viernes, 5 de diciembre de 2008

Final alternativo

“Se que un día todo cambiará, un día las cosas serán diferentes… no sé cuando; espero que mas pronto que tarde pero un día, el muchacho la encontrará en el asiento de enfrente, se acercará a ella y le hará la pregunta que siempre le hace al final de la canción y un día… todo será diferente. Un día, ella se levantará de su asiento, sosteniéndole la mirada, se acercará a él y un día le responderá de forma muy diferente a como lo hace en la canción…” de Recuerdo, Ismael serrano

No sé como empezó todo, si me lo contaron, lo escuché o lo viví. Ignoro que pasó antes, incluso nada me asegura si hubo un antes. Mucho no importa. Me cuentan que la vio, una tarde en la boca del subte en Madrid o en Buenos Aires. Que parecía una espiga huérfana en medio de la ciudad, luminosa y triste, con la mirada sombría. Se paseaba por la acera sin rumbo. Y acaso los transeúntes que fluían del sol como esquirlas moribundas, la atropellaban con furibunda impaciencia. El la vio, sí la vio, en todo su esplendor entre ese oleaje irracional, mustio, absorta o perdida y es que comprendió que todos estamos perdidos en la ciudad a la búsqueda de quien sabe que…. Asuetos de memoria, transidos, locos…entre ese fragor la vio y sé que comenzó a seguirla por la calle hasta la boca de otra estación del subte. Sin perder detalle contempló sus pasos que se derrumbaban en la acera y suscitaba la vergüenza de cientos y cientos de adoquines negligentes y opacos. Sus ojos como perlas de sol. Su pelo azabache que le traía el recuerdo del incienso y la verbena.
Tomaron juntos el subte al centro pero ella... ella no le vió. En verdad, no veía a nadie. Parecía cansada, lánguida, inmersa en un mar de aparente calma a punto de estallar. Y en el tiempo que duró ese viaje miles de pensamientos cruzaron por su mente ¿y si le hablaba? ¿ qué le diría? La excusa de un presentimiento o de un augurio era casi ridícula. Pero hay casos que son así, en el que uno ve a alguien o conversa dos palabras o se equivoca de numero y ella esta ahí y uno lo sabe y cierta nostalgia inconcebible por el pasado aparece; un pasado conjetural. ¿Nunca les ha sucedido?... Que creen que un detalle, una línea de su cara, les trae una sucesión, una idea, una fortuna y se preguntan si existen los amores a primera vista, pero… ¿es que acaso hay otros?

Ella se bajó en la ultima parada, en el centro de la ciudad y otra vez vio surgir extraños y miradas y cantos inmemoriales que emergen de lo bajo del asfalto seco. Él la siguió…la siguió por el parque, cuidando derramar su sombra fuera de los canteros prohibidos. Ella entró en una tienda de discos y él, desde el cristal del escaparate, la espió admirando tapas y aquellas viejas partituras del Cancionero. Continuó hasta una esquina y hasta un bar y hasta un enorme edificio marrón donde, luego, pudo adivinar que trabajaba. Y él a la zaga. Ella entró al edificio y durante seis horas se quedó junto a la puerta principal esperándola. No cejó de meditar acerca de si debía decirle algo, algo ingenioso o algo concreto. Bueno… mira, me has llamado la atención y puesto que soy muy distaído necesito tenerte a mi lado para no perder la memoria de tus detalles o aquello de si no me conoces, no vas a poder darte nunca el lujo de olvidarme. Pero era probable que aquella mujer no se interesara ni por su memoria, ni por el lujo. Se quedó entonces esperándola a la salida. Taciturno, vigilando cada egreso hasta que, al fin, salió. La persiguió otra vez. Anochecía. Ese remanso de la noche muerta no lo agotó sino que incitó su esfuerzo y su devoción. Se atrincheró en la puerta de su casa y al dia siguiente…y al siguiente…y al siguiente, la volvió a seguir hasta el trabajo. Ciertamente ella había notado su presencia. Advirtió que indagaba sus pasos y cada rato podía verlo ir por detrás en el subte, en la tienda, en el parque. Comenzó a sentir cierto temor, como es normal cuando un tipo desconocido te sigue. En el centro comercial, aterrada, llamó a la policía y le echaron y le rompieron la cara tres veces pero ¡que joder! él volvía a entrar y guardaba para sí el la melodía acompasada de sus huellas. Y así prosiguió tras ella. Pasaba horas frente a la ventana de su casa, con sol y con lluvia. A veces, ella se asomaba a la ventana y le encontraba ahí inmóvil, adormeciendo el cristal de su ventana, de pie ante el aguacero completamente empapado. Seguía ahí parado y ella le miraba cada vez con más frecuencia. No cejaba de seguirla. Cada dia aguardaba en la puerta del trabajo. Y volvía con ella hasta su casa. Los fines de semana la veía salir en distintos autos y volver a la madrugada. Los días festivos se marchaba días enteros pero al regresar el estaba ahí. Los días mansos corrieron y el perseveraba en esa empresa. Cada vez mas convencido, cada vez mas enamorado de esa presencia y ella se acostumbró, un poco, a verlo cada día. A que la aguardara y escudriñara su silueta y sus olores y su aliento, en la puerta del edificio marrón, de su casa, en la boca del subte, en el parque donde leía novelas de bolsillo, durante la hora del almuerzo, en la tienda de discos mas allá del escaparate, en el centro comercial donde la policía lo miraba raro y lo marcaban. Donde ella estaba, el estaba sin decir nada, sin pedir nada. Y esa rutina inundó la vida de ella y se tornó, un tanto habitual, no monótona.

Hasta que un dia el desapareció. Ya no lo vio ni en el parque, ni en la puerta del edificio marrón, ni en el centro comercial, ni arrojando pétalos de flores sobre el dintel de su puerta, ni detrás del escaparate de la tienda de discos, ni en el centro comercial. Los días de lluvia miraba por la ventana y no le hallaba. Los días de sol parecían opacos; algo faltaba frente a su casa. Y pasaron los días, y los árboles de la callecita continua morían y el humo devoraba la ciudad pero el no apareció. Ella comenzó a preocuparse y pensó ¿donde estará? ¿le habrá sucedido algo? ¿Donde, donde estará?...
Contrató, entonces, a un profesional para que lo buscara. Le dio las señas, le proporcionó datos de cómo se vestía, su apariencia, su cadencia…

Los meses pasaron hasta que el detective llegó a la casa de ella con un papel y una dirección. Ella tomó el papel. Era rugoso como rosa marchita de primavera. Se dirigió a la dirección anotada allí. Arribó a una pensión un tanto mugrienta. El vaho se confundía con las tinieblas en aquel lugar y probablemente fueran una y todas las tinieblas. Preguntó por aquel dando algún detalle. El encargado le señaló la habitación y ella caminó un tanto trémula, devorando cada centímetro de pasillo, dubitativa y voluntariosa, a la vez. Las travesías suelen tener eso... verdad… sobre todo aquellas que estimamos conocidas y misteriosas como paradoja irresuelta. La puerta estaba abierta y el dormía tendido en la cama. Ella lo miró, reconociéndole de inmediato. Tomo una silla que estaba junto a la mesita de luz y se sentó. Espero y espero…mentalmente intentaba determinar que le diría… ¿como justificaría su presencia allí? ¿Como explicar la pulsión que la había llevado hasta allí, la curiosidad? ¿O, si acaso, no fuera curiosidad y era otra cosa? ¿Acostumbramiento tal vez? ¿o deseo?, deseo de que estuviera donde ella estaba, que le extrañaba de un modo misterioso o la ingenua sensación de algo le faltaba y no sabia muy bien qué…
Pasaron las horas. Finalmente él abrió los ojos. Se vieron por primera vez, esta vez...
De los labios de ella no salió palabra alguna. El la contempló, inclinó levemente la cabeza hacia donde estaba ella y la silla y, suavemente ,murmuró, mientras oscuridad y la noche cubrían los cristales y los pormenores de la habitación, el muro y la mesa…el murmuró…murmuró…te estaba esperando… ¿por qué tardaste tanto?...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pablo, sencillamente maravilloso! Es precioso! El tono, la cadencia... Te felicito de verdad!
Parece uno estar viendolo, el texto se traspone en imagenes.Gracias por escribirlo.
Un beso!

Pato

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