viernes, 1 de mayo de 2009

El oficio del articulista: La esperanza del fracaso


Hace unos meses le apuntaba a un compañero en esta travesía del periodismo que nuestro anhelo es el fracaso. No voy a describir su gesto de desaprobación y recelo; bastará con decir que desde aquel instante puedo permitirme decir que es uno de los jóvenes con mas bríos y porvenir en este oficio y, quizás, justamente por lo contrario a lo que sugiere la palabra con la que he catalogado al hombre que se atribuye el rótulo de periodista.

No obstante, ser periodista es ser un fracasado, oficio de fracasados lo llama Rodolfo Serrano y no está muy equivocado. A decir verdad, cualquier periodista siempre tuvo el deseo ser otra cosa; el periodista deportivo quiso ser jugador de fútbol, tenis o simplemente practicar algún deporte de manera constante e incluso profesional, el periodista político ha querido militar y ser funcionario, prodigar discursos desde el púlpito, luchar y dirimir desde algun escaño del parlamento, el periodista de espectáculos o el crítico tuvo la intención de ser actor, director, extra, guionista; el periodista de chismes, el protagonista de las escenas de alcoba o los encuentros clandestinos que revela a diario. Supone conformarse con ser el ojo del lente de la cámara que retrata a los agraciados del evento.


En las postrimerías del siglo XIX y principios del anterior, los periodistas argentinos quisieron ser escritores. Los novelistas de la generación del 37 practicaban un romanticismo tardío, mientras la aparición del folletín lograba de alguna manera mitigar el deseo del escritor profesional por ser algo más que un simple mercader de artículos que vendía su fuerza de trabajo a los diarios.El folletín por entregas tampoco era un escape demasiado prolífico. Se cuenta que los cortes de la novela por folletín de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira, no se ajustaban a la lógica del recurso de suspenso o a la pregunta retórica que diera lugar a la expectativa de una continuación sino a las necesidades de espacio publicitario del diario. La edición del libro de Gutiérrez develaba estas peripecias mostrando claramente la correcta división que el autor quería darle dividiendo cada capitulo en el folletín por dos en la novela.Gálvez por su parte vendía artículos por bagatelas al igual que Quiroga. Contrariamente en Europa un escritor ejercía de articulista en los diarios simplemente por gusto y no por necesidad. Alguien se preguntó cuántos libros hubiese sido capaz de pergeñar alguien como Quiroga de no haber estado condenado al cruel y hostigador oficio de periodista.


En El mundo de los seres imaginarios, Gálvez anotó: en los países hispanoamericanos al escritor que no tiene fortuna o no se casa con una mujer rica no le queda otro recurso que un empleo. Pero como al escritor, salvo rarísima excepción no se le da un gran empleo sino un empleito, y sus libros no le producen bastante sobre todo si ha de mantener una familia, necesita ayudarse publicando artículos.
Y antes escribe: en ciertas grandes naciones Francia, Inglaterra, Estados Unidos los escritores en general pueden vivir de sus libros. Si pierden la mitad de sus vidas componiendo artículos como Chesterton es porque quieren, porque en el fondo son periodistas o porque desean influir directa o rápidamente en la opinión publica.


Comenta muy a propósito Jorge Rivera que Gálvez se quejaba a la manera de Quiroga de las lealtades de sus editores pero sus ataques se dirigían mas que nada al publico los editores argentinos no pueden editar libros argentinos porque no les interesa al público argentino ni al publico hispanoamericano ¿Quién es el culpable de esta situación? El publico nuestro el más snob que existe. La clase media y el pueblo se interesarían por los libros argentinos pero se les aleja de ellos… y cita algunos ejemplos inconcebibles hoy el de Adán Buenosayres de Marechal cuya comercialización se extendió por quince años como el bestiario de Cortazar. La única excepción que conoció la industria cultural argentina a este trágico destino fue durante gran parte de la década del cuarenta ante el retroceso de la editorial española tras la guerra civil y el mercado editorial mexicano.Básicamente, y mas allá de mi ponderación de Galvez, la clave de uno de los aspectos de esta desviación del escritor hacia el periodista y de su muy escasa incidencia en el mercado, está anclada en la precarización de la industria editorial argentina que sigue los carriles de un proceso económico empantanado en las ínfimas claves del snobismo porteño y su deslumbramiento foráneo para no mencionar los privilegios de clase que aun hoy ejercen presión por ¡una Argentina agroindustrial!


Basta comprobar como estas limitaciones se han reproducido en torno a los demás medios de comunicación, procurando monopolizar la voz y subsumirla a las ventajas del libre mercado. Señalar y debatir las falencias en torno a la regulación de los medios, cuyas consecuencias competen al ejercicio del periodista profesional y a la democratización de las expresiones de la sociedad en su conjunto en virtud al cercenamiento de los canales de difusión de los sectores mas vulnerables, es un propósito que excede a este artículo. Ya se viene discutiendo, por lo demás, la nueva ley de radiodifusión en los foros de la Universidad de Buenos Aires con sus respectivos apologistas y detractores. Volveremos mas adelante a ello…


¿Por qué el periodista siempre desea ser cualquier otra cosa y no periodista? La respuesta fácil pude venir del psicoanálisis. ¡Histérico! le gritaran por allí. Puede, ciertamente, que el profesional desee algo y no lo encuentra o simplemente cuando lo encuentra, no lo satisface porque en realidad lo que busca es la insatisfacción, lo que nutre su quehacer. No conozco periodista que no perciba esa sombra de insatisfacción: los cronistas viajeros huyen constantemente; cada nuevo destino es el presagio del siguiente, las coberturas políticas comprueban la afirmación de Galeano respecto de la utopía y se desengañan ante la imposibilidad de consagrarla en la sucesión de la crónica, aun concientes de que ese mismo acto terminaría con su trabajo. El periodista deportivo vive de la insatisfacción crónica al igual que el crítico de las estrellitas o los tomates del matutino Clarín.

Ante esta realidad generalizada del ejercicio del periodismo, resulta parejo y criterioso que el profesional no quiera ser lo que es y cuando lo sea su impulso este guiado por la plena desdicha. Otra respuesta es que el periodista, en verdad, como el madrileño con Madrid o el porteño con Buenos Aires, o cualquier sujeto con su querencia, con aquello que es parte de él y que quiere, tenga una relación contradictoria con su oficio, de rechazo y de profunda querencia. Esta hipótesis me parece más ingeniosa y mucho menos melancólica que la primera. En parte porque los argumentos que dictan la inclinación del periodista por la identidad de escritor vedada, son razones no de elección sino de imposición de un orden y de unas circunstancias que exceden la insatisfacción personal (con esto no negamos que la insatisfacción esté fuera de nuestro estricto control pero lo está en un grado mucho menor que otras variantes de la coacción o, al menos, lo intuimos sin demasiada certeza). Lo cierto es que quien habla de libres elecciones de alguna manera fábula, pero deberíamos exculparlo porque tampoco elige mentirnos.

Por lo pronto, y a conciencia de mi consabida y militante torpeza, puedo decir que el periodista vislumbra esa disyuntiva en su oficio. La flagrante contradicción lo acecha y pugna por lograr aquello que sabe que nunca logrará y que tampoco desea en demasía alcanzar. Un eco de aquella brillante declaración paradójica deseo que no se cumpla mi próximo deseo, ergo yo no quiero tener todo lo que deseo. Y ese anhelo, a través de la prosa del articulista, (re)construye la realidad, la transforma en la declaración del deseo, corporiza la espontaneidad del lente humano y sus perspectivas, examina a su criterio la realidad y demarca las variantes implícitas de cada hecho denostado o exaltado con mezquindad.

La mejor recompensa estaría ya en el camino previo y en la reproducción constante de ese camino en virtud de la sonrisa propia y del otro.

Leanse a esta luz estos versos de Tavera:

Lanzando titulares del viejo matutino
predijo lo que vino, comenta lo que fue.
la historia del vencido, el brillo del primero,
el precio del dinero, el costo de la fe.

Así va desgranando la historia de la vida
después será leída al borde de un café
Esperan la largada veloces rotativas
ellas ponen la tinta él le puso la piel.

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