miércoles, 27 de mayo de 2009

De enamorados y desenamorados

Sigo coleccionando pequeñas orlas de un manantial de maravillas ajenas. Esta vez le toca al ¿periodista? ¿escritor? don Orlando Barone. Ya quisiera yo hablar del amor, de alguna anecdota que languidece pero lo dejo a él ayunando el humo que en estrepitos recorre mis párpados.

Sudar no es tener fiebre. Un ramo de rosas en el día de los enamorados no significa estarlo. El amor reparte a la marchanta. Y es clasista. Por eso hay una clase superior: la de los “enamorados- enamorados”. Es excepcional. Rarísima. Y no sé si queda alguna de la especie. El “enamorado-enamorado” es como encontrar un tigre blanco de ojos a rayas verdes. El único lugar de residencia de esta clase de amor está en el arte y en el sueño, y no en la vida. Lo común y natural son los “enamorados estándar”. Y ya es bastante. Pero los estándar, para no sentirse menos, se agrandan y presumen de pertenecer al amor Premium. En cuanto a la de los “enamorados temerarios” tiende a ir desapareciendo. El amor también se ha aburguesado. Tiene más de derecha que de izquierda. Más de libido de sommier que de lecho de juncos. El amor ya no necesita andar escondiéndose de ningún carcelero. Hasta el adulterio que antes era una aventura aterradora tiene vía libre y encuentra cama en todas partes. Todo se hace al descubierto y al mayoreo. Y hasta aquel amor al voleo, trashumante, que era proverbial en el macho, hoy lo ejercen con igual o más intensidad las hembras. La calentura que bullía en la prohibición ya es nostalgia de novelas antiguas. Pero el amor es generoso.
Por eso que el martirio de San Valentín ha terminado en restó, souvenirs y bombonería. La noticia del enamoramiento sigue teniendo prensa. Como si se tratara siempre de un gran incendio. Incendio al que el futuro irá convirtiendo en fuego controlado. Y después en fueguito, y en llama baja; y paulatinamente en apagado o extinguido. El más frecuente es el amor de llama baja. Será porque es cómodo y permite mantener la cocción del producto sin arrebatarlo. Lo fantástico del amor es que solo los incendiados creen que estarán eternamente encendidos a fuego máximo sin quemarse y sin consumirse. O sin pasarse. Se sabe que el amor pasión permanece dos o tres años. No hay que desalentarse. Porque se refiere a una misma pareja. Y la vida permite variaciones.
Al amor pasión puede continuarle el amor hábito, que es el que más demanda tiene. Hace como veinticuatro siglos los griegos Aristóteles, Hesíodo y Parménides fueron los primeros en sugerir que “el Amor constituye la fuerza que mueve las cosas y las lleva y las mantiene juntas”. Pero en aquel tiempo la vida era cortísima. Y los enamorados se morían antes que el amor muriese. Hoy el amor se aburre de envejecer en los mismos cuartos y conversaciones. De besarse cada día en un mismo beso que languidece. Y por eso de tanto ir mudándose tiene un llavero lleno de llaves. El enamoramiento es un tránsito. Por suerte el “amor” es largo. No tiene fin. Y nosotros solo somos sus portadores efímeros.

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