domingo, 12 de diciembre de 2010

Labios pintados de infancia

Claudio Rodríguez es quizá uno de los más brillantes discípulos de Rimbaud. También cabe la sospecha de que al ser su producción escasa, los ejemplares de su poesía adquieren un valor no del todo justificado por sus virtudes. Les aseguro todo lo contrario. Cada verso de Claudio requiere indagar el enigma inscripto entre la gravedad del tono poético, el anhelo y su potencial melancólico. Líneas como si yo pudiera darte/ la creencia y los años/la visión renovada/esta tarde de otoño/ deslumbrada y segura sin recuerdo cobarde… son potencialidades al estilo de Machado al sugerir la culpa de no haber querido antes del encuentro inicial.
Con los cinco pinares es la materia prima de estos versos y, como la referencia es demasiado manifiesta, puedo agradecer a Rimbaud y subsanar la injusticia del ingenio escaso y la manipulación de ajenas maravillas.

A ti, a él y a Claudio Rodriguez

Si yo pudiera darte
el aroma de los sueños,
los labios pintados de infancia,
mientras tu pecho alberga
las promesas entretejidas
a través de los suspiros y los minutos

Si yo pudiera darte
el tinte macilento
de la tarde abigarrada,
los años y su esperanza,
el fervor solidario
de las almas nobles
sin dobleces,
sin apariencias.

Si yo pudiera darte las mercedes
escondidas en cada sonrisa,
aquellos pasos junto a los tuyos
la promesa del retorno
refutada,
el hálito inconcluso
de los besos diluidos,
la tenue luz de la farola
en el abrazo sempiterno.

Si yo pudiera incitar tu mueca escondida
tras el rigor del agua y la sal
regalarte en ramo el color de mis gestos
que aun creen en tí.
la sombra rendida,
la lejía para ls malos sueños
y estos días en que él no aparece,
las calles y mis pupilas derramadas
en busca de sus huellas.
Si yo pudiera darte la promesa
y decirte "él volverá, ya lo verás,
no falta demasiado"
y enarbolar su bandera
y perder la vida por él y por tí,
sufriendo solo por tí,
y por mi muerte y la tuya.

Si yo pudiera trarlo de vuelta
solo por verte sonreir otra vez,
lograr que la brisa de tus labios y tus dientes
abracen el rubor quieto de las mañanas,
que bailen los solares colgados
en la soga del patio
y los niños que pasan por tu puerta
se deleiten con tu perfume plomizo
y tu estrépito de adolescente inquieta.

Si yo pudiera darte ese último sacrificio
y redimir mi cuerpo
que temblaba junto al tuyo
cuando tus susurros
se agitaban contra el viento
como espiga en un huiracan
evocando solamnte en mi piel, la suya.

Si yo pudiera darte el severo sonido
de sus pasos en la vuelta,
la puerta semiabierta,
su silueta a través de ella.

Si yo pudiera evocar el sonido
de cada orla,
de su naufragio
y traer a tu regazo aquellos brazos
que rodearon tu cintura,
que sostuvieron los remos de Cártago.

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