viernes, 25 de julio de 2008

Otra condena

Muy pocas cosas en el ámbito de lo público son festejables o dignas de la exaltación que nos augura cierta felicidad. Ayer, el ex comandante del Tercer Cuerpo del Ejército, Benjamín Menéndez, fue sentenciado a prisión perpetua, en carcel común e inhabilitación absoluta perpetua, revocando la prisión domiciliaria de la que, hasta ese momento, gozaba.


Oportuno, tardío, dilatorio fallo; inconmensurable ya, y auspicioso para las generaciones que poblamos de aquí en adelante la sucesión y la cadencia argentina. Pero puntualmente me pregunto por los vastagos de la lógica que exhibió Menéndez, con inopinado rigor, durante su alegato final. Esa alucinación conspirativa marxista que, según él, ha tomado el poder político mediante la estrategia gramsciana para luego, en un futuro, tras abandonar su disfraz legalista y democrático, mutar en un régimen opresivo, totalitario, negador y vituperante de la fe cristiana y los sagrados valores occidentales.


Cabe decir que los oficiales y los altos mandos del ejército durante los años de la dictadura, han criado hijos, educándolos y adoctrinándolos de una manera muy parecida al resto de los individuos. Incluso, habiéndose comportado como excelentes padres, procuraron, en muchos casos , satisfacer con afecto las pretensiones y necesidades que poseen los niños durante sus años de mayor indefensión y dependencia. A la par, estos hombres, al igual que cualquier otro, le transmitieron a aquellos sus prejuicios, sus miedos, sus incertidumbres, su locura. Y como cualquiera de nuestros mayores, les impusieron una serie de premisas inclaudicables que se ciernen como artículos de fe en su conciencia. Son ellos los que me preocupan.


Hay algo, por lo demás, incomprensible en la estructura de pensamiento del represor y del militar. Algo irracional o estúpido. Y, la potencial reproducción de esa estructura, ensombrece cada dictamen que se pronuncia en los tribunales de juicio. La posibilidad está; uno nunca sabe, con indeclinable certeza, los resultados de determinadas acciones; existen probabilidades y, a la par, un emporio de dudas; cada consecuencia frente a cada causa, constituye, al fin, un misterio parcialmente irresoluble. Existe la ocasión de fuga.

La reacción ha penetrado en todos los foros de la sociedad argentina, cuya base misma es alimentada por conceptos ajenos a toda forma de solidaridad o fraternidad inmediata entre sus miembros. Aun así, esta pervivencia no puede ser eterna como nada, en definitiva, lo es ; un movimiento de afirmación debe reavivar cada tanto sus fuegos . Y estos zarpazos desesperados han despedazado con cada gobierno de facto nuestras esperanzas y nuestra fe en un destino diferente.
Es finalmente, la presencia del observador, simultáneo o futuro, la que rehabilita el anhelo y el empeño de modificar la soberbia marcha de los acontecimientos.

La algarabía, el llanto, los estruendosos murmullos que el juez Jaime Diaz Gavier intento en vano contener (como si se pudiera detener una marejada o una tormenta contenida por el gris o el vaho), el gesto de desconcierto de los familiares de desaparecidos que presenciaron la audiencia final, pueblan mi impresión del juicio.
Es, acaso, imposible escribir la felicidad. Yo no lo intentaré, siquiera, en estas líneas. Invito a quienes lean esto a componerla como les plazca. Por mi parte, absorto en la posibilidad de huida, de deconstrucción, intuyo que el horror todavía no nos es ajeno o indolente. Tampoco el puñal de la impunidad y el delirio.

Quise creer que Michelé Najlis implora este mismo desvelo, en estos versos:


Nos persiguieron en la noche
nos acorralaron
sin dejarnos más defensa que nuestras manos
unidas a millones de manos unidas.
Nos hicieron escupir sangre,
nos azotaron;
llenaron nuestros cuerpos con descargas eléctricas,
y nuestras bocas las llenaron de cal,
nos dejaron noches enteras junto a las fieras,
nos arrojaron en sótanos sin tiempo,
nos arrancaron las uñas;
con nuestra sangre cubrieron hasta sus tejados,
hasta sus propios rostros,
pero nuestras manos
siguen unidas a millones de manos unidas.


A todos ellos unimos nuestras palmas...


N.A. Los invito a ver el video de la sentencia en Protagonistas del Sur. La imagen final es exultante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo me alegro hasta el alma de la condena a Menéndez.
Ahora que lo pasan a cada rato en los noticieros, me da una sensación muy rara verlo tan, tan pero tan viejo. La última vez que lo había visto en la televisión fue en la guerra de Malvinas (adonde lucharon los chicos de mi edad) y tenía el pelo negro.
¿Sabés Pablo que yo sí guardo esperanzas?
Los cambios generacionales suceden sí o sí, a pesar de cualquier cosa, a pesar de cualquier mentalidad, se produce un quiebre y listo. No hay vuelta atrás. Por más que los represores hayan educado a sus hijos con sus ideas, esas ideas no tienen cabida masivamente en el mundo actual. El mundo es otro, la gente es otra, la justicia es otra. Siempre hay algún trasnochado, por supuesto, o algún anacrónico extemporáneo, pero que este viejo vaya preso a una cárcel común, tras haber sido juzgado nada menos que en Córdoba, una provincia muy conservadora, ya es una excelente señal. ¿Pasaron una barbaridad de años? ¿El tipo es más viejo que Tutankamón? Sí. La verdad que sí. Aunque...tarde, pero seguro.
Un pequeño dato de color: cuando existía el servicio militar obligatorio, aparecía, por ejemplo, un uniformado con cara de perro y decía: "¡Soldados, vengan para acá, vayan para allá! ¡Marchen! ¡Un, dos! ¡Un, dos!" y los chicos de antes obedecían con gran reverencia y miedo. También eran mucamitos gratis de los militares en su casa, fuera del cuartel. Corrían, limpiaban y barrían, como la palabra "colimba" lo indica.
Ahora bien, el tiempo y la democracia han dado sus frutos y tengo un hermano seis años menor que yo, que durante la dictadura era chiquito y no tenía presente el tono marcial de los militares dando órdenes. No se acordaba él, ni ninguno y cuando les tocó ir al cuartel y el milico empezó a pegar los típicos gritos que asustaron a tantas generaciones anteriores, 500 pibes todos juntos se empezaron a matar de la risa. "¡Soldados, qué desacato a la autoridad, van a ser castigados!". Los pibes seguían súper tentados de la risa y no había forma de castigar a todos, porque eran todos. Iba otro, o el mismo a la mañana a despertar a los conscriptos y un gordito dormilón nunca escuchaba el grito del militar. "¡Soldado, levántese! ¡Si no se levanta de inmediato irá al calabozo!" El gordito, se sentó en la cama y sin poder abrir los ojos decía: "¿Eh? ¿Eh? ¿Qué pasa?" Y todos los demás empezaron a gritar: "¡No! ¡No lo manden al calabozo al gordo! ¡No!" Y el militar no podía contra ese ejército de gente nueva que no le tenía el menor miedo, ni el menor respeto a ninguna voz de mando, más bien le resultaba ridícula. Y del ridículo no se vuelve.
Al final a mi hermano, después de divertirse y de divertirnos a nosotros un par de meses imitando al milico, le dieron la baja por una deformación en una uña (se había agarrado el dedo con un changuito) alegando que justo era el dedo más necesario, ¡porque era el que pulsaba el gatillo del arma en la instrucción!
Dicen que Menem derogó la ley de servicio militar, entre otros graves motivos, por este: los militares perdieron absolutamente el respeto de todos. Ahora no podrían darle una orden ni locos a nadie.
Me encanta que te preocupen estos temas, pero despreocupáte: NUNCA MÁS.
Estela
Un beso grande, hasta siempre.

Nuestros visitantes

Estadisticas y contadores web gratis
Estadisticas Gratis