domingo, 10 de octubre de 2010

Valoraciones


Atanasius Kircher era un genio loco. El paradigma de su genio atrofiado pero no menos esplendoroso fue la resolución del enigma de los jeroglíficos. Lo interesante de Kircher consistió en su capacidad para no atinar con el verdadero valor expresivo de ninguno de aquellos caracteres. También, se supo, intentó determinar los pormenores del submundo, de lo existente bajo la corteza de la superficie terrestre, siendo su infierno no a la manera de John Milton un mero estado de ánimo sino un espacio físico ponderable. Tampoco logró demasiado. Tal vez la explicación de su inventiva fabulosa y su desatino crónico en cuestiones de ciencia se deban a que vivió en una época de transición entre la decadencia del paradigma aristotélico y la aparición del método experimental y las ciencias modernas. Desfasaje que como se sabe también asestó en menor medida su golpe en Newton, Emanuel Kant y en el querible William Thompson mejor conocido como Lord Kelvin.



La historia del fracaso de Lord Kelvin es bien conocida. Sus estudios sobre el origen de la tierra desde un estado primeramente fundido hasta su solidificación derivo en la estimación de una edad que apenas sobrepasaba los cientos de miles de años. El posterior descubrimiento de Becquerel en 1896 de la radiactividad dilato la solidificación de la corteza terrestre hasta unos cuantos millones de años lo que unido a la tesis de Darwin quien solicitaba periodos dilatados de tiempo para la adaptación de las características de las especies al entorno terminaron por derribar a Kelvin. Ya la disputa estaba planteada con Sir Charles Lyell pero William Thompson y los partidarios de Darwin aun se sometían a escaramuzas polemistas para dirimir las diferencias temporales. Huelga cifrar la desazón de Kelvin propia de la culminación de los postulados por los que uno ha trabajado toda la vida con los elementos a disposición.



En todos ellos se aparece la voz de Li Ssu funcionario y Gran Canciller en la época del Primer emperador de la China Shih Huang Ti, el de la muralla y la quema libros. Li Ssu decía con ese aire parsimonioso y lánguido que para coincidir con el momento oportuno no había que demorarse. Su propio derrotero de un humilde escribiente de la provincia oriental de Tshan Tsai a uno de los principales funcionarios del Emperador parece graficarlo. Sin embargo la incertidumbre aparece. ¿Basta la voluntad para coincidir con ese momento? ¿No existen acaso las recompensas tardías? ¿No viviremos al amparo de una tragedia, de una recompensa que nunca llega o lo hace demasiado tarde? Para Kelvin la estimación verdadera llegó para destruir sus convicciones y consagrar la victoria de los partidarios de Darwin. A Kircher lo refutaron la Piedra Roseta y el encargado de hundir la última daga fue Champollion. Ante nuestras actuales e inclaudicables convicciones ¿De quienes serán los rostros que vengan a ajusticiarlas? ¿Quién nos dirá, como Unamuno, que n el sueño no es otra cosa que la vida, que la fe misma es la sustancia de las cosas que se esperan y lo que se espera es sueño, que creer en definitiva es crear?



Periodismo desencajado



Época difícil la nuestra. Sin espejos. Sin brújula. En transición permanente. La década de los noventa logro desterrar al menos superficialmente, en el rigor de la charla, la complejidad de la trama. El movimiento se preciaba de uniforme atemperado por las evaluaciones clásicas del estado en cuanto a su condición de cerrojo o custodio de las clases dominantes. Y como suele suceder en estos casos la mirada no discernía los minúsculos detalles implícitos en los relatos estructurales arrumbados en el mejor de los casos en los foros académicos como piezas de colección de los expertos en cada materia. No olvido el terror y sus consecuencias pero ya no tenía nada que reprocharle al menos conscientemente al terror. Este había quedado implícito en las elecciones particulares de los individuos extasiados por las ventajas de un tiempo floreciente en la nueva capacidad de la tecnología de la información y los avances de la globalización mercantil. Ortega señalo en La rebelión de las masas que la última revolución había sido la de 1789, la burguesa y la proclamaba como ¡el fin de las revoluciones! Huelga decir que se equivocó. Aquel postulado equivalía al de Fukuyama, el del fin de la historia, a considerar que la capacidad del hombre de razonar, vivir y padecer se había extinto por decreto de un estado último. Esto no sucedió, no tanto por la extensión y fuerza de la Revolución de Julio, sino porque el hombre sigue de pie y mascullando.

La perdurabilidad del resquemor nos encuentra hoy en una encrucijada. En el albur de un gobierno que ha resignificado aquellas causas nobles por las que se pelearon durante muchos años, después del horror de los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955 y la restauración definitiva (perdón por el sacrilegio paradojal) la cuestión de clarificar donde se encuentra ese poder omnímodo advierte la revolución subrepticia de los años 70. Nueva revolución burguesa o restauración en definitiva de la deserción iluminista.

Más adelante (en otro suelto) sería bueno conceptualizar la particularidad latinoamericana de esta nueva embestida. Lo cierto es que el estado de bienestar característico en nuestra región constituyo el bastión sobre el cual los sectores hegemónicos detentores del poder económico se lanzaron. La representación burguesa habrá sido desde entonces per se sin tratar de captar la simpatía del estado, la milicia o los funcionarios públicos. Y fue una liberación. El problema es que ante esta liberación ciertos comunicadores que antaño sacrificaban o al estado o a los elementos castrenses cuyo única razón inercial consistía en esa mezcla de formación y prebendas con los sectores de poder en los países latinoamericanos o a los elementos finales y de poder de choque del vaciamiento económico y la dictadura hoy ante la materialización de la posibilidad de responsabilizar penalmente a los responsables civiles la disposición súbitamente cambia. ¿Por qué periodistas como Lanata que antes vislumbraban esta verdad ahora la niegan? ¿Hasta qué punto la denuncia ante la certeza de la inacción del poder estatal era encomiable? ¿Hasta qué punto se siente que aquel lugar en el mundo, ese que los noventa habían configurado, está llegando a su fin y solo consiente para conservarlo la caída, la degradación?

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