martes, 6 de julio de 2010

De la dignidad del vencido



P.A. (Con colaboraciones varias e inmemoriales)

"Hay una dignidad del vencido
que el vencedor nunca conocerá"


Se dice que el duelo dura unos seis meses ¡Los racionalistas de los sentimientos lo afirman! Sin embargo no importa demasiado. Los duelos son intermitentes, cíclicos. Empiezan y acaban. A veces encontramos refugio; otras el espíritu parece naufragar en un mar sin orillas. A veces nos encomendamos a la Madre de Cártago y, en ese acto, arrojamos los remos, haciendo retumbar sobre cielo el fragor de esa última plegaria o recordamos los instantes en que fuimos felices y los combinamos, acaso, en el manejo de una eternidad imposible.

Durante mi adolescencia solía interesarme meticulosamente por el fútbol. Mi memoria me ayudaba mucho a ello. La praxis, en cambio, siempre me jugó en contra. Nunca jugué demasiado bien pero el relato de de lo que supuestamente hacía en los potreros solía superar en mucho al dato real (prefiguraba quizá el amor por este oficio). No se trataba puntualmente de exageración sino de la construcción de un relato casi épico que me tenía como exclusivo protagonista de jugadas de cincel y marco. Eso en lo que a mí respecta.

Pero ¿Por qué indagar estos recuerdos? ¿A qué viene la acotación del duelo en esa evocación? La respuesta es tan sencilla que me da pudor. Acude el duelo porque recuperar ese recuerdo supone la traslación a lo actual de lo que no regresará jamás. La refutación del regreso. Aunque también es apuntar con la memoria las huellas de aquello que hemos vivido con el propósito de resucitarlo; ya se sabe que la única muerte verdadera es la del olvido. Se trata, y más concretamente, de iluminar ese rastro por un momento. Se trata de Maradona.

Diego tiene una virtud fascinante. Diego ilumina la vida de todo aquel al que toca, incluso desde el improperio. Mejora a todo y a todos. Algo de su voluntad, de su fuerza, se agrega al otro cuando él lo invoca. Cuando lo rescata del olvido. Lo hace, por ejemplo, con Pelé a quien convierte en su único contrincante por la categoría de mejor jugador en la historiografía del fútbol siendo lo ejecutado por Edson tan solo una sombra de lo que Diego hizo a lo largo de su esplendorosa carrera (y en la que no fue, según admite él en otro gesto maravilloso). Lo hace con Pasman, un mediocre periodista operador del canal América junto con Fantino quienes se sublevan ridículamente contra el tremebundo poder de la AFA y se prosternan hasta la indignidad ante Daniel Vila y el Grupo Uno. Verdaderos genuflexos del poder mediático que ahora busca ganar escalafones en la Asociación del Fútbol Argentino. Lo hace con el pueblo que lo recibió en Ezeiza. Lo hace con Messi. Lo hace con la AFA cuando anunció el Fútbol para Todos. Iluminó a esa selección que se consagró campeona en 1986 y a la mas módica de 1990. Iluminó la conciencia de quien escribe que, en otro tiempo, influida por la tradición y los mayores, no advirtió la perspicacia de Diego para intuir el germen de las injusticias y combatirlo. La iluminó para desear con toda su fuerza que Maradona ganará este mundial y en retrospectiva también el de 1994 y 1990. Pero esta cualidad no solo es de Diego sino de innumerables ciudadanos de este mundo, esparcidos y multiplicados, anónimos. Y en esto soy preciso: hay miles, millones, como Diego, con su valor, con su esplendor aunque sin la excesiva potenciación mediática (que Diego sobrelleva como pocos en esta tierra). Ya le decía el personaje de Jean Reno a su esposa en el film Todo por Rosana “Entras a una habitación y absorbes toda la luz”. Maradona hace eso y la esparce hacia los demás, el resto de los mortales. A este gris hombre que escribe.

En cuanto al tratamiento mediático de su figura (ni siquiera de su persona porque la persona de Diego es inexpugnable salvo por este atributo que ilumina incluso ese hermetismo) aun sin ser experto en la materia, cualquiera vislumbra el reduccionismo al que la someten constantemente. Tanto mas grotesco si uno considera que en cuestiones de fútbol es imposible arrogarse un pedestal por encima de Maradona. El gesto canallesco mediante el cual el periodista de deportes descalifica o cuestiona el trabajo de Maradona abusando de la fragmentación o la descontextualización de los pormenores circundantes, se vuelve infinitamente mas injurioso en el caso de Diego. Exímanme de argumentar por qué. Únicamente quiero anotar que la misma actitud miserable advertí durante los años en que Marcelo Bielsa fue director técnico del seleccionado. Lo cual parece una constante para quienes no se brindan incondicionalmente a la vertiente de intereses dominantes dentro de la cofradía futbolística (Miren América y notarán qué es lo que impulsa a sus periodistas deportivos a hacer revisionismo histórico de AFA sin mencionar las causas por las cuales los clubes, asociaciones civiles, están vaciados tras una década de políticas cortoplacistas y de especulación que hoy promueven sus directivos por lógica pragmática y práctica discursiva). La ceremonia en la cual se transfirieron los derechos de la televisación de los partidos de AFA de Torneos a la Televisión Pública será un hito en la recomposición progresiva de lo que en la actualidad ciertos grupos mediáticos creen descubrir en el vaciamiento y destrucción de los clubes que ellos con la privatización del espectáculo y las políticas económicas neoliberales, se encargaron de fundamentar y desplegar. Pero eso es harina de otro costal.

La figura de Diego se agigantó en ese gesto de apertura del negocio del fútbol. Se tornó inmensa cuando recibió a Estela de Carlotto en la concentración y la luz conjunta de Abuelas y Diego nos cegó, nos conmovió hasta las lágrimas, nos hizo recuperar la esperanza en los días venideros.
A propósito y, sugestivamente, el único medio que trató de ignorar esta luz fue la cabeza del Grupo Clarín, su matutino. No es casual. La miopía y la desesperación minando hasta el paroxismo su credibilidad, el poder de influir en la opinión pública, lo ha hecho caer en la oscuridad. Se encuentra sumido en una ceguera profunda, donde ni siquiera la magnánime luz de Diego llega. Allí solo hay tinieblas vistas con astigmatismo. Nada más.

Maradona, en cambio, nos sigue iluminando. Lo hace con estas líneas y con el insignificante hombre que las imprime en la pantalla. Lo hace con todo aquel que murmura su nombre o con todo aquel, mas afortunado aun, cuya esencia roza los labios de Diego. Entonces Diego habla. Y nos habla de futuro. Nos habla del presente. Nos habla de la dignidad de un pueblo. Consigue el milagro de apartarnos por un momento (con sentido de perpetuidad y de infinita esperanza) de la lúgubre convicción de que los únicos paraísos que existen son, al cabo, los paraísos.

Los acompasados ritmos de Llegaremos a tiempo lo dicen mejor que yo:



Si te caes, te levantas
si te arrimas, te espero
llegaremos a tiempo,
llegaremos a tiempo.

Mejor lento que parado
desabrocha el corazón
no permitas que te anuden
la imaginación
no te quedes aguardando
a que pinte la ocasión
que la vida son dos trazos
y un borrón.
Tengo miedo que se rompa
la esperanza
que la libertad
se quede sin alas
tengo miedo
que haya un día
sin mañana
tengo miedo
de que el miedo
eché un pulso y pueda mas
no te rindas
no te sientes a esperar.
Solo pueden contigo
si te acabas rindiendo,
si disparan por fuera,
y te matan por dentro,
llegarás cuando vayas
mas allá del intento.

Llegaremos a tiempo...

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