sábado, 6 de junio de 2009

Un pantano lóbrego y cenizo


En mi pequeña ciudad hay un tendal de calles que solía recorrer de muy niño. Un pantano lóbrego y cenizo. Devoraba como un monstruo bifronte todo lo que las atravesaba. Esquirlas de fuego sacudía hacia la acera. Un viejo tuerto, cascarrabias, inmoral custodiaba uno de sus flancos. Era terrible y curioso. Para cruzar aquel paraje y salir intacto, el transeúnte debía responder una adivinanza al viejo guardián. El enigma admitía siempre dos respuestas: una verdadera y otra falsa. Por desgracia o por fortuna, la verosimilitud o la falacia de la contestación dependían de la sinceridad del inquirido, no tanto de una conexión necesaria y empírica, ni siquiera lógica, entre el enigma y su solución. Nunca lograba complacer al anciano. La resolución que yo le exponía oscilaba entre las dos operaciones, lo verdadero y lo falso, pero yo obviamente no era sincero en mi prédica. Digo sincero y no veraz porque bien se sabe que la sinceridad es un atributo espontáneo del sistema nervioso, casi un espasmo; todos somos sinceros, solo algunos veraces. El viejo me miraba de soslayo, reía con calma y me sacaba a los palos de la esquina. Así toda mi niñez. Nunca logré surcar el otro extremo de la cuadra. Nunca logré ser sincero, prefería la veracidad como una espada en medio del lecho, con sus ribetes de amarga desazón y eterno desvelo. Algo espantoso para un infante.
La calle continuó siendo esa ciénaga durante mucho tiempo. Disolvió vidas, recogió cenizas, quebrantó alas bajo un cielo de tormenta. El anciano vigilante fue discurriendo en su longevidad hasta que un día lo vimos desintegrarse. Desde entonces la calle no fue la misma pero lo mismo de siempre sucedió, la hormigonera, el adoquín, los vasallos, los feudales…


Ese tendal se mecía apacentado contra baldíos interminables. Delineaba potreros hasta el último recodo del horizonte. Con la creciente urbanización y el centro comercial llegaron a expropiar esas tierras y el esplendido y monstruoso pantano desapareció. Aquella muerte fue la única que me alegro. No soy afecto a que las cosas desaparezcan sin más; una de las tragedias más grandes en el universo es el olvido. Desaparecer es ser olvidado o incitar al olvido, la madre de todas las injusticias, algo inaudito e insoportable (ya refiere Sir Arthur Conan Doyle en la pluma de John H. Watson que hombre verdaderamente malvado es aquel que no tiene en la tumba una mujer que lo llore; un apéndice de esta idea es que el olvido ajusticia toda inmortalidad, nos denigra, nos envilece). No obstante esas hectáreas que miles de paisanos expropiaron y tomaron para sí representaron una dicha. Lloré la ausencia del viejo orate y de ese enorme lodazal pero ubiqué una esperanza en los proles que ocuparon cada milímetro de ese suelo. Con el andar de los tiempos, unos años después sobre el colectivo redescubrí esos parajes. Los veía esta vez sin mirar. Un tanto extrañado. Día tras día camino de la facultad. Las esquinas relucían y un aire de progresión notaba a medida que pasaban las semanas. En definitiva la expropiación es un acto casi cotidiano. Claro que cuando habilita un albergue para más de doscientas familias se paladea diferente. Mi pequeña ciudad sigue siendo pequeña con algunos reductos en que los jardines son solo un presagio.


Hace unos días he vuelto a pasar por ese tendal de calles de mi ciudad pequeña. No hay pantano lóbrego, ni cenizo. No hay canto pequeño, ni murmullos destrozando el rocío. El viejo no está pero lo recuerdo. Sigo sin poder desprenderme de las cosas que he querido (sin excepción), aunque en ocasiones me aleje de ellas, sé, en algunos casos, que siguen allí imperennes, para volver (y dar una vuelta más). Vi que después de miles de idas y vueltas la han recubierto de brea y adoquín. Y si bien el viejo, el lodazal con su pantano, el enigma, el potrero no están aun perduran los ademanes de aquellos tiempos. En el partido de Morón hará una semana y media observé lo mismo. Calles severamente transitadas por vehículos pesados que hace tiempo están despedazadas empiezan a contemplar el paso de la aplanadora, e traqueteo del percutor, del obrero reparándolas. Todo a un tiempo como un escaparate un tanto absurdo que busca revalidar algún tipo de autoridad en la materia, como si hurgara los visos de una legitimidad a partir de un obrar un tanto improvisado y caótico. Apurados por gestionar favores a la comunidad para asegurar un simpático recuerdo en el electorado. Lo mismo en Ciudad de Buenos Aires (ad infinitum). Y es curioso que vertientes en apariencia tan opuestas actúen ispo facto de igual modo. Vazeilles, un viejito simpático que después de desplegar su enorme sabiduría dice lo que le sale del corazón porque está viejito (conste que lo dijo él; el apodo se lo puse yo mucho antes sin derroche de originalidad por cierto) nos hizo notar que las diferencias formales en los debates políticos de principios del siglo anterior eran solamente una apariencia, una falsa cáscara que recubría una matriz ideológica similar. En su libro el Pantano argentino repite: “en el inconsciente colectivo queda pendiente la tarea histórica que esbozaron el clasismo sindical y la nueva izquierda de los ´70 como la transformación revolucionaria del país.”


Dejando de lado el caso de Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuyo jefe de gobierno (parafraseo a Vazeilles) no logra articular no ya dos ideas juntas sino ¡dos frases juntas!, los otros intendentes del conurbano nos muestran una afinidad en las prácticas de organización partidaria, de gestión, de urgencia electoralista (léanse estos dos casos similares en Avellaneda y Morón aunque sin una correspondencia extrema.). Lo cual parece inevitable en este contexto.
Si la memoria no me falla la UCR de principios de siglo ejecutó mismo sainete que muchos partidos progresistas ensayan hoy día. La Unión Cívica criticaba el fraude y proponía el saneamiento electoral. Después de eso quedó vacío y de no haber sido por Yrigoyen y su noción casi napoleónica del ejercicio del poder ejecutivo como arbitro de clases, su combustible se hubiese acabado antes de 1930. Fue precisamente el aislamiento a que sometieron (con la consecuente traición del vicepresidente Martínez, ummm… me hace acordar a alguien) y la animosidad contra ese intransigente lo que acabó con la Unión. Quiero creer que esta sospecha no es cierta pero los hechos me inclinan hacia lo contrario. El nacionalismo burgués de Perón tenía un límite intrínseco bien preciso, más allá de las ambigüedades del Perón grande o pequeño. En una nota estupenda de Prensa Obrera se señala esto con certera precisión (aunque yerra en la división de pensamiento entre una oligarquía explotadora y una burguesía nacional orientada al mercado interno, la burguesía nacional también era parte de la oligarquía y burguesa, al fin, con inclinación leve al mercado interno, pero fracciones de clase): “la cuestión en debate radica en las ideas y en los limites insalvables del nacionalismo burgués, no en los supuestos silencios de sus pensadores mas importantes.” (Límite del que los partidos progresistas adolecen discursiva y fácticamente).


La gestión transparente y seria de un estado capitalista con un reformismo un tanto tibio, con prácticas discursivas interesantes pero hechos absurdamente previsibles, con mesas cerradas en bares exclusivos, con los atisbos de ciertas ideas afortunadas que no encuentran eco mas que en oídos dispuestos a extinguir voces para ganar popularidad (y posiciones) en la emergencia, cuando los ensayos políticos se construyen desde arriba hacia abajo, es casi imposible creer que se sostenga en pie la alternativa o al menos logre con su cometido pregonado. Porque señores, eso, como sucede con los medios de comunicación no es alternativo sino alterativo. Un medio alternativo emite propuestas comunicacionales por fuera de lo propio del sistema (algo que resulta imposible de manera completa), cuestiona el poder, imprime su huella en la práctica revolucionaria concibiendo estrategias contrahegemónicas que pongan en vilo los fundamentos de la propiedad, la ideología y la dinámica de acumulación de capital. Un medio alterativo, en cambio, tiene el formato de un medio masivo a menor escala y presupuesto y unos atractivos firuletes que lo hacen parecer (la corrección del ordenador al mal escribir el verbo me sugirió parche una buena definición de lo dicho) algo diferente cuando no lo es. Ello, me parece, se le puede atribuir a las nuevas propuestas progresistas de nuestro país. Esta íntima impresión es propia de esos dos lugares, en dos espectros diferentes del conurbano pero tan parecidos. Debo decir que me asaltó como ráfaga y la he repensado bastante para elaborarla. No fue, sin embargo, el único indicio que me llevó a pensarla. Claro que no confundo estas afinidades que son producto de las contradicciones colectivas de los argentinos y de un pasado común con la irresponsabilidad, criminalidad, violencia discursiva y desparpajo cobarde, vil, antidemocrático de sectores opositores al actual gobierno. Nada puede esperarse de esta fracción tan oligárquica, tan platónica, tan fascista. Como tampoco lo que va de suyo a la actual conducción política: el índice ficción (eso de que Moreno es mas bueno que el pan) y la historia ficción de este proceso. Léase como un llamado y una esperanza. Sé que la promesa de revolución social no corresponde a estas fuentes, que aun queda como tarea pendiente de aquella generación del setenta, pero es mi convicción de que por lo menos de estos incipientes partidos, de la disciplina y experiencia que imponen para bien o para mal, siempre y cuando no sucumban a ese escabrosa tentación de mantener lo residual, saldrán los hacedores de esa tarea. Siempre en la conciencia de estas falencias, en la paciencia por construir el socialismo que tanto sueñan pero desde la base y no con la ayuda de dedos que señalan y manipulan o, tras derrumbarse en la tentación de la imagen y la carencia de un programa real. Maquillar o arbitrar el sistema no constituye un programa partidario a estas alturas y después de tantos traspiés, de continuos y superfluos llamados al saneamiento de la gestión y de aplicación de leyes vigentes, todas ellas emanadas de una fuente originaria cimentada en la injusticia y los irrefrenables y leoninos intereses oligárquicos, creo que ya es indudable su inutilidad o regresión.

En mi pequeña ciudad hay un tendal de calles que solía recorrer de muy niño. Un pantano lóbrego y cenizo. Devoraba como un monstruo bifronte todo lo que las atravesaba. Las calles eran de barro. Un viejo tuerto, cascarrabias, inmoral custodiaba uno de sus flancos. La densidad de aquel distrito era modesta; los olvidos, moderados. Uno moría menos pero también vivía en menos conciencias. Para cruzar aquel paraje y salir intacto, el transeúnte debía responder una adivinanza al viejo guardián. El enigma admitía siempre dos respuestas: una verdadera y otra falsa. La resolución que yo le exponía oscilaba entre las dos operaciones, lo verdadero y lo falso, pero yo obviamente no era sincero en mi prédica. Digo sincero y no veraz porque, bien se sabe, que la sinceridad es un atributo espontáneo del sistema nervioso casi un espasmo; todos somos sinceros, solo algunos veraces. Intente ser veraz. Yo no era afecto a que las cosas desaparecieran sin más. Menos olvidos me habían arrojado su aliento frío, de espanto y de muerte. En aquel tiempo era más inocente y feliz…




Notas:
1. El macrismo en Capital es como la función de aquel arlequín Flambeau para apropiarse del diamante, alelada, hilarante, un espanto hecho y derecho. Gran parte de los estudiantes, trabajadores y sindicalistas son como el padre Brown pidiéndole gentilmente que se baje el árbol y se deje de monadas.

2. Me hace gracia cuantos partidos o agrupaciones se han denominado encuentro. Heller tiene el suyo Encuentro popular para la victoria, Sabbatella su Encuentro por la Democracia y la Equidad y Nuevo Encuentro. Me pregunto con quién se encuentran si naufragan todos separados.

3. En una nota de El Argentino edición Buenos Aires (me perdí de leer el de La Plata por poco hace unos días) gilles enfoca muy bien las objeciones contra la oposición que a semejanza de la española es muy retrograda como toda derecha que se precie pero parece tuerto a la hora de translucir sus valoraciones del oficialismo. Otra vertiente progresista que cae en los vicios descriptos.

4. ¿Alineación ideológica? me temo que sí (por lo menos en el padrón). Aunque algunos suscriptos a los partidos progresistas en primera, segunda o tercera fila queman sus naves muy rápido en virtud del dedo que marca los cargos a ocupar.

5. Una cuestión al margen ¿Pettinato y De Narváez comparten (o compartían) la misma tintura para el pelo? pues me parece que a ambos les produjo el mismo daño cerebral que desembocó en esa expresión propia de un lobotomizado junto con Moria Casan desdeñando a Hebe de Bonafini.

6. Me encanta la oratoria de los partidos de derecha radical y de Unión Pro (¡cantando la marcha peronista! Me aturdí por segunda vez en cuatro meses) son por un lado espeluznantes y por el otro muy jocosas, dignas de Loki. No se han privado de nada: han resucitado muertos, han cantado al ritmo de Queen, han inaugurado la sesión anual de la Feria del Libro aun siendo analfabetos, han pronosticado un futuro apocalíptico (el Acuerdo Cínico e Inmoral) como el buen profeta Aznarias (José María Aznar, alias el borrachín) en España; Elisa Carrió sería algo así como John Connor frente a Terminator Kirchner, han hecho tantas, tantas cosas…

7. Queda muy poco para esta nota salvo cuatro líneas :

Demasiado “yo les prometo”
Demasiado infierno para un corazón
Que sueña con darte un abrigo
Y salir de ese olvido a otro mundo mejor.

Victor Heredia






















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