jueves, 19 de agosto de 2010

La obstinación frente a la infamia





Rodolfo Walsh escribió en Operación Masacre que a los peronistas no había que facilitarles argumentos para persistir en su error. Visto a la luz de un día como hoy parece una humorada fallida. Yo, por ejemplo, ni en mi más ortodoxa fantasía aséptica podría considerar cada palabra pronunciada o escrita por mí como independiente u objetiva. Nunca lo he creído y pisando este rincón particular del universo, la sola insinuación de una preposición tan ridícula revelaría en el acto los intereses o subjetividades particularísimos adquiriendo furtiva presencia en mi voz o en la letra ocultados por inconfesables. Una dinámica muy particular la del cinismo. Se disfraza de lo que no es. Se regocija en la cobardía y se mantiene subrepticio. En la comunicación de posturas sostenidas por la conveniencia (como no puede ser de otra forma) las intenciones indignas se ocultan tras máscaras y paradojas, en una especie de vaivén discursivo que no se planta en la honestidad cuando se lo increpa y padece la ignominia de no hacerse responsable de sus actos. Eso obliga a cualquiera a persistir en un error en tanto sospecha la repugnancia ante tal estrategia.


Escuchando la compilación de los discursos en la Cámara de Diputados por la implementación del 82% móvil, ya sea fragmentado o completo, la racionalidad se resiente pese a la distancia propia que cualquier analista u observador interpone, porque ante la infamia uno no permanece impávido. Ello a su vez admite dos reacciones. Si se deprecia al infamante se le responde con toda las argucias demoledoras a disposición; si se lo aprecia o ama, también se replica pero siempre en la oscilación entre el orgullo y la capitulación, el patetismo y la dignidad. Este caso se torna entonces sencillo porque la posición asumida (y sus encarnaciones en sujetos vestidos y de a pie) tiende en un principio a reforzar el parcial carácter monolítico propio del convencimiento. Transcurridas unas horas y atento a un análisis mas sesudo, fingidamente distanciado, se advierten ciertas características inherentes a estas volteretas retóricas ¿Es posible creer que los gestores de la reducción desde la función pública del 13% a los haberes jubilatorios estén genuinamente preocupados por como dirían en el colmo de la bufonería nuestros viejitos? ¿Qué autoridad se arroga Pino Solanas con sus decadentes filtreos con la derecha conservadora, su cantaleta infantiloide propia de la izquierda mas retrógrada y corta de miras de nuestra historia? ¿Cuál es la excusa del menemismo federal arriados como bifrontes por Magnetto? Obviamente ninguno de ellos ignora que semejantes escarceos consolidan la perspectiva afín al kirchnerismo y convence a más de uno cuyo ánimo no sabía para donde disparar. Tampoco desconocen que estas estrategias apuntan a dos propósitos claros: el esmerilamiento del gobierno nacional y la gestión pública, dilatando debates verdaderamente trascendentes en cuanto a su potencial para transformar los patrones de acumulación del país y la experimentación de un método alternativo al golpismo cívico- militar: la coupe institucionale o golpe institucional unido a la operatoria de bandas en el conurbano y ahora en la Ciudad de Buenos Aires con el adecuado colaboracionismo mediático para acordonar en el terror a cierta clase media desprevenida. De mediar otra situación cuyo alcance se extendería desde el titular del poder ejecutivo, pasando por todo el gabinete de ministros y el parlamento, hoy el golpe institucional sería un hecho, tras la clausura operada sobre el ejército, tradicional brazo ejecutor de la clase dominante.


La sensación que queda para un modesto observador le imprime una huella en la memoria como nunca antes en estos veintiocho años. La ignominia mezclada con visos de canallería, hipocresía y cinismo de la mas baja estirpe solo habilitan a suponer la existencia de cuadros alternativos desde este mismo proyecto nacional y algún otro resabio de los emergentes de centroizquierda que siempre se me aparecen como construcciones volátiles, y recónditas en algunos casos. Ciertamente la historia con su perspicua justicia emitirá dictámenes muy severos respecto de los parlamentarios que discurso tras discurso defendieron la viabilidad del proyecto recayendo, por citar un ejemplo, en la comparación de Solanas acerca de la identidad de este proceso con los tiempos en que Menem ejercía el ejecutivo junto a otros que no eludieron tampoco el improperio mas absoluto.


No quiero abusar de los lugares comunes. Para ello ya se hacen recitales a sala llena en teatros. Yo diría que no hay que acordarse de vivir porque en definitiva el concepto de vivir así despojado equivaldría a prescindir del contexto en donde la conciencia, como fiel objetora, nos dicta la dignidad de nuestros actos. Hay que acordarse de los pasos dados, recuperando la capacidad de asignar su lugar a cada cual, tras dirimir con las evidencias, evitando en la medida en que sea posible ejercer la prescindencia en esta época gloriosa de nuestra latinoamérica y de nuestro país. Ello ayudará, con certeza, a recobrar la historia que nos negaron, la que nunca vivimos. Tal vez eso baste para empezar a vivirla.

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