miércoles, 26 de enero de 2011

La felicidad leída

Salgo momentáneamente del receso.
Borges en su Idioma de los argentinos escribió que todo es hermoso o mejor dicho todo suele ser hermoso despues. La belleza es mas fatalidad que la muerte". Y antes refiere: "ubicar la felicidad en las lejanías del tiempo y del espacio es un achaque universal y lo padecen nuestros mil y un versos a la tapera." Las dos trovas que aquí se sugieren no escpan a esto. Son dichas pasadas y por tanto ya no lo son. El recuerdo de dichas pasadas suele ser triste. Igual valen las felicidades pretéritas que los desengaños presentes.

Me atrevo a disentir en estos dos casos, no por fuerza de razón sino por argumentos dispares. Los versos consignados aquí valen para el momento en que cada cosa estuvo allí, en su lugar, en su cabalidad material. Si no fueron compuestos a tiempo es simplemente porque el disfrute y la literatura no son simultáneos como bien lo alegan mis pares. No obstante no ubican la felicidad en las lejanías sino en al acto de la composición (su materia expresiva es otra cosa) y sospecho que en la lectura, una dicha tristonga. Cabe preguntarse ¿por que si la felicidad no puede ser escrita salvo caso inusual, la lectura de una felicidad pasada o de una actual calamidad de acuerdo a la habilidad expresiva puede convertirse en felicidad? ¿Cabe decir que la conversión estética de los eventos desafortunados o las venturas perdidas solicitan nuestra propio goce? ¿Cuál sería la diferencia? ¿No será que al cabo esa menesterosa redención les devuelve las dichas perdidas?



En 1918 acontecieron dos sucesos afortunados: nevó por primera vez en Buenos Aires y allí por Febrero, nació en la provincia de Corrientes un tal Salvador Galarza. No obstante el natalicio, vivió la mayor parte de su juventud en Posadas. Antes de 1955, y siendo coetáneo de Eva, se emplazó a Buenos Aires despues de trabajar durante un tiempo en las cercanías de las Ruinas de San Ignacio. Fue aquí mismo donde conoció a mi abuela -otra misionera por gracia errante- nacida en Cerro Corá. Durante años se desempeñó como obrero metalúrgico en la malogarada Cantábrica, hoy cementerio legado por el neoliberalismo cíclico de nuestras pampas. Mi infancia está marcada por su voz que según me cuentan (yo no recuerdo con nitidez) conservaba una acento muy particular y marcado. Para mí, en cambio, hablaba como porteño, o mas bien, su acento era mi percepción de la voz familiar y querida. Por ello creo que, a veces, pese a mis giros eminentemente del puerto, alguno por ahí me pregunta por dónde nací. Los tonos de la infancia se llevan como el rastro de un hierro candente en la piel. Él falleció el 15 de Junio de 1999. Se lo llevó la guacha, dirían por ahí. Y desaparecieron la corridita, el chipá y los juegos. Ya no se arrastra el cansino aire de las siestas con ese aire irresuelto, asueto de toda malaria. El vertigo de los días se acelera con marcha de gigante y oculta en un rincón del patio una ausencia. Ahora parece que no están todas las respuestas. El aroma de las noches de verano, en el campito al aire libre de Ituzaingó repiten las sobras de otras noches y otros distritos. Nada es tan dulce como aquellas meriendas de la tarde, ni tan amargo como la pulpa del limón o la sandía del huerto. Su nombre no está en casi ninguna parte consignado. Sirva esto como un módico arrrebato al olvido; esta breve memoria que, al fin, es la inmortalidad reservada a la condición humana.



No te recuerdo pero recuerdo
la vertiginosa carrerita de tus palabras
el tono cerrado, entre guaraní y tumbero
con ese acento que para mí era la voz
que apuraba las mañanas
dándole un sentido a lo severamente cósmico
y al sinsentido de la repetición,
la cadencia que con cada giro
me devolvía la imagen conjetural
de las ruinas de San Ignacio,
la tierra en llamas,
el olor del choclo, la mandioca y el chipá
los lugares que nunca vi,
las tardes de Posadas en mis siestas.


No te recuerdo pero recuerdo
como hacías para que no derraparan las horas
en inútiles conjuras,
con el gesto cómplice y astuto
dándole ventaja a mi escaso ingenio,
a mi arrojo,
moldeando en letras ajenas los instantes,
porque entre blancas y negras
supe de paciencias y lealtades
a mirar tres pasos mas allá.

No recuerdo pero recuerdo
la fatal impericia de tu memoria
para el nombre propio,
el verte a trasluz mientras
correteaba por el barro y caía
porque en esos tiempos caer no era
gran cosa,
tu mano me auxiliaba para hacer pie
entonces los dulces fantasmas y espectros que acudían
en la penumbra arrinconada de los cuartos
se desvanecían,
mientras hoy, mas violentos,
mas crueles,
insisten en quedarse.

No te recuerdo pero recuerdo
Aquella tarde en que la noche se enraizó
definitivamente en los días
y el sol mudó su generosidad
a otros páramos.
Aun me queda la mueca perdida
los zapatos del misionerito en el lodo,
tu gesto de Discépolo, su máscara,
la idea que llevo para redimir tu pasado.
El nuestro.






A Nestor


La ciega brisa se cobija
en el lugar vacío de tus pasos
que apadrinaban los nuestros,
con un murmullo en el aliento,
con los ojos fijos al camino
y la memoria.

La infamia filtrará ese espacio
libre de tus manos,
de las caricias sugeridas
por tu presencia.

Ya no hay guardián, ni padre
que nos exonere del olvido
a fuerza de declamaciones
y de la justa proporción de las cosas,
nadie apuntalando la ficción de futuro
enmarcada en el paso cotidiano,
en el mero presente,
rasgando la orfandad,
devolviendo a cada lugar su sitio,
a cada buey su palenque.

La frialdad de tu rostro en la postal
no apaga el escozor que en la piel
causó la virilidad de tu fulgor,
no nos exonera de pestañear,
y como solo el arrojo
suele impresionar,
suele conmover,
tu figura cala hasta los huesos,
y algo queda de ti en mis lágrimas
y en el espejo,
y la rueca que hace que duermas,
mientras declinan las tardes
y los amaneceres nos sustraen
del vértigo de sabernos inmortales.

Porque por un momento
nos hiciste creer lo imposible,
no hiciste creer que no estamos solos
ni somos pobres,
ni que el destino nos depara
la indiferencia de los astros.
Contigo cerca
la justicia,
la huidiza utopía,
condescendían a nuestra presencia
nos hacían lugar en su anodino Partenón.

Como el puñal de la primera luz
con la ferocidad que golpea las retinas
a cada uno devolviste
el desvelo de aquel sol más allá de la Caverna
aun cuando tantos elijan pestañar
o directamente cerrar los ojos.
No importa.
¡Y lo juro!
no cometo herejía cuando al pasar
lamento la pérdida de un padre
y cuando las otras tres despedidas
las personales e inmediatas,
las de la patria chica,
vuelven a doler en ti.

Un cierto aire de irrealidad
algo que me dicta la imposibilidad
del carácter irreversible
sostiene el polvo del recuerdo
tu sonrisa y el latir de tu voz
dando cabida a orgullos y rencores
y hacia los costados
en las orillas
en las ondas de mi prendedor
en los miles de rostros que enjugaron su llanto
frente a la cruz recostada
que dispensaron sus gritos
para aquietar la rigurosidad nueva de tu ausencia,
en los pliegues,
en cada bandera,
no voy a poder prescindir de tu fantasma
la imagen del hombre y su lección implícita
del desafío impuesto a mi vida
de tu Voluntad
de tu amorosa imaginación.

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