lunes, 9 de agosto de 2010

Tempus fugit: el cine y sus instantes




Les noces de papier 1989


Si consideráramos los cinco momentos del relato enunciados por Todorov, ubicaríamos un primer instante más próximo al desequilibrio (que al idilio siquiera aparente que suelen constituirse en las premisas sobre las cuales opera la transformación). En todo caso se me vienen a la memoria varios films románticos en donde los sucesos trabajan a partir de una materia inicial solventada por la insatisfacción y la anomia enmascarada que los factores disruptivos eslabonados a lo que se introduce como novedad en la trama dejan completamente al descubierto. También se me ocurre que las variantes desarrollan instancias a las que no me atrevo a catalogar con el improcedente termino de inverosímil (al fin nadie esta exento por experiencia propia o ajena de desbarrancarse en el mas absoluto desengaño al comprobar que en realidad los ejemplares de la vida cotidiana contienen las peculiaridades mas intrincadas) sobre todo si se observa que una situación inicial de desequilibrio solapado puede dar lugar a la recomposición del equilibrio inicial casi en los mismos términos o hasta incluso a una experiencia mas dichosa. Hay un film cuyo nombre me reservo en el cual me ha impactado el efecto renovador (ingenuo) de la trama y el desequilibrio sobre el conflicto inicial disimulado en lo insípido diario del protagonista. El cuadro final del personaje es la antitesis del cuadro inicial aun en términos de equilibrio. En sucede algo similar. No hay situación inocua en los primeros tramos aunque todo parezca por lo menos desde el lado de la protagonista acomodado a un ritmo y a un modo particular del devenir. Ella es profesora de literatura en un secundario canadiense. Y se comprende que el oficio además de ser sugerente en cuanto al verosímil planteado por la trama del film (una mujer de mediana edad, independiente, de una belleza sugerida y latente, en algún punto de tendencias solitarias) le confiere al guión la posibilidad de acotar algunos alegatos sobre el sentimiento amoroso. Estas módicas reflexiones se instalan desde la voz autorizada de los clásicos exteriorizando el énfasis de las peripecias vividas por ella junto a su ocasional huésped. Es necesario sintetizar un tanto el argumento.


Claire es una canadiense, docente de literatura cuya vida transcurre entre la vida en los claustros y una relación intermitente con un hombre casado. De pronto su hermana le hace con una propuesta: casarse con Pablo un extranjero (su nacionalidad es indeterminada pero distintas claves del relato indican los avateres de un país asediado por un régimen dictatorial probablemente periférico) para que este pueda conseguir la ciudadanía canadiense y evitar ser deportado por las autoridades. Ella se muestra en un principio renuente no tanto por los inconvenientes legales en caso de descubrirse la trampa sino por la inquietante posibilidad de que su espacio habituado a la quietud de lo previsible y a la soledad se vean perturbados por el visitante puesto que para simular la condición de cónyuge Pablo debe mudarse a su casa, formar parte des esos hábitos despojados de toda condición, de ese orden casi impúdico que se impone a una vida que se estructura en la sucesión imperecedera. En ese cosmos Pablo es una tempestad (incluso su costumbre de fumar lo obliga a retirarse al balcón) al mismo tiempo restaña esa soledad, descascara el hermetismo de esa prefiguración de las jornadas. Hay dos soledades esmeriladas, de naturaleza diversa: una pequeño burguesa rutinaria; la otra mundana y ahogada por el exilio y el ultraje.


Hay un punto esencial en este escenario. La evaluación de migraciones para determinar que el casamiento entre los dos personajes no se hace para fraguar la nacionalización de Pablo genera la escena que me propongo aislar, tal vez la punzada mas profunda y evidente que hiere la agonía de lo siempre igual. Cada uno se cuenta una historia de la infancia. Pablo le relata su vida en el campo con su familia de la pobreza que los obligaba a pasar el día en la cama para no gastar energías porque no tenían para comer. Ella da cuenta de su estancia en París con su padre. El suceso del desvelo y como su voz abría sus sentidos al esplendor de luces de esa ciudad, esplendor que muere al morir su padre. Ya no brillan más esas luces. El ingenioso relato de Pablo para recrear las circunstancias por las cuales se conocieron merece una nota en sí misma (o una transcripción).


Finalmente llega el dia de las pruebas en el departamento de migración. Un agente sigue el caso con particular esmero. Es el quien ofrece los mayores obstáculos para Pablo en el transcurrir del film vigilando cada paso, asediando, sospechando. El burócrata de la oficina de migraciones les hace las preguntas habituales, los indaga en presencia de este agente y les otorga el permiso para casarse y así la posibilidad de obtener la nacionalidad a Pablo. El sesudo agente se queja no les habrá creído -le pregunta-, el burócrata le replica -por supuesto que no, ni una palabra. Lo que si se es que están enamorados-. Conceptualmente esa escena modesta es sublime. Prodiga, casi sin inmutarse, eludiendo fanfarrias o fastuosos parlamentos, una conclusión notable a ese proceso de descubrimiento mutuo que Pablo y Claire realizan a lo largo del film, incluso a partir de una farsa. Es precisamente en la elucubración de la mentira donde por primera vez en el film se vislumbra sentimentalmente algo verdadero que traspasa en los ojos del burócrata el velo de las apariencias (Claire termina su relación con el hombre casado casi con el mismo nulo fervor con que la relación se cifraba en el film). Ese enamoramiento es la verdad. La única. Y se jalona a lo largo de los descubrimientos mutuos de la convivencia y sus pormenores, lo grato y lo desatinado. Son esas dosis de veracidad lo que conduce al amor quebrantando la anomia, el desamparo que en ambos se manifiesta de manera disímil. El filtreo, buscado tantas veces, desde el deseo o la pasión aquí es una mera casualidad forzada primero por el formalismo y la desesperación. Bien mirada esa angustia es compartida aunque solapada en el caso de Claire.
El impulso de lo fortuito gana en esa tragedia. La monotonía se quebranta por la subversión mutua de valores y estados sustentada en el descubrimiento de un refugio inesperado del uno en el otro. Inesperado porque ninguno se buscaba, salvo en la ceguera del instante presente que habilita esas travesuras del azar. El burócrata entonces nota que aunque todo lo demás es una falacia no importa demasiado frente a ese despreocupado milagro que han concebido. Algo debe merecer ese prodigio. Alguna exculpación, algún permiso.


No tengo dudas de que están enamorados. Solo esas palabras en el film cierran el entrecruzamiento de dimisiones en el tintero, de días eternos, espiralados. Esa certeza transforma el desequilibrio en el final del relato. Le otorga rango de conocimiento al componente que transforma la ecuación original instalando la belleza de la incertidumbre en la raíz de la percepción. Y de ahí esa duda filtra a los dos personajes, sembrando la única verdad del film a través de cada instante, mediante cierta variación en el grado de conciencia de ambos. Para uno u otro, varían los tiempos en los cuales se cristaliza ese saber.
La conclusión del film se contenta con la última escala antes de la materialidad asumida por ese conocimiento. En la pantalla, en cambio, no se concreta; solo se advierte que los dos son concientes de esa verdad. En todo caso la enunciación y el éxito solo corresponderán al burócrata.

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