miércoles, 30 de junio de 2010

La verdad y sus perspectivas


La verdad. La verdad y sus perspectivas. Puede decirse, sin pudor, que es enojoso trabajar con absolutos, en especial con uno tan categórico y monolítico al punto de estar obligado a considerar con algún grado de conciencia (o responsabilidad) la indagación de su pertinencia como denominación capaz de otorgar a lo fáctico un rango especifico en la organización racional. Eso exige, por un lado, no atenernos tanto a lo común en cuanto al uso de la expresión, determinar si es adecuada o no en razón de un relativismo especioso que puede dar lugar a la pura confusión o el puro cinismo. Por el otro, a no negar desde el prolegómeno la certeza de atribuir a determinados enunciados la condición de verdad por lo menos con carácter provisorio.


Convengamos que los discursos apuntan a construir verosímiles, no verdades. No hay en los discursos, en los géneros discursivos, nada que sea ni remotamente cercano a la verdad. Simplemente porque no puede contenerla. Hay creo intenciones de verosimilitud, intenciones de veracidad, muy de acuerdo con aquella réplica escrita que rechazaba la sinceridad por considerarla un atributo inmediato de respuesta del sistema nervioso, un espasmo, en contraste con la veracidad, que implica un proceso de configuración menos azaroso.

El discurso publicitario, el político, el judicial, el pedagógico comprenden un reservorio de construcciones de cierta verosimilitud que se concatenan en mayor o menor medida con las pruebas fácticas, o argumentales a las que recurren porque contienen un vasto campo de herramientas que les permiten construir un relato plausible. Entre ellas la conjetura porque al fin y al cabo se desprenden de un cierto relato social. Relato articulado a partir de la suma de otros relatos que se corresponden unos a otros como un aporte permanente que procede por avances, retrocesos y superposiciones. Las condiciones en que uno ejerce como comunicador social implican tropezarse con esta cuestión. Massoni, en una nota de Página 12 publicada hace unas semanas, la vincula con la multiplicidad de enfoques distribuidos en el abordaje del espacio observado. Se plantea, ingeniosamente, que los niveles de observación condicionan la facultad para definir aquello que el ojo registra y supone, y esto es lo descollante, que cada distancia o posición en relación al objeto posee un experto, un sujeto mejor dotado para aglutinar conceptos explicativos y descriptivos del enfoque adoptado. A priori parece sensato imaginar que cada variación en la distancia de descentración del objeto (esto es lo que pretende denotar Massoni) implicará una variante en el tipo de analista que emprenda la tarea de discernir los elementos que esa puesta pone en juego.



Acontece, también a la hora de ejercer la comunicación social, que la distancia de observación fijada en relación al objeto, convoca diferentes modalidades de análisis y diversos portavoces según cada nivel. Pero el problema del ejemplo de Massoni es que en el caso del comunicador social, este no proviene de un exterior imponderable, no mira con un instrumento o con la ayuda de este para lograr la efectiva (o ilusoria) lejanía, cercanía o intromisión respecto del objeto; no se vale de un intermediario, mientras él se coloca en un limbo por fuera de lo ponderado. Cada avistaje se produce sin dejar de pertenecer a un espacio que se halla influido por el observado; en la disposición mental del observador interviene esa influencia así como las prevenciones locales sugieren los pormenores en el procedimiento de juicio del objeto analizado y cincelan sutilmente las conclusiones. Aparece borroso o inapreciable en el estudio de la comunicación ese atributo que Massoni señala con acierto en las diferentes posiciones de una cámara que, luego, servirán al análisis de ese otro objeto por fuera y ajeno, a la sensibilidad subjetiva (en sentido individual, pues la verdad planteada por Massoni proviene del acuerdo colectivo) del narrador o el analista. Esta imposibilidad ipso facto esmerila el hermético influjo de la verdad, robusteciendo la idea de verosimilitud en cuanto comunicamos haciendo potestad de nuestro oficio de comunicadores. Interesante base de partida que nos ubica mas correctamente frente a los dogmáticos de la objetividad como base del profesionalismo (verdadera en cuanto a la evolución histórica del periodismo; falsa si nos adelantamos a abogar por la hipótesis de la Universidad Nacional de La Plata de la institucionalidad editorial). Conviene citar a Ducrot en la espléndida nota para la revista 2010 (“A la Noble la Revolución de Mayo la hubiera fusilado”): “Cristalizada la burguesía como hegemónica se dejo de lado la militancia de la palabra para crear el periodismo profesional que no es otra cosa que el órgano de difusión de la cultura de la clase en el poder. Una metodología de disciplinamiento social en orden a los sentidos hegemónicos”. Esto derriba la idea de objetividad en el campo de la comunicación social pero persiste su relación con la profesionalidad.



Si la objetividad no existe ¿tampoco existiría el periodismo profesional? Probablemente. Sobre todo (y atendiendo la relevancia que el Secretario de Presidencia Gustavo López tuvo para con el término profesional en el rol del comunicador) porque creo que la profesionalidad puesta como valor en el periodismo es un perogrullo, un título vacuo que nada nos dice del hombre que tiene el oficio (me inclino mas a lo artesanal pero sin abandonar la rigurosidad, el trabajo y la búsqueda de la excelencia; no confundo estilo con limitación). Algunos, y de ahí mi cautela, suelen otorgarle a esa mención de profesionalidad un valor que no tiene, no tanto por su ineficacia intrínseca (indisimulable) sino por su utilización para designar engendros de la práctica periodística o su malversación por quienes querían arrogarse una especie de rasgo identitario superlativo. Esas dos circunstancias me bastan para renunciar a considerar siquiera la profesionalidad como una mención honorífica en el ejercicio de esta disciplina particular (la raíz tampoco me conforma porque nosotros no profesamos salvo cuando intentamos mentir con pleno conocimiento de hacerlo). Apuntamos desde ahora que profesión se torna profesar y no profesa sino el que miente descaradamente y la comunicación social es una guía mas que un punto de llegada a algo o una revelación. En esto Ducrot aclara bien los parámetros: la institucionalidad editorial descarta la idea despojada y un tanto sosa de la profesionalidad porque no asume absolutos, con la virtud agregada de que su sola formalidad revela el concepto de Weaver y Shaw de Agenda Seeting según el cual los medios no dicen que pensar sino sobre que temas enfocaremos la atención. Los exponen sin mas. De ahí uno sabe que ciertos programas de la televisión pública ordenan una agenda (en particular contrapuesta al Grupo Clarín) a la vista de todos sin necesidad de apelar a dislates o alelados intentos de subestimación y omisión tan particularmente evidentes que se han transformado en un genero de la sinvergüenza. Eso es claro. Aun cuando 6,7,8, por citar un ejemplo, elude tratar las contradicciones de la cobertura de TN en los asesinatos de la comisaría 24 de La Boca que no retrotrae su informe al homicidio de Martín Cisneros y la posterior toma de Luis D’ Elia de la comisaría para evitar algún tipo de corrección (por parte del medio o por vía indirecta, generando una pauta que al espectador le indique una conexión entre los hechos y una reformulación de las diferencias de valoración de TN de acuerdo a sus intereses) al tratamiento brindado a esa noticia, o toma ciertos testimonios radiales y rechaza otros o no considera las deficiencias que ciertos medios dejaron translucir en su cobertura del ataque israelí a la flotilla de la paz, sabemos que mecanismos operan: se elige una agenda para tratar. Un tanto por conveniencia editorial, otro tanto por la cuestión física, ineludible, del tiempo y el formato. Pero esto no se oculta, por el contrario, 6, 7, 8 debe ser uno de los únicos programas de TV en la historia que adoctrinó en esta taxonomía de los problemas de interes publico incluso en detrimento de su propia estructura y de su propia productora; están creando un monstruo, plenipotenciario que solo se puede celebrar. El efecto de esta instrucción es incluso cuestionar la propia metodología de elección de los temas de este programa y entender a qué lógica e intereses responde el capricho (se me ocurre otro programa, Siete Punto Cero en Radio Cooperativa que experimenta con el mismo y extraordinario recurso, contribuyendo a deconstruir la tradicional mirada estática sobre los medios). No solo, es evidente en este programa en particular, sino en todos. Aquí podemos decir que se entrevé el concepto de instucionalidad editorial que viene vinculado al rol del escritor público, cada vez mas alejado del entramado ficcional del profesionalismo burgués que enmascara la defensa panfletaria, por acción u omisión, de la cultura de los grupos hegemónicos. En este ámbito, la idea del verosímil es mas próxima y adecuada también.

Contrariamente la verdad, con su carga emocional, con su pomposidad beligerante, se aleja hacia las costas de las macanas, de las zonceras, una de tantas que arrastramos desde la consolidación del periodismo liberal, resquebrajado tras la sanción del articulo 19 de la declaración universal de los Derechos Humanos a finales de la década del 40 pero cuya escasa aplicación ha dejado las rémoras decadentes de esa noción original del periodismo tan apreciado por el liberalismo porteño y globalizado. Con esta llamada desisto de hundirme en el relativismo posmoderno, sin dejarme arrastrar por la marejada de los dogmáticos; propongo analizar caso por caso, despojado de apriorismos, desnudando la escena de intercambio, el mensaje, puliéndolos, pero sin desatender las instancias de producción y reconocimiento para recordar a Eliseo Verón.
Cabe la objeción: ¿No hay algo de absoluto, sin embargo, en cada verosímil, en cada hipótesis? Lo hay pero son efímeros puntos de apoyo que se desmoronan cuando abordamos el próximo. Y esa plausibilidad se funda en la prueba empírica y el contexto, de lo pasado y lo presente, no en el mero análisis de las partes otorgando entidad al mensaje. Un ejemplo clásico: Los lectores de clarín son opositores al gobierno. En la primera época cuando Clarín ejercía un apoyo critico al gobierno, sus lectores mantenían similar postura. Luego tras el cambio abrupto de la línea editorial (por amenaza clara de intereses particulares) los lectores se volvieron furiosos antikirchneristas. Este análisis constituye un disparate conceptual y se funda en el absolutismo que no mira hacia los costados. Ignora tanto los elementos supratextuales, de entorno social, como los fundados por la puesta de la escena comunicacional. De ahí la necesidad de abandonar la teoría de la verdad en la practica de la comunicación social; teoría que engloba sin empacho una serie de discursos cuyos correlatos corresponden al orden de los fenómenos de manera cerrada, excluyente y estática.

Pareciera determinante ahora decir que la verdad funciona a manera de arquetipo y que lo verosímil es a ella lo que el enamoramiento al amor. Ciertamente. Cabe suponer que en todo orden esto es más o menos así contra cualquier prevención contraria. Por lo menos hasta que encontremos otra verdad mas ajustada a los hechos y también transitoria.

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