lunes, 13 de abril de 2009

Entre cercos

Uno de los primeros recuerdos de mi infancia se asocia a las ingenuas impresiones que me forme a mi llegada al barrio de Fátima a unas pocas cuadras del centro de Wilde. Nos habíamos mudado con mis padres y mi hermano durante los primeros días de septiembre o noviembre hace ya unos dieciocho años luego de pasar una temporada en San Justo muy breve y después de vivir en Mataderos cerca de la interminable Alberdi que algunas tardes remontaba hasta Caballito o Flores. Por aquí no había mucho, apenas una calle comercial y un sinfín de terrenos mansos en los que podía ver declinar la tarde con cierta impunidad y desprejuicio. Muy cerca de mi calle, las vías del ferrocarril Roca se extendían entre zanjas y pastizales desprolijos, indómitos, sin recortar que cubrían la llegada al terraplén. Desde la ventana de mi pieza podía ver una explanada de barro sin interrupciones que parecían devorar todo indicio de urbanidad y todo indicio de fronteras.


Solamente las casitas bajas e inclinadas en diagonal me recordaban que aquello no era muy diferente al sitio en que me había criado desde muy pequeño. Todo allí era una fiesta, las excursiones por aquel terreno, perderse y descubrirse merodeando en el bosque conjetural que daba al frente de mi departamento auguraba siempre un desafío o una aventura. Pisábamos ruinas, nos escondíamos en sitios abandonados, nos sentábamos en promontorios y perdíamos el tiempo sin remilgos. La convivencia entre las torres de edificios era verdaderamente orgiástica. Se iba y se venia casi con impudicia. Y de allí hasta el campito con los arcos y hasta el club. Me recuerdo perdido después de que mi padre me dejara en la puerta del almacén mientras hablaba con algún vecino. Ubico los lugares desiertos que esas extensiones sugerían con tanta esplendidez, la promesa de lo inacabado, incorpóreo. Algo de eso se modificó para siempre el día en que los consorcios decidieron amurallarnos y separar los complejos, lo cual era bastante previsible. A partir de entonces cada espacio está destinado para cada cual y solo la gracia o el favor ajeno le permite al forastero visitar las inmediaciones de los edificios, sean o no propietarios del complejo vecino. Ciertamente la muralla que pusieron sirvió únicamente como manifestación de un ordenamiento social, una manera peculiar de demarcar los espacios, ya que nunca sirvió a los fines que supuestamente se le atribuyeron a los muros y rejas. Visitantes extraños y de mala monta aun hay; el cerramiento ni siquiera los ha ruborizado. Si se realiza un registro de los robos a automotores se advertirá que han crecido notablemente desde entonces, habilitando formas muy graciosas de perpetración del hurto, verdaderamente ingeniosas en ciertos casos. Eso sí han aumentado la cotización de porciones de terreno a partir de la valoración de las cocheras que se han otorgado a los propietarios, ha creado gastos de mantenimiento y cubrieron las expectativas de herreros, pintores y jardineros y de cierta tradición.


Otra muralla, la china, fue construida parcialmente por grupos de trabajadores que confeccionaban diez metros de muralla por tramo. Al finalizar se unían a otro grupo que hacía lo mismo en sentido contrario. Finalizada la empresa los sobrevivientes festejaban un rato y eran trasladados a otra región del imperio que los hacía olvidar inmediatamente su alegría. La justificación de la muralla era la de siempre, la defensa del imperio ante la invasión de los pueblos bárbaros del norte y el oeste y, como es habitual, nunca convenció a casi nadie. Los constructores de la muralla eran condenados a muerte en el sentido literal o metafórico de la frase; se los sacrificaba, se los tenía como varilla que acomoda las brazas del emperador chino. Ciertamente la muralla era un oropel del imperio, una manifestación ideológica de la supremacía imperial, porque, si bien se argumentaba como protección de los dominios del imperio ¿qué clase de seguridad podía dar un cordón de piedras que se interrumpía por largos tramos y cuya extensión hacía imposible establecer un control unificado de la frontera? En definitiva una completa porquería que hoy es un monumento atroz e inservible. Recorrido por turistas que se admiran casi por contagio o apariencia, se ignora su infausta historia por completo.


Otra muralla ha querido improvisar en San Isidro el intendente Gustavo Posse, Sin chinos ni lugareños del conurbano sur. Intentando escuchar los fundamentos de la instalación de ese muro uno comprueba los matices de la estupidez, rememora ciertas personalidades y sus infinitas contradicciones. Es preciso, no obstante, poner en claro que hasta los argumentos que sostienen la necesidad de ese muro son inverosímiles. Yo no creo que nadie pueda darles verdadero crédito o, si lo alguien lo hace, resulta de la impiadosa derivación de una posición teórica cuyos límites son bastante claros. Sin embargo no hay argumentación que, por la razón o la incoherencia, sea capaz de neutralizar en algo el sentido nefasto de ese muro.


Ignoro si la historia es progresiva y tiene sus retrocesos, si sus intermitencias no detienen la dinámica general de la progresión o si toda novedad es ficticia. Soy simpatizante de lo primero aunque en horas en declive, lo segundo hiera insistentemente mi imaginación. El muro de San Isidro no es sino la manifestación de oxidados trazos de vergüenzas no completamente inoculadas por el paso del tiempo. Quizá a algunos esto les sugiera que los errores cíclicamente retornan y que la condición del hombre adolece de la infeliz tendencia de retroceder sobre sí misma. Me permito disentir: la memoria no es tan frágil y la sombra de los escarnios del ayer impiden pasar por alto nuevas desgracias de la sensatez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, comparto totalmente tu opinión sobre lo de San Isidro (te aclaro que los otros también los leí) pero, obviamente esto es para analizarlo, no nos lo veíamos venir.
Hay supermercados de primera en barrios de primera y de segunda con artículos de segunda para barrios de segunda, lo mismo con los servicios, sin ir más lejos el tren cuesta lo mismo en todos lados y el servicio que ofrece el Roca con el Mitre no tiene punto de comparación.
De a poco se instalaron las globósferas, bueno, los countrys, donde los chicos tienen todo ahí y no conocen la realidad, que oh! casualidad están separados por muros (de esos nadie se quejó y hasta esa es una de sus cualidaddes a la hora de la venta). Y así con un montón de cosas más.
Verdaderamente lo del muro, no era sólo cuestión de tiempo para que a algún cráneo brillante se le ocurriera poner?
Bueno, te saludo, suerte.

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