domingo, 28 de noviembre de 2010

Dos notas y un poema

Quien examina en estos tiempos la práctica periodística debiera inquirirse: ¿el periodismo conservador y liberal opera solo sobre el discurso de modo tal que las abigarradas retóricas progresistas ya bastan para desembarazarse del bloque conformado por modos de hacer y de significar esas practicas? ¿Basta con la ejecución de dos o tres frases afortunadas insertas en un contexto completamente ajeno a la concreción material de esas palabras?
El ejercicio liberal del periodismo toca el discurso como extremo y corolario de una serie de prácticas, mecanismos de significación, que interactúan en la vida cotidiana. Cabe aclarar que esos mecanismos de significación se hallan internalizados, de tal forma que no pueden confundirse con la mera mención de ellos cuya evidencia es solamente el último tramo de un inmenso páramo extendido en la conciencia de los sujetos sociales. Antes de arribar a esta cristalización, los dispositivos liberales del pensamiento habrán encarnado unas acciones sumamente verificables en la dinámica social incluso habrá intervenido en las posibilidades de formulación de la misma retórica progresista. Dicho en otras palabras, controla el alcance de esos discursos y, de alguna forma, prefigura el contenido, la substancia.
En ello hay que ser muy cuidadoso. El periodista (o el orador) no debiera ser ajeno a que lo que se dice y como se lo dice, aun divergente de un cierto estado de cosas, se encuentra controlado por él. Y consecuentemente cuando la alocución progresista se halla en este encuadre liberal, se establece como discurso por oposición. Mucho no le cuesta y en repetidos casos se encuentra cómodo porque, entendamos bien: es la historia liberal y sus condiciones objetivas las que han arrojado y permitido la circulación de El Capital por mencionar un ejemplo. El discurso difícilmente puede sustraerse del marco de los fenómenos sociales significantes que producen significado y dotan al marxismo de liberalismo en su propia difusión editorial, radial o televisiva. Hay modos de escapes pero fundamentalmente el error es creer (y sobre todo los periodistas lo creemos) que el discurso por sí solo modifica esa materialidad.

Lo que opera el discurso periodístico actual es el embrión, el cósmico agujero de gusano, que filtra las significaciones conservadoras liberales y crean una conciencia divergente, artífices a su vez de otras formas de hacer (otros estilos). El periodista o el orador no hace nada mas que eso, prefigurar el escape, dispensar la lima para empezar a esmerilar los barrotes de la imaginación aplicada al universo y sus componentes. Por ello la construcción identitaria del periodista prestigioso que otorga cátedra como Jorge Lanata o Mariano Grondona que editorializan sin debate, sin documentación, constituye el prototipo del periodismo liberal per excellence (en vías de defunción). Independientemente de lo que se diga.

Como premisa, un discurso periodístico progresista, o popular si se quiere, antiliberalote, no es nada en sí mismo en un contexto donde domina el neoliberalismo como práctica y conciencia dominante. Son islas, trincheras de resistencia que si no se vinculan a la practica, si no filtran el colectivo pero en especial un colectivo formado no solamente en la retórica de la oposición y la denuncia sin también en campos de transformación que reviertan las practicas y significaciones liberales, mueren en la elegancia prefabricada de un barbón bien perfumado, robusto, que mira a cámara y se atribuye el papel de la fiscalía universal.
Hay afortunadamente una nueva forma de estatuir un periodismo capaz de vencer los marcos liberales de la profesión, no solo desde el discurso sino además desde la práctica. Este actúa interponiendo pruebas, muy parecido a aquel que Lanata hiciera con Szocolowicz como empresario en los albores de Página 12. La televisión puede manejarse de igual modo. Esta es capaz y lo ha demostrado la televisión pública de evitar el fastidio del periodista sabelotodo, aleladamente omnisciente, para armar mesas de debate y prodigar documentos grabados que permitan rastrear el desatino y la mendacidad.

En radio las editoriales son mas o menos afortunadas como en televisión (y Lanata debería saberlo) en la medida en que se construye una forma de decir que no abusa de las frases hechas o recurrentes (el ¿te suena?) y de la malsana descontextualización. La buena argumentación, la hondura de las referencias político históricas ayudan en ese sentido. Y no es tan difícil reconocer la mentira - por lo menos en el periodismo- porque allí donde aparece, las referencias suelen ser coyunturales, presentes y del más primitivo sentido común. Tampoco generan una inquietud en sí mismas, ni remontan la necesidad de indagar. En esas performances periodísticas todo esta dado, la opinión ya ha sido decretada y ese parecer aunque discursivamente popular o de izquierdas sigue siendo liberal. Falta ver en la historia del periodismo argentino qué sucede cuando este discurso sí admite las extensiones del documento y la historia.
Pensemos en un contexto neoliberal. La experiencia demuestra que el mecanismo tal como se halla hoy es el adecuado y la identidad discursiva, honesta, pero hasta tanto no acontecen transformaciones políticas, sociales y económicas que subviertan la matriz en que se desarrolla ese periodismo, sigue siendo de oposición, neoliberal en sus formas y lejano (no masivo) como un débil quasar en los confines del universo.


Tratando la pasión


En el prólogo del libro Tratado de la pasión Eugenio Trias advierte que su objeto, y el carácter referencial de aquel, aluden a una experiencia ontológica, fácilmente asequible en el curso vital de cualquier individuo. También señala que esa generalidad inaudita que vincula a toda la especie deriva en realidad del caso particular de su propia experiencia. Bertrand Rusell ha referido que el amor es una de las formas de cooperación biológica en donde se necesitan las emociones del otro para cumplir con los objetivos instintivos propios. Y supone que quien ha sentido el amor por excelencia no puede consentir tan fácilmente la libertad respecto del ser amado. ¿Pero a qué libertad refiere? Todo comienza con la ética de Chretién de Troyés…

Trias bien afirma que lo que busca es un principio de libertad al igual que en la ética espinosista pero no busca reconvertir la pasión en acción sino que quiere libremente su cautiverio; nada quiere menos que sacudirse el yugo que le aprisiona y lo esclaviza. Y aquí paradójicamente alude al poder pues el sometimiento en este caso apunta a la conformación de un sujeto máximante poderoso. Solo en estado de enamoramiento el sujeto es capaz de descubrir el rasgo propio de cada cosa, aquello que es intransferible e intrínseco, junto a los indicios simbólicos (metonímicos, metafóricos) del ser amado. Esa locura del enamorado, como la obsesiva fijación en el objeto de su atención, le abre las puertas al conocimiento del mundo pese a la persistente idea del sofos de que este principio de pasión anula la libertad, la actividad y la razón, sin comprobar que las supedita a razonamientos mas refinados y precisos.

Vierte Trias en su Tratado toda una concepción ética de la pasión pero el punto mas saliente refiere a los obstáculos que insinúan el carácter subordinado del ser. Hablo del paradigma de esos obstáculos: la muerte. Presente desde el desencadenamiento de la pasión, la muerte juega un rol de trascendencia en el rebasamiento de la identidad en una dualidad fusiva y dialéctica. Dicho sea con otras palabras, Trias comenta que los amantes que viven y sufren la pasión con deseo de sufrirla y padecerla, exploran la posibilidad de un imposible estremecedor, vivir la muerte del otro, morir con el otro. Así Wagner ilustra la muerte de Isolda, muerte por contagio, muerte que comparte la de Tristan tras murmurar el nombre de Isolda por última vez.
Pero aquí viene la aclaración al pie, porque celebrar el dúo-sidio, admite Trias, es celebrar lo ampliamente rechazado por la razón o el sentido común (“sobre todo en una sociedad y culturas imbuidas por el hedonismo, el behauvorismo sexual, la sexualidad emancipada y las éticas del placer”). En realidad, la muerte, única consumación lógica de un amor de las características de Tristan e Isolda, es solo paradójicamente definida por Trias. Y sin decirlo, habla de reciprocidad mas allá de los vaivenes de la argumentación, sobre todo al contraponerla al otro destino, la de la muerte en vida, el tedio vital, spleen, ese dolor que adviene cuando uno deja de sufrir. Con lo que duelo para Trias es dejar de sufrir porque el ser querido se ha marchado. El sufrimiento es, por tanto en este esquema, alegría y positividad frente a la muerte en vida, la única que verdaderamente merece compasión.

En el vertiginoso planteo de Trias es sencillo vislumbrar unas cuantas ideas, aun contrarias en el sentido de que guardan cierta consistencia emanada de lo datos de la experiencia. Lo que vale añadir al dúo sidio es la conceptualización de Rusell de cooperación (cita)
De ahí la conjugación de amor pasión adquiere una luz un tanto mas adecuada. Los detalles de Rusell y Trias entretejen los términos duales de la ecuación. Mas allá del rango específico que infiere la existencia de un dominante y un dominado en la relación amorosa (ya la palabra esclavo dictaba la parte velada del opuesto), la dualidad resulta imprescindible. Sin uno de los términos, el amor pasión se transmuta en duelo y ahí reproduce los reproches de Isolda en Cornualles cuando Tristan amaga a morir en solitario. Requisito que Rusell no pasa por alto .

Esto que parece una verdad de perogrullo, por causa del spleen, la muerte vital donde el desengañado intenta fatigosamente sobrellevar el duelo que lo insume en una especie de laberinto cuya morfología circular lo satisface, no resulta tan evidente para el afectado. No puede serlo. A todas luces se siente perdido, sin salida aparente a ese dolor que configura el desgarro sin fusión. De ahí que la evidencia nunca sea suficiente. Porque no son los argumentos los que viran la convicción del sujeto atravesado por ese escozor gélido que padece al dejar de sufrir en razón de la ausencia del ser amado sino como argumenta Rusell la necesidad imperiosa de acción. La acción anulada o diferida en el estado de enamoramiento y reemplazada por ese conocimiento profundo de las cosas.

El tedio vital es siempre tedio y muerte, muerte en vida. Sucede por efecto de la pasión que lo sugería desde el comienzo. Nadie escapa a esa herida que agrieta el aliento, que hace invocar los versos iniciales que cita Trias Minerva que de la sangre herida haces brotar la inteligencia, que consume cada tarde, cada noche. Ni tampoco imagina el herido la cicatriz, solo lo ahoga ese aborbotamiento de la sangre y ese silencioso y nunca comprendido por quien no lo siente, tumulto, ese discurrir de la soga por la garganta. Tolstoi en La muerte de Iván Illich sugiere que toda solidaridad con un moribundo es sumamente forzada o hipócrita. El cuerpo sano se separa completamente del enfermo, no puede anudarse a el, no pude vivir lo que él. Y ese paso de agonía se practica en la mayor soledad, así como las vivencias de Gregorio Samsa al transmutarse en insecto constituyeron un misterio para la familia que ya no puede compartir esa travesía. De esas experiencias solipsistas sabe el duelo tras el desengaño, de esos naufragios interminables en que uno imagina infructuosamente que lo hundido hará resonar una sirena a lo lejos mientras se murmura a manera de práctica la plegaria de los marineros fenicios a punto de ahogarse en el mar, es conciente. La plegaria y el mar en este caso son solo espejismos.
Alejandro Dolina imaginó alguna vez el mismo problema. Manuel, el protagonista de su opereta criolla Lo que me costo el amor de Laura, había atravesado el infierno para encontrar a Laura. Ciertamente Laura no era Laura. Era una marioneta. La muerte había guiado los pasos de Manuel hasta el Bar Pampa. Todo era irreal. Una trampa. Pero al final Laura salvaba a Manuel, lo acompañaba en la muerte, lo escoltaba en el arduo destino de ser una sombra.

Hoy sin embargo la imaginación me dicta otra cosa. Es la imperiosa necesidad de actuar lo que verdaderamente redime al caído (atiendo esa bella línea de Serrano el amor se encuentra antes si se busca). El ángel que nos rescata no deja entrever una cara conocida (o su cara es la misma de otros rostros que ya hemos antevisto en sueños). Y si bien la virtud de aquel se duplica en ese mismo acto, por gracia del gesto noble, es el rescatado quien interpone la última y fundamental carta para salir del infierno: la mano estirada y la palma cortando la brisa de frente, esperando la otra palma.


Como corolario dejo estos versos:
No había espadas en el lecho
Pero sí múltiplos
De especies,
Enlazadas y en duelo,
Cuatro ojos que uno se volvían
Y el pálpito de las sombras
Replicaba el estertor de la habitación.
Uña con uña,
Uña y carne,
A la sazón esa humedad
Suavizando el azabache,
el vaivén,
el recorrido,
el planear lentamente
aterrizando en los extremos
después de saborear,
después de catar

No había espadas en el lecho
Solo el techo bajo
Que por primera vez
no oprimía
Y tu cara
en los espacios iracundos
Del cuarto,
Labios de arriba y abajo
Redescubriendo,
Cincelando
A su empacho,
La piel,
la boca,
Sin el murmullo del espacio
Entre sombra y sombra.

No había espadas en el lecho
Sino espinas
Algunas que perduran en la piel,
La verbena hecha aliento,
Hecha cuerpo,
Que abrasa la sed,
Los susurros,
El canto de una alondra pequeña
La alquimia,
Y calaba profundo hasta los huesos
El infinito vaivén,
cada cuerpo se desliza
En el otro,
Tiemblan,
Retozan,
Y se erosionan mutuamente
Sin desgastarse.
Se rozan,
Se Hieren,
Por primera vez
Exonerados de dolor.

No había espadas en el lecho
sino escaleras polvorientas
Que antecedían
Ese final,
La fiebre
que ni la brisa artificial
Puede mitigar,
Susurros,
Tiniebla filtrando los enseres,
el resquicio,
Y la ilusión del pecado
Ligeramente cubierto y exculpado
Por esa tiniebla,
Por el eco,
Por los gemidos,
El andarivel del lecho
Cuesta abajo y ligeramente arriba

No había espadas en el lecho
Ni Tristan,
ni Isolda
Solo Procusto
Esperando,
Aguardando,
Para ante el mínimo desajuste
Mutilar el error
Y así despojarlo

No había espadas en el lecho
Sino el brote de dos cuerpos
Embadurnados en sí.
Dos cuerpos
Que en la penumbra
Y el albur,
Retornan.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cantos aparecidos: Ana María Ponce




El 24 de Marzo de 2004 Nestor Kirchner acometió otro acto de justicia. Como si no bastara la recuperación del predio del Esma para franquear las puertas del infierno, auqel día leyó los poemas de Ana Maria Ponce, lolita.


Kirchner conoció a Ana María y su esposo Godoberto mientras militaban en la Federación universitaria de Revolución Nacional en La Plata. Juntos escaparon de la masacre de Ezeiza. Kirchner era, por entonces, el responsable del grupo militante y tras juntar a todos en un auto, los sacó fuera del alcance de la derecha peronista. Loli pergeñó infinidad de poemas durante su vida; no obstante y como preciosa inmortalidad, como reves del horror, solo se conservan los escritos durante su cautiverio en la Esma. Para resguradarlos se los entregó en un sótano a Graciela Daleo en un sobre naranja. En esa cerrazón que acuciaba el alma en el tembladeral sugerido por cada paso cercano o el rumor simple del silencio profundo Loli agitó su voz muda sobre las paredes. No se sabe si consiguio redimir los resquicios o las sombras. Nadie duda que de alguna manera, con el reparo de los días y el vértigo, confutó el olvido, derroto al silencio de los cuartos fríos y resurgio desde el fondo de una estrella derrotada. YTal como lo anticipaba junto a la foto de su hijo Piri " He resurgido muchas veces/ desde el fondo de las estrellas derrotadas.” o al anotar“Quiero saber cómo se ve el mundo/ me olvidé de su forma/ de su insaciable boca/ de sus destructoras manos/ me olvidé de la noche y el día/ me olvidé de las calles recorridas” (...) “y estoy, a pesar de todo esto/ a pesar de no creerlo/ estoy juntando unas palabras/ unas infieles palabras/ que me dejen recordar/ cómo podría verse el mundo”


¿Que saben ellos Loli de tu muerte? ¿Qué saben de la vida? Nosotros que no conocemos la cifra de tu muerte, en tus versos a traves del tiempo, conocemos el esplendor invencible de tu vida...


Espero
que no me preguntes que espero
Atrás el silencio no quiere
contestarme
las preguntas de la vida
que le hago cada día
Vivo,
vivo y espero
no me preguntes que espero
que tento el alma tan dolida,
que me duele el cuerpo
encerrado
que los ojos se cansan
mirando una [...]
que cayó en el suelo
con una taza de café
con un cigarrillo
mirando pasar las horas
vivo,
vivo pensando
y no quiero,
no quiero más el dolor,
ni [...] tiempo detenido,
ni [...] lágrimas
que [...] entrego
pero vivo,
vivo
y espero.

Aún espero
Que el silencio me devuelva
tu voz
que tu sombra me entregue
tu cuerpo.
Que el aire me haga
respirarte,
que esta muerte demorada
me de tu vida,
que la lluvie enfríe
mi cuerpo
para sentir tu calor
de nuevo
Que la noche te traiga,
para amarme
Que mis palabras te enciendan
los ojos
Que mis pensamientos te busquen
donde estuviste
y ya no estás
Que el tiempo se mude de planeta
para quedarnos los dos
como antes
Que haya una esperanza
eso es lo que quiero
en definitiva decir
que quedó algo para decirme
que estás vivo
pero no estás.


Ana María Ponce (1952 -¿1978?). Poeta nacida en la provincia de San Luis; desaparecida en Bueno Aires. Estudió en la Escuela Normal de su provincia natal, y en la Universidad Nacional de La Plata cursó Historia y Literatura en la Facultad de Humanidades. Militó en la JP y en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional. Detenida en 1977 por fuerzas de la Marina es trasladada a la ESMA. Sus poemas, escritos en cautiverio, se conocen porque la poeta los había entregado a una compañera de detención, sobreviviente de este centro de exterminio. Su verso es llano, de metáfora precisa, como si se pudiera palpar, donde en medio de la angustia que trasuntan, siempre permanece -y pone en valor- la esperanza de la libertad como máxima aspiración humana. Algunas de sus poesías fueron publicadas en "Palabra viva"; hay un poemario editado en 2004 que recoge toda su producción pero desconocemos su título.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Amor a primera vista

Es interesante pensar que todo ya ha pasado, de alguna manera u otra y que como individuos solo asistimos a las escenas diferidas de una trama de eventos ya resueltos. Asistimos a la expectación lo que ha sucedido sin ser capaces de interponer alegatos u objeciones. Miramos con horror o alegría, con resignación o con estupefacción lo inevitable. El poema de Wislawa Szymborska refiere de modo misterioso esa anticipación, conocida solamente por la voz de los versos. Algo cuyas señales se manifiestan de forma adecuadamente incomprensible para los mortales. Pero, sin embargo, allí están. La idea de que todo principio es una continuación permite la justicia de abolir las despedidas para refutar, aunque sea por un momento, que este universo está lleno de ausencias y solo una buena noticia. Esa noticia la relata en verso Wislawa.

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

Wislawa Symborska

Poeta y ensayista polaca nacida en Kórnik, Poznan, en 1923.
Vive en Cracovia desde que su familia se trasladó allí en 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian, dedicándose desde entonces al ejercicio literario.
Con su primera publicación "Busco la palabra" en 1945, seguida de "Por eso vivimos" en 1952 y "Preguntas planteadas a una misma" en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. "Apelación al Yeti" en 1957, "Sal" en 1962,"En el puente" en 1986, "Fin y principio" en 1993 y "De la muerte sin exagerar" en 1996, contienen parte de su restante obra.
Ha sido galardonada con importantes premios entre los que se destacan, Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963, Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995 y Premio Nobel de Literatura 1996. Recibió además el título de Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Desollando al León


El primer trabajo que Euristeo le impuso a Heracles consistió en matar al león de Nemea cuya piel convenientemente gruesa lo hacia inerme a la flecha, la espada y la lanza. Para lograr su cometido Hércules lo condujo hasta su cueva de dos entradas, clausuró una de ellas y le metió un brazo por la garganta para estrangularlo. El problema luego se presentó al momento de desollar al león. Siendo su piel invulnerable esta cuestión se tornaba insoluble. A Heracles se le apareció Atenea para dictarle la solución. Las garras del león debían ser lo suficientemente poderosas como para atravesar su propia piel. Nadie -le aseguró- es lo suficientemente fuerte para resistirse a sí mismo, a su potencialidad implícita.

En los últimos años todos repetían el mismo dictamen. Se había transformado en un clise y como tal operaba al igual que aquello que enunciaba sobre lo inconciente, preformando los alcances y las formas de los consumos culturales pero sobre todo la orientación de dichas preferencias. Imaginemos la forma ardua de una pesadilla, una noche febril, indeterminada, donde la voluntad se guía por pautas siempre iguales y solamente en apariencias diversas en cuanto a la forma particular asumida en cada sujeto. Esa trama conformaba los barrotes de una prisión. Uno se sabía en ella. Los sentidos, los límites, la oscuridad sugerían lo exiguo, y tal vez, sugirieran el rumor de otros distritos, de otras callecitas poco iluminadas donde hay un fragor ajeno, difuso. Imaginemos uno sol perpetuo tras el cual no puede verse mas allá. Y en ese más allá se presiente con desesperación la forma, el olor, la severidad de los barrotes finos y ajustados. Con los ojos dilatados uno recorre esos andurriales. Con cierto desvelo. Inútil desvelo. A lo lejos sigue escuchando eses coro. Parce acercarse y alejarse. Los habitantes de ese barrio sabíamos en que consistían los murmullos. Eran voces familiares. Voces de cuna. Pero estaban los barrotes. Éramos conscientes de ellos. Como anuncie, los presentíamos. No se sabía dónde estaban ni qué forma tenían. Algunos afirmaban que cercaban determinados límites más allá de ese sol de frente aunque no supiéramos que había mas allá de él, ni cuál era su especificidad.

Mucho se hablo de ello. De la derrota cultural. Muy pocos, sin embargo ,sabían que era. Ni tampoco podían vislumbrar la forma de abordarla y confutar su acción. Los más optimistas sosteníamos que se trataba de una cuestión de tiempo y paciente deconstrucción. Generación tras generación imbuida en la grandiosa y fascinante tarea de revertir el propósito del oscurantismo. Marchar pese al ardor que ese enorme astro le profería a los ojos y remontar los parajes ocultos tras su resplandor. A sabiendas o no la tarea implicaba quedar ciego ¿Cuánto tiempo podrían soportar los peregrinos la marcha con los ojos fijos a la furiosa estela lumínica de ese sol? No obstante, y como siempre, la solución era apresurada. Se requería más que el sacrificio, el martirologio. Había ahora otras alternativas. Como suele suceder la resolución se encontraba en el mismo objeto. Porque ¿Quién aseguraba mas allá del presentimiento la existencia inequívoca de esos barrotes? ¿Cómo cruzarlos si no conocíamos sus formas o sus alcance? ¿Cómo franquearlos si habríamos quedado ciegos, maltrechos antes de llegar? En el caso de la derrota cultural moldeada por la concentración mediática -su causa y consecuencia- la clave estaba en ella misma. Siempre estuvo allí. La ilusoria oscuridad que en los distritos contiguos escondía a aquellas voces no era oscuridad realmente sino el espejismo de ese sol cuya fuerza ocultaba a los ojos, la muchedumbre en las calles ajenas a los andurriales que transitábamos. Bastaba entonces con soslayar la potencia del astro. Tal vez no mirarlo de frente y avanzar hacia las callecitas alejadas. Tal vez protegerse con algún instrumento capaz de desvirtuar la potencia de sus efectos (un espejo). Y mientras tanto pensar en el sol, en su merma. Claro: el debilitamiento de ese sol como el de todos los soles requiere el paso del tiempo. También es imprescindible no aminorar la marcha hacia los barriales que invisibilizó. Hacia aquellos rumores de antaño.

Mientras el sol se extingue y marchamos eludiendo sus efectos, mientras tomamos de la mano a otros que vivían en esa misma fiebre o pesadilla, mientras sostenemos con firmeza los espejos y los temibles y feroces haces de luz regresan al sol, emulemos a Heracles, y por consejo de nuestra Atenea personal, para desollar al león usemos sus propias garras.

No permitas

No permitas que tu cuerpo
caiga en el vacío de la hondonada
en mitad de un sol de noche
que quema los labios
ni que una espada en el lecho
te cuartee la piel y la carne.

No permitas que te ciegue un espejismo
como lente perpetuo, amalgamado
ni cenizas mustias en mitad de la luna
envuelta por la noche y sus libéluas.

No permitas que el llanto
te erize los párpados
cuando sangra la noche
y las mujeres cantan sus verdades desnudas
enlutando tu cuerpo
dilatando el rigor de tus pasos.

No permitas que el destino
sirva de excusa,
ni la cobardía,
ni el olvido
porque cada una de sus omisiones
te nombre,
te exalte.

No permitas que te permitan
andar por vida
como si la memoria matara en vida
o la vida muriera en la memoria.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Peronómetro

Gentileza alcanzada por una compañera de La Cámpora de Entre Rios


domingo, 7 de noviembre de 2010

Brinhild (A Ulrica)



"Sé que ya estaba enamorado de Ulrica;
no hubiera deseado a mi lado
ninguna otra persona."

Ulrica, El libro de Arena. Jorge Luis Borges



Sobre los enseres
arreciaba la nieve,
la sombra discurría
Entre los resquicios del aposento,
Se iba la noche y la primera mañana,
Se diluía la sucesión y el sueño
En el estremeciento de tus muslos,
En el amor y su promesa.

De tu boca,
Del susurro,
Emergió la frágil esperanza
De lo eterno.
Provisoria como la fécula,
Fluyendo hacia los ingenuos espejos
Que duplicaban el lecho,
Los movimientos,
Las caricias,
Eran mortuorias,
Con cierto aire a despedida.
Pues proseguirás el viaje,
Porque tan solo mi regazo
Era un descanso del vértigo,
El imprescindible permiso
otorgado a toda buena discípula
de Ibsen.
Y no serías mi Anna perdida
Y encontrada
Sino viceversa,
retornarías a las muchedumbres de Londres
a las vigilas perdidas
a las noches de azar y muerte
a un largo peregrinar,
inmemorial,
donde yo paso por una esquina
y tu por la opuesta,
y sin voltear.

jueves, 4 de noviembre de 2010

GRACIAS

He escuchado decir gracias muchas veces en mi vida. A veces como un formalismo, cosa que suelo evitar en la medida de lo posible. La he escuchado por gestos pequeños, por mantener la puerta abierta, por ceder un privilegio o una bagatela. Y la democracia de la palabra no puede abarcar, imponiendo la justa medida de las cosas, la extensión que en cada momento adquiere. Porque es, en principio, una palabra estrecha. Escueta palabra. Minúscula. Insufieciente. No siempre lo que decimos se parece a nosotros comentaba Borges por allí y desafortunadamente la mayor parte de las veces el epiteto no reemplaza el gesto, ni abarca la hondura de lo que sentimos, ni ayuda a la comprensión cabal de los efectos. Cuando el 2 de septimebre se promulgó la norma de nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final una vez mas, pronunciar gracias volvió a ser insuficiente. Como en los gestos pequeños que te rescatan este, inconmensurable, épico ¡sí, épico! disipador del terror y la incomodidad de los días anteriores a la elección presidencial del 2003 con la candidatura del otrora dos veces presidente, ese gesto solo esa fé sola, me hizo saber hasta qué extremo gracias solo es un convencionalismo mas en una urdibre de actos que lo encumbran y le devuelven su imperio.




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