pasión por la lucha mas que por la victoria. Un purismo hipócrita y descarnado que solo se refugia en las iconografías del Che o Emiliano Zapata. Una entelequia donde para llegar ni siquiera se camina o se camina del brazo de las sombras y los espectros.
No lo sé, Timoteo. No lo se. Tal vez sea una mezcla de todo. Que se yo. Vos sabes como es esto. Un dia uno se despierta y…


Les agradezco a ellos por despertarme de ese largo letargo que en años anteriores solo me permitía abrir apenas los ojos, mirar, sospechar y volver al imponderable ala de Morfeo. Gracias a los dos que vencieron esa pesadilla del no sentir dolor que es como dice el querido negro Dolina lo que duele mas. Yo diría que no sufrir es lo que duele mas pero allá yo, Timoteo.
¿Y cómo no estar deslumbrado? Cuando la hipocresía y el cinismo mas brutal hoy te escupe la cara de frente, sin disimulos, promoviendo la fuerza para confrontar ese desprecio inmemorial que surge de las entrañas del gorilaje. Cuando se puede levantar la guardia porque definitivamente tanto él como ella han tocado la campana, Timoteo. Y ahora estamos de pie, parados y peleando con el contrincante en la mitad del ring.



Que mas te puedo decir, Timoteo….

jueves, 10 de junio de 2010

Paralelismos en el día del periodista: entre el delirio y la prueba


M.R. Y P.A.


En algún párrafo de Esperando a los bárbaros, Gentz escribe algo así como “He tenido delante de los ojos algo que saltaba a la vista y aun no he podido verlo.” En algunos casos eso parece aplicable; en otros la astucia clandestina de hurgar por huecos solapados o entre voces susurrantes, amilanadas en los foros vertiendo su impronta de secreto entre dientes en búsqueda de alguna curiosidad, situaron cada revelación con oficio precisista en los tiempos y espacios que correspondían pero en calidad del saber de unos pocos especialistas y curiosos. Esas instancias ausentes de la memoria común mas vinculadas a los pormenores de camarillas o de pequeños círculos aunque de relevancia creciente dentro de la esfera publica, se anclaban en conciencias particulares eludiendo la instancia del interes mancomunado. La habilitación del debate en el marco de la cavilación de la conciencia pública activa fue un proceso no espontáneo que supuso la concreción silenciosa de determinados mecanismos de respuesta a factores exógenos o consecuentes, con cierto grado de autonomía, a la información antes velada de la escena comunicacional y puesta ahora a consideración de la sociedad civil. Estoy hablando sin más de Papel Prensa S.A. Hablo de los Graiver. Hablo de la expoliación.

Considerar ciertos ejercicios en apariencia paralelos no puede prescindir de los datos que satisfacen la retórica narrativa y taxonómica del origen de la empresa Papel Prensa y de la conformación del Grupo Clarín como agente dominante en el mercado. Pero quisiera dejar lado provisoriamente, sin omitirlo y darle el rango que merece como dato al margen, el hecho de la apropiación de la manufactura del papel en posición monopólica para cincelar una puntillosa hegemonía en el mercado de la prensa argentina. Este sustrato que se sitúa por fuera de la materialidad textual y del nivel de análisis al que aspiro, retornara luego para darle dimensión real a la retahíla conceptual desplegada en buena medida por el diario.

Por un lado el artículo de Osvaldo Pepe publicado en Clarín en virtud a la conmemoración del dia del periodista el 7 de junio. Ya el titulo es una clara prevención de qué aspectos de la prensa (o de la concepción particularista del Grupo Clarín de claros lazos filiales con la lógica del periodismo del sentido común inaugurada por La Nación y hoy extremada hasta el punto del delirio) se tomará el trabajo de resaltar, abusando del ejercicio de la descontextualización y el absoluto desprecio por interponer alguna prueba cuya ramificación pueda ser constatada por otros textos, documentos, etc. Se trata de un artículo apologético de la actividad periodística que no acusa la prueba porque su argumentación no se sostiene salvo en la exhibición de los verdaderos motivos que incitan esa perspectiva que no excluye la mutilación de ciertas intelecciones que no pueden salir a contestar porque sencillamente han muerto. Claro que poner al alcance publico la explicación lisa y llana de los genuinos parámetros que incitan una defensa aislada de toda preocupación por los elementos fácticos, equivaldría a reconocer que tales no favorecen en manera alguna ninguna de sus prédicas editorialistas en defensa de la moral publica y la libertad de expresión. Y de ahí la regla general de que la omisión coyuntural de ciertos detalles y la exaltación de otros es la estructura clásica de la descontextualización y una de las armas más eficaces de la manipulación en todos los ámbitos. Colocar un gesto, una frase, una idea muchas veces lícita por fuera de la emisión real y total de los mismos puede convertir un tomate en una flor. Lo interesante es que sin esa venda de apriorismos conceptuales y prejuicios dominantes no se sostiene discursivamente y conforme las circunstancias arrecian en contra de esa impostura esta se desespera al punto de sumirse en el dilema gentziano pero no por desconocimiento sino por la negación del cínico acorralado por el resorte de sus propias acciones. Siempre hay crédulos claro esta. Pero cada vez menos. Y el oficio de la descontextualización no busca lo repetido sino la novedad, el número; el convencido ya de antemano le parece, erróneamente, que no es un logro.

Por el otro, en virtud de la misma referencia, Horacio González en Página 12 hace un recorrido apoteótico por los andariveles del primer periodismo argentino hasta la bulliciosa y confundida actualidad. No se limita a las frases coloridas, dulzonas, de manual de secundaria de Mariano Moreno sino que ahonda en los atributos de la prensa y en la naturaleza de la prosa periodística. Aporta una serie de hechos comprobables desde una u otra focalización teórica y señala algunas conclusiones que la reseña misma sugiere a lo largo de las esplendentes parrafadas de Horacio. Es evidente que la intención de la nota es dilucidar el carácter de lo intrínsecamente periodístico y dar algún instrumento a quien reflexione sobre el rol del estado y la esfera política en la renovación de las posturas ideológicas en relación con la esfera pública en donde el periodismo registra la temperatura e incluso la morfología de las vanguardias, cuando no las transmite a un vasto público que interviene de forma mas intermitente.

Pormenoricemos el análisis. Escribe Osvaldo Pepe en Clarín del 7 de junio del 2010 en el segundo párrafo, segunda línea: “Darle visibilidad y permanencia a las cuestiones del debate público; asumirnos como contrapeso del poder en la escena publica; conseguir testimonios y evidencias sobre los desmanejos de las gestiones oficiales, hábitos que tanto irritan al poder (resaltado en negrita para enfatizar el verbo).”
Independientemente de la objeción que suscita esta idea del periodismo obsesionado en la denuncia y en el solipsismo implicante de la descentración del objeto (en este caso simulada) ¿A qué poder se refiere Pepe? ¿Al poder político que durante años coptó el Grupo y al que ellos como turistas de paso asociaron a tramas corruptelas solo cuando el rigor del expediente judicial y de otras fuentes periodísticas lo colocaban de manera ineludible en el centro de la escena o una vez que el personaje civil en cuestión se encontraba por fuera de la gestión gubernamental sin posibilidades de usufructuar el estado a favor de del Grupo? ¿Y el poder económico? ¿No existe? ¿Aun estamos en las vísperas de la Toma de la Bastilla? ¿Aun las vanguardias tecnológicas no encumbraron al capital concentrado en la naciente era de la información para constituir un factor de injerencia en la totalidad del campo social? ¿Es posible que el libre acceso a la información, la construcción de los paradigmas dominantes, hoy dependa exclusivamente del poder central monárquico, de los regimenes nacionalistas fascistas, de las monarquías parlamentarias de Europa? ¿No será que se equivoco Eduardo Aliverti al decir que estos muchachos atrasan dos años cuando en realidad atrasan cincuenta, cien o hasta doscientos años? ¿O, por el contrario, ese sintomático retorno el pasado en consideraciones de coyuntura específica, radica en un componente psicológico que dicta que los residuos culturales dominan el sentido común y que el entendimiento del hombre asimila, a su ritmo, las transformaciones históricas otorgando entidad negativa a los procesos similares en cuanto a su sustrato popular pero equidistantes en la práctica de ese ideario (Pongo tres ejes claros: el gobierno rosista en tiempos de Perón prodigó para la conciencia las figuras del sentido común que la oligarquía utilizaba para denostar el proceso nacional y popular, la dicotomía de los salvajes y los civilizados; hoy la referencia pretérita persiste y la oposición se favorece de las negligencias de Perón para endilgarlas en este gobierno cuando visiblemente el paso del tiempo y la madurez política las erosionó hasta el punto de reconvertirlas hacia la practica de una democracia cada vez mas pulida)? La recurrencia del enfoque que retarda toda mirada histórica guarda relación con esa pretensión de tocar aquellas figuras que por corrientes y asimiladas ya no se cuestionan. Pero también porque remiten a la época liberal del ejercicio periodístico, época por la que, por otro lado, esos sujetos padecen una inquebrantable nostalgia. Tiempos idos. Cada vez menos afincados en la realidad y menos pertinentes sin la implementación de algún tipo de manipulación informativa, progresivamente devaluada e inútil, del terror por la integridad física o el terror económico. No obstante el amplio asidero que poseen estas ideas por estar ya en el repertorio de la colección de conceptos que se determinan a priori, sin pruebas, porque se creen suministradas ya hasta el hartazgo, concitan un cierto publico de influencia en los asuntos públicos a diferentes niveles. Para ello Pepe puede omitir el cambio de eje de ¡hace 200 años! desde un poder central estatal al actual estado hostigado por el capital concentrado internacional y sus subsidiarias y asociadas nacionales que controlan los aparatos publicitarios y, en general, la red de esferas que configuran la llegada de los candidatos de la corporación política militante al poder. Los sucesivos gobiernos en Argentina han sido o aliados o empleados asalariados de ese poder económico en donde el emporio de información más importante del país, ocupa un lugar preponderante.
Continua Pepe: “Lo que asoma es un cruce de acusaciones que exceden a la necesaria diversidad del pensamiento: con la venia oficial, se quiere instalar la idea de que la profesión es un lugar bastardo de trafico de intereses y un trapicheo de opiniones (también en negrita)”. Las medias verdades acaban por no ser ciertas según lo muestra Pepe. No es la profesión o el oficio (idea del periodismo que conviene no descartar) un lugar bastardo por si mismo , yo diría nunca lo es o tal vez lo sea solo dejando de ser periodismo, sino cuando consiente la omisión, la indiferencia o el colaboracionismo al ceder a la practica execrable de grandes injusticias, cuando soslaya que el propio Grupo para el que trabaja mantiene el dominio a partir de ser el dueño de la provisión de papel, siendo por tanto quien determina los precios y favorece o funde cualquier proyecto periodístico según su conveniencia por lo que su estadía en los mas altos lugares de venta y de preferencia en la elección del publico se debe, en gran medida, a que con su propiedad de Papel Prensa ha tirado por la borda cualquier posibilidad desde el vamos de que otros diarios puedan ser elegidos por una vasta porción de lectores, controlando su real acceso a un insumo básico como lo es el papel. Se estatuye en juez y parte de la cuestión. Se favorece a sí mismo, perjudica a todos los demás. Cuando el periodista elude considerar las causas del vertiginoso crecimiento del Grupo Clarín o los desmanejos de las gestiones privadas (invirtiendo la formula de Osvaldo Pepe) hace lo que Pepe señala: trafico de intereses y periodismo bastardo. Es él quien practica su propia ofensiva contra el oficio del periodista.

No hay dudas, por otra parte, (¡tranquilo Pepe!) acerca de la función social del periodista y su honestidad pero ese cheque en blanco no se extiende a una totalidad monolítica; es decir, yo no se la concedo ni a todos los periodistas dependientes del sector privado, ni a todos los que trabajan para el sector publico y que, por ende, puedan ser calificados de oficialistas. Miserables hay en todos lados.
Dicha actitud hostil (crítica) hacia lo espurio de la profesión la impulsó, políticamente, el gobierno nacional, ciertamente, poniéndola en la puesta cotidiana pero solo en virtud de que estaba adormilada en el espíritu de quienes creímos toda la vida que el ejercicio periodístico nada tiene que ver con la sinvergüenza de unos cuantos que amparándose en la independencia, superstición que los dogmáticos insisten en declarar tomándonos por estupidos, y en la libertad de expresión.
En el quinto párrafo Osvaldo Pepe, cita una frase de Silvio Rodríguez; otra muestra de descontextualización y manipulación del mas común de los sentidos. Transcribe Pepe: “de quienes no somos asalariados del pensamiento oficial”, frase que consta en Libre Albedrío. Cabe recordar que también hay pensamiento privado y que muchas veces es único y hegemonizante, alienante y rendido a la contabilidad de libros mayores y diarios. Tan esclavista como el pensamiento intransigentemente oficial, el pensamiento rentado otra vez por descontextualización y anclaje en los lugares comunes con varias décadas de atraso, queda afuera de la prosa de Pepe. Pero significativa es la oración que dice: “y tiene también un componente comercial, que llevan adelante las empresas que nos contratan que, a su vez, posee ingredientes de aquel además de una línea editorial propia, una mirada especifica del país y de valores a los que aspira.” Notemos que el uso de la palabra componente aspira a la asepsia; no hay interés comercial sino componente comercial, siendo que en la comunicación oficial, para Pepe, no habría componentes políticos sino intereses políticos. Notable. El comercio se ubica como un factor estéril que solo quiere potenciar ventas, generar ganancias y ser instrumento útil dentro de una economía capitalista donde el individualismo es el motor social. No habría concentración económica, ni doble moral, ni posiciones en las que las empresas de medios son al mismo tiempo jueces e imputados. Son, en cambio, verduleros de barrio. Solo quieren ganarse la vida con una actividad comercial que en sí misma es honorable, como cualquier actividad humana.

Sigue: “Un periodista o un medio son independientes cuando no dependen de los dineros y los favores oficiales” Otro paradigma liberal que se sostiene en la obstinada afirmación anterior de Pepe sobre la independencia del periodismo.; arrastrada esa falacia, se deriva en que la no dependencia del poder oficial basta para la independencia. No conviene una tercera fuente el cuentapropista que seria la alternativa para acercarnos a una pretendida independencia. Lo que Pepe señala como independencia es en realidad dependencia del pensamiento de un privado, ataviado por intereses de clase y políticos generalmente conservadores y elitistas, proclives a la determinación por derecha. Claramente el error o la negligencia o la mentira que funda Pepe sobre la independencia, le hace sostener una determinación del periodismo enraizado en la luna.
“Que el periodismo organice el debate público es intolerable para los cesarismos de los gobernantes. Eso es lo que hemos hecho siempre los periodistas y eso es lo que se combate” ¿Qué extraña ilusión megalómana le ha hecho creer a Pepe que es el periodismo el que organiza la agenda pública en lugar de la sociedad civil o el sistema político a través del poder legislativo? ¿Qué es lo que se cree Pepe que es el periodismo? ¿No está de alguna manera trasladando la idea de cesarismo político a cesarismo periodístico cuando sostiene ¡que el periodismo organiza la agenda pública!? ¿Quiénes se creen que son? ¿Qué creemos nosotros que somos? ¿Acaso lo sabemos con rigor?

Sigue Pepe: “La sesgada ley de medios impulsada por el gobierno, y suspendida ahora por la Justicia, habilita nuevas voces, pero acalla otras y le concede al estado una inusitada influencia en el manejo de la información.” ¿Qué voces acalla? Aquí la fragmentación opera sin molestarse en esbozar qué determina la ley y qué voces verdaderamente sustrae. Las voces, ciertamente, repetidas por la multiplicación de licencias adjudicadas a una misma persona jurídica, son las que la ley 26.522 acalla y que constituyen, consecuentemente, las portadoras del discurso único. Las otras voces que Pepe refiere sin especificación, sin apego a los hechos, lo habilita a identificar nuevas voces o voces divergentes con los canales, radios y periódicos que dependen de un solo formador de opinión que pergeña aquella cosmovisión unívoca.
Luego Pepe exhorta a la presidenta a condenar el ataque ¡al auto! de la periodista Adela Gómez pero no dice nada de lo que en épocas anteriores le costó la vida a Mario Bonino. Denunciante sin interrupción de esa concentración mediática que la ley de medios intenta revertir, luchador incansable por el derecho de los periodistas en su calidad de artesanos del oficio y no como Pepe vocero de una corporación como el Grupo Clarín. La elección de nuestras referencias y los acontecimientos unidos a ellas delinean también quienes somos.

El artículo de González, contrariamente, ubica un contexto y un itinerario que conllevará la aprobación o el denuesto según sea convenido, pero en el cual es innegable la presencia de una estructura narrativa, un relato que se corresponde con una serie de constancias mayormente documentadas y referidas por diversos autores. Irreprochable, entonces, la estructura de unir diferentes alegatos para destacar una convicción íntima y demoler los preceptos apriorísticos que los medios hegemónicos han construido durante décadas de manipulación y tergiversación.
Transcribir el artículo de Horacio equivaldría a ultrajarlo. En el mismo se esconde la puesta en juego de una multiplicidad de ideas que nos acercan cada vez más a una definición del trabajo periodístico y su prosa, su pasado y su presente, sin necesidad de recurrir a circunloquios cuya naturaleza cínica solo acaba por congregar mas antipatías que aplausos. Al unir estas pistas con la historia de los Graiver, más precisión adquiere el rol social del periodista con un énfasis antes extirpado en sus indeclinables obligaciones.

Tal vez, ahora sí, podamos eludir la precaución de Gentz. Tal vez podamos ver, finalmente, lo que salta a la vista y actuar en plenitud de nuestras potencialidades.

jueves, 3 de junio de 2010

Juegos de palabras, juegos de villanos


M.R.

Crispación. Es una palabra que oigo a menudo. Y en relación a los actos gubernamentales, a su más mínima gestualidad, esta aparece con mayor fuerza y obstinación. Se decía en Radio Nacional, hace unas semanas, que ciertas cuestiones de forma constituyen a la larga una cuestión de fondo y Carlos Raimundi insistía en la conformación de una gestualidad propia que lograra un cierto grado de consenso de los sectores medios para con el kirchnerismo. No es erróneo el razonamiento. El problema es el contexto de aplicación, los canales receptores de esa gestualidad.
Perón llegó al poder, o mejor aun, eludió la estancia prolongada en la Isla Martín García por una base social de extracto popular, organizada previamente en los sindicatos. Ellos lo excarcelaron y lo instalaron en la Presidencia de la Nación. Ellos le dieron materia prima y destino a su gestualidad.
El caso del kirchnerismo es inverso. La transversalidad fue posterior a la llegada de Kirchner a la presidencia. No obstante, los mecanismos de legitimidad se construyeron sobre la base de los sectores sociales postergados (en desmedro de las primeras y postreras astucias fraudulentas de Kirchner). Allí entraron los movimientos sociales y los representantes de la ya anacrónica y madura juventud peronista de los años setenta. Claro que la diferencia no es solo de orden sino también de magnitud, del grado representativo de esas bases. Perón entró en juego con un movimiento sindical sumamente poderoso, emergente y representativo de vastas regiones de la sociedad cuyo factor común era el amplio mundo del proletariado. Los Kirchner (tanto Néstor como Cristina) tuvieron que lidiar con un sistema productivo desarmado y putrefacto, por lo que solo encontraron sectores fragmentados cuya representatividad masiva es de un orden más cercano al compromiso y la sensibilidad que a lo puramente fáctico (en realidad esta objeción es parcialmente valida y sumamente dolorosa).

¿Dónde queda, viendo esta base reducida, la posibilidad de generar una gestualidad propia del kirchnerismo para comunicar y hacerse del favor de los sectores más escépticos y alienados? Sería interesante no solo pensar la necesidad de una mejor política comunicativa sino en los elementos de recepción de esa política potencial, en los alcances de estos factores y la posibilidad real de coordinar la emisión con una recepción real, teniendo en cuenta la región donde el texto instala la escena comunicacional. Vale decir lo enunciativo como la generación de sentido.
Como fuere, el fervor solo puede ser fruto de la acción concreta. La realidad que hoy se impone a los discursos reaccionarios de los grupos mediáticos y que en los últimos dos años ha hecho caer mascaras a la marchanta, es lo que ha venido a reemplazar esa gestualidad. Mientras, el arco opositor abusa de la estrategia hebrea para tomar Jericó y sus rosas íntimas: marchar lentamente en círculos, no atacar directamente, apretar cada vez más la curva y estrechar el asedio, sin dejar de hacer sonar en el aire la melodía trágica de las trompetas. De la realidad (distorsionada) siempre dramática.

Queda claro ya que los canales para generar ese consenso, para informar en cuestiones sensiblemente trascendentes, tal como requieren algunos sensatos hombres del centroizquierda, aun están en ciernes. Es un crío al que lo lastima la luz del sol. Y sin embargo es necesario exponerlo aunque le duelan los ojos. Para que observe y compruebe. Para evitar la visión velada que hasta hoy no le permitía ver el clarear y sus variaciones. La gestualidad de a poco va adquiriendo un sujeto que lo pueda descifrar, que comprenda las peculiaridades del código kirchnerista. Esta construcción en una sociedad adormilada, somnolienta, dio muestras de que necesitaba el sobresalto para oír después los argumentos y no viceversa. La inversión de este procedimiento es el desafío del porvenir kirchnerista.

Debo hacer una confesión. Antes de escribir esta nota oí en Radio Continental a un columnista nocturno preguntarse por el valor ético del ejercicio inquisidor y rastrero (falaz en este caso) practicado sobre el programa 6, 7,8 con la publicación de una nota que versaba sobre el monto cobrado por los periodistas que trabajan en ese programa. Cacareó una postura razonable aunque un tanto engañosa. Luego la locutora del mismo programa desaprobó, siguiendo el hilo de su compañero, la confrontación tan propia de estos tiempos. No se trata- dijo- de la discusión de posturas u opiniones diferentes sino de ver con qué te puedo tirar, de cómo te destrozo. Cierto. Claro que esa certidumbre equivale a pensar estas confrontaciones como deportes o simples manifestaciones lúdicas muy parecidas a la mancha pared.

Olvidó decir (o simuló olvidar) que cada embate ideológico de los sectores antikirchneristas responde a intereses particulares, a la conservación de instancias de poder, a mantener un grado efectivo de manipulación o mas simplemente apuntan a amorrocar una moneda mas en el bolsillo.



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