miércoles, 23 de junio de 2010

Breve Hermenéutica de la izquierda nacional


M.R.



Hace unos días en una charla exquisita que solo el escaso tiempo y el rigor de la lluvia del otro lado del ventanal interrumpió, una compañera de unas informales lecciones de tango me preguntaba ¿Qué te parece Lanata? ¿Qué te parece Beatriz Sarlo? Por lo general uno reacciona con cierto pudor ante la ejecución de estos improvisados juicios en parte porque supone que su alocución se emite desde un campo aun infecundo o limitado; probablemente el modesto lugar que uno ocupa como actor social .Por otra parte sospecha que esta precaución se origina en cierta tradición infundada cuyo asidero a veces no encuentra legitimación en elementos verdaderamente fácticos. También puede suponer que la astucia del sofista embarullará cualquier indignación o cualquier elogio.


Ahora bien, he recaído en estos últimos tiempos en reflexiones que parecieran sucederse como aquel arquetipo del progreso de la ciencia social que enuncio Alicia Entel en su Hermenéutica a modo de espiral. El objeto de mi cavilación también implica reformularme a mí mismo en un sentido hondo; un repertorio de reivindicaciones recae bajo la lupa, abarcando un período vasto de mi formación académica y mis primeros contactos con cierta perspectiva ideológica de la sociedad. Porque, sin duda, exige en cierta forma cuestionar mi temprana afiliación a ciertos ideales puristas e igualitaristas que hoy ya no tolero, no como formulación para derivar ciertas variantes populares sino como extremismo elitista disfrazado de cordero.


Nadie duda que las reivindicaciones nacionales y populares deben su materia a la filosofía que puede considerarse patrimonio de la izquierda nacional. De hecho cronológicamente esta es anterior. Incluso si se observa con cuidado, las primeras no encontrarían sustento sin los argumentos genéricos de ese discurso filosófico temprano de la Revolución de Octubre. Pero hay una brecha que suele abrirse entre los postulantes de una y otra y el psique du rol según se suceden los años.
La izquierda nacional se ha satisfecho de su papel puramente contestatario y reaccionario ante un poder oficial que, en cierto momento, se vinculó estrechamente con la oligarquía y en otros tantos la variación de fuerzas, tampoco contemplada por la izquierda, la enfrentó a otra clase de gobiernos coptados y en su etapa menos afortunada con un gobierno popular que no merecía la misma consideración desde el enfoque teórico que otras fracciones ocupando el poder del estado. Nótese que he aludido una condición determinante de nuestra izquierda que es la reacción. No es casual. La actitud reaccionaria de la izquierda es bien clara no solo a partir de datos precisos (adolecen en cierta medida de la concepción de la utopía reaccionaria que describió Cintio Vitier en Resistencia y libertad ) sino de un acercamiento a evidentes posiciones de vanidad y fragor elitista que dan cuenta en mayor grado esta calificación. Un partidario de izquierda es ante todo, y dolorosamente, un partidario de la lucha, independientemente de la posibilidad de la victoria. Extendida esa lucha mas allá del limite razonable, el individuo que refugia ese ideal desde lo puramente negativo, sin importar las variaciones del punto de partida, solo puede asumir una cierta anomia, sucedida por el reverso de las posiciones asumidas en el principio de la militancia. Algo así como la patología del científico viejo frente al joven, la quietud o el terror (reacción) de aquel ante la vanguardia. Consecuentemente puede notarse que las resultantes de la reacción, la anomia y el conservadurismo precoz se emparientan a ciertas conductas de esa izquierda hundida en la confortable posición del antipoder.


Esta primera hipótesis, sin dejar de ser veraz y plausible, se estrecha con otra mas afín a la certeza antepuesta: la ambición de elite en los partidarios de izquierda y sus militantes (además de padecer tempranamente el flagelo de una incomprensión lisa y llana a todo lo popular, masivo, inclusivo e igualitario, libre de la mas mínima mácula de prejuicio o rechazo) proviene desde mucho antes de la acción esmeriladora del tiempo y el punto de partida negativo de sus proposiciones. Me atrevo a decir que aparecen por el deseo pequeño burgués y cierta mediocridad intrínseca (no relacionada con su capacidad intelectual que de hecho la tienen y mucho, solamente superada por los argumentos, la capacidad y sobre todo la praxis de un pensador de la corriente nacional; los llamados malditos de la historia y nuestra mejor camada) que no quiere sucumbir a los rasgos propios de los viejos conservadores carcamanes a los que detestan, no en razón de su posición o tendencia sino por una profunda necesidad y deseo de suplantarlos en ese escalafón. A veces solíamos considerar que detrás de cada militante obtuso de izquierda estaba un pequeño burgués con unas irrefrenables ganas de arrellanarse en su sillón de terciopelo, frente a una gran pantalla y morir con la boca abierta como un lagarto a la vera del calor en una playa tropical. Solo hay envidia de ubicuidad en el escalafón social. Y así encontramos que cuando estos intelectuales o periodistas de izquierda, cómodos contestatarios del neoliberalismo mas atroz, ingresan al mundo mercantil, se procuran buen sustento a su vanidad y condescienden a los cánones de la alta cultura; suman, así, su petulancia a una incomprensión básica de los movimientos populares. Y aun cuando simulan entenderlos y acordar con ellos, en la práctica asumen otra postura. Mantienen, eso sí, su juego de apariencias genéricas: se conduelen del sufrimiento palestino (porque es remoto, no exige un compromiso inmediato y real, y se revela como políticamente correcto en ciertos foros que han virado a la izquierda pero que cuando les tocas dos monedas del bolsillo te revolean un zapato o que se desvelan por los destinos de hotel de próximos viajes turísticos) y reivindican a los desaparecidos pero destratan a los Organismos de Derechos Humanos integrados por familiares de las víctimas del terror de estado.


Con mas o menos de estas características, el arquetipo del ser nacional de izquierda es este. Un pequeño burgués con piel de cordero, maniobrando para ocupar su sitio en el escalafón mas alto de las desigualdades sociales, lo cual le parece una justa retribución a su intelecto superior, a su iluminación, fruto de una inteligencia privilegiada; detalle que sin dejar de ser cierto, se resbala en la mas absoluta nada porque solo impulsa una traslación de clase, un empujón de retirada a los carcamanes para afincarse ellos como los nuevos conservadores.
La nueva cofradía de periodistas, esa marca y ese prestigio acartonado, de camarillas y vernáculo que el propio sistema hegemónico les ha designado de pago los ubican en regiones del pensamiento incomprensibles que no solo no resisten la contrastación temporal sino tampoco el mas mínimo argumento (salvo que uno intente la refinada estrategia alegatoria de Sarlo y denueste el bicentenario, el país, la Unasur, el Sistema Solar, la Vía Láctea y el universo entero solo porque el gobierno nacional no inauguro ¡mas estaciones de subte!*) El punto de partida negativo tampoco se sostiene ante un pueblo que aguarda detrás de una diatriba una alternativa, sobre todo porque observa después que los intelectuales o periodistas de lo negativo no acusan tamaña desazón en su vida cotidiana (¡se la pasan fenómeno!).
Horacio González escribía, a propósito del día del periodista, que La Nación enarboló desde sus inicios el lenguaje de la mas alta cultura, mundo al que Sarlo hoy pertenece y en el cual se le confiere el prestigio consagratorio en virtud, no tanto de lo que pensaba antes sino del viraje actual. Misma objeción que uno le enrostra a Magdalena Ruiz Guiñazu en relación a su postura frente a ciertas manifestaciones públicas o conceptos (en verdad si uno mira con atención nota que las contradicciones de Magdalena son superficiales; en lo profundo hay coherencia interna innegable).


En cuanto a su peso específico profesional e intelectual, nadie los puede discutir como a tantos jóvenes (y no tanto) que aspiran a los lineamientos antedichos pero que ¡quede claro! solo son consumaciones o intentos pequeño burgueses de despojar al burgués, de ocupar su lugar de clase o parecerse en sus ponderaciones y apetitos. Simpático gesto en otro tiempo de la propia burguesía que en su ascenso social buscaba imitar la conducta de aquellos que los legitimaban en el círculo de las clases sociales mas acomodadas, los nobles. Ese movimiento es el que pretende el ser nacional de izquierda (exonerado o no, alejado de su militancia o en contacto con ella). Así uno encuentra a antiguos compañeros en posturas dantescas o ejecutando torpes parodias de lo que alguna vez manifestaban con cierta dignidad. Sumidos en las mas crueles de las hipocresías y enarbolando banderas que solo el utilitarismo de cierta vanidad mediocre y de interes inmediato logran explicar.


Algunas figuras suelen aflorar en esas horas en que uno piensa e ignora los artículos desafortunados de la supuesta prensa proletaria que vincula a Jauretche y a Scalabrini al olvido de cierto pensamiento que ellos no logran (ni desean) descifrar. Aquellas figuras son los poetas, los injustamente ignorados por cierta prensa, los pensadores malditos, que aun hoy pululan por ahí con una enorme popularidad pero merecedores de un silencio glacial por parte de los medios masivos. Los malditos, ciertamente. Se me vienen a la cabeza varios nombres. Por suerte este es un tiempo de regresos.

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