domingo, 31 de octubre de 2010

"Y yo te diría, no sé,
que las cosas van a marchar bien,
te mostraría el futuro, la borra del café,
con ángeles y estrellas,
noches, milongas
e historias, ¿recuerdas?, que hablan
de viejos amantes que crecen,
que dudan y esperan
su turno mientras anochece
y el mundo se enferma."








La ciega brisa se cobija
en el lugar vacío de tus pasos
que apadrinaban los nuestros,
con un murmullo en el aliento,
con los ojos fijos al camino
y la memoria.

La infamia filtrará ese espacio
libre de tus manos,
de las caricias sugeridas
por tu presencia.

Ya no hay guardián, ni padre
que nos exonere del olvido
a fuerza de declamaciones
y de la justa proporción de las cosas,
nadie apuntalando la ficción de futuro
enmarcada en el paso cotidiano,
en el mero presente,
rasgando la orfandad,
devolviendo a cada lugar su sitio,
a cada buey su palenque.

La frialdad de tu rostro en la postal
no apaga el escozor que en la piel
causó la virilidad de tu fulgor,
no nos exonera de pestañear,
y como solo el arrojo
suele impresionar,
suele conmover,
tu figura cala hasta los huesos,
y algo queda de ti en mis lágrimas
y en el espejo,
y la rueca que hace que duermas,
mientras declinan las tardes
y los amaneceres nos sustraen
del vértigo de sabernos inmortales.

Porque por un momento
nos hiciste creer lo imposible,
no hiciste creer que no estamos solos
ni somos pobres,
ni que el destino nos depara
la indiferencia de los astros.
Contigo cerca
la justicia,
la huidiza utopía,
condescendían a nuestra presencia
nos hacían lugar en su anodino Partenón.

Como el puñal de la primera luz
con la ferocidad que golpea las retinas
a cada uno devolviste
el desvelo de aquel sol más allá de la Caverna
aun cuando tantos elijan pestañar
o directamente cerrar los ojos.
No importa.
¡Y lo juro!
no cometo herejía cuando al pasar
lamento la pérdida de un padre
y cuando las otras tres despedidas
las personales e inmediatas,
las de la patria chica,
vuelven a doler en ti.

Un cierto aire de irrealidad
algo que me dicta la imposibilidad
del carácter irreversible
sostiene el polvo del recuerdo
tu sonrisa y el latir de tu voz
dando cabida a orgullos y rencores
y hacia los costados
en las orillas
en las ondas de mi prendedor
en los miles de rostros que enjugaron su llanto
frente a la cruz recostada
que dispensaron sus gritos
para aquietar la rigurosidad nueva de tu ausencia,
en los pliegues,
en cada bandera,
no voy a poder prescindir de tu fantasma
la imagen del hombre y su lección implícita
del desafío impuesto a mi vida
de tu Voluntad
de tu amorosa imaginación.

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