jueves, 10 de junio de 2010

Paralelismos en el día del periodista: entre el delirio y la prueba


M.R. Y P.A.


En algún párrafo de Esperando a los bárbaros, Gentz escribe algo así como “He tenido delante de los ojos algo que saltaba a la vista y aun no he podido verlo.” En algunos casos eso parece aplicable; en otros la astucia clandestina de hurgar por huecos solapados o entre voces susurrantes, amilanadas en los foros vertiendo su impronta de secreto entre dientes en búsqueda de alguna curiosidad, situaron cada revelación con oficio precisista en los tiempos y espacios que correspondían pero en calidad del saber de unos pocos especialistas y curiosos. Esas instancias ausentes de la memoria común mas vinculadas a los pormenores de camarillas o de pequeños círculos aunque de relevancia creciente dentro de la esfera publica, se anclaban en conciencias particulares eludiendo la instancia del interes mancomunado. La habilitación del debate en el marco de la cavilación de la conciencia pública activa fue un proceso no espontáneo que supuso la concreción silenciosa de determinados mecanismos de respuesta a factores exógenos o consecuentes, con cierto grado de autonomía, a la información antes velada de la escena comunicacional y puesta ahora a consideración de la sociedad civil. Estoy hablando sin más de Papel Prensa S.A. Hablo de los Graiver. Hablo de la expoliación.

Considerar ciertos ejercicios en apariencia paralelos no puede prescindir de los datos que satisfacen la retórica narrativa y taxonómica del origen de la empresa Papel Prensa y de la conformación del Grupo Clarín como agente dominante en el mercado. Pero quisiera dejar lado provisoriamente, sin omitirlo y darle el rango que merece como dato al margen, el hecho de la apropiación de la manufactura del papel en posición monopólica para cincelar una puntillosa hegemonía en el mercado de la prensa argentina. Este sustrato que se sitúa por fuera de la materialidad textual y del nivel de análisis al que aspiro, retornara luego para darle dimensión real a la retahíla conceptual desplegada en buena medida por el diario.

Por un lado el artículo de Osvaldo Pepe publicado en Clarín en virtud a la conmemoración del dia del periodista el 7 de junio. Ya el titulo es una clara prevención de qué aspectos de la prensa (o de la concepción particularista del Grupo Clarín de claros lazos filiales con la lógica del periodismo del sentido común inaugurada por La Nación y hoy extremada hasta el punto del delirio) se tomará el trabajo de resaltar, abusando del ejercicio de la descontextualización y el absoluto desprecio por interponer alguna prueba cuya ramificación pueda ser constatada por otros textos, documentos, etc. Se trata de un artículo apologético de la actividad periodística que no acusa la prueba porque su argumentación no se sostiene salvo en la exhibición de los verdaderos motivos que incitan esa perspectiva que no excluye la mutilación de ciertas intelecciones que no pueden salir a contestar porque sencillamente han muerto. Claro que poner al alcance publico la explicación lisa y llana de los genuinos parámetros que incitan una defensa aislada de toda preocupación por los elementos fácticos, equivaldría a reconocer que tales no favorecen en manera alguna ninguna de sus prédicas editorialistas en defensa de la moral publica y la libertad de expresión. Y de ahí la regla general de que la omisión coyuntural de ciertos detalles y la exaltación de otros es la estructura clásica de la descontextualización y una de las armas más eficaces de la manipulación en todos los ámbitos. Colocar un gesto, una frase, una idea muchas veces lícita por fuera de la emisión real y total de los mismos puede convertir un tomate en una flor. Lo interesante es que sin esa venda de apriorismos conceptuales y prejuicios dominantes no se sostiene discursivamente y conforme las circunstancias arrecian en contra de esa impostura esta se desespera al punto de sumirse en el dilema gentziano pero no por desconocimiento sino por la negación del cínico acorralado por el resorte de sus propias acciones. Siempre hay crédulos claro esta. Pero cada vez menos. Y el oficio de la descontextualización no busca lo repetido sino la novedad, el número; el convencido ya de antemano le parece, erróneamente, que no es un logro.

Por el otro, en virtud de la misma referencia, Horacio González en Página 12 hace un recorrido apoteótico por los andariveles del primer periodismo argentino hasta la bulliciosa y confundida actualidad. No se limita a las frases coloridas, dulzonas, de manual de secundaria de Mariano Moreno sino que ahonda en los atributos de la prensa y en la naturaleza de la prosa periodística. Aporta una serie de hechos comprobables desde una u otra focalización teórica y señala algunas conclusiones que la reseña misma sugiere a lo largo de las esplendentes parrafadas de Horacio. Es evidente que la intención de la nota es dilucidar el carácter de lo intrínsecamente periodístico y dar algún instrumento a quien reflexione sobre el rol del estado y la esfera política en la renovación de las posturas ideológicas en relación con la esfera pública en donde el periodismo registra la temperatura e incluso la morfología de las vanguardias, cuando no las transmite a un vasto público que interviene de forma mas intermitente.

Pormenoricemos el análisis. Escribe Osvaldo Pepe en Clarín del 7 de junio del 2010 en el segundo párrafo, segunda línea: “Darle visibilidad y permanencia a las cuestiones del debate público; asumirnos como contrapeso del poder en la escena publica; conseguir testimonios y evidencias sobre los desmanejos de las gestiones oficiales, hábitos que tanto irritan al poder (resaltado en negrita para enfatizar el verbo).”
Independientemente de la objeción que suscita esta idea del periodismo obsesionado en la denuncia y en el solipsismo implicante de la descentración del objeto (en este caso simulada) ¿A qué poder se refiere Pepe? ¿Al poder político que durante años coptó el Grupo y al que ellos como turistas de paso asociaron a tramas corruptelas solo cuando el rigor del expediente judicial y de otras fuentes periodísticas lo colocaban de manera ineludible en el centro de la escena o una vez que el personaje civil en cuestión se encontraba por fuera de la gestión gubernamental sin posibilidades de usufructuar el estado a favor de del Grupo? ¿Y el poder económico? ¿No existe? ¿Aun estamos en las vísperas de la Toma de la Bastilla? ¿Aun las vanguardias tecnológicas no encumbraron al capital concentrado en la naciente era de la información para constituir un factor de injerencia en la totalidad del campo social? ¿Es posible que el libre acceso a la información, la construcción de los paradigmas dominantes, hoy dependa exclusivamente del poder central monárquico, de los regimenes nacionalistas fascistas, de las monarquías parlamentarias de Europa? ¿No será que se equivoco Eduardo Aliverti al decir que estos muchachos atrasan dos años cuando en realidad atrasan cincuenta, cien o hasta doscientos años? ¿O, por el contrario, ese sintomático retorno el pasado en consideraciones de coyuntura específica, radica en un componente psicológico que dicta que los residuos culturales dominan el sentido común y que el entendimiento del hombre asimila, a su ritmo, las transformaciones históricas otorgando entidad negativa a los procesos similares en cuanto a su sustrato popular pero equidistantes en la práctica de ese ideario (Pongo tres ejes claros: el gobierno rosista en tiempos de Perón prodigó para la conciencia las figuras del sentido común que la oligarquía utilizaba para denostar el proceso nacional y popular, la dicotomía de los salvajes y los civilizados; hoy la referencia pretérita persiste y la oposición se favorece de las negligencias de Perón para endilgarlas en este gobierno cuando visiblemente el paso del tiempo y la madurez política las erosionó hasta el punto de reconvertirlas hacia la practica de una democracia cada vez mas pulida)? La recurrencia del enfoque que retarda toda mirada histórica guarda relación con esa pretensión de tocar aquellas figuras que por corrientes y asimiladas ya no se cuestionan. Pero también porque remiten a la época liberal del ejercicio periodístico, época por la que, por otro lado, esos sujetos padecen una inquebrantable nostalgia. Tiempos idos. Cada vez menos afincados en la realidad y menos pertinentes sin la implementación de algún tipo de manipulación informativa, progresivamente devaluada e inútil, del terror por la integridad física o el terror económico. No obstante el amplio asidero que poseen estas ideas por estar ya en el repertorio de la colección de conceptos que se determinan a priori, sin pruebas, porque se creen suministradas ya hasta el hartazgo, concitan un cierto publico de influencia en los asuntos públicos a diferentes niveles. Para ello Pepe puede omitir el cambio de eje de ¡hace 200 años! desde un poder central estatal al actual estado hostigado por el capital concentrado internacional y sus subsidiarias y asociadas nacionales que controlan los aparatos publicitarios y, en general, la red de esferas que configuran la llegada de los candidatos de la corporación política militante al poder. Los sucesivos gobiernos en Argentina han sido o aliados o empleados asalariados de ese poder económico en donde el emporio de información más importante del país, ocupa un lugar preponderante.
Continua Pepe: “Lo que asoma es un cruce de acusaciones que exceden a la necesaria diversidad del pensamiento: con la venia oficial, se quiere instalar la idea de que la profesión es un lugar bastardo de trafico de intereses y un trapicheo de opiniones (también en negrita)”. Las medias verdades acaban por no ser ciertas según lo muestra Pepe. No es la profesión o el oficio (idea del periodismo que conviene no descartar) un lugar bastardo por si mismo , yo diría nunca lo es o tal vez lo sea solo dejando de ser periodismo, sino cuando consiente la omisión, la indiferencia o el colaboracionismo al ceder a la practica execrable de grandes injusticias, cuando soslaya que el propio Grupo para el que trabaja mantiene el dominio a partir de ser el dueño de la provisión de papel, siendo por tanto quien determina los precios y favorece o funde cualquier proyecto periodístico según su conveniencia por lo que su estadía en los mas altos lugares de venta y de preferencia en la elección del publico se debe, en gran medida, a que con su propiedad de Papel Prensa ha tirado por la borda cualquier posibilidad desde el vamos de que otros diarios puedan ser elegidos por una vasta porción de lectores, controlando su real acceso a un insumo básico como lo es el papel. Se estatuye en juez y parte de la cuestión. Se favorece a sí mismo, perjudica a todos los demás. Cuando el periodista elude considerar las causas del vertiginoso crecimiento del Grupo Clarín o los desmanejos de las gestiones privadas (invirtiendo la formula de Osvaldo Pepe) hace lo que Pepe señala: trafico de intereses y periodismo bastardo. Es él quien practica su propia ofensiva contra el oficio del periodista.

No hay dudas, por otra parte, (¡tranquilo Pepe!) acerca de la función social del periodista y su honestidad pero ese cheque en blanco no se extiende a una totalidad monolítica; es decir, yo no se la concedo ni a todos los periodistas dependientes del sector privado, ni a todos los que trabajan para el sector publico y que, por ende, puedan ser calificados de oficialistas. Miserables hay en todos lados.
Dicha actitud hostil (crítica) hacia lo espurio de la profesión la impulsó, políticamente, el gobierno nacional, ciertamente, poniéndola en la puesta cotidiana pero solo en virtud de que estaba adormilada en el espíritu de quienes creímos toda la vida que el ejercicio periodístico nada tiene que ver con la sinvergüenza de unos cuantos que amparándose en la independencia, superstición que los dogmáticos insisten en declarar tomándonos por estupidos, y en la libertad de expresión.
En el quinto párrafo Osvaldo Pepe, cita una frase de Silvio Rodríguez; otra muestra de descontextualización y manipulación del mas común de los sentidos. Transcribe Pepe: “de quienes no somos asalariados del pensamiento oficial”, frase que consta en Libre Albedrío. Cabe recordar que también hay pensamiento privado y que muchas veces es único y hegemonizante, alienante y rendido a la contabilidad de libros mayores y diarios. Tan esclavista como el pensamiento intransigentemente oficial, el pensamiento rentado otra vez por descontextualización y anclaje en los lugares comunes con varias décadas de atraso, queda afuera de la prosa de Pepe. Pero significativa es la oración que dice: “y tiene también un componente comercial, que llevan adelante las empresas que nos contratan que, a su vez, posee ingredientes de aquel además de una línea editorial propia, una mirada especifica del país y de valores a los que aspira.” Notemos que el uso de la palabra componente aspira a la asepsia; no hay interés comercial sino componente comercial, siendo que en la comunicación oficial, para Pepe, no habría componentes políticos sino intereses políticos. Notable. El comercio se ubica como un factor estéril que solo quiere potenciar ventas, generar ganancias y ser instrumento útil dentro de una economía capitalista donde el individualismo es el motor social. No habría concentración económica, ni doble moral, ni posiciones en las que las empresas de medios son al mismo tiempo jueces e imputados. Son, en cambio, verduleros de barrio. Solo quieren ganarse la vida con una actividad comercial que en sí misma es honorable, como cualquier actividad humana.

Sigue: “Un periodista o un medio son independientes cuando no dependen de los dineros y los favores oficiales” Otro paradigma liberal que se sostiene en la obstinada afirmación anterior de Pepe sobre la independencia del periodismo.; arrastrada esa falacia, se deriva en que la no dependencia del poder oficial basta para la independencia. No conviene una tercera fuente el cuentapropista que seria la alternativa para acercarnos a una pretendida independencia. Lo que Pepe señala como independencia es en realidad dependencia del pensamiento de un privado, ataviado por intereses de clase y políticos generalmente conservadores y elitistas, proclives a la determinación por derecha. Claramente el error o la negligencia o la mentira que funda Pepe sobre la independencia, le hace sostener una determinación del periodismo enraizado en la luna.
“Que el periodismo organice el debate público es intolerable para los cesarismos de los gobernantes. Eso es lo que hemos hecho siempre los periodistas y eso es lo que se combate” ¿Qué extraña ilusión megalómana le ha hecho creer a Pepe que es el periodismo el que organiza la agenda pública en lugar de la sociedad civil o el sistema político a través del poder legislativo? ¿Qué es lo que se cree Pepe que es el periodismo? ¿No está de alguna manera trasladando la idea de cesarismo político a cesarismo periodístico cuando sostiene ¡que el periodismo organiza la agenda pública!? ¿Quiénes se creen que son? ¿Qué creemos nosotros que somos? ¿Acaso lo sabemos con rigor?

Sigue Pepe: “La sesgada ley de medios impulsada por el gobierno, y suspendida ahora por la Justicia, habilita nuevas voces, pero acalla otras y le concede al estado una inusitada influencia en el manejo de la información.” ¿Qué voces acalla? Aquí la fragmentación opera sin molestarse en esbozar qué determina la ley y qué voces verdaderamente sustrae. Las voces, ciertamente, repetidas por la multiplicación de licencias adjudicadas a una misma persona jurídica, son las que la ley 26.522 acalla y que constituyen, consecuentemente, las portadoras del discurso único. Las otras voces que Pepe refiere sin especificación, sin apego a los hechos, lo habilita a identificar nuevas voces o voces divergentes con los canales, radios y periódicos que dependen de un solo formador de opinión que pergeña aquella cosmovisión unívoca.
Luego Pepe exhorta a la presidenta a condenar el ataque ¡al auto! de la periodista Adela Gómez pero no dice nada de lo que en épocas anteriores le costó la vida a Mario Bonino. Denunciante sin interrupción de esa concentración mediática que la ley de medios intenta revertir, luchador incansable por el derecho de los periodistas en su calidad de artesanos del oficio y no como Pepe vocero de una corporación como el Grupo Clarín. La elección de nuestras referencias y los acontecimientos unidos a ellas delinean también quienes somos.

El artículo de González, contrariamente, ubica un contexto y un itinerario que conllevará la aprobación o el denuesto según sea convenido, pero en el cual es innegable la presencia de una estructura narrativa, un relato que se corresponde con una serie de constancias mayormente documentadas y referidas por diversos autores. Irreprochable, entonces, la estructura de unir diferentes alegatos para destacar una convicción íntima y demoler los preceptos apriorísticos que los medios hegemónicos han construido durante décadas de manipulación y tergiversación.
Transcribir el artículo de Horacio equivaldría a ultrajarlo. En el mismo se esconde la puesta en juego de una multiplicidad de ideas que nos acercan cada vez más a una definición del trabajo periodístico y su prosa, su pasado y su presente, sin necesidad de recurrir a circunloquios cuya naturaleza cínica solo acaba por congregar mas antipatías que aplausos. Al unir estas pistas con la historia de los Graiver, más precisión adquiere el rol social del periodista con un énfasis antes extirpado en sus indeclinables obligaciones.

Tal vez, ahora sí, podamos eludir la precaución de Gentz. Tal vez podamos ver, finalmente, lo que salta a la vista y actuar en plenitud de nuestras potencialidades.

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