sábado, 23 de mayo de 2009

Notas sobre la argentina de principio de siglo…XXI



Estas notas tienen un destinatario como las que tenían aquellas de juanito el bufon. En este caso no es omnisciente, por lo que no las leerá por cuestiones de tiempo y de distancia. Léanse, entonces, como una suerte de bitácora personal, extendida a aquel que nos dejó la razón de su ontológica travesía.

En Vaciamadrid hace unos años todo un pueblo rememoró con fervor la antología de los ilustres vencidos. Toda una congregación de brigadistas argentinos severamente estupefacta, trémula, a la expectante sordidez de los acontecimientos no debidos, vislumbraron el ultimo bastión de aquella esperanza tricolor que se derrumbo en los ayuntamientos de Madrid. El grito en aquel entonces fue el mismo que unos años después en el festival ¡Viva la republica! y el trueno cayó a su vez sobre ese murmullo de nieve y fuego. Unos años después, la selva atestiguó un grito similar. La noche era última. El aire corroía los pulmones y apacentaba el brío indecoroso de los años venideros. A ese murmullo se dirigen estas anotaciones, a su conciencia vedada.

Hace unos días alguien me planteó el supuesto carácter sesgado de mi nota anterior. Carácter que aun no logro dilucidar si verdaderamente existió o no. Claramente concebimos los procesos sociales como fragmentos aquietados en un conjunto sucedáneo de reacci0nes aisladas. Las exaltaciones emocionales siguen al servicio de unos colores o una idea de pertenencia difusa. Esta última premisa es realmente curiosa. Sucede en el fútbol también. La identificación con el proyecto material se ha difuminado sustancialmente y los sentimientos de pertenencia son paradójicamente fruto de una abstracción injustificadamente modificada a gusto del consumidor. No obstante el deporte admite valoraciones de identificación diversas que la incidencia en la transformación de lo real. En su forma más pura, un pasatiempo no influye decisivamente en el curso de los instantes sucesivos y funcionan como distracción. En el plano de la participación política esta identidad fantasmagórica admite variantes tan absurdas como nefastas.
Esta nota quiere advertirlo para que quien formulo la inquietud la lea con atención.
El otro destinatario (el ficticio o el abstracto) puede denostarlo o encomiarlo, juzgarlo acaso como las ingenuidades de un timorato discípulo de sus pasiones. Cualquier consideración será mejor que el silencio.

El radicalismo en el curso dialéctico

¿Qué hubiera sucedido de no haber permitido el régimen conservador oligárquico argentino que los sectores de clase media adquirieran representación política en la Unión Cívica? ¿Cuáles serían las inquietudes en la década del treinta si la ley Sáenz Peña no hubiera propiciado la modificación del régimen electoral fraudulento? ¿Hasta que punto los negociados y el lamebotismo imperial de Federico Pinedo, Luis Duhau, Joaquín de Anchorena y las disparatadas esperanzas de los terratenientes de volver al estado anterior al de una crisis como la de Wall Street hubiesen funcionado como el epicentro de una irracionalidad aun mayor a la que siguió en boga en la estructura del juego político en Argentina?


Esta cuestión es insoluble. En un ejercicio alucinatorio bastante forzado, uno puede imaginar un repertorio de absurdos un tanto patéticos pero contraproducentes para la clase dominante argentina que, pese a lo mucho que yo pueda decir o insinuar, no es inocente. La ingenuidad no es lo que la ha llevado a los desbarrancos sucesivos sino la repetición de formulas debidas a su escasa vocación por el esfuerzo (algo que muchos partidos de izquierda y progresistas en la actualidad han adoptado para sí cuando su intención no es mas atroz e intencionada en el afán de desdeñar la solidaridad y el contacto directo con la gente no como medio sino como fin en sí mismo).
En efecto el radicalismo era una necesidad imperiosa para la clase dominante y mas que nada una consecuencia de las políticas implementadas por la generación del ochenta con su colonización masiva, su fomento de la inmigración y la distribución desigual de los territorios ricos favoreciendo la concentración latifundista. Era la derivación de la emergencia urbana y de una sociedad con expresiones cada vez más compleja. La conformación del radicalismo que sucedió al fallido Partido Republicano constituyó un signo de avance, siempre dentro del marco predeterminado por las condiciones materiales en que se asentó el imperio colonizador español y su cultura. Si hay algo que ciertos vociferantes pro marxistas no entienden hoy (esto quedo muy claro tras los acontecimientos de la 125) es que para la revolución socialista, dentro de la condescendencia y mojigatesca severidad teórica, es necesario cubrir algunos pasos como la evolución plena de las fuerzas productivas (esta objeción es un tanto escabrosa a la luz de las objeciones de Ramon Falcón al socialismo argentino en sus memorias, en fin…). Resuelta claro que además de esto, aquel mal paso en falso en defensa de ¡los chacareros y trabajadores rurales en reclamo de tierra y libertad! Hecha por los partidos de izquierda en el célebre debate parlamentario del año pasado, es fruto de una alineación mas abstrusa que la que podemos analizar aquí.


La necesidad de que determinados procesos sigan adelante es clara por cuestiones de evolución historia, mas allá de que yo creo en el principio de incertidumbre y los agujeros de gusanos que erigen lo inusitado de lo ordinario. Y ahí estuvo el radicalismo como requerimiento ideológico de una realidad material plasmada en una doctrina y un programa. Luego vienen las dimisiones y el vaciamiento que no atendieron la división entre personalistas y antipersonalistas durante los años de esplendor sino el vaciamiento de la intransigencia y la Unión Cívica del pueblo donde Balbín dialogando con la junta firmará la sentencia del moribundo movimiento de clase media. Este hecho admite una dimensión material y su correlato simbólico: el material se busca en la involución provocada por los fascistas dirigentes del proceso de desorganización nacional para liquidar el futuro de la clases que le dieron contenido; el simbólico verifica el colaboracionismo de Balbín y del partido radical junto con el joven dirigente en ascenso Fernando de la Rua. En ese embudo se diluye la Unión Cívica, el fervor revolucionario de Alem ahogado en alcohol resiste la segunda muerte que ni siquiera su sobrino o una camarilla de leales podrán revivir.
En la actualidad el partido radical es ese vestigio conservado en la memoria melancólica de unos cuantos hombres que eluden la pena de alineación ideológica y es que ¡resulta doloroso aceptarla! ¡Muy doloroso!


La restauración falangista del 76 no solo tuvo el tino de destruir las raíces de la resistencia popular, el peronismo idealizado por el campo cultural, el sindicalismo combativo y la militancia honesta y solidaria, también vejó hasta disolver los retazos de ese partido que se afirmó alguna vez como el síntoma de un país que admitía una perspectiva progresiva de su historia. Un partido que fue la ígnea cicatriz de una realidad material, muy poderosa y esplendida, de aquellos primeros años del siglo pasado. Una victoria contra el conservadurismo oligárquico tan recalcitrante y espantoso de las fracciones mitristas y roquistas.


Los ecos que anteceden al grito son un presagio. Alguien murmura desde el vaho y las tinieblas que no debemos voltear la mirada. El rugido de un destello entre la luz agitada de los portales enemigos nos recuerda brevemente el vértigo del mundo. Alem vocifera "El desaliento, el quebranto, la inmoralidad, no surgen de los bajos fondos sociales. Vienen de las alturas". Todo parece aquietarse en una última oda.

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