miércoles, 30 de junio de 2010

La patria compartida

P.A.

Estos tiempos abroquelan instantes de dinámicas variables, inmersas en una corriente colectiva que solo la competencia mundialista puede aglutinar en esta forma envolvente. Atemperar estas manifestaciones, disminuirlas o reducirlas, a un determinismo que asocia lo masivo con lo nefasto, se revela como un prejuicio intelectual funesto. Sobre todo si uno mantiene una especie de insatisfacción con lo circundante, con lo situado por fuera de ese mero acontecimiento. Borges, por ejemplo, denostaba las audacias de lo masivo, de lo que concitaba la atención de las mayorías (los fenómenos de masas); experimentaba un cierto prejuicio frente a ese aluvión de heterogeneidades comprometidas (o absortas) frente a unas pocas y homogéneas consignas que no por ello implicaban el dogma (aunque el terror borgeano lo sugiera casi instintivamente). En tiempos de derrotas, de mayorías obsecuentes y estáticas, sumisas por el terror y la indiferencia alienante, era justificada esta antipatía por el desborde de la masividad autómata (esto es claro en Borges aunque de manera opuesta, lo que equivale a decir que su reacción es comprensible y objetable).


Los tiempos que corren no merecen esos reparos y la huella de prosapia que supone arrogarse el intelectual, concientemente desvinculado con las manifestaciones masivas de su pueblo, me tienen sin cuidado. Sueño con que vastas porciones de la sociedad civil sean capaces de intervenir como intervinimos nosotros en la vigilia frente al Congreso por la sanción de la Ley de Medios y en el ulterior festejo, sin que nadie quedase afuera independientemente de las circunstancias privativas a cada grupo o individuo entre sí. Esto no excluye al fútbol que interpela de manera diferente a cada individuo, logrando una síntesis fascinante a partir de un torneo de las características del mundial. Promueve el susodicho una identidad común y colectiva, y un irrefrenable imán que incita a la comunión, al arraigo mutuo (exponencialmente ampliado por el director técnico de la selección, Diego Maradona, cuya impronta enardece el aliento, el espíritu, en direccion a la hazaña; hay un deseo implícito de que Maradona gane) ante la cual no creo digno anteponer ninguna diatriba. Más bien me inclino por saborear estos momentos gloriosos, atractivos por demás, en que el aire insuflado por el hálito, los cánticos y el entusiasmo popular, parece contagiar al ánimo individual ensimismado.


El afianzamiento de tamaña sensación surgida de una construcción intelectual atenta, suspicaz pero no aristócrata adquiere morfología en los medios. Hay una serie de cuestiones que supieron imbricarse en esta visible movida de la sociedad, distinguiéndola de la de años anteriores. Hace unas semanas, Eduardo Aliverti se preguntaba si la noticia de los barras en Sudáfrica merecía ocupar los títulos centrales de los periódicos. Hablaba de los mecanismos de la manipulación informativa. A esto adosaba las victimizaciones de De Angeli y Bussi que los medios hegemónicos trataron de endilgarla a un supuesto conflicto entre gobierno y campo. El Grupo, por otro lado, continua con su crónica de las barras en el continente africano y todos lo días se las ve negras. Su retórica, entre un histrionicismo lúgubre y una pedagogía ambulatoria, edifica la sensación de una decadencia indeclinable. Lo que obliga, pareciera, a correr el límite de la ficción delirante hasta caminos mas alejados incluso del vertiginoso sentido común paradigmático que los ha caracterizado.



En este vaivén de mentiras, delirios y grave neurosis llama la atención que un concepto borgeano nos remita a Mario Benedetti sin necesidad de suponer demasiado.
Borges en el único relato de amor que compuso, Ulrica, recrea el primer encuentro entre el narrador, protagonista del relato, y la portadora del nombre del título. Allí vierte dos ideas notables: la primera que indica que uno no siempre dice lo que siente cuando habla; nuestros parlamentos suelen no parecernos en nada. La segunda es que ante la pregunta de la nacionalidad, el narrador contesta -soy colombiano- a lo que Ulrica inquiere -¿que es ser colombiano?- -una cuestión de fe- , contesta el protagonista (después ofrecerá la maravillosa frase no había espadas en el lecho y las dos ultimas líneas poseí por primera y única vez a Ulrica).
Uno de los tantos reportajes que dan en cada previa, me confirmó esta segunda idea. Vi a un hombre hablando portugués de evidente origen brasilero confesando que él era argentino de corazón, a la manera supersticiosa del personaje de Ulrica. Y en esta sospecha de que el país, o la patria mejor, es algo mas vinculado a la superstición, a la fuerza de lo emocional, Mario sostenía que su patria era ajustada; en ella –decía- entraba la familia, los amigos, los compañeros y no mucho mas, dejando entrever una cierta incompatibilidad entre ciertos sujetos y aquel espacio que Mario llamaba patria. El fútbol por estos días ensancha esa patria, la alimenta, añade nuevos integrantes a esa pequeña porción.


En materia de comunicaciones esa progresión actúa con similar recaudo. La Suprema Corte de Justicia de la Nación dejó sin efecto la medida cautelar que impedía la aplicación total de la ley 26.522 de servicios de comunicación audiovisual a través de un fallo en el que los siete jueces del máximo tribunal, decidieron el levantamiento de la medida por unanimidad. Los argumentos son conocidos pues el disparate original entretejió una serie de pasos desafortunados en virtud de las normas jurídicas imperantes que conforman el basamento de nuestro sistema legal. Solo la chicana judicial y la burocracia procesal (unida a la presión de los grupos de comunicación, en especial el de ascendencia mendocina) pudo alargar la significativa charada de aplazar la aplicación de la ley a lo largo del territorio nacional. La sinvergüenza, la basura periodística, el descaro con el que se ejerce hoy en día, con sentido y adoctrinamiento de mala praxis, el oficio periodístico tiende a desaparecer en su patética forma actual, está en retirada. Emergen nuevas modalidades periodísticas sin el amparo de esa sacra legitimidad otorgada para conformar los relatos dominantes de la que gozaba hasta hoy el periodismo a sueldo. La irrupción de la ley removerá esos cánones; la variación, sin embargo, no resiste el ejercicio profético y aun todo se halla en ciernes.


Los andariveles, sin duda, permitirán un movimiento mas laxo para el periodismo deportivo, tan asfixiado hoy por sus mezquindades anecdóticas. Y en general para todos los que practican saltos teóricos inconcebibles y los presentan moderadamente implícitos para su reconocimiento masivo. De ahí la saga titular de los barras. De ahí los Bussi y los de Angeli. De ahí la constante subestimación del trabajo de Maradona como técnico de la selección. De ahí la omisión desde el otro extremo (delirante también) de la presencia de Estela de Carlotto en la concentración argentina suponiendo así una nueva concatenación entre gobierno y aliados, la difusión de la noticia y la necesidad de omitir o enfatizar siempre focalizando (sin descanso) en la lucha de intereses con el gobierno nacional.




Hay en ese sentido una buena noticia para el Grupo. El artículo de desinversión de la ley de servicios audiovisuales aun continúa suspendido. Claro que este detalle no merma la furia, ni rescata la prédica del intento obsesivo de sesgar cualquier tráfico de información.
En la otra punta del ovillo, Reynaldo Sietecase sigue difundiendo (y remarcando) lo que salta a la vista tras el levantamiento de los programas Tres Poderes y Lado Salvaje en el canal América y su columna en LT8 de Rosario. Y Vila sigue apuntándose a las estratagemas clarinistas, suponiendo que la derivación discursiva en la mentira rayana de quien tira la piedra y se guarda la mano, desatina el empirismo.


El mundial y la ley de medios indujeron a comuniones diversas y procuran abrir espacios en la visión de un pueblo que de a poco, acompasadamente, recupera el fervor por su propia identidad colectiva, soslayando las tan frecuentes zonceras a que nos acostumbramos insípidamente.
Mario Benedetti y Jorge Luis Borges, no obstante, tenían razón: la patria se sostiene en módicos (grandilocuentes) y heroicos actos de fe, prodigados hacia los afectos. En ese abrazo creciente, cada vez mas se incorporan, nuevos cuerpos desafectados, prestos a rendir culto a ese dialecto patrio que se edifica a fuerza de encuentros.

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