lunes, 8 de diciembre de 2008

Acerca de la edición Misceláneas de La metamorfosis y otros cuentos





"El hombre le tiene miedo al tiempo, pero el tiempo les tiene miedo a las pirámides..."


Proverbio árabe


"Que yo tambien comparto los mismos miedos, tambien busco una cinta para atar el tiempo"

Ismael Serrano


¿Cómo pude no sentir que la eternidad anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio esplendido que nos libra , de manera siquiera fugaz de la intolerable opresión de lo sucesivo?


Jorge Luis Borges




Son las tres de la madrugada y me cuesta conciliar el sueño; algo común desde hace un tiempo.

Estoy en el living. El cafe está recien hecho y sobre el mantel se derraman las cenizas del segundo cigarrillo de la noche. Al costado, casi sobre el recodo de la misma mesa, consta un ejemplar de la metamorfosis de Kafka. Me mira azorado, mientras escribo sobre la pantalla plana con caracteres sin tinta y sin la proverbial mano derecha que en otras jornadas se empeñara en cifrar, sin mayores resultados, la página perfecta. Lo vigilo de soslayo, cada vez que vacilo; la portada verde, el grosor variable e indefinido, acaban por desviar repetidamente mi atención, por dilapidarla. ¡Se que no es excusa!; siempre, acaso, he sido distraído y por tal, mi inteligencia ha mermado bastante. A veces, pienso que esa desgracia me ha salvado de indecibles dificultades. Algun día contaré por qué. Lo cierto es que el libro no me deja en paz o , y esto es lo mas probable, mi ejercicio literario adolece de cierto pesar, de muerte y de hastío. La melodía de fondo, en breves compases unánimes, me remite otra vez a Kafka.


El buen Franz era un hombre sumamente angustiado. Borges lo refiere en innumerables disertaciones pero la mas ilustrativa nos remite al prólogo de El informe de Brodie acaso aqui como indicio literario "Los últimos relatos de Kipling fueron no menos laberíntícos y angustiosos que los de Kafka o los de James, a los que sin duda superan."
y lo alude una vez mas cuando refiere a Der process como una de la novelas mas prolíficas del siglo pasado. Aun así no pretendo argumentar la preeminencia de Kafka en el pedestal de los hombres imbuidos de una pesada carga que, cualquiera puede vindicar como interna, pero en muchos casos proviene de hechos exógenos.


La angustia, como el amor o el ejercicio demócratico, es patrimonio común. Poetas, hombres políticos y pesimistas son la esmerada máscara de individuos específicos.
No obstante, cabe una distinción: la principal y mas insoslayable angustia es, si no me engaño, la que genera el paso del tiempo. Mas allá de la opinión de los nihilistas ( de la que me desligo sin muchas reticencias) del barrio o de los torpes polemistas que sancionan este temor como prejuicio burgues, prodigando, cínicamente, el consabido alegato de la felicidad de los años plenamente vividos. Por desgracia se engañan a sí mismos y suele suceder que quienes la ignoran, la sufren aun mas a veces de un modo secreto.

Hace algun tiempo, Quino la iustraba desde una de sus estupendas piezas: una serie secuencial que muestra las variaciones que la edad depara a cada ser; uno de los personajes de la caricatura señala que el verdadero enemigo es el tiempo (y la muerte). Y vale decir que acierta el pleno. Aunque a este respecto Don miguel de Unamuno lo explica, acaso, mejor que yo.


La otra curiosidad radica en la relación entre un autor con su obra. ¿Solo un espíritu turbado como el de Kafka puede recrear las acciones de El Proceso? ¿Qué valor tiene, entonces, la afirmación acertada de que El proceso es una anticipación de la irracionalidad política y social de los años ulteriores a su publicación? El sinuoso paraje laberíntico de los relatos de Kafka prefiguran la cierta derivación de un repertorio de desleltades sociales que advierte dos dimensiones: la personal y la social. Las variantes singulares del estado de cosas se constituye como artífice en el sentido de prodigar los elementos indispensables para la obra kafkiana; esas unidades colisionan, luego, con las impresiones del propio Kafka que dependen de su característica física y mental en la asimilación de las condiciones generales, a través de diversos factores intermedios que actuan a manera de filtro y reformulación. Las huellas de Kafka son, pues, las huellas de todos los hombres que le precedieron y las de él mismo. Su obra, un artificio singular que bien corresponde a la lógica burguesa científica que cimenta el sistema judicial, o bien, a los horrores de pesadillas, de la fiebre o el espanto, de las noches interminables en Praga.


Recuerdo que cuando acabé la lectura de La metamorfosis (aun no había llegado a La condena que figura en el mismo ejemplar) solo pude pensar en la premisa de Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich o la de Richard Sennet en Carne y piedra: el enajenamiento ante el dolor ajeno y la idea de que la agonía se erige como el paraje mas solitario que el hombre recorre, a conciencia de su soledad y de la incomprensión cabal del resto. No obstante, es el ineludible destino de los hombres y mujeres que también poseen el recuerdo de otras agonías y de su amargo sabor a despedida recurrente, interminable. Hombres y mujeres que no lograron acompañarla y que a su momento tampoco serán comprendidos . Esta sensación es la de Gregorio Samsa y la de Kafka. La certeza de una fatalidad percibida por todos, acatada por algunos y comprendida únicamente por el individuo situado en el sino de la tempestad, solo y ya abatido...


Un artista del trapecio (obra que cierra la edición) es, a su vez, la culminacion de lo que Camus en palabras de Savater nos ahorró con su muerte joven, las dimisiones de la vejez .


He cavilado mucho respecto del valor de las reminiscencias que mi ejercicio literario habilita; a veces esa prudencia ha sido mas reveladora que cualquier confesión, digna de ser escrutada por la paciencia y sus deudos. He inferido que cualquier deseo de ocultar las impresiones vivas del artista suscita indicios cabales y suscintos; murmullos que las líneas vociferan y que los puntos y las comas y las construcciones verbales acaban por gritar a los que recorren esos enigmas inscriptos a voluntades ocultas y timoratas.


El café me aguarda, ahora, con resignación. A la cansada fachada del libro ya no le interesa este inconcebible prodigio de abastracción e indolencia frente al monitor. Ya son casi las cinco. Repentinamente se me viene la frase de Aristóteles, basa cierto trabajo discográfico español. Colijo que en esta noche la esperanza es el desafortunado amante que aguarda solo en una mustia habitación de hotel de la calle Jean Jaurés. Yo sigo despierto y soñando.


N.A.: En días últimos he aprendido que lo mas terrible no es el paso del tiempo, pese a la línea miserable en las noches buscaba afirmarse en la sustancia fugitiva del tiempo (Jorge Luis Borges, El milagro secreto; 1943) y como esa sucesión y ese tiempo llevaban a Jaromir Hladik a la muerte y la inmortalidad de Los enemigos y del exámen de las exquisitas fuentes judías de Jakob Boheme, lo tétrico es traicionar esa sustancia y, en ella, la dimisión de cada uno de nosotros.
A la luz de esto parece premonitoria la cita de Savater acerca de Camus, uno de los pocos que alzó su voz ante los nacientes regímenes fascistas europeos y luego nos ahorró las dimisiones de la vejez. Nunca nos traicionó, ni a nosotros ni a sí mismo.
Supongo que cuando lo encontremos (inconcebible hoy, sino es en sueños), sostendrá su mirada ante nosotros para buscar, en nuestros ojos, su espejo.

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