jueves, 21 de octubre de 2010


Con cierto aire modesto quisiera comentar dos cosas. La primera adolece del fragor tiránico de lo emergente por lo que, si me equivoco, se me confiera cierta exoneración. Refiero el asesinato de un paisano que vivía por mi querencia, por los pagos que suelo trashumar, Mariano Ferreyra. Por ello evitaré la profecía, género que, por otra parte, suelo cultivar con muy poca suerte e incluso la socialización de las responsabilidades, la difuminación de las causas sociales de la muerte de Mariano. La cuestión pude resumirse en dos ejes que, si bien complejos en sí mismos, son a mí entender inequívocos.

Los culpables materiales de la muerte de Mariano proceden como consta en las pruebas documentadas de la Unión Ferroviaria, mediando cierta intencionalidad clara en los hechos y ,a la vez ,difusa en cuanto a su extensión. De allí la conjetura no infundada de un crimen cuya inercia no es tal. Quiero decir: el último atributo imputable es la espontaneidad de este hecho luctuoso. La exposición de la CGT como actor ineludible del cuadro político brinda un cierto marco referencial a esta reacción de sectores ligados a instrumentos de desestabilización democrática que operan en dos sentidos o, para decirlo mejor ,provienen de una tradición ligada mayormente a la coerción y la violencia física sobre los cuerpos la cual aplican periódicamente.

Paralelamente se enmarcan en el juego democrático y se amparan en los dirigentes más anodinos al movimiento nacional y popular. Actúan a manera de cuñas dentro de una estructura sindical que gravitante en torno a una serie de puntos neurálgicos en cuanto a la reivindicación del sector obrero obtuvieron una madurez y conciencia de clase capaz de llevar al poder a la fórmula Perón- Quijano en el 46. Los asesinos de Mariano no tienen nada de esa inercia. Pero actúan solapados en los sindicatos en virtud de acuerdos y estratagemas de vinculación emparentados al conservadurismo oligárquico. Y allí se vislumbra como manifestación nefasta una preocupación, excesiva si se quiere, por las individualidades en detrimento de lo colectivo entre los militantes del campo popular donde en la ilusoria escalada por la autoridad moral, se pierden de vista los modelos y los procesos sociales. Muchos militantes del campo popular adolecen de ello aun cuando consienten con el modelo y el rumbo escogido. No obstante esa tensión subyace y alimenta un albur escalofriante. En este caso puedo nombrar a Hugo Moyano. Podría estirar la lista y satisfacerme en la enumeración. Pero detenerse en las consideraciones por individuos, es verdaderamente una mezquindad imperdonable.
Yo observo. Y observo el odio que le prodigan a Moyano los medios hegemónicos y los exultantes ejecutores políticos del neoliberalismo. Observo el temor de una clase media mojigata acostumbrada a creer que el paraíso es llegar lo antes posible a casa tras el trabajo. Observo el tremendo desprecio que le prodigan los llamados peronistas disidentes (que de hecho disiden del peronismo) y sus acólitos. Oigo a Pitrola hablar de la burocracia sindical, de Moyano y del recrudecimiento de la violencia como si él fuera Tosco y Moyano, Vandor. Veo la repulsa que Moyano y el sindicalismo obrero no alineado a cierta patronal le causa a la Coalición Cívica, los radicales, Proyecto Sur y los tremebundos miopes cuya deficiencia (estoy siendo bondadoso) no les permite apuntar contra los poderes económicos porque es la dimensión a no tocar. Esa izquierda ambivalente repartidora de objeciones e infamias hacia el estado y nunca a sus posibles empleadores en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y barrio norte, no tolera a los trabajadores, no tolera la organización gremial.

Dos anécdotas son precisas al respecto. Las dos me pertenecen y hago una excepción al contarlas. Durante la toma de la Facultad de Ciencias Sociales, los partidos de izquierda, uno de ellos ligado a Pitrola, demostraron en muchos casos tener puntos ascendentes de coincidencia con la metodología y la retorica de la derecha. Esta identidad quedaba clara en las asambleas. Como la derecha reaccionaria, esta izquierda se aplaude y se festeja sola. Usufructúa la violencia física y verbal. Traiciona todo principio de solidaridad y compañerismo con el campo popular, ejecutando saltos teóricos incomprensibles (entre ellos la asimilación de Macri con el gobierno nacional entre tantas cosas). El punto culmine de esta teratología habrá sido acaso la irrupción en el Ministerio de Educación para lo cual no dudaron en enfrentarse a sus hermanos de clase enrolados en las filas de la policía. No importaba que no estuviéramos en un régimen de facto y las autoridades universitarias -independientemente del resultado- abriesen los canales de diálogo. Para ellos eso era secundario. Para ellos la posición de fiscales del universo era y es bastante cómoda pues el compromiso exige enlodarse, equivocarse y no siempre estar dispuesto a la reacción primaria. Y ayer demostraron sus voceros faltándole el respeto a la memoria de Mariano, su rápido interés de socializar las responsabilidades políticas hacia el gobierno nacional y su enemigo acérrimo la burocracia sindical en su conjunto, lo que equivale a decir que todos son culpables menos ellos, los puros. Mancharon la memoria de Mariano.

Otro militante se apresuró a dar por muerta a Elsa Rodríguez. Volvieron a manchar la memoria de Mariano. En esa condensación de errores inéditos y viejos deriva hoy la izquierda nacional, si cabe denominarla así debido a sus concordancias con la derecha más infame. Mariano no merece que la agrupación para la cual militaba se satisfaga en su cíclica y aberrante incomprensión de los procesos sociales y, en particular, de los gobiernos que en el seno del estado maniobran la tensión favoreciendo como se puede los intereses de sectores hasta hoy postergados.

La otra anécdota es una asamblea gremial de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires a la que asistí. Allí en la cancha de Atlanta los mismos partidos que tomaron Sociales, el Instituto Universitario Nacional de Arte esperaban a los asistentes identificados con su oposición dentro de la UTBA con bengalas, insultos y al grito de muerte de la burocracia sindical. Noté como amateur en esos foros, la imagen opuesta pero simétrica a una derecha que opera con los mismos vituperios desde la clandestinidad y el daño psicológico, desde la aplicación de la violencia institucional.

Es claro por lo demás que el desarme de los sindicatos, su degradación, solo pueden convenir a los tradicionalmente ligados a la defensa de los intereses de los factores concentrados del poder económico. Las operaciones para concitar ese objetivo se nutren de elementos de izquierda y derecha. Conjunción que, tal vez, determinó la imposibilidad de neutralizar semejante acción desintegradora sumiéndonos hace 55 años en una tragedia inacabada.
La incomprensión de los tiempos y procesos sociales, la exacerbación individual de los hombres del campo nacional y popular cuya visión no abarcaba el proyecto, las dimisiones canallescas, concretaron entonces el anhelo de la oligarquía. Uno aun cree que la izquierda actúa por equivocación, por deficiencia de interpretación. Ya no estoy tan seguro. Sin embargo Mariano no es punible por ello. La deficiencia y la incomprensión raramente radican en las bases o el sujeto.
Con todo esto aparece la imagen de la verdadera didascálica. Sectores políticos dentro del peronismo y los sindicatos que, más allá de la diferenciación por apellido, rinden tributo a los intereses de los medios concentrados y la oligarquía. Fortalecen cada vez que pueden el caos y el terror y para ello no dudan en sacrificar a algún joven militante de esa izquierda, de manera tal que el corolario sea inculpar al gobierno nacional. Hay un nombre subrepticio y paradigmático en todo esto: Eduardo Duhalde.

La aversión al proyecto kirchnerista cuyo esplendor de última hora es la participación de los trabajadores en las ganancias empresarias (sumado a las conquistas de los últimos años y el rumbo escogido) es el bastión a derribar. Y allí aparece Moyano haciendo coincidir, no tan milagrosamente, a un vasto espectro de izquierda y de derecha, provocando el desatino de ciertos militantes del campo popular para quienes el proyecto y la evolución de los tiempos no son tan relevantes como cierto purismo ficticio y la pelea pequeña.

El gobierno nacional, todos nosotros debemos procurar el esclarecimiento de este crimen y su elevación a condena judicial. Algunos cabos ya están atados. Entonces tal vez, solo tal vez , logremos soslayar los cantos de sirena de uno y otro lado que a manera de estrategia militar, harto conocida, atropella y subyuga por ambos lados y cierra la tenaza.

2

La segunda prevención se aplica a mi breve reseña de la leyenda judía que narrase el rabino. Lo digo sin temor: descreo de las moralejas. La profesión moralizante de las fábulas, las parábolas y aun de cierta narrativa edificante, me tiene sin cuidado. Y más aun cuando delimitan la virtud en cielos e infiernos; ello me sugiere un exceso de cautela y, lo que es peor aun, la arrogancia.
Ignoro en general muchas cosas. Sin embargo la leyenda del rabino no me dio la impresión de aquello que el amor pueda ser. Más bien se me dio en pensar en la mezquindad, en su tradición nefasta.
Noticias de última hora me hablan del puente Chinvat. Aquel que era ancho para los justos e imposible para los traidores, del camino elegido, del poeta y el enamorado. Llegué a la conclusión de que me gustaban más esas figuras.

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