viernes, 16 de julio de 2010

La igualdad como promesa y punto de partida.





Al fin se logró. Me permito, entonces, una confesión por más que aborrezco el declive y la incomodidad que generan las confesiones; por más que me desagrade ese género, esa variante desmedida del coloquio. No obstante, me lo permito. Las imágenes tras la sanción de la ley me llevaron a otras, en particular la alegría de Osvaldo Bazan: creí reconocer en aquella, la otra, la de la ley de medios también a las puertas del Senado. La victoria que significó la sanción de la ley de matrimonios homosexuales el jueves a la madrugada dejaba translucir esa algarabía tan propia que siente el plebeyo con su cuchillo de palo, batallando contra los tanques impiadosos de las corporaciones. En aquella oportunidad (y se mantiene en el tiempo frente a los conglomerados mediáticos) la sensación de abrir una brecha definitiva en la batalla frente a los poderes tradicionales de una sociedad; el caso del matrimonio igualitario admite un sabor mas añejo de un poder residual cuyo terreno ha sido horadado hace tiempo y solo falta la declaración oficial. Allí en ese corporativismo cerrado esta el enemigo como en el corporativismo mediático aun afilando sus garras, aun complotando frente a los avances antimonopólicos. Y se me ocurrió una objeción graciosa propia de nuestra lamentable izquierda: si tantos heterosexuales dudamos de la eficacia del matrimonio ¿Qué sentido tendría esta reivindicación de derechos? (este estilo es de Fogwill en Clarín el último domingo; como ironía está bien, como opinión es risible). Jauretche se opondría, con infinita elegancia, objetando: primero emparejemos después hablamos…

El reclamo por el matrimonio igualitario sostuvo su poder en lo simbólico; no deja de ser evidente que en lo específico, y me abstraigo a lo particular de estos últimos días, representa una victoria innegable frente a las corporaciones. Nadie puede creer que, salvo algunas excepciones y ellas estaban por fuera mayoritariamente del sistema parlamentario, se crea las argucias alegadas en algunos casos extremos como forma de oposición (mas allá del coloniaje mental y religioso de algunos energúmenos) sino que responden al dilema de defender la integridad corporativa tradicional eclesiástica cuya defunción es ya lejana en el tiempo, pero cuya estela residual aun se niega a reconocer su anacrónica derrota. Lo del jueves a la madrugada fue un indicio de la debacle pasada. La corporación de los prelados no tiene nada que ver con la fe en dios; el derecho positivo nada tiene que ver con las reglas internas de la corporación eclesiástica. La necesidad de reglamentar la conciencia solo pude obedecer a una necesidad de poder por fuera de cierta convicción en materia de fe. Como un gesto totalitario de inmiscuirse hasta en el gesto mas privado del ser humano.

Todo el debate previo sirvió, y no es poco, para develar quién es quién. Aquellos rostros bestiales recubiertos por máscaras de antaño. Por fortuna una modalidad inaugurada tras la Resolución 125 y que se mantiene en el tiempo. Los contenidos, sin embargo, no revelaron mayor cosa, salvo para avispar a las conciencias más adormiladas e ingenuas. ¿Queda alguna duda respecto de que el valor que nos constituye tiene como condición indispensable la propensión a incluir? ¿Queda alguna duda que el propósito de la sexualidad no es la procreación sino el descubrir en el fondo la caricia, lo afectivo, el amor? ¿Que sin ello no es nada o es menos que nada? Como en la ley de medios, lo que deriva de todo esto es arduo; emparejar nunca ha sido sencillo. Las expectativas, ergo el punto de partida, están ahora impresas en la realidad, en la memoria de nuestras retinas y son puntos de inflexión de indudable eficacia. El camino venidero se vislumbra mucho más sencillo.






Carta de Valerie:

No sé quien eres. Por favor, créeme.

No tengo manera de convencerte de que esto no es otro de sus trucos, pero me da igual. Yo soy yo, y no sé quien eres, pero te amo. Tengo un lápiz, uno pequeño que no encontraron. Soy una mujer. Lo escondí dentro de mí. Quizá no podré volver a escribir, así que esto será una carta larga sobre mi vida. Es la única autobiografía que escribiré. Y , oh, dios mío, la escribo sobre papel higiénico.

Nací en Notttingham en 1957, y llovía mucho. Pasé mis exámenes e ingresé en el instituto de secundaria. Quería ser actriz. Conocí a mi primera novia en clase. Se llamaba Sara. Tenía catorce años y yo quince, pero ambas estábamos en la clase de la srta Wilson. Sus muñecas eran hermosas. En clase de biología yo me quedé mirando el feto de conejo en formol mientras escuchaba al Sr. Hird, que decía que aquello era una fase adolescente que superaba todo el mundo. Sara si.
Yo no.

En 1976 dejé de fingir y llevé a casa, para conocer a mis padres, a una chica que se llamaba Cristine. Una semana después me marché a Londres, a estudiar teatro. Mi madre dijo que le rompí el corazón, pero mi integridad era lo más importante. ¿Es eso tan egoísta? Se vende muy barata, pero es cuanto nos queda en este lugar. El último resquicio de nosotros, pero dentro de ese resquicio, somos libres.

Londres. Fui feliz en Londres.

En 1981 interpreté a Dandini en Cenicienta. Mi primer trabajo profesional. Ese mundo es extraño y frenético, con multitudes invisibles detrás de los focos ardientes y un glamour agotador. Era excitante y solitario. Por la noche iba a algunos de los clubes habituales, pero no me sentía cómoda y me costaba relacionarme. Había tanta gente que sólo quería vivir alegremente. Era su vida y su ambición, y yo quería mucho más que eso.
Mi carrera progresó. Obtuve pequeños papeles en el cine, luego papeles más importante. En 1986 protagonicé Las Llanuras de Sal. Ganó muchos premios pero no fue un éxito de público.
Conocí a Ruth en esa película.

Nos queríamos.

Vivíamos juntas. El día de San Valentín ella me enviaba rosas y, dios mío, teníamos algo tan grande... esos tres años fueron los mejores años de mi vida.

En 1988 estalló la Guerra. Y después de eso, no hubo más rosas...
Para nadie.

En 1992, después de la toma de poder, empezaron a detener a los homosexuales. Se llevaron a Ruth cuando salió a buscar comida. ¿Por qué nos tienen tanto miedo?
La quemaron con cigarrillos e hicieron que les diera mi nombre. Firmó una declaración donde decía que yo la seduje.
No la culpé. Dios, la amaba. No la culpé.
Pero ella sí. Se mató en su celda. No pudo vivir con el peso de habarme traicionado, de haber renunciado a ese último resquicio.

Vinieron a por mí. Me dijeron que todas mis películas serían quemadas. Me afeitaron el pelo en un inodoro y me contaron chistes de lesbianas. Me trajeron aquí y me drogaron. Ya no puedo sentir la lengua. No puedo hablar. La otra lesbiana de aquí, Rita, murió hace dos semanas. Imagino que yo también moriré pronto. Es extraño que mi vida termine en un lugar tan terrible, pero durante tres años recibí rosas y no me disculpé ante nadie.

Moriré aquí. Perecerá hasta el último resquicio de mi ser.
Excepto uno.
Uno solo.

Es pequeño y frágil y es la única cosa que vale tener en este mundo. Nunca debemos venderla ni regalarla. Nunca debemos dejar que nos la quiten.

No sé quién eres, ni si eres hombre o mujer. Quizá nunca pueda verte. Nunca pueda abrazarte ni llorar ni beber contigo. Pero te amo.
Espero que puedas escapar. Espero que el mundo gire y las cosas mejoren y que la gente vuelva a tener rosas.
Ojalá pudiera besarte.

Valerie.
X

No hay comentarios:

Nuestros visitantes

Estadisticas y contadores web gratis
Estadisticas Gratis